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ARTHUR RIMBAUD [9860]


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Arthur Rimbaud
Jean Nicolas Arthur Rimbaud (Charleville, 20 de octubre de 1854 – Marsella, 10 de noviembre de 1891) fue uno de los más grandes poetas franceses, adscrito unas veces al movimiento simbolista, junto a Mallarmé, y otras al decadentista, junto a Verlaine. Escribió sus primeros versos cuando apenas contaba con quince años y dejó para siempre la literatura a la prematura edad de veinte. Para él, el poeta debía de hacerse «vidente» por medio de un «largo, inmenso y racional desarreglo de todos los sentidos».

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Arthur Rimbaud a los 11 años, en su primera comunión.

Su padre, Frédéric Rimbaud, capitán de infantería, nació en Dole el 7 de octubre de 1814; y su madre, Vitalie Cuif, era originaria de Roche y nació el 10 de marzo de 1825. Ambos se casaron el 8 de febrero de 1853 y se trasladaron a un apartamento en la calle Napoleón1 en Charleville, departamento de las Ardenas. Debido al trabajo de capitán de infantería, la pareja no se veía más que en raras ocasiones o en fechas de suma importancia, como el nacimiento de sus cinco hijos: Jean Nicolas Frédéric, el 2 de noviembre de 1853, Jean Nicolas Arthur, el 20 de octubre de 1854, Victorine Pauline Vitalie, el 4 de junio de 1857 (quien murió al mes de nacida), Jeanne Rosalie Vitalie, el 15 de junio de 1858 y Frédérique Marie Isabelle, el 1 de junio de 1860. Después del nacimiento de esta última, la pareja se separó definitivamente, pues el capitán Rimbaud abandonó a su familia y no volvió jamás a Charleville.
La madre se declaró viuda y en 1861 se mudó con sus hijos al número 73 de la calle Bourbon, en un barrio de obreros de Charleville. En octubre del mismo año, el pequeño Arthur entró a la escuela Rossat, donde obtuvo sus primeros reconocimientos.
Figura rígida, obsesiva con la responsabilidad y vigilante en la educación de sus hijos, Vitalie Rimbaud transformó el clima familiar en asfixiante para los niños. A finales de 1862, se mudan de nuevo, pero esta vez a un barrio burgués, en el número 13 de la calle d'Orléans.
En 1865, Arthur entra al colegio municipal de Charleville, donde rápidamente destaca como un alumno brillante y superdotado; obtiene premios en literatura, lenguas y otras asignaturas. Compone en latín fluido poemas, elegías y diálogos. Pero, como dice en su poema Los poetas de siete años, ya desde esa edad estaba lleno de conflictos internos y de sentimientos de rebeldía.
En julio de 1869 participa en un concurso académico3 de composición en latín con el tema Yugurta, el cual gana con facilidad. El director de su colegio dijo de él entonces: «Nada ordinario germina de esa cabeza, será un genio del mal o un genio del bien». Habiendo obtenido ya todos los reconocimientos posibles a los 15 años, el muchacho se siente finalmente liberado de todas las presiones a las que su madre lo había sometido en su infancia más temprana.

Hacia la poesía 

En 1870, durante sus clases de retórica, el colegial entabla amistad con su profesor, Georges Izambard, quien era seis años mayor. Izambard le presta libros, tales como Los Miserables de Victor Hugo, que el joven Rimbaud lee a escondidas de su madre. Aproximadamente en esta época es también cuando edita su primer poema, Los aguinaldos de los huérfanos, que apareció en la revista Revue pour tous en enero de 1870.
Su orientación poética en este tiempo es la de los parnasianos, que por aquel entonces publicaban todos sus textos en la revista literaria El Parnaso contemporáneo. El 24 de mayo de 1870, Arthur, ahora de 15 años, escribe una carta al máximo líder del Parnasianismo, Théodore de Banville, diciendo que tiene 18 años y transmitiéndole sus anhelos: «convertirse en parnasiano o nada» y que publiquen sus textos. Para esto adjunta tres poemas: Ofelia, En las tardes azules estivales... y Credo in unam. Banville responde con afecto a su carta, pero los poemas que Rimbaud envió no aparecieron en El Parnaso contemporáneo.
Entonces comienza a soñar con ir a París y probar un poco del espíritu revolucionario del pueblo parisino; pues en su hogar se aburría mortalmente y los problemas con su madre aumentaban día a día, más que nada por la rebelde actitud que tomaba Rimbaud, como por ejemplo cuando salía a las calles de Charleville llevando carteles de «Muera Dios».

