Lu Ji
Lu Ji (陸機, 261 - 303) escritor chino. Fue poeta y autor del texto El Fu de la literatura(文賦). Lu Ji fue un descendiente directo de los fundadores de la dinastía Wu del Este e hijo del general Lu Kang. Después de que la dinastía Wu fuera subyugada por la dinastía Jin en 280, él junto con su hermano Lu Yun se trasladó a la capital, Luoyang, donde llegó a alcanzar un lugar prominente en la literatura y la política y fue nombrado presidente de la universidad imperial. A partir de la experiencia de ese viaje compuso dos de sus poemas más célebres, ambos con el título "Por el camino a Luoyang".
Wen fu. Prosopoema del arte de la escritura
Lu Ji, Wen fu. Prosopoema del arte de la escritura, Cátedra, Madrid, 2010
Edición y traducción de Pilar González España
Volvemos a acercarnos a la China del siglo III de nuestra era con el Wen fu (文赋), obra fundamental de la crítica literaria china y poema de rara belleza. Su autor, Lu Ji 陆机(261-303), general del ejército y hombre de Estado, alternó las intrigas y batallas de su vida oficial con largos períodos de retiro dedicados a la literatura. Aquellas le hicieron formar parte del selecto club de escritores chinos condenados al patíbulo; la literatura, sobre todo el Wen fu, le concedió la gloria póstuma y la condición de clásico del pensamiento literario chino. Desde que la editorial Cátedra lo añadiera el año pasado a ese catálogo de libros blancos con el que muchos hemos crecido, podemos disfrutarlo en español gracias a la traducción, tan rigurosa como sugestiva, de Pilar González España, poeta, profesora de Literatura y Pensamiento del Asia Oriental en la UAM y traductora bien conocida por los amantes de la poesía china. A ella le debemos dos obras muy recomendables: Poemas del río Wang, de Wang Wei (Trotta, 2004), finalista del Premio Nacional de Traducción 2005, y la Poesía completa de Li Qingzhao, probablemente la poeta más célebre de la literatura china (Ed. del Oriente y del Mediterráneo, 2010).
El Wen fu es un poema sobre el poema, sobre el misterio de la escritura, sobre la búsqueda de la palabra precisa y necesaria; la palabra entendida como fuerza cósmica capaz de fluir, de ser el curso mismo de las cosas y no un mero instrumento para evocarlo; la palabra como camino y destino, como exploración y como comunión con el mundo. Mientras leía el Wen fu, recordaba la hermosa etimología de una de las palabras más comunes de la lengua china: zhīdao(知道), que significa saber, conocer. El segundo carácter es el mismo dào de daoísmo o taoísmo, es decir, el camino, el curso. El primero, está formado por el radical de flecha, shǐ (矢), y por el de boca, kǒu(口): el camino, la flecha y la boca. Conocer sería, pues, el camino que debe recorrer la palabra hasta dar en el blanco. El conocimiento -en este caso, el conocimiento poético- sólo puede ser preciso, certero como una flecha. El camino que Lu Ji nos invita a recorrer es arduo, pero sus pautas pueden servir de guía a todos los que vivimos rodeados y perdidos entre palabras usadas, cada vez más vacías de contenido. «Conocer las grandes obras del pasado, seguir el fluir de las estaciones y celebrar las cosas del mundo» son algunas de las sugerencias que, a modo de aviso para caminantes, nos encontramos en los primeros versos del Wen fu.
Ping Fu Tie. Caligrafía de Lu Ji. Colección del Museo del Palacio Imperial (故宫博物院), Pekín.
Conviene recordar que el Wen fu vio la luz en un siglo de gran ebullición intelectual en China. La poética de Lu Ji no es ajena a los debates de su tiempo. Podemos rastrear en ella la influencia de las doctrinas neotaoístas de algunos contemporáneos suyos como Ge Hong o Wang Bi. Los comentarios y notas de Pilar González España resultan siempre iluminadores al respecto y son fruto de un minucioso manejo tanto de fuentes y ediciones originales, como de comentarios, interpretaciones y traducciones pertenecientes a distintas épocas. Quienes lean el poema con un ojo puesto en la traducción y otro en el original chino, agradecerán las notas en las que se nos llama la atención sobre las dificultades prosódicas y semánticas del poema, así como sobre las decisiones que la traductora ha tomado para solventarlas.
No obstante lo dicho hasta aquí, el Wen fu no tiene por qué resultar abstruso a quienes estén menos familiarizados con el pensamiento chino, y ello, en gran parte, es otro mérito que debemos apuntarle a su traductora. Creo que basta con acercarse sin miedo ni reverencias al poema de Lu Ji para descubrir su universalidad y la sorprendente vigencia de su contenido. Por ejemplo, al leer los siguientes versos uno tiende a pensar que los chinos, entre otros inventos milenarios, deberían apuntarse el de los suplementos literarios de los periódicos. Parece ser que, ya en el siglo III, descubrían cada semana una nueva e imprescindible obra maestra:
En este mundo parecen proliferar las
obras consideradas maestras, pero yo, sin
embargo, puedo contarlas con los dedos
de una mano.
