Marina Serrano (Quequén, Buenos Aires, ARGENTINA 1973). Kinesióloga, fisiatra.
Publicó los siguientes libros de poesía: Formación hospitalaria, La diástasis de las tibias largas y La única cosa necesaria, (Ediciones del Copista, Córdoba, 2012)
¿Qué fuimos a ver, Simón...?
¿Qué fueron a ver al desierto? ¿Una caña agitada por el viento?
Evangelio de San Mateo
¿Qué fuimos a ver, Simón, al otro lado del océano,
al otro lado de las nubes, arriba y debajo,
sino hombres que nos esperaban tranquilos
deteniéndonos con el esfuerzo mínimo que requiere
tensar un hilo de globo, patear hormigas,
levantar un insecto entre los dedos
y dejarlo caminar mientras la mano gira
brindando un nuevo horizonte tan efímero y cercano
como una cinta cerrada en sus dos puntas,
cinta de Moebius.
¿Fuimos, Simón,
adultos analfabetos de la gracia que no entendían nada,
nada de nada, los arrebatos de sí mismos?
Los reyes de los barrios marginales,
el kapanga de Villa Dálmine, el barrabrava de Boca
y los negros murgueros
cayeron detenidos por las manos predicadoras,
impotencia funcional de rodillas, tétrada de Celso.
Luego volviendo al sitio de origen
de su emperramiento e ignorancia, llenos de excusas,
contando lo poco que faltó, lo injusto,
hicieron alarde de un golpe fuerte, porque así somos, Simón,
gente que desborda fuerza, y es tan bruta
que no comprende siquiera el fracaso.
La única cosa necesaria, Ediciones del Copista, Córdoba, 2012
Cena
En el interior blando
ella amolda la lengua
y su tanteo protector se propaga
hacia mis dedos en pinza
hacia lo más medial y caudal del hipogastrio,
al moverla hacia atrás
sus labios se adhieren
limpian el metal.
La de tibias largas amplía la oscuridad
mientras sus dedos, arriados en silencio
exageran mi curvatura lumbar y disparan
la mano aprehensiva.
Tras la espalda el goce no se vislumbra
entonces, puedo demorarlo.
La diástasis de las tibias largas, Ed. Sigamos Enamoradas, 2008.
EL HACHA
La cabeza de la niña al sol
columpia la montaña,
bosteza el bronquio dilatado
la amplitud íntima de la soledad.
Otro brillo y otro tallo entre ramas vivas
distraen el armado de la imagen,
prolongan el hallazgo de Tibias Largas
“la que camina por tesoros”.
El objeto que se oculta
busca su lugar entre las cosas
encuentra el goce
en quien se aferra al madero, su propio esqueleto,
y arroja a la popa del arma
aliento joven y violencia.
Entonces, ese hacha
que el desmalezador abandonó
buscó el dedo y lo hizo florecer.
La profundidad de la herida
no fue importante
la hemorragia tampoco, ella no mintió
cuando dijo que fue un rosal.
y al correr el agua
por el apéndice articulado de su mano
la impronta de la sangre
fue una estela en la losa del lavabo
que aguardó el rehacer de la fibrina
y el auxilio de las plaquetas.
Ella espera,
guarda el hacha, el dedo, la excusa
los temores arbóreos y las raíces del retraimiento, también
los anillos perennes de las consecuencias.
POR LA VEREDA
Es difícil seguir el paso de las tibias largas,
el centro de gravedad oscila más de lo habitual
y legitíma, en cada uno de ellos
esa parsimonia inherente a su estirpe aristócrata.
Pieles y volados circundan los hombros
destacan su cintura escapular y la cabeza erguida
hace ya tanto tiempo, en pos de la razón.
Las costuras y sus aperos
traccionan en cada zancada.
Cierta necesidad de permanecer en silencio
me interrumpe,
mientras ella respira.
SANGRE ARTERIAL
El médico virgen
intenta extraer sangre arterial,
presiona su proyección
fálica y aguda
contra el vaso elástico.
Falla.
Ignora
el par de ojos mirones,
el silencio obligado de la cuadripléjica,
y sigue
con su mete saca de aguja
practicando en el antebrazo
tatuado de gigantes rojas.
LIOPHIS POECILOGYRUS SUBLINEATUS
Una culebra cruza el río
leemos a Joyce sentadas en el puente
al atardecer.
Una culebra cruza el río
rápido, de costado, igual que en el desierto
nos miramos.
Si se mueve así
¿Cuánto demora en llegar a nosotras?
Una culebra cruza el río
desaparece entre los pastos
sin que se mueva un solo cilio
como si nada hubiera ocurrido.
TIBIAS
Donde sea que ella se encuentre
las cosas se vuelven lentas,
animales invisibles y pequeños
devanan madejas algodonosas
y cuelgan de cuerpos abiertos
como su pollera.
Las tibias, especialmente largas
subyacen a la carne, a la piel,
desde el tubérculo
descienden por el borde filoso de quilla
y se expanden, mesetas
abiertas a cóndilos femorales
sostienen, les permiten rodar, deslizarse
convierten lo plano en limitante
y dejan abierta la inminencia de la catástrofe
al movimiento no permitido.
Las tibias se adelgazan en sentido caudal
pero las tibias largas lo hacen aún
más lentamente.