Adolescencia y fugas 

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Rimbaud a los 17 años. Retrato de Carjat.

Durante las vacaciones escolares de 1870, el 29 de agosto, Arthur, ya de 16 años, logra escapar la vigilancia materna4 y huye con la sola intención de irse a París. Pero al llegar a la estación de trenes en la capital descubren que no tenía boleto. Eran tiempos de guerra civil en Francia, las tropas prusianas se preparaban para sitiar París y proclamar la Tercera República Francesa, por lo que las autoridades fueron inflexibles. Arthur terminó detenido en la prisión de Mazas.
Desde su celda, Arthur le escribió a Georges Izambard, en Douai, para pedirle que lo ayudara con el pago de la deuda. El profesor lo hace y le paga igualmente el viaje hasta Douai, ofreciéndole su casa hasta que pudiera regresar al hogar junto a su madre.
Rimbaud parte hacia Douai el 8 de septiembre. Dudando por mucho tiempo si regresar a Charleville, permanece allí tres semanas.6 Durante este período, Arthur conoce al poeta Paul Demeny, viejo amigo de Izambard y director de una casa editorial. Esto atrajo inmediatamente la atención del joven poeta, quien le dejó a Démeny un fajo de hojas sueltas donde había copiado 15 de sus poemas, con la esperanza de que tal vez fueran publicados.
Izambard, que había avisado a Vitalie Rimbaud de la presencia de su hijo en Douai, recibió como respuesta : «...atrápelo, que venga inmediatamente!». Para calmarla un poco, Izambard decide acompañar personalmente a Arthur hasta Charleville. Una vez que llegan, Vitalie Rimbaud comienza golpear a su hijo y a lanzar reproches, disfrazados de agradecimientos, a Izambard.
El 6 de octubre se vuelve a fugar. Al estar París en estado de sitio, decide ir a Charleroi. Queriendo convertirse allí en reportero local, intenta, sin éxito, que el Journal de Charleroi lo contrate como redactor. Luego, con la esperanza de encontrarse con Izambard, se dirige primero a Bruselas y luego a Douai, donde su profesor llega unos días más tarde para enviar a Rimbaud de regreso escoltado por policías, por órdenes de Vitalie Rimbaud. Esto ocurrió el 1 de noviembre de 1870.
Debido a los problemas políticos por los que pasaba Francia en ese momento, el colegio al que asistía Rimbaud aplazó la reapertura de las clases de octubre de 1870 hasta abril de 1871. En febrero de 1871, Rimbaud vuelve a escapar en dirección a la capital francesa. La situación política del país mueve a Arthur a tratar de contactar con los revolucionarios Jules Vallès y Eugène Vermersch, aunque también busca a los poetas más importantes de la época. En esta visita conoce al famoso caricaturista André Gill.
Rimbaud regresa a Charleville justo antes que empezara la Comuna de París, aunque algunos testimonios dicen que él seguía en París cuando ésta empezó; sin embargo, no hay pruebas suficientes que den fe de esto. Lo que sí se puede asegurar, es que la Comuna tuvo un fuerte efecto en el joven poeta, ya que escribió varios poemas relacionados con el tema, como La orgía parisina, Los pobres en la iglesia, y Los que velan.
Durante esta etapa la escritura del poeta, poco a poco, empieza a evolucionar. Comienza a criticar a la poesía romántica y parnasiana y a alabar la poesía de Charles Baudelaire, a quien incluso llama «un dios, el rey de los poetas». En sus cartas enviadas a Demeny el 15 de mayo de 1871 y a Izambard el 13 de mayo del mismo año, llamadas popularmente Cartas del vidente, expone finalmente su famosa teoría sobre la poesía bajo su lema «Yo es otro». En ellas indica que el poeta debe hacerse «vidente», y que la única forma de lograrlo es por un «largo, inmenso y racional desarreglo de todos los sentidos». Según Rimbaud, el poeta debe vivirlo todo, sufrirlo todo, para así poder convertirse en un «alquimista» de las palabras y hallar la perfección máxima en la poesía. La carta que le envió a Izambard fue de hecho el detonante para que su amistad acabara, cuando Izambard creyó que el enigmático poema que usaba Rimbaud para exponer su punto, El corazón atormentado, era solo una burla incomprensible.

