HANS PAUL MANHEY
Poeta chileno, residente en México.
Hans Paul Manhey, nacido en Santiago de Chile, el 18 de enero de 1938. Con el afán de conocer mundo ingresé a la Escuela Naval. Me fue bien, aunque resulté un marino poco disciplinado. Egresé como Guardiamarina y luego me dediqué a viajar por mi cuenta y anduve por casi toda la faz de este planeta; después de lo cual exploré las aulas universitarias. Estudié Ciencias de la Comunicación en la U. Católica y además incursioné en Sociología, Psicología Social y lingüística. (Eran tiempos de currículum flexible). Obtuve maestría en Antropología Cultural y diversos diplomados. También di clases en la Univ. Católica y en la entonces Univ. Técnica del Estado. Trabajé en la Edit. ZigZag como gerente de promoción y fui miembro del Consejo Editorial, hasta que las cosas cambiaron, en septiembre de 1970.
Durante el Gobierno Popular, con un grupo de compañeros mantuvimos una librería en Providencia y organizamos la distribución de libros de Quimantú en sindicatos y cordones industriales.
En septiembre de 1973 fuimos allanados y dispersados. Por mi parte, tenía publicadas dos novelas, dos libros de cuento y tres poemarios; todos los cuales resplandecieron en las fogatas de la barbarie armada. Idéntica suerte corrieron mis manuscritos, ejemplares de otras publicaciones y obras en proceso.
Asimismo, mis antecedentes académicos y hasta mis certificados de estudios fueron eliminados de los registros oficiales, al tiempo que fui exonerado de lasd dos universidades en que impartía clases.
Permanecí un año trabajando por la Resistencia y ya en diciembre de 1974 viajé a México, sin más antecedentes literarios que los que traía en la cabeza. Estuve escribiendo textos para historietas de la editorial Novaro. Comencé a dar clases en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM y me desempeñé como instructor de cursos de capacitación en la Secretaría del Trabajo, Cámara de Diputados, Procuraduría General de la República, Bolsa Mexicana de Valores y otras instituciones del sector público.
Uno de mis conocidos, vicepresidente de Editorial Novaro, fundó una nueva editora y trabajé con ellos durante cinco años en calidad de editor; tiempo suficiente para normalizar mi calidad migratoria; después de lo cual me dediqué a ser asesor en comunicación de empresas; así como a dar mayor atención a mis clases en la UNAM y los cursos de capacitación.
Durante ese tiempo, de 1980 a 2000, sólo escribí en los escasos ratos libres; aunque entre 1984 y 1990 obtuve siete premios en poesía, entre ellos el Hispanoamericano, de Quetzaltenango, Guat. (1984); los cuales dieron origen a dos libros editados por iniciativa de amigos. La experiencia en Guatemala resultó muy fecunda, ya que permanecí un mes recorriendo poblados indígenas y leyendo mis poemas en plazas, escuelas y con diversos grupos interesados.
Otros premios fueron en Ciudad del Carmen, Campeche, en la Municipalidad de Santiago de Chile (1985), el del Pen Club de Chile y otros.
En 1996 realicé la presentación teatralizada de mi libro Papaloapan, un cantar de peregrinos, en un teatro de Coyoacán. Fui una sola presentación, pero se llenó el lugar. Mis amigos de la Bolsa Mexicana de Valores me pidieron presentar lo mismo en el Auditorio del Centro Bursátil, lo que ocasionó que me pidieron el libro y conseguí un editor. En preventa, entre directores y subdirectores de la BMV se colocaron 1.250 ejemplares en una semana. Después de eso, en librerías solo se vendieron cinco ejemplares en seis meses. El resto ha tenido mayor aceptación en recitales y lecturas ante mis alumnos en universidades y centros municipales. En estos últimos casos ha sido ventajoso el uso de la voz y cierta habilidad en el manejo de auditorios. Fui invitado a leer mis poemas en plazas públicas, escuelas de enseñanza media y media superior; así como en tertulias organizadas por mis amigos.
Mi experiencia como editor, el sentido muy mercantilista que prevalece en la actualidad en el ámbito editorial y el impacto que me produjo ver mis libros quemándose, me alejaron del afán por ver mis libros publicados. No obstante lo cual, por iniciativa de amigos, fueron publicados en México tres poemarios: Pirámide y Eclipse, De la Piel el Universo y Papaloapan, un cantar de peregrinos. Casi en su totalidad estos ejemplares fueron adquiridos por mis alumnos universitarios y participantes en los cursos de capacitación en instituciones.
Entre 1974 y 2008 escribí mucho; preferentemente poesía, aunque también incursioné con entusiasmo en narrativa. Sin embargo, la mayor parte de mi obra está inédita. la verdad es que disfruto más leyendo ante un auditorio. Me gusta ver la cara que ponen los oyentes, responder a sus preguntas y comentarios y disfrutar del entusiasmo con que reciben mis palabras.
En 2008, al cumplir 70 años, decidí reinventar mi actividad. Me propuse buscar nuevos cauces para mi trabajo literario y, pese a que me resultaba muy satisfactorio, reduje mi dedicación a la docencia. Dejé mis clases en la universidad, así como los cursos en Cámara de Diputados y otras instituciones. Mantuve un conveniente contrato con la Procuraduría de Justicia, lo cual me ha permitido obtener un ingreso suficiente y disponer de gran parte de mi tiempo. Revisé, completé y pulí cuatro novelas, algunas de ellas iniciadas hace más de quince años. Tengo otras tres en proceso. Todavía no sé qué hacer con ellas; pero disfruté escribiéndolas.
