Jesús Bartolo Bello López (Atoyac de Álvarez, Guerrero, México, 1970), ha publicado los libros de poemas: Los árboles duermen de noche (1998) Poemas para besar una espalda (1999), Cachimbo (2000) Editorial Tinta de Alcatraz, UAEM. El responso del gato (2000) Centro toluqueño de escritores; No es el viento el que disfrazado viene (2004) Instituto Mexiquense de Cultura; Centro Toluqueño de Escritores, H. Ayuntamiento de Acapulco; Estar de vuelta, Instituto Mexiquense de Cultura (2005); Aviso de ocasión, La trucha güevona, (2009); Diente de león, Biblioteca Mexiquense del Bicentenario, (2009), En la cadencia de los pies, La tarántula dormida, (2010). Ha obtenido el premio estatal de poesía del Centro Toluqueño de Escritores en el 2000. El premio estatal de Poesía María Luisa Ocampo 2004, y la beca del FOCAEM. 2003. Y la del FOCAEG, 2006 y 2008. Obtuvo el 3er. Lugar en el Premio Internacional de Poesía del Bicentenario, “Sor Juana Inés de la Cruz” (2009).
POEMAS DE JESÚS BARTOLO BELLO
TU PIEDRA NO ES MINERAL
Este mismo corazón que es el mío me resultará indefinible para siempre.
Albert Camus.
Tu piedra no es mineral,
tiene algo de aire y arroyo,
dos alas inconclusas donde viven caracolas rojas,
una luz de faro muestra sus ballenas y un ojo,
jardín con sentimiento de pájaro.
Tu piedra no es mineral y lo sabes,
tanto que, la escuchas cantar en una lengua de agua;
hurgas en sus hormigas posibilidades felinas
y descubres huecos del mar en la lluvia,
la lluvia vuela sin volar,
puesto que los ojos de tu piedra –¿sabes?–
no tiene arriba o abajo donde atar el nombre tecordín
del corazón insolado.
Tu piedra no es mineral
pero es zurda y tiene un olor a libro antiguo,
rechina como una armadura al arrojarla y sin saberlo,
regresa como un bumerán a la mano
donde un solsticio habitado por escribas, muere.
Tu piedra, barco sin capitán, barco desnudo, camino para ir.
(Los barcos desnudos traen colación en sus bodegas,
tigres de bengala sumidos en su insomnio,
albatros ciegos por bandera y perfumes de oriente).
Tu piedra no es mineral
y eso no importa cuando palpo sus huesos de nube llena
y encuentro el ecuador de su sexo acurrucado como un cervatillo
al que la mirada del felino ha descubierto.
Y descubro en tu piedra mi epitafio con letras agua marina.
Un xilófono horadando a barlovento el pentagrama de mi piel
con su nota de ave silvestre.
¿Un rústico cielo de papel crepé es tu piedra?
¿Una palabra que el destiempo mella con su oficio de pintor sepia?
¿Una pluma de ángel o gallina ordinarios?
Tu piedra, angustia de paloma herida,
llave de una puerta turbia donde el poema se acostumbra a la resaca
y el hombre a la sed bautismal de labios distantes.
Tu piedra se puede llevar en el bolsillo, junto a las monedas como un fetiche,
colgada del brazo como una cuerda
que ha de atarse al cuello cuando se encuentre con la rama.
Tu piedra, hervida en agua de rocío,
se hace una estampida o un deshielo según la hora del día.
Yace la voz vegetal de las luciérnagas en tu piedra.
Tu piedra, tiene la concavidad del vino,
el humor de los peces frescos, los días del calendario,
la rutina de las horas en un reloj de arena
y el cuerpo etrusco de las banalidades.
La piedra es sólida como la palabra aire
por eso tu piedra no es mineral,
si no una secuencia de delfines
en la llana arborescencia de junio.
Un antifaz me retorna a la sordidez.
Un antifaz que también es una jabalina
y un cuadro gris trazado por un niño,
mientras la sonrisa que empollaba vuela.
El pájaro que habita en tus ojos
se hace llovizna en los míos –¿sabes?– y me llueve
hasta volverse un piélago, una migraña,
este andarse de puntillas por el destiempo
donde tu piedra, es el ahora en el espejo.
Pero debo confesar: en tu piedra no hay espejos,
sino animales destellantes que anuncian el destino.