Relación con Paul Verlaine 

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Caricatura de Rimbaud dibujada por Verlaine en 1872.

Rimbaud fue convencido por su amigo Charles Bretagne de escribirle una carta a Paul Verlaine, un eminente poeta simbolista, después de no haber obtenido respuesta de otros poetas.8 Rimbaud envió a Verlaine dos cartas con varios de sus poemas, incluyendo Las primeras comuniones y El barco ebrio. Verlaine quedó intrigado por el talento de Rimbaud y le respondió diciendo: «Ven, querida gran alma. Te esperamos, te queremos». Junto a la carta mandó un boleto de tren a París. Rimbaud llegó cerca del 15 de septiembre de 1871 por invitación de Verlaine y pasó a vivir con él y su esposa. Verlaine estaba casado con Mathilde Mauté, quien tenía diecisiete años y estaba embarazada. Desde entonces Rimbaud no regresó al colegio. En recopilaciones posteriores, Verlaine se refirió a Rimbaud como «un joven con la cabeza de niño, con cuerpo adolescente aún en crecimiento y cuya voz tenía altos y bajos, cual si fuera a quebrarse»."
Su llegada a la capital francesa fue bien recibido por todas las grandes figuras literarias, a las que con el tiempo conoce personalmente. El propio Victor Hugo, llegó a llamarlo «Shakespeare niño». Luego de vivir un tiempo con Verlaine, se muda a casa de Charles Cros, después a la de André Gill, e incluso por unos días vivió en casa de Théodore de Banville.
Para marzo de 1872, las provocaciones de Rimbaud, que cuenta ya con 17 años, comienzan a causarle problemas. El joven poeta llevaba una salvaje vida disoluta de vagabundo, embriagado de ajenjo y hachís. Así escandalizó a la elite literaria parisina, indignada en particular por su comportamiento, auténtico arquetipo del enfant terrible. A lo largo de este período continuó escribiendo sus contundentes y visionarios versos modernos. Pero el incidente con Étienne Carjat, un eminente fotógrafo de la época, fue la gota que derramó el vaso: Rimbaud, en completo estado de embriaguez, hirió al fotógrafo con una vara metálica. Para salvar a su amigo y tranquilizar a la comunidad, Verlaine envió a Rimbaud de regreso a Charleville.
Rimbaud espera unos cuantos meses en su hogar y luego regresa a París. Entonces inicia con Verlaine una tormentosa relación amorosa, que los condujo a Londres en septiembre de 1872. Verlaine abandonó a su esposa e hijo pequeño (a quienes solía maltratar en extremo durante los ataques de ira causados por el alcohol). Rimbaud y Verlaine vivieron en una considerable pobreza en Bloomsbury y en Camden Town, viviendo de dar clases de francés y de una pequeña mensualidad que les daba la madre de Verlaine.13 Rimbaud pasó sus días en el Museo Británico, donde «la calefacción, la iluminación, las plumas y la tinta eran gratis».
Pero la actitud de Rimbaud, que acostumbraba burlarse y humillar a Verlaine, y la indolencia de Verlaine hacia todo aquello que no fuera el propio Rimbaud, hizo que la relación entre ambos se deteriorara. A principios de julio de 1873 Verlaine no aguantó más y huyó desesperado a Bruselas, dejando atrás a un estupefacto Rimbaud sin un solo centavo. Un día más tarde, Verlaine le envió una carta a Rimbaud diciéndole que trataría de reconciliarse con su esposa y que, si ella no lo aceptaba, se iba a matar. Rimbaud partió de inmediato a Bruselas y se reunió allá con Verlaine y con la madre de este. Pero después de varias discusiones, un desequilibrado Verlaine en estado de embriaguez le disparó a Rimbaud en la muñeca; aunque luego mostró un arrepentimiento total y desesperado.
Al revisar su herida, Rimbaud no pensó que fuera grave, así que dejó que Verlaine y la madre de él lo llevaran a vendar y luego a la estación de trenes para regresar a Charleville. Verlaine le rogaba que no se marchara, pero Rimbaud se mostró inflexible. Entonces Verlaine nuevamente comenzó a comportarse de manera irracional, y Rimbaud, temiendo por su vida, llamó a la policía. Verlaine fue arrestado y sometido a un humillante examen médico legal, luego de que se considerara la comprometedora correspondencia y las acusaciones de la esposa de Verlaine respecto de la naturaleza de la amistad entre los dos hombres. El juez fue inmisericorde y, a pesar de que Rimbaud retiró la denuncia, Verlaine fue condenado a dos años de prisión.
Rimbaud regresó a Charleville y se recluyó en la granja familiar para escribir la única obra que publicaría él mismo, Una temporada en el infierno, ampliamente reconocida como una de las obras pioneras del simbolismo moderno, y donde incluye una descripción de aquella menuda pareja, su vida con Verlaine, su virgen demente, y el esposo infernal. En 1874 regresó a Londres en compañía del poeta Germain Nouveau y terminó de escribir sus controvertidas Iluminaciones, que incluyen los dos primeros poemas en verso libre.