Obras de Hans Paul Manhey
Novela terminado y revisado:
Simulgeo. Un amor intergaláctico
Mondargas. El ogro de San Roque
Mi padre es Néstor Balaz
Aquel antiguo y persistente sueño
Novelas en preparación o revisión
Los discípulos
La brújula perdida
Inciertos despertares
Margarita y el mercado de valores
Poesía terminado y revisado
La saga primordial
Morral del peregrino descalzo
Naufragio
Resplandor que regresa
Universo y reverso
Exaltación volcánica
Poesía en preparación o revisión
Cantares de claroscuro
Sentires sumergidos
Sonetos inevitables
Cuento en revisión
Parábolas imprudentes y otros aconteceres
Editados:
Pirámide y eclipse (Poesía)
De la piel, el Universo (Poesía)
Papaloapan, un cantar de peregrinos (Poesía)
Noche de ronda en viernes (Novela. Incinerado)
Arrullos y murmullos (Poesía. Incinerado)
Agonía inconclusa (Novela. Incinerado)
La estrella roja del Orión (Relatos de viaje. Incinerado)
Lamentos australes. (Poesía. Incinerado)
VIDA QUE PERDURA
Un fuego demencial irrumpió en nuestras vidas.
Huellas del infortunio encendieron el cielo;
quemaron la esperanza, destrozaron los sueños;
sepultando la flor, el trigo, la sonrisa.
Funestas convulsiones de los hijos del caos
y sus devastadores mensajeros de muerte.
Negras aves rapaces rondaron sobre el valle;
ávidas, implacables, invadieron tu nido.
Quedaron tus polluelos piando en desamparo.
En su cubil de horrores, purgatorio gratuito,
la música ahogaba alientos profanados.
A lo lejos, los cerros, los árboles, las nubes,
incubaban el germen del fin de la tormenta.
Brisa fresca anunciaba el caudal de agua viva.
Papaloapan; Un cantar de peregrinos.
Veracruz
Tibia brisa encendida junto al mar;
fresco sudor de arena, humedad.
Juguetea la aurora en la espuma salada.
El agua bailarina refleja al sol naciente
sobre rocas sumisas, bullente litoral.
Mientras el cielo viste sus alegres ropajes,
cabalgan desde Oriente las olas sucesivas.
Maderas melodiosas ahuyentan los presagios.
Suave danza del aire entre esbeltas palmeras,
ondulantes sus ramas en las dunas desnudas.
Desde el Norte se agita el aliento huasteco,
resopla nubes grises; las olas se confunden
y bailan golpeteando su ritmo danzonero.
El arca ensortijada vestida en nubarrones,
con ímpetu bravío ruge en los roqueríos.
Rostros color de viento pueblan la costanera;
risas de luna llena,
ojos de dulce encanto.
Vuelan manos morenas enredando gaviotas
en un cielo preñado de sones de marimba,
sobre el rostro cambiante del Golfo milenario.
Mujer veracruzana, de la risa al sollozo,
de amanecer risueño y tormenta en la sangre.
Fuerza de sal se envuelve tempestuosa en tu lecho.
Renacen en tus labios designios de tu estirpe,
hasta que duerme en calma la noche perfumada.
Huellas del precursor
Salobre despertar en el borde canoro
de la franja costera.
Huellas sobre la arena.
Vestigios arenosos de huastecos desnudos.
Pasos de trashumantes entre los carrizales.
El sol de amanecer recostó sus reflejos
frente a una suave playa vestida de palmeras.
Brechas de fango fértil, sendas en la espesura,
repliegues vegetales descolgando raíces.
La profecía ajena envuelve al caminante.
El polvo de los huesos de quienes estuvieron
incubando secretos para un nuevo camino.
Pasos del precursor que regresa de Oriente.
Páramo solitario de un litoral perdido.
Carrizales viscosos sofocados de fango,
árboles derretidos con lianas como harapos,
ilusorias quebradas,
cañadones desnudos.
Cuerpo de barro yerto,
serpiente desollada;
el polvo ceniciento quema la carne viva.
Derrumbado en la playa,
allí quedé extenuado,
tras las secretas huellas del náufrago sin rostro.
Agónico despertar,
con los huesos quebrados,
boca abajo,
en la arena de un paraje desierto.
Un designio celeste me lanzó a la marisma;
envuelto en la mortaja de la espuma rabiosa.
Mi carne quedó presa en el mundo ilusorio
de piedras que sonríen con áspera lujuria.
Graznan aves burlonas junto al acantilado,
más allá del sudario donde azotan las olas.
Las lágrimas, que brotan cristalinas, no bastan
para aliviar las llagas del cuerpo desolado.
Sólo soy un viajero ebrio de presunciones,
movido por el vago ardor de una promesa.
Una brisa benigna refresca mis heridas.
y mis huesos intentan soportar mis penurias,
En el aire adivino dimensiones profundas,
en tanto reverdece lo que estaba extraviado.
Lamento por Sierra Leona
Un puñado de arroz
No quiso resignarse a la tristeza;
es fácil estar triste; pero resulta estéril.
La tragedia, el hambre, el desamparo
subsistirán;
aunque le duela darse cuenta
que sus primos lejanos padecen,
a causa de una fatalidad incomprensible.
El nació en California,
en un barrio latino de Los Angeles.
No le ha faltado ropa que lo cubra del frío,
asiste diariamente a una escuela segura,
con niños como él.