Tu piedra, viva libélula de azules expresiones,
oración en ventisca,
llamarada al tocar el aire en el cabello,
ala de ángel cobarde en medio del gallinero,
escafandra para huirse del picotazo bífido
de nuestro animal adentro,
hurón y sábila para gemirse un poco,
yesca para orientarse entre la niebla hechiza
de un lunes desollado por el ojo-cuervo
de un sol agripado por turpiales mudos.
Un nido adentro tiene, una tempestad onírica y,
ese balbuceo arcaico de las amatistas,
el color de loro de las noches idas,
su trampa de jaguar y el filo aullante
de los lirios en el responso del alba.
Es su olor el de las guayabas del mercado.
El hoazín de las vendedoras al bostezar la mañana.
La corola de tu piedra es gris y la habita el musgo
tibio de los muertos,
la canción olisca de la marea roja y un conejo
que sabe de la suerte una luna.
Y no es la misma luna que su cielo tiene
ni su flor marchita en sándalo,
ni el mar vespertino donde guarda el corazón de Dios
en una cueva de víboras (marinas).
Tu piedra no es mineral aunque su forma diga lo contrario
y en ella, gotas de zafiro, parvadas de rubíes,
locos diamantes, vaguen.
Y no es mineral aunque sus fósiles tenga y su tarde
sea una piedra malva y llueva rocas de diversa esperanza.
Aquí en mi mano la contengo como a un jaguar herido.
En estos mis brazos trémulos de esfuerzo por sostener su silueta en el vacío.
En este mi corazón, ya una sombra y un arpón que me caza como a un suceso
mientras tu piedra se sucede arroyo por mis venas,
ceniza en mis huesos,
ave agorera –digo– simple picaflor, adviento,
música de hojas, de ojos: el recuerdo.
Lumbre de moscas: la ciudad.
El mezcal de sus calles: su perro, su acertijo, tu piedra hablista.
Yéndose la noche, la ciudad pierde el encanto;
tu piedra se guarda de la necedad de los hombres
y se entrega a la de los faunos
y a las faunas cotidianas.
Se vuelve alimento de equilibristas ciegos,
de poetas punzantes y de derivas suicidas.
Es una marejada donde transcurren ápteras las horas,
tordos las miradas, cueva de leones el vocablo,
capibaras los ademanes.
Tu piedra, de día es solemne como el aruño del gato,
flexible e incandescente cuando desde su mirada abolario
enseña del mar las brechas a las aves salinas.
Su desierto muestra al desahuciado,
sus alacranes y esa canción para dormir
donde las serpientes de cascabel suenan como un guitarrón desesperado.
De día la luz de tu piedra es un topacio cenizo,
tiene de eslora lo que una adivinanza,
la quilla hundida como los años en la frente de los abuelos,
en ella hay un laberinto de almendros
por donde andan cronopios heridos
pastando sus rebaños de letras languidecidas.
Tu piedra zurda, degüella con la derecha,
asume la tristura como una noticia para pronto.
Hace dijes con la claridad almizclera y construye templos
con peces para así guardar su bestial deseo.
A la hora nona deja su disfraz faisán en la vertiente burda
de una explosión y arrea sus velas
en busca de un norte donde su árbol de cachimbo madure sus frutos.
Regreso a tu piedra descamada
hambriento de deidades
en un cúmulo de postergaciones,
con fechas enramadas en cuyo invierno
escarabajos verdinegros hacen pelotas
el corazón y lo encuevan en un bustrófedon escarpado.
Regreso un poco herbívoro,
con un número cabalístico en la bolsa,
con esa mirada del metafísico diurno,
miro la propia muerte como si la de otro fuera.
Regreso en la sangre de una cebra etérea,
pintado del rostro con el humo gentil de las edades.
Regreso en los cascos de la bilis dormida,
amanezco entre lo urbano y la tierra.
Regreso a tu piedra porque en ella el agua
anquilosa la mirada y bruñe una fiebre que dura mientras miro.
Algo del trueno, es la paciencia exacta.
Y regreso, porque me gusta como araña mis mejillas
y ese algo de espanto asoma por descuido unos ojos atardesados,
y el peso de una mujer es el mismo que el de la muerte:
un aroma de higos reventados.
Regreso a las entrañas de tu piedra, porque sí,
porque simplemente estoy de vuelta,
y porque estar de vuelta no es regresar.
Estar de vuelta es saberse un instante eterno,
feliz desde ya, desde siempre.