Su vida posterior (1873–1891) 

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Rimbaud en Harar en 1883.

Rimbaud y Verlaine se encontraron por última vez en 1875, en Alemania, después de que este recuperara la libertad y tras su momentánea conversión al catolicismo. De este encuentro, Rimbaud contó en una carta que después de conversar por unas cuantas horas «ya habíamos renegado de su Dios», y que Verlaine se quedó dos días y medio antes de regresar a París. Antes de marcharse, Rimbaud le encargó a Verlaine sus manuscritos de Las Iluminaciones. Pero para entonces Rimbaud ya había abandonado la escritura y había optado por una vida estable de trabajo, aburrido ya de su salvaje existencia anterior, según algunos han afirmado, o en razón de que había decidido volverse rico e independiente, para después poder ser un poeta y hombre de letras libre de penurias económicas, según especulan otros.
Continuó viajando extensamente por Europa, principalmente a pie. En el verano de 1876, se enroló como soldado en el ejército holandés para viajar a Java (Indonesia), donde desertó rápidamente, regresando a Francia en barco. Luego viajó a Chipre y, en 1880, se radicó finalmente en Adén (Yemen), como empleado de cierta importancia en la Agencia Bardey. Allí tuvo varias amantes nativas y por un tiempo vivió con una abisinia.
En 1884 dejó ese trabajo y se transformó en mercader cuentapropista en Harar, en la actual Etiopía. Hizo una pequeña fortuna como traficante de armas, hasta que en su rodilla derecha se desarrolló una dolencia que primero se diagnosticó como artritis, cuyo tratamiento no dio resultado, y luego en una consulta posterior se le diagnosticó como sinovitis degenerada en carcinoma. Esta dolencia lo forzó a regresar a Francia el 9 de mayo de 1891, donde días después le amputaron la pierna.
Finalmente, seis meses después, el 10 de noviembre de 1891, murió en Marsella (Francia) a la edad de 37 años.