No le falta merienda y a las horas debidas
come con sus hermanas
para crecer robusto, activo y saludable.
Sus primos viven lejos y el jamás los ha visto;
nacieron entre selvas y el barro del país de su madre.
El sabe que son muchos sus parientes,
cuyos nombres se pierden
en el silencio cruel del temor y esa distancia
recluida en cercos de temor,
miseria y turbia incertidumbre.
Al niño de Los Ángeles le lastima la ropa,
la comida, los cantos, la alegría; que no puede
compartir con esos primos
prisioneros de un funesto destino.
Se resiste a quedarse sumido en el dolor
que agobia a niños de su sangre,
hermanos y sobrinos de su madre
atrapados entre el hambre y la peste,
allá, en Sierra Leona.
Las noticias lo muestran,
sus padres lo comentan en voz baja;
algunas escenas, entre muchas otras,
aparecen en las redes sociales.
Lo demás, lo presiente.
No logra distinguir el rostro de sus primos;
puede ser uno de esos, o todos, o ninguno.
Lo único seguro es que ellos padecen el hambre;
conviven con la muerte.
Ven morir a otros niños, hermanos, compañeros,
sin que puedan cumplir con el ritual
de lavarles el cuerpo,
ni desearles buen viaje con un beso piadoso.
Agentes sanitarios
obligan a los niños y a todos sus vecinos
a encerrarse en sus chozas para evitar contagio.
Las ratas, el agua, los despojos, las hierbas y los muchos
difuntos tirados en las calles
son causa de contagio,
portadores del virus, amenazas mortales.
Encerrados y ocultos, seis millones de pobres,
ocultan sus carencias, sin probar alimento.
Antes de la epidemia, sus primos, los menores,
rondaban por cañadas y aguas cenagosas
buscando roedores, insectos, lagartijas,
raíces, gusanos y lombrices; lo que fuera,
para echarse a esas bocas resecas, privadas de saliva.
A veces disputaban con monos y alimañas
una pequeña nuez, un hongo, hojas tiernas, un tallo.
Algunos enfermaban por comer plantas tóxicas,
hongos no comestibles, insectos ponzoñosos.
Los niños de su edad, e incluso los mayores
intentaban cazar algún felino o una cría extraviada;
evitando adentrarse en la selva en que restan
escasos leopardos, búfalos y gorilas.
En cuevas y cañadas abundan los murciélagos,
los que han sido un recurso posible
para los más hambrientos.
Diminutos murciélagos,
lavados en aguas pestilentes
de los pocos arroyos,
proporcionan siquiera un bocado
de escasa proteínas a un grupo familiar.
Unas cuantas familias buscaban cultivar
una pequeña huerta de acelgas, coliflores, tomates,
berenjenas, espinacas.
Debían evitar que animales hambrientos
devoraran su esfuerzo;
más difícil aún resultaba impedir
que los vecinos voraces acabaran con todo
o que grupos armados se abastecieran
con uso de violencia.
Los primos del niño californiano
nunca han mordido un pan,
y salvo la escasa leche materna,
no han vuelto a probarla.
Las plantas de yuca fueron casi exterminadas;
Las propiedades tóxicas
de la mandioca mal preparada
ocasionó muchas muertes.
Los niños de la aldea no han probado los huevos,
que su madre le prepara al desayuno.
Tampoco conocen el sabor de los quesos
y menos las dulces mermeladas.
Antes venían misioneras,
con más buena intención que con recursos;
se preocupaban de la higiene,
los parásitos y las buenas costumbres.
Los pequeños no entienden el confuso lenguaje
de aquellas misioneras;
no logran recordar más que una o dos frases de los rezos;
lo que les brinda apenas
una cucharada de puré de mandioca.
El niño de California desea compartir
algo de su comida con sus primos hambrientos.
Le preguntó a su madre:
en su lista incluyó: frijoles, sopas deshidratadas, harina de maíz,
carne seca, garbanzos, latas de atún, lentejas.
Las monedas que le daban
para comprar golosinas en la escuela
no eran suficientes
para surtir la lista en la tienda del barrio.
Tan sólo le alcanzaba para un poco de arroz.
El niño pensó que eso era bueno;
recordó los sabrosos platillos preparados por su madre
y quiso compartirlos con sus primos.
Un puñado de arroz expandió el sentimiento
entre sus compañeros y amigos.
Otros niños, que viven en Los Angeles;
aquellos que reciben de sus padres protección y alimento,
descubrieron el dolor que produce
la hambruna y desamparo
que agobia a los niños africanos.
Un puñado de arroz despertó la conciencia
de niños bien nutridos
y conmovió a sus padres;
rompió la indiferencia de adultos afanados
en adaptarse a las normas del sistema en que habitan.
En la escuela en que estudia el niño de Los Angeles
se acumularon muchos puñados de arroz y de frijoles,
de comida enlatada, de harinas y otros víveres,
de carne seca y dátiles; de bizcochos y lácteos.
Los padres del niño de los Ángeles
proporciona alivio y esperanzas a ancianos inmigrantes.
Con esfuerzo y constancia, enviaban alimentos,
utensilios y ropa
a los muchos parientes que sufren la miseria
que azota a esas tierras.
Ahora ya no pueden.
Un cerco sanitario les impide el acceso.
No hay vuelos regulares,
se impide la entrada de viajeros.
Personal sanitario y muchos voluntarios extranjeros
ya han sido evacuados;
algunos por contagio y otros más por prudencia.
