Óscar Pirot (Ciudad de México, 1979). Realizó estudios en Comunicación en la Universidad del Valle de México y en la Universidad Europea de Madrid. Ha sido alumno en los talleres de los poetas Antonio Deltoro y Ricardo Yáñez.
Ha publicado el libro de poesía Memoria del agua (Editorial Amarillo, 2005), Bestimenta (Editorial Papel de fumar, Madrid 2011), Luz anfibia (Amargord Ediciones, España, 2012).
Es fundador y director de la revista de literatura Afelio, de la Facultad de Filología de la Universidad Complutense de Madrid, en donde actualmente estudia la licenciatura en Filología Francesa. Reside en España desde 2002.
Óscar navega por El romance del agua (http://oscarpirot.blogspot.com.es/)
El Peztexto muere por la boca
Dicen
Por ahí
Que el pez
Muere por la boca
Y esto es incierto porque
Si muriera por la boca el texto
Sería una palabra impronunciable
Más que un silencio que no quiere oírse
En una página de agua sin mar ni algas o arrecifes
Apenas una célula hundiéndose en los mares del delirio
Sería todo lo contrario a un naufragio del lenguaje que nace
Mas bien tengo la certeza dentro de la incertidumbre
Que si uno está dispuesto a ser devorado por una boca
Lo que resultaría sería una boca náufraga
Muriendo en un texto
Que abre los labios
Para en su oleaje
Lograr apenas
Escucharse
Decirse
Soy una
Letra
Soy
Un
Pez.
Péndulo
Y vengo desde mi otro lado como un trapecista en un circo sin red y
de tanto sostener la cuerda las manos perforan este hilo de sangre y
cayendo en un vuelo sin alas las aves salpican mi voz sin aliento y
me voy acercando a la sombra lejana que deja la tinta en mi luz y
desovo las moscas podridas del alma sobre la arena del tiempo y
desdoblo las sábanas invisibles entre las ruinas de mis lugares y
vuelvo a caer sobre las estatuas profundas de un cielo herido y
me voy consumiendo entre las cenizas de un sol diminuto y
los recuerdos de mis trazos se borran dejando una huella y
no hay pasos para seguir continuando el camino de aire y
triste me voy apagando casi como una vela sonámbula y
sueño volver a tocar la piel de esta música sin nombre y
entierro las flores que voy nombrando sobre la fisura y
aparecen de nuevo todos los fantasmas de mi sueño y
nazco otra vez para luego morir de nuevo flotando y
rompo la piel transparente del día lleno de fuego y
relumbro sobre la página oscilante de cicatrices y
ya nada parece demacrar la mirada vertiginosa y
me adelgazo en la costra que deja la escritura y
apenas siento beber el néctar de los insectos y
las letras que se bifurcan no se encuentran y
se devuelve el péndulo dentro de su estar y
para seguir estando hay que desaparecer y
desapareciendo mi ombligo se deshace y
sin ninguna ofrenda acudo a la muerte y
lleno de nada deshabito el abecedario y
las letras se ahogan entre mis latidos y
no alcanzo el otro lado del trapecio y
caigo sin red poblado de miradas y
vuelvo a levantarme en la pupila y
colgado de unos ojos me aireo y
siendo aire sin lengua espero y
la esperanza se va volando y
no tengo sino mi ausencia y
me ausento para tenerme y
soy yo con lo que tengo y
nadie mi ausencia hiere y
voy borrándome entero y
el péndulo permanece y
se va desdiciendo y
su pausa no dura y
su cuerpo nunca y
siempre ahogo y
me deshago y
no hay más y
no péndulo y
no si no si y
péndulo y
la vuelta y
la ida y
la da y
la y
l y
y y
y
y
y.
...
.
Ícaro
ya no te aflijas más
Ícaro
aunque el sol derritió tus alas
no podrá nunca
incinerar el vuelo
(de Luz anfibia, inédito)
VOCACIÓN DE CREPÚSCULO
Me deshago junto con el día
dejo que la luz difumine mi cuerpo
desprenda el polen anfibio de la carne
No pongo resistencia alguna
a este lento manar hacia las nubes
Anochezco junto al vértigo de las estrellas
radiante marea de sombras
que empaña la respiración del cielo
Me sienta bien el plumaje de la noche
el rostro erosionado de la luna
el terciopelo en donde las constelaciones
repiten la inmóvil danza del infinito
Me sienta bien dejar de ser hombre
al menos por un instante/
al menos por un instante
me sienta bien ser luz y no esqueleto
Incinero en las alturas
el miedo latente de salir a la calle
de soportar el enjambre de miradas en el metro
de pisar la vegetal tristeza de los parques
Lejos
del aullido escarlata de la gente
me sienta bien esta insaciable
vocación de muerte viva
(del poemario, Luz anfibia, mención especial del jurado,
Concurso de Poesía Universidad Complutense 2010)
Bostezo nocturno
Del cenit al nadir
cueva de aire
la boca minúscula
puerta de navajas
inhala de un gesto
el cadáver del día.
Niebla
En la niebla se insinúa
la ceguera del paisaje.
Post Mortem
Al despertar:
cabellos en la almohada,
pestañas huérfanas,
lagañas en el lagrimal,
pájaros que pronuncian nuestro bostezo.
En los pliegues de las sábanas
algo nimio se queda
mientras el cuerpo se levanta para el día.
Algo digno de microscopía
que no detecta la mirada,
apenas como el polvo
en el rayo de luz que se devela.
Al despertar:
millares de células muertas
sobre el silencio tendido de la cama.
Pero con gesto pueril
nos largamos a la ducha
sin saber que a diario
un cadáver ensaya nuestra muerte.
Contacto
Con la mirada
toco el paisaje. Mientras
quietas mis manos.
Elefantes
Ebrios gigantes que no olvidan,
monolitos de lodo ennoblecido,
trompetas de marfil,
respiración que alarga,
trompas que conducen a una cueva,
palafitos donde las aves pican
los rescoldos del Pleistoceno.
En el zoológico de Chapultepec
no para verlos
mi padre me cargaba para darles de comer
cacahuates sin pelar sobre mi mano.
Un instante y la trompa,
inaudita aspiradora,
sin tocarlo esfumaba el alimento.
A la mitad de una sonrisa
oscilaban como barcas en el muelle,
balanceándose,
casi con la misma gracia
con que tanta grandeza
se mece en el recuerdo.