Influencia 


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Coin de table: Verlaine y Rimbaud (sentados en la izquierda)

Su influencia en la literatura moderna, la música y el arte es amplia. Rimbaud influyó en poetas franceses posteriores, pero también en los surrealistas, André Bretón, Henry Miller, Anaïs Nin, William S. Burroughs, Pier Paolo Pasolini,Jim Jarmusch ,Alejandro De Michele, Hugo Pratt, Mário Cesariny de Vasconcelos, Klaus Kinski, Patti Smith, Bruce Chatwin, Penny Rimbaud, Jim Morrison, Luis Alberto Spinetta, Cevladé, Mohamed, Bob Dylan, Richard Hell o Joe Strummer, e incluso en los poetas beats.
Van Morrison escribió Tore Down a la Rimbaud. El escritor de terror Thomas Ligotti es afecto a su obra. Los nadaistas colombianos. Alejandro De Michele, el poeta argentino que integrara el grupo Pastoral, acusó en sus comienzos una clara influencia de Rimbaud en obras como Tía Negra y Hoy, recién hoy. También en el dúo argentino Pedro y Pablo, quienes incluyen en su disco Conesa (1972) el tema «El alba del estío», una versión adaptada del poema «Alba» del libro Iluminaciones. Sin embargo, es sabido que la más fiel seguidora de Rimbaud es la poetisa y cantante punk Patti Smith quien desde su juventud siguió su escuela, hasta ser condecorada por el gobierno francés como poetisa del rock.
Manuel Moretti compuso el tema "Rimbaud", del disco "El costado izquierdo", inspirado en las lecturas de las poesías de Arthur.
También influyó en el decadentismo. Para Rimbaud, «el poeta debe hacerse vidente a través de un razonado desarreglo de los sentidos». Se trata de «registrar lo inefable» y para ello «es precisa una alquimia verbal que, nacida de una alucinación de los sentidos, se exprese como alucinación de las palabras»; al mismo tiempo, «esas invenciones verbales tendrán el poder de cambiar la vida».

Cine 

Su relación sentimental con Verlaine en París y Londres fue llevada al cine en 1995, en una notable película titulada Total Eclipse (traducida en España como Vidas al límite), dirigida por la polaca Agnieszka Holland, con las interpretaciones de Leonardo Di Caprio en el papel de Rimbaud y David Thewlis en el de Verlaine. Aunque la película ha recibido varias críticas por quienes dicen que solo se basa en el ámbito sentimental y deja de lado el aspecto literario de los dos poetas.

Teatro 

Entre 1981 y 1983 el escritor argentino Edgar Brau actuó y dirigió en Buenos Aires dos escenificaciones teatrales de Una temporada en el infierno, con el texto original íntegro sin adaptaciones. Dichas escenificaciones diferían totalmente entre sí en cuanto al ambiente físico en que transcurría la acción. En la primera se trataba del granero de la casa materna del poeta, donde veía ante él los distintos personajes que evoca en su obra mientras la escribe. En la segunda, Rimbaud se hallaba como interno en un hospicio de alienados, donde a la manera del Marqués de Sade en el hospicio de Charenton, ponía en escena el texto de una Temporada en el infierno utilizando a los internos para animar las estampas y los individuos relacionados con su vida. Ambas escenificaciones incluían trabajos actorales, de coro, danza y canto (los poemas intercalados en una Temporada fueron especialmente musicados para ser cantados a capella).
En 1991 la compañía chilena Teatro del Silencio, dirigida por Mauricio Celedón, estrena la obra Malasangre o las mil y una noches del poeta, en la que revisa la biografía del poeta, prescindiendo completamente de la palabra. Esta obra ha sido exhibida en Colombia, Venezuela, Francia, España, Suecia y México.
En 1999, ya alejado del teatro, Edgar Brau publicó el poema Los brazos cruzados en jardines de bananas (Rimbaud en Abisinia), en el que muy sutilmente sugiere una dimensión religiosa para el silencio del poeta tras la escritura de Iluminaciones y Una temporada en el infierno.

Obras 

Retrato de Arthur Rimbaud por Jean-Louis Forain, 1872.
Poesías (1863-1869)
Cartas del vidente (1871)
Una temporada en el Infierno (1873)
Iluminaciones (1874)
Cartas completas (1870-1891)
Poesías más conocidas [editar]
Artículo principal: Poesías de Arthur Rimbaud.
El barco ebrio
Vocales
Mi Bohemia
El corazón atormentado






A la música 

Plaza de la Estación, en Charleville

A la plaza que un césped dibuja, ralo y pobre, 
y donde todo está correcto, flores, árboles,
los burgueses jadeantes, que ahogan los calores, 
traen todos los jueves, de noche, su estulticia.