Ya no hay misioneras que cambien oraciones por comida.
Médicos sin frontera y personal de Cruz Roja,
apenas si transportan insumos sanitarios y materiales clínicos.
Cargamentos de víveres tendrían que cuidarse
de posibles contagios,
contar con voluntarios que entreguen de casa en casa
y evitar el pillaje usual en estos casos.
Niños de California, que siguen acopiando víveres en escuelas,
presionan a sus padres para encontrar las rutas convenientes
a fin de que su esfuerzo mitigue, en cierto modo,
la desolación y el hambre de niños africanos.
Ese niño, de apenas doce años, que vive en Los Ángeles;
para no resignarse a la tristeza,
busca romper el cerco de hambre y de abandono
que agobia a sus primos, con un puñado de arroz;
Me uno a su esperanza y a su gesto de amor y compasión,
de la forma en que puedo.
Levantaré mi voz por todos los rincones de la tierra
proclamando que el hambre
no se abate con buenas intenciones.
Llamaré a cada uno a despertar conciencia
con todos los que sufren,
buscar formas de ayuda,
vencer la indiferencia y todos los obstáculos.
Son muchos los que sufren hambrunas,
injusticia, pestes y desamparo.
Africa está muy lejos:
lejos de las conciencias,
lejos de la abundancia,
lejos del beneficio de la industria de fármacos,
lejos de quienes gozan con toda la riqueza
despojada por siglos:
del marfil, los diamantes, las pieles, la madera.
El sudor de millones de seres esclavizados
fue devuelto a estas tierras
como incómodos desechos obsoletos;
libres para morir, para luchar entre ellos,
para ser devorados
por la peste y el hambre.
No habremos de dormiremos tranquilos,
no comeremos a gusto, ni nos divertiremos;
mientras nuestros hermanos no reciban
el afecto que encierra un puñado de arroz.
LOS NIÑOS
Discúlpame, querida. No puedo complacerte.
Querías un soneto que endulzara tus sueños,
con este sentimiento que tu rostro me inspira;
mereces eso y más; sin embargo, lo siento.
No puedo distraerme al dolor que ensombrece
ese ámbito extendido fuera de nuestros sueños.
La íntima presencia se agrieta y nos sustrae;
entrecierro los ojos y se oprime mí pecho
Afuera de la cúpula del amor compartido
esos rostros de niños gimen su desamparo.
Huérfanos, mutilados, vejados, perseguidos;
usados como escudos. Miles de niños muertos.
A lomos de la bestia, hambrientos, temerosos,
niños desconcertados avanzan en oleadas;
enfrentan los peligros, chacales los asechan,
los coyotes saquean sus pobres pertenencias.
Huyen de la indigencia y la cruel amenaza
De violencia y miseria que enluta sus hogares.
Miles cruzan el río con riesgo de su vida.
Los espera, implacable, la guardia fronteriza.
El sueño americano se torna en pesadilla.
Prisioneros esperan el infausto regreso
al horror que persiste en sus tristes hogares.
Como reses los llevan. Otros no sobreviven.
Me miran desde lejos los rostros inocentes
que del cielo reciben misiles y morteros
cargados con la herencia de odios ancestrales.
De los hijos de Abraham, dos pueblos laboriosos
padecen los rencores de unos cuantos perversos
sedientos de venganza y desprecio a la vida.
De Nigeria nos llegan inocentes lamentos
de niñas secuestradas por mentes obcecadas;
otros niños cautivos cargan pesadas armas
para regar de sangre aldeas africanas.
En Siria mueren niños, sin llegar a saber
si los mata el gobierno o las fuerzas rebeldes.
Familias numerosas se embarcan, como pueden
en frágiles barcazas para cruzar las aguas
del mar Mediterráneo. Muchos de ellos naufragan.
Perecen ahogados los padres y los niños,
en el trágico intento de encontrar un refugio
lejos del exterminio que asuela sus terruños.
Agobiados, con hambre, aquellos que lograron
sobrevivir al mar, caminan tierra adentro
buscando alguna ruta a lares promisorios.
Son muchos, no hay lugar, no quieren recibirlos;
les cierran las fronteras con viles alambradas.
Los niños, pobres niños; no encuentran una patria.
En campos de cultivo de Baja California
los niños tarahumaras, con hambre y sin salario,
trabajan como esclavos recogiendo los frutos,
que cargan en cubetas con un peso excesivo.
Fresas, pepinos, papas llegan a los mercados
sin que nadie perciba el dolor de esos niños.
Niños de las favelas, desnutridos, padecen
la infausta decepción de un pueblo alucinado.
Vandalismo y saqueos lloran el despilfarro
con que quiso ocultarse su vida de carencias.
Muchos son los que sufren, sin tener un futuro,
viviendo en la vagancia y en más cruel desamparo.
Cerca tuyo, los huérfanos van buscando a sus padres
en fosas clandestinas, en barrancas y valles;
víctimas de sicarios que van sembrando muerte.
Otros son recluidos en siniestros albergues.
Muchos también son presa de las bajas pasiones
de quienes deberían darles luz y consuelo.
Muerte, orfandad, miseria. Soledad y abandono.
Los niños tienen hambre y su mundo es ajeno,
sin que logren saber quién abortó sus sueños.
Con su vida marcada por la cruel impotencia;
su nefasto destino oscurece mis sueños
y me impiden, lo siento, escribirte un soneto.
Como sea, no puedo cantarle a tu mirada.