1
A Jeremías Marquines.
Esta piedra se sucede en el aire como pájaro abochornado,
no busca rama o espacio donde guardar su sombra,
para sí, desea el sonido de una máquina, la rueda de un tranvía,
un recuerdo apócrifo y sin duda el aire que la sostiene.
Su vuelo matemático tiene herrado el horizonte,
en ella lo justo adolece de una mirada
y la sobriedad ínfima de lo ínfimo la habita.
Andamio y corazón, es un trazo de sol.
Esta piedra es tu piedra: nacen ríos de agreste fisonomía.
Aullidos que acercan la distancia. Nombres secretos
develan el día y el día que es una discordia
nos entrega el zumo de su consecuencia.
2
Mis ojos –matemática-mente– delatan premura
delante de ellos el aire confiesa: no hay distancia posible
donde asirse con perspectiva.
Están como heridos cenzontles,
fijos, entumecidos, sin parpadear,
agonizando el canto y boqueando una mínima razón
para decir: miran con esa lógica de los consecuentes.
Miro sin saciedad, ahíto;
apuñando lo que tengo en la mano
palpando su dureza, a sabiendas que he de lanzarle lejos
como quien no sabe otra cosa más:
matemáticamente no miro.
3
¿Y si alguien llega y ama tu piedra
porque en ella encontró la hormiga que buscaba?
¿Y si llega como un corvido en la hora llana,
en el instante justo cuando tus ojos buscan
los ojos del que te importa?
¿Y si llega camuflajeado de aire, con sonrisa de lluvia vespertina?
¿Y si llega cuando tu corazón es una gota de rocío
en la primera lengua de sol?
—Dale agua y el reposo que necesita,
el panorama abierto de tus ojos,
la sílaba que guardas en la herida como una brújula,
dale tu gato hambriento de poemas, la grulla de tu nombre,
la aljaba de petirrojos envenenados que aún traza la ruta de tu sangre,
dale eso y el biombo, límite del cielo y el mar—
¿Y si llega?
—Sólo déjalo llegar.
4
A… Lucy
Llueves y no es pretexto para escribirte
Llueves porque así eres tú
Caes como agua de junio
y cortas como el agua de junio
y sabes, uno no sabe qué hacer con tanta gota
con tanta caricia húmeda y filosa
con tanto golpetear mi techo lírico
Caes constante
a veces fuerte
otras a modo de llovizna
las más veces como te da la gana
Llueves y es pretexto para preguntarte
qué hago con estos arroyos que me cruzan
con este cauce sin destino
con este río seco de tanta agua
con esta agua llena de junio
con este junio
yéndose
sin irse del todo.
5
Dale cuerda al corazón
cuando la luna asome sus pensamientos de mariposa
y deja, su historia cuente:
como si fuera la de otro y no la tuya.
6
Antes de ser ese viento de luz constreñida en tus párpados
Fui un galopante rumor de acertijos.
Tenía los ojos tiernos y sabía mirar con ternura,
ahora sólo sé que hay que mirar hasta saciarse.
He mirado cómo se marchitan las mariposas al encenderse
y el caer de sus colores en la precises de la tarde.
He jugado a los carritos por tu cuerpo mientras mirabas
ese inventar carreteras, pueblos, gentes extrañas.
También muchas veces un saltimbanqui, para mirarte reír y tú te carcajeabas: fui.
Y era como el reptil de la noche apenas la tarde pierde el nombre.
Y era así, porque de que otra manera.
Y heme aquí, nada más mirando;
y déjame decirte que un solo ojo basta,
que un ojo no es la ventana sino la extensión de la misma
la rendija supurante.
Entonces mirábamos con acierto
cada palabra en si misma no cabía,
porque nada cabe mientras se es pájaro o jabalí desbocado.
7
Por las calles que suben, baja la gente.
Luego, como al que se le hace cabriola la mirada –dijiste–
que a ese santo, el silencio, al igual que el nuestro, le venía del pasado.
La procesión en su flagelo interminable dobló la calle.
Aún hay sitio para la mirada –argüiste– abstraída.
La procesión era ya recuerdo y, por lo tanto algo que se defendía de la muerte.
Aquel pájaro pardo se nos vino encima, las callejuelas se volvieron nocturnas
y un aire las fue habitando con palabras de Rulfo.
Aun así fingiste seguir mirando, mientras los gatos, ponían una luna apenas maullada.
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