-La banda militar, en medio del jardín,
con el vals de los pífanos el chacó balancea:
-Se exhibe el lechuguino en las primeras filas
y el notario es tan sólo los dijes que le cuelgan.

Rentistas con monóculo subrayan los errores: 
burócratas henchidos arrastran a sus damas 
a cuyo lado corren, fieles como cornacas,
-mujeres con volantes que parecen anuncios.

Sentados en los bancos, tenderos retirados,
a la par que la arena con su bastón atizan, 
con mucha dignidad discuten los tratados ,
aspiran rapé en plata , y siguen: «¡Pues, decíamos!...»

Aplastando en su banco un lomo orondo y fofo, 
un burgués con botones de plata y panza nórdica 
saborea su pipa, de la que cae una hebra 
de tabaco; -Ya saben, lo compro de estraperlo.

Y por el césped verde se ríen los golfantes, 
mientras, enamorados por el son del trombón, 
ingenuos, los turutas, husmeando una rosa 
acarician al niño pensando en la niñera...

Yo sigo, hecho un desastre, igual que un estudiante, 
bajo el castaño de indias, a las alegres chicas: 
lo saben y se vuelven, riéndose, hacia mí, 
con los ojos cuajados de ideas indiscretas.

Yo no digo ni mú, pero miro la carne
de sus cuellos bordados, blancos, por bucles locos: 
y persigo la curva, bajo el justillo leve, 
de una espalda de diosa, tras el arco del hombro.

Pronto, como un lebrel, acecho botas, medias... 
-Reconstruyo los cuerpos y ardo en fiebres hermosas.
Ellas me encuentran raro y van cuchicheando... 
-Mis deseos brutales se enganchan a sus labios...








El ángel y el niño 

El nuevo año ha consumido ya la luz del primer día;
luz tan agradable para los niños, tanto tiempo esperada y tan pronto olvidada,
y, envuelto en sueño y risa, el niño adormecido se ha callado...
Está acostado en su cuna de plumas; y el sonajero ruidoso calla, junto a él, en el suelo.
Lo recuerda y tiene un sueño feliz:
tras los regalos de su madre, recibe los de los habitantes del cielo.
Su boca se entreabre, sonriente, y parece que sus labios entornados invocan a Dios.
Junto a su cabeza, un ángel aparece inclinado:
espía los susurros de un corazón inocente y, como colgado de su propia imagen,
contempla esta cara celestial: admira sus mejillas, su frente serena, los gozos de su alma,
esta flor que no ha tocado el Mediodía :
«¡Niño que a mí te pareces, vente al cielo conmigo! Entra en la morada divina;
habita el palacio que has visto en tu sueño;
¡eres digno! ¡Que la tierra no se quede ya con un hijo del cielo!
Aquí abajo, no podemos fiamos de nadie; los mortales no acarician nunca con dicha sincera;
incluso del olor de la flor brota un algo amargo;
y los corazones agitados sólo gozan de alegrías tristes; 
nunca la alegría reconforta sin nubes y una lágrima luce en la risa que duda.
¿Acaso tu frente pura tiene que ajarse en esta vida amarga, las preocupaciones turbar 
los llantos de tus ojos color cielo y la sombra del ciprés dispersar las rosas de tu cara? 
¡No ocurrirá! te llevaré conmigo a las tierras celestes,
para que unas tu voz al concierto de los habitantes del cielo. 
Velarás por los hombres que se han quedado aquí abajo. 
¡Vamos! Una Divinidad rompe los lazos que te atan a la vida.
¡Y que tu madre no se vele con lúgubre luto;
que no mire tu féretro con ojos diferentes de los que miraban tu cuna;
que abandone el entrecejo triste y que tus funerales no entristezcan su cara,
sino que lance azucenas a brazadas,
pues para un ser puro su último día es el más bello!»

De pronto acerca, leve, su ala a la boca rosada...
y lo siega, sin que se entere, acogiendo en sus alas azul cielo el alma del niño,
llevándolo a las altas regiones, con un blando aleteo.