A extramuros, la vida me pide que levante
un clamor solidario por la paz, la justicia,
la vida y el consuelo por todos los que sufren:
viudas, ancianos, pobres, desolados migrantes,
víctimas inocentes; sobre todo los niños.
HUEHUETEOTL
Abajo duerme el viejo señor del fuego, debajo
de impías piedras negras quebradas por el hielo.
Cubre su rostro oscuro el llanto de las nubes.
Mantos de húmedo olvido apagaron su aliento.
Cenizas de su nombre se pierden en el tiempo.
Huehueteotl duerme bajos duras raíces
que estiran milenarias agonías, cubiertas
por cimientos urbanos, entre los pedregales.
El sueño sulfuroso, sepultado en blasfemias,
Regresa en manantiales las lágrimas del cielo.
Debajo del tezontle duerme la ira del viejo,
abrazado al postrero rescoldo de su hoguera.
Huehueteotl duerme bajo el tezontle negro
que sepultó en basalto la vida junto al lago.
Los rostros sin estirpe profanan su mortaja.
Su corazón de fuego, se consumió en la noche.
Piedras del Ajusco
El resplandor rojizo se extingue y regurgita;
secretas vibraciones al borde del Anáhuac.
En tanto el desollado sembrador reverdece
llueven gotas celestes en la sed del Ajusco.
Turbia espuma, sudario. Vestigios del furor
del corazón de fuego derramado en el valle.
El aire del volcán tiembla al morir la noche;
se cubren de rocío las piedras del Ajusco.
Náufrago de mí mismo, hago un nido de sombras.
En torno nuestro el aire abrasa sin clemencia
el torvo desamparo del tezontle sediento;
beben polvo de estrellas las piedras del Ajusco.
Vigilia primordial. Soledad transparente.
Al latir de la sangre florecen los guijarros,
mientras la tarde viste su manto de arreboles;
frío ritual celeste en medio del Ajusco.
Aquí, donde ancestrales númenes olvidados,
de oscuridad se duermen, busco el núcleo posible.
Pirámide inconclusa al centro de mis sueños;
me aguardan silenciosas las piedras del Ajusco.
La noche se desnuda entre velos celestes.
Agua lustral inunda el surco de tus venas.
La cantera se enciende fragmentada en reflejos;
relucen en tu rostro las piedras del Ajusco.
Alzo un altar viviente sobre el polvo de huesos.
Bañados de rocío se duermen los peñascos.
Todo es noche en la noche; mi palabra y tu rostro,
cuando sueñan brillantes las piedras del Ajusco.
Tezontle negro
Negra huella.
Tezontle.
Áspero filo.
Noche.
Viejo fulgor dormido en el manto montuoso,
bajo el tezontle negro.
Sobre piedras quemadas invoco la presencia.
Piedras sueltas,
guijarros,
roca despedazada;
por el viento,
el granizo,
los cinceles del hielo;
porosas,
fragmentadas;
del volcán los furores,
turbia espuma.
Cobijan mi vigilia. Piedras negras. Tezontle.
Por tus poros sedientos,
testigos de la noche y el silencio,
desciendo hacia sepulcro de los pasos perdidos.
Afuera de mi piel, florece el universo.
Lecho en el polvo de estrellas.
Viento que tañe las piedras.
Fuego grabado entre breñas.
Tezontle negro;
tezontle.
Agua en lágrimas del cielo
cubre sus poros de espuma
sobre la sed del tezontle.
Tezontle negro.
Tezontle.
Antífona
Tu cuerpo es noche
Mi voz es viento frío
Tu aliento es aroma de copal
Mi sed es ansiedad de encuentro.
Negro tezontle negro;
frío sepulcro pétreo.
Vestigio de los fuegos
del volcánico vientre.
Los antiguos patronos
no escuchan las plegarias.
Las madres temerosas
gimen su desamparo.
No nos traen el agua.
Mis hijos;
se los tragó la noche.
Tezontle.
Crepúsculo
El fulgor vespertino envuelve los contornos
del cinturón montuoso.
Se recuesta en el lecho tapizado de musgo;
donde duerme ,
olvidado,
en fúnebre silencio,
el guardián de los fuegos.
Veredas escarpadas entre ocultas raíces.
Al ocaso enrojecen los viejos pedregales;
sus vestigios sustentan los muros citadinos,
señoriales calzadas,
arcos ornamentales.
Breñales protegidos por serpientes ocultas,
hogar del ocelote,
resecos laberintos
de amenazantes piedras se tiñen de fulgores.
El aire de la tarde enciende,
como entonces,
el temor reverente de quienes transitaron
ese primer milenio de fervor junto al lago.
El crepúsculo cubre resecos pedregales.
No logra desnudarse el viento de las cumbres;
la noche en vano intenta igualar tu quietud,
mientras el cielo viste sus ropajes de organza.
No alcanza a ser tan tenue,
tan apacible y bella,
irradiando armonía en el poblado espacio;
como el sutil latido de tus poros abiertos
o el geográfico surco tostado de tus venas.
Danzan entre los poros del tezontle sediento
las primeras estrellas,
alegres juguetean,
entre tus finos párpados se esconden,
sobre el perfil montuoso reaparecen.
Verdes huellas ocultas bajo piedras quemadas.
Aroma del copal encendido entre espinas.
El viento vivifica chirimías de barro
y el cielo hace tronar potentes teponaztles.
El resplandor postrero hace nido en tu piel
para encender los cirios de la nocturna ofrenda.