Aquí o en Pekín, en el siglo III o en el XXI, con pincel o con teclado, las dudas del escritor ante su propio talento, la insatisfacción con respecto a su obra son una constante:
Y siempre, al concluir una obra,
se instala en mí un pesar. ¿Cómo podría
sentirme orgulloso y satisfecho?
Me aterra pensar que mi música suena
igual que una olla de barro percutida y
ser burla y escarnio del repicar del jade.
De nuevo la imagen de la flecha, esta vez para advertirnos sobre ese espejismo al que tantas veces llamamos originalidad:
Puede ser que la flecha haya alcanzado
tu corazón, pero también hirió a otros
antes que a ti.
Lu Ji
Lu Ji también previene contra la escritura pomposa y superficial, contra el texto hueco, sin yi(意), sin significación alguna, sin rumbo. Resultan muy orientadoras las notas de Pilar González España con respecto a ciertos términos claves de difícil definición como yi (意), « la significación unificadora hacia donde el texto debe apuntar, pero que está fuera de él y más allá del mismo».
Quizás el lenguaje sea exuberante y
rica su estructura, pero, conceptualmente,
el texto carezca de objetivos.
No se olvida Lu Ji de ese debate cotidiano de todo escritor entre lo que vale la pena conservar y lo que no merece mejor destino que la basura o las llamas.
Hay que sopesar cada logro con una
balanza de precisión. Y decidir con la extrema
agudeza del más fino cabello, si
algo se rechaza o se retiene.
La palabra inspiración ha caído en desgracia hasta entre los poetastros pesados que dan la brasa en las facultades de letras. Sin embargo, las imágenes que utiliza Lu Ji para hablarnos de ese momento que precede a la escritura no nos remiten a ninguna musa sublime, sino que hablan más bien de un estado armónico alcanzado tras un largo aprendizaje. Así define la inspiración:
Es como un encuentro entre estímulo
y respuesta, un pasaje entre el fluir
y el detenerse.
Lu Ji repasa los géneros literarios de su tiempo; nos advierte sobre los errores más frecuentes en que suelen caer los escritores primerizos; insiste en la importancia de la lectura y del conocimiento profundo de la tradición literaria y, sobre todo, en la necesidad de que el escritor no se aleje del fluir del mundo y de la vida.
Así es el comienzo: se interioriza la visión,
se adentran los sonidos. Se demora
el pensamiento y todo se interroga.
(...)
A la deriva, entre cielos y abismos, te
dejarás llevar por la gran corriente,
bañándote en las aguas del manantial,
internándote en su profunda hondura.
Y esas frases sumergidas que se esconden
y se agitan, serán como peces inquietos
que, mordiendo el anzuelo, emergerán
desde el fondo más insondable.
Como vemos, no hace falta ser sinólogo para comprender un texto que habla sobre todo de esa necesidad humana misteriosa, quizá básica, que es la escritura. Eso sí, esta edición ofrece algunos alicientes a quienes ya tienen un mínimo conocimiento de la lengua china, como el texto original en caracteres tanto clásicos como simplificados, su correspondiente transcripción en pinyin, así como unas caligrafías de André Kneib. No quisiera terminar sin referirme una vez más al excelente trabajo de Pilar González España. La que la traductora considera su licencia más arriesgada es también, desde mi punto de vista, la más feliz. El original, como es habitual en la poesía china clásica, no especifica el pronombre o el sujeto, por lo tanto, no resulta fácil determinar quién habla y desde dónde nos habla. González España ha optado por «un discurso dirigido a un tú al que se impulsa, se anima y se corrige». De este modo, el poema adquiere un tono entre íntimo y profético, el Wen fu es, nos dice, «como un secreto que se pasa directamente de maestro a discípulo, de padre a hijo». Confieso que he sentido más de un escalofrío al asistir en silencio y con alevosía a tan fundamental revelación.
I. DISPOSICIONES PREVIAS
Ponte de pie en el único centro, y contempla
la secreta oscuridad. Nutre tu corazón,
tu voluntad, con las grandes obras del pasado.
Sigue el fluir de las estaciones y suspira
por la prisa del tiempo. Celebra las cosas
del mundo, y penetra en su variedad, en
su profusión.
Laméntate de la caída de las hojas en
el profundo otoño. Alégrate del renacer
de las ramas tiernas en la fragante
primavera.
Y temblará solemne tu corazón como
si tuvieras escarcha en el pecho. Y tu anhelo
se perderá en lejanía como si horadara
las nubes.
Alaba la herencia esplendorosa: el legado
de virtud de tus predecesores. Evoca
el suave y cierto aroma del pasado.
Piérdete en la literatura, en su bosque
y su tesoro. Admira las frases más bellas
y su engranaje perfecto.
Y una vez conmovido, turbado, aparta
los libros, y empuña tu instrumento: la
pluma, el pincel. Conviértete entonces,
a ti mismo, y por fin, en palabras.
Para Lu Ji, convertirse en palabras sería el objetivo último de un escritor. Dejemos que ponga el punto final la escritura hecha cuerpo del Cloud Gate Dance Theatre de Taiwan y esta coreografía dedicada a la caligrafía china.
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