Ahora, el lecho guarda sólo unos miembros empalidecidos, en los que aún hay belleza,
pero ya no hay un hálito que los alimente y les dé vida. 
Murió... Mas en sus labios, que los besos perfuman aún, se muere la risa,
y ronda el nombre de su madre;
y según se muere, se acuerda de los regalos del año que nace.
Se diría que sus ojos se cierran, pesados, con un sueño tranquilo.
Pero este sueño, más que nuevo honor de un mortal, 
rodea su frente de una luz celeste desconocida,
atestiguando que ya no es hijo de la tierra, sino criatura del Cielo.
¡Oh! con qué lágrimas la madre llora a su muerto
¡cómo inunda el querido sepulcro con el llanto que mana! 
Mas, cada vez que cierra los ojos para un dulce sueño,
le aparece, en el umbral rosa del cielo, un ángel pequeñito que disfruta 
llamando a la dulce madre que sonríe al que sonríe.
De pronto, resbalando en el aire, en tomo a la madre extrañada, 
revolotea con sus alas de nieve
y a sus labios delicados une sus labios divinos.







El baile de los ahorcados 

En la horca negra bailan, amable manco, 
bailan los paladines, 
los descarnados danzarines del diablo; 
danzan que danzan sin fin
los esqueletos de Saladín.

¡Monseñor Belzebú tira de la corbata
de sus títeres negros, que al cielo gesticulan, 
y al darles en la frente un buen zapatillazo 
les obliga a bailar ritmos de Villancico!

Sorprendidos, los títeres, juntan sus brazos gráciles: 
como un órgano negro, los pechos horadados , 
que antaño damiselas gentiles abrazaban, 
se rozan y entrechocan, en espantoso amor.

¡Hurra!, alegres danzantes que perdisteis la panza , 
trenzad vuestras cabriolas pues el tablao es amplio, 
¡Que no sepan, por Dios, si es danza o es batalla! 
¡Furioso, Belzebú rasga sus violines!

¡Rudos talones; nunca su sandalia se gasta!
Todos se han despojado de su sayo de piel: 
lo que queda no asusta y se ve sin escándalo.
En sus cráneos, la nieve ha puesto un blanco gorro.

El cuervo es la cimera de estas cabezas rotas; 
cuelga un jirón de carne de su flaca barbilla: 
parecen, cuando giran en sombrías refriegas, 
rígidos paladines, con bardas de cartón.

¡Hurra!, ¡que el cierzo azuza en el vals de los huesos! 
¡y la horca negra muge cual órgano de hierro! 
y responden los lobos desde bosques morados: 
rojo, en el horizonte, el cielo es un infierno...

¡Zarandéame a estos fúnebres capitanes
que desgranan, ladinos, con largos dedos rotos, 
un rosario de amor por sus pálidas vértebras: 
¡difuntos, que no estamos aquí en un monasterio! .

Y de pronto, en el centro de esta danza macabra 
brinca hacia el cielo rojo, loco, un gran esqueleto, 
llevado por el ímpetu, cual corcel se encabrita 
y, al sentir en el cuello la cuerda tiesa aún,

crispa sus cortos dedos contra un fémur que cruje 
con gritos que recuerdan atroces carcajadas,
y, como un saltimbanqui se agita en su caseta, 
vuelve a iniciar su baile al son de la osamenta.

En la horca negra bailan, amable manco, 
bailan los paladines, 
los descarnados danzarines del diablo; 
danzan que danzan sin fin 
los esqueletos de Saladín.







La brisa

En su retiro de algodón,
con suave aliento, duerme el aura: 
en su nido de seda y lana, 
el aura de alegre mentón

Cuando el aura levanta su ala,
en su retiro de algodón
y corre do la flor lo llama
su aliento es un fruto en sazón.

¡Oh, el aura quintaesenciada! 
¡Oh, quinta esencia del amor!
¡Por el rocío enjugada,
qué bien me huele en el albor!