Duermen los fundamentos su eternidad de fuego,
en el interminable espejo de la noche.
La mirada piadosa del Universo entero,
acaricia el tezontle
bajo el polvo de estrellas.
En tu rostro hacen nido reflejos siderales,
mientras cubre tus ojos el soplo de mis sueños.
El infinito manto envuelve de caricias
la piel de la montaña,
reflejo de tu cuerpo.
Afuera,
desafiantes arbustos polvorientos
abrazan de raíces la espuma del basalto.
Sobre musgos y lascas,
permanezco en vigilia
velando los latidos de tu pecho y del cielo;
mientras desde las cumbres,
el dueño del espacio
cubre con su mirada nuestro hogar del Ajusco.
Catarsis
Habita en mis entrañas la presencia
de la inefable cúspide
y en mis dedos palpitan taludes de tezontle.
Envuelve nuestros sueños la noche en sus crisoles.
Efluvio generoso, como flor de las cumbres,
quema en su pebetero vestigios de flaquezas.
Recibe como ofrenda mi afán de vagabundo,
nuestros pasos perdidos y el candoroso asombro
de tu ser de crisálida adherida al capullo.
Depurados los signos,
nada turba el recinto;
ni la dulce humedad del lirio que florece,
ni la leve mudanza con que transcurre el cosmos.
Palpita la montaña en grávidas tensiones;
el cielo se desnuda de sus velos celestes.
Sube en volutas de humo el copal de la ofrenda.
mientras tu cuerpo anida el germen prodigioso.
Desde rocas antiguas,
ocultos manantiales
se agitan en el borde de la íntima esfera.
En su asombro, la noche bañó su oculto rostro;
el aire del volcán tiembla al besar tu carne.
Abre tus ojos negros al prodigio celeste
que ocurrirá en nosotros la noche del eclipse.
Renueva todo el aire que habita en tus pulmones.
Agua lustral desciende desde el cráter dormido.
Deposita en la hoguera tus antiguas tristezas,
mientras juntas rocío y bebes las cenizas.
Corazón cristalino
Corazón cristalino
en sus propios ardores renaciendo.
Surges de mis anhelos, al caer de la tarde,
acariciando el rostro de las piedras sedientas.
Prodigio vespertino,
asombrosa visión,
tu anhelada presencia envuelve conjeturas.
Gala de aquel jardín oculto entre mis ensueños,
florecen esperanzas y sinos ignorados.
Borboteante portento,
sutilmente te acercas.
Sonriente te aproximas a mi antigua vigilia.
La luz crepuscular envuelve tus latidos;
hasta eclipsar tu piel, cuando llega la noche.
Primer encuentro
Cuando logro alejarme del vértigo incesante
en que a diario transcurre nuestro afán cotidiano,
recuerdo los momentos de ese primer encuentro;
los fugaces fragmentos de mis sueños antiguos.
Florecida la tarde, juguetea en el eco
de los pasos distantes la evocación esquiva.
En un rincón dormita nuestra clepsidra opaca,
abrigada en el cálido rumor de tu presencia.
Eran dos soledades sedientas de rocío.
Los anhelos ocultos quemaron nuestra ofrenda.
Tu lejano semblante se nubló en el espejo.
El brillo de la hoguera se diluye en la noche.
La humedad desvanece el sabor compartido
y el rocío adormece la sed de las cenizas.
Renacer volcánico
En su poblado espacio,
la noche silenciosa
quisiera ser espejo y atrapar bajo el cielo
la forma de tu rostro,
el candor de tus muslos
y la luz ondulante que dormita en tus venas.
Xolotzin vigilante purificó los signos.
El éter cristalino envidia el impalpable
semioculto fulgor que guardas en tu pecho,
con ese palpitar de águilas distantes.
En el cálido aliento que perfuma mis noches,
enciendo mi ansiedad de torbellinos.
Se transforma en caricias mi nocturna plegaria.
Cada cumbre montuosa,
cada apagada brisa
sobre piedras dormidas;
cada nube errabunda
es un ritual de ofrenda que proclama tu nombre.
El corazón sediento de la montaña agita
sus frescos manantiales.
Desnudos van subiendo tus pies sobre guijarros
hacia el pétreo refugio.
En su asombro,
la noche bañó su oculto rostro
sobre el manto celeste en que palpitan
nuestros innumerables custodios ancestrales,
hijos resplandecientes del corazón del cielo.
Tus labios temblorosos, susurran su plegaria.
Tu piel en su capullo palpita estremecida;
incubando el mandato que cobijan tus alas.
Implosión de galaxias. Frío polvo de estrellas
renacerá en los poros dormidos del tezontle.
Detrás del horizonte comienza el infinito.
Alguien veló mi sueño
Alguien veló mi sueño y se marchó a la aurora
por la ladera agreste que baja del Ajusco.
Alguien pasó rozando,
con pie de eternidades,
el fragmentado rostro de las piedras sedientas.
Antes de que la vida se vuelva cotidiana,
en el acelerado vaivén de los afanes,
alguien pasó tocando con rocío celeste
el impasible rostro punzante de las piedras.
Antes de que el fulgor impúdico desnude
alumbre y vigorice las voces y los pasos,
desde el basalto subterráneo llega
al cauce de mis venas la tibieza.
Resplandece en las piedras sutil luminiscencia.
Cuando tus finos párpados yacían prisioneros
en la sima sin fondo del reposo nocturno,
alguien bañó tu rostro con relente del alba.
Xochiltzin
En el orbe profundo de tus ojos presiento
la sucesión continua de soles y cometas,
de árboles y piedras,
de nubes y presagios;
signos desconocidos,
las huellas de lo eterno.
En el suave sendero de tu piel me cobijan
todo el viento y las playas con sus besos de espuma,
el rumor de la harina,
la verdad del aceite,
la vibración oculta de tímidas libélulas.
En tu piel se cobijan mis ardientes fervores;
en tu cálido aliento hacen nido mis sueños,
mientras la tarde extiende pudorosa sus velos.
Torbellino indulgente.
Asombro vespertino.
Como sutil ofrenda resplandece en tu rostro
el brillo aprisionado del primordial suspiro.
Mujer morena y tenue, cadencia generosa,
en tus ojos se miran los astros y mis sueños.
Por tu cintura esbelta hace nudos la brisa.
El rocío del alba purifica tu aliento.
Tu ser transfigurado se evanesce en aromas,
cobijado en la esfera de límpidos cristales.
Volcánico reflejo en tu piel vespertina,
todo en mí se convierte en retina insaciable.
Conjunción milenaria de espacios desolados.
La quietud de tus ojos se inunda de fulgores;
la huella del gran fuego renace en tus pupilas.
Abriga entre tus alas mi agobiada vigilia.
Nos cobija la cúpula de infinitos cristales.
Renacen bajo el eje cenital los efluvios
que encienden nuestro círculo de piedras desveladas.
Florecen en tu pecho las cenizas rituales.
En el centro de todo, el ojo del espacio
contempla nuestra ofrenda de copal y esperanza.
Oblación expiatoria, amparo transparente.
Mi afán de vagabundo se agobia de horizontes.
Ardiente invitación, retorno necesario;
agua lustral refresca el rubor de tu rostro.
En tus labios de hierba bebo un néctar de nubes.
En tu boca sepultan las piedras su silencio,
los antiguos susurros de las voces perdidas,
la plegaria inconclusa de las razas antiguas.
Enciende tus pupilas de horizonte infinito;
ilumina tu rostro;
como flor de las cumbres,
cúbrete de rocío.
para hundirme en la entraña de este amor vespertino.
Hans Paul Manhey con Saúl Ibargoyen
Conversación con Hans Paul Manhey
Por Eugenia Castaño Bohórquez
“Permiso dije al entrar y el permiso me lo ha dado…” (Martín Fierro).
Agradezco la invitación, aunque me pone en un problema. Tantas veces me he reinventado que no me resulta fácil decir quién soy. Puedo comenzar por los datos generales.
Llevo 77 años habitando este planeta. He intentado aprovechar este tiempo en hacer lo que me agrada: observar, caminar, aceptar algunos retos, inventar situaciones y enseñar, o más bien, ayudar a otros a descubrir los conocimientos necesarios. Me pasé varios años estudiando, no tanto para lograr diplomas, sino para encontrar pistas acerca de lo que me interesaba saber: la capacidad y limitaciones del lenguaje, la antropología cultural, la sabiduría de los textos antiguos, algo sobre el misterio de lo humano y otros detalles curiosos. Estuve unos veinticinco años dando clases en universidades, aunque, por razones administrativas, no me pude jubilar.
Mi relación con la literatura ha sido más pasional que vocacional. Mi primer poema lo escribí a los siete años. Me gustó hacerlo, aunque a mis profesores y parientes no les gustó; pero a mi padrino, un sabio sacerdote, le pareció que eso era poesía. Seguí escribiendo, cuando se me daba la gana; no para lograr el aplauso de nadie, sino como un recurso de indagación y representación de los símbolos que creía percibir. Pararon los años y, con ese mismo afán de búsqueda, seguí escribiendo, tanto en narrativa, ensayo y poesía. A medio camino experimenté una dura catarsis; cuando ocurrió el golpe militar en Chile, Lo que tenía editado, más lo que estaba aún en manuscritos, fue incinerado en las hogueras de la barbarie armada. Llegué a México con las manos vacías y sin muchas ganas de volver a publicar. Con todo, algunos amigos promovieron tres pequeñas ediciones de poesía; además, me animé a enviar algunos poemarios a concurso y en dos años obtuve siete premios, entre ellos el Hispanoamericano de Poesía de Quetzaltenango, Guatemala. Tengo unas cuatro novelas y cinco poemarios extensos y aquí están.
Me di cuenta que, por lo que sea, no me he preocupado de mantener contacto con editores y no me interesa editar por cuenta propia. Sigo escribiendo y lo seguiré haciendo, mientras sienta que tengo algo que decir; aunque sea a grupos pequeños.
“El otro aspecto, que no termino de entender, es el deterioro del lenguaje hablado. Se rompió la tradición del buen decir y, tanto capitalistas y proletaroides calificaron de anticuado, amanerado y presumido el buen uso del lenguaje”
2. ¿Hace cuántos años que vives en México y cuál es la diferencia entre Chile tu país natal y México?
Llegué a México en 1974, un año después del golpe militar. Antes había estado unos dos años, sumando cortas estancias. Me gusta México. Me siento bien y tengo muy buena relación con mucha gente. Después de 23 años de ausencia regresé a Chile, por tres meses. Tengo hijas y nietos muy cariñosos allá y con ellos pude recorrer lugares dignos de recordar (La Serena, el valle del Limarí, la playa de Peyuhue, el viejo Valparaíso); sin embargo me sentí un tanto ajeno. Regresé a la que es mi tierra y mi gente, aquí en este caótico y sorprendente México.
3. ¿Puedes contarnos tus experiencias con la docencia?
Mi encuentro con la docencia también fue casual y afortunado. Un profesor de Historia de la Cultura me pidió ser su adjunto, para atender a alumnos de un curso inmediatamente inferior al mío. Descubrí que me resultaba provechoso aprender junto con ellos y mis alumnos también se mostraron entusiasmados. Cuando llegué a México, una de las posibilidades de trabajo fue en la Universidad Nacional (UNAM). No logré un nombramiento como profesor por falta de documentos, ya que en Chile fui exonerado y no pude obtener comprobantes ni siquiera de estudios básicos. No me importó y a mis alumnos tampoco. Tomé cursos de psicología del aprendizaje, un diplomado en Constructivismo (L. Vigowski) y busque especializarme en Comunicación en el aula. Muchos de mis alumnos han mantenido contacto conmigo y son mis fieles lectores.
Tengo entendido que últimamente trabajas en un proyecto relacionado con Africa, ¿puedes contarnos de qué se trata?
Africa me ha preocupado y me sigue preocupando, porque ha sido víctima casi indefensa de la injusticia, el abuso, la explotación, la miseria y la inmisericorde indiferencia. En especial me ha conmovido Sierra Leona, agobiada por el hambre, las secuelas del colonialismo y el ébola. Fuera de eso, mi hijo, que vive en Los Angeles, está casado con una excelente mujer, originaria de ese país y mis tres nietos son hermosos afroamericanos. Escribí una alegoría de una esclava mendé, llevada a Gales; además de un poema acerca del sufrimiento de los niños en Sierra Leona. Posiblemente escriba algo más al respecto. Últimamente trabajé con intensidad un tema que me mantuvo inquieto muchos años y que llamé “La saga Primordial”. Es un vistazo alegórico y simbólico del destino humano, desde sus orígenes, hasta nuestros días y lo que viene.
5. Si alguien con poder económico y político te pidiera que dijeras algo importante a los niños y jóvenes de hoy, ¿qué les dirías?.
Si algún poderoso me pidiera que escribiera algo, no lo haría. Serán mis prejuicios, pero, no creo en las intenciones de ese tipo de gente. Seguiré escribiendo sobre y para los niños víctimas de los intereses de los poderosos. Toda mi vida he sido obstinadamente fiel a mis convicciones y a esta edad no tiene caso dar mi brazo a torcer. He conocido y hasta trabajado con gente muy poderosa, que hasta aparece en los listados de Forbes; pero, sin transigir. Por cierto, esto me ha cerrado puertas y oportunidades; pero he podido sobrevivir y sentir que mi conciencia y mi corazón están donde quiero que estén.
6. ¿Quieres comentar algo de la situación en Chile antes de 1974 , cómo ves hoy a América Latina, y tu experiencia qué te dejó?
En cuanto a los comentarios que me pides, por el momento me limitaré a dos detalles que tengo presentes: Entre los años ’60 y ’70, ya se advertía cierta polarización política; sin embargo, al menos en el ambiente universitario, solíamos debatir con mucha altura de miras, con respeto a los demás; usando argumentación propia del ejercicio crítico, la lectura frecuente de libros serios y una generalizada madurez cívica. En los círculos profesionales y académicos era común tener amistades que profesaban ideas distintas; lo cual enriquecía el diálogo. El golpe militar, además de las atrocidades bien conocidas, provocó una profunda ruptura de cualquier sentimiento de solidaridad cívica. Los agraviados no perdonaban (creo que hasta ahora) a quienes se habían hecho cómplices de la barbarie; quienes, a su vez, miraban con desconfianza a los presuntos izquierdistas. Cuando dos chilenos se encontraban en cualquier lugar del plantea, sin haberse conocido antes, se sometían mutuamente a una odiosa investigación para saber si el otro era confiable. Luego, las ideas, cualesquiera fueran, pasaban a tomar tintes de ideología y, en vez de compartirse, tendían a descalificarse y denostarse. Se rompió la identidad social y cada chileno pasó a ser adversario de los demás compatriotas. Puede que mi visión esté sesgada por malas experiencias al respecto; pero son muchas y muy marcadas. El otro aspecto, que no termino de entender, es el deterioro del lenguaje hablado. Se rompió la tradición del buen decir y, tanto capitalistas y proletaroides calificaron de anticuado, amanerado y presumido el buen uso del lenguaje. Políticos de derecha, empresarios y sus seguidores comenzaron a hablar como hacendados. La clase media media y medio baja quiso hablar como obreros y campesinos, aunque más bien les resultó vulgar y malsonante. La buena pronunciación pasó a ser un resabio decimonónico o arribista. Cuando viajé a mi país, hace ya unos siete años, me tardé más de una semana en acostumbrar el oído al habla común. Ni les entendía, ni me gustaba oírlos. A cambio, hasta mis parientes y amigos decían que yo hablaba “raro” y parecía extranjero (en mi propio país).
Qué interesante Hans. Gracias por permitirnos conocer esos detalles y también porque tu experiencia es de gran utilidad en los procesos que se avecinan, para que todos los latinoamericanos y los hispanoamericanos en general comprendamos de una vez por todas que las divisiones lo que ocasionan es una gran debilidad como pueblos, que favorecen a los imperios de la guerra , nos impiden crecer y unidos ser una cultura fuerte y pujante para las generaciones que siguen.
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