Jesús, José, Jesús, María.
Es como el ala de un halcón
que invade, duerme y apacigua 
al que se duerme en oración.

Versión de Andrés Holguín







¡La hemos vuelto a hallar!...

¡La hemos vuelto a hallar!
¿Qué?, la Eternidad.
Es la mar mezclada
con el sol.

Alma mía eterna,
cumple tu promesa
pese a la noche solitaria
y al día en fuego.

Pues tú te desprendes
de los asuntos humanos,
¡De los simples impulsos!
Vuelas según..

Nunca la esperanza,
no hay oriente.
Ciencia y paciencia.
El suplicio es seguro.

Ya no hay mañana,
brasas de satén,
vuestro ardor
es el deber.

¡La hemos vuelto a hallar!
-¿Qué?- -La Eternidad.
Es la mar mezclada
con el sol.

Versión de Umberto Toso








Ofelia

I
En las aguas profundas que acunan las estrellas, 
blanca y cándida, Ofelia flota como un gran lirio, 
flota tan lentamente, recostada en sus velos... 
cuando tocan a muerte en el bosque lejano.

Hace ya miles de años que la pálida Ofelia 
pasa, fantasma blanco por el gran río negro; 
más de mil años ya que su suave locura 
murmura su tonada en el aire nocturno.

El viento, cual corola, sus senos acaricia
y despliega, acunado, su velamen azul;
los sauces temblorosos lloran contra sus hombros 
y por su frente en sueños, la espadaña se pliega.

Los rizados nenúfares suspiran a su lado, 
mientras ella despierta, en el dormido aliso, 
un nido del que surge un mínimo temblor... 
y un canto, en oros, cae del cielo misterioso.

II
¡Oh tristísima  Ofelia, bella como la nieve, 
muerta cuando eras niña, llevada por el río!
Y es que los fríos vientos que caen de Noruega 
te habían susurrado la adusta libertad.

Y es que un arcano soplo, al blandir tu melena, 
en tu mente traspuesta metió voces extrañas; 
y es que tu corazón escuchaba el lamento 
de la Naturaleza –son de árboles y noches.

Y es que la voz del mar, como inmenso jadeo 
rompió tu corazón manso y tierno de niña;
y es que un día de abril, un bello infante pálido, 
un loco miserioso, a tus pies se sentó.

Cielo, Amor, Libertad: ¡qué sueño, oh pobre Loca! .
Te fundías en él como nieve en el fuego; 
tus visiones, enormes, ahogaban tu palabra. 
–Y el terrible Infinito espantó tu ojo azul.

III
Y el poeta nos dice que en la noche estrellada 
vienes a recoger las flores que cortaste ,
y que ha visto en el agua, recostada en sus velos, 
a la cándida Ofelia flotar, como un gran lis.








Primera velada

Desnuda, casi desnuda; 
y los árboles cotillas 
a la ventana arrimaban, 
pícaros, su fronda pícara.

Asentada en mi sillón, 
desnuda, juntó las manos. 
Y en el suelo, trepidaban,
de gusto, sus pies, tan parvos.

-Vi cómo, color de cera,
un rayo con luz de fronda 
revolaba por su risa
y su pecho -en la flor, mosca ,

-Besé sus finos tobillos. 
Y estalló en risa, tan suave,
risa hermosa de cristal. 
desgranada en claros trinos...

Bajo el camisón, sus pies
-¡Basta, basta!» -se escondieron. 
-¡La risa, falso castigo 
del primer atrevimiento!

Trémulos, pobres, sus ojos 
mis labios besaron, suaves: 
-Echó, cursi, su cabeza 
hacia atrás: «Mejor, si cabe...!

Caballero, dos palabras...»» 
-Se tragó lo que faltaba 
con un beso que le hizo 
reírse... ¡qué a gusto estaba!

-Desnuda, casi desnuda; 
y los árboles cotillas 
a la ventana asomaban, 
pícaros, su fronda pícara.

Versión de Andrés Holguín








Sensación

Iré, cuando la tarde cante, azul, en verano, 
herido por el trigo, a pisar la pradera; 
soñador, sentiré su frescor en mis plantas 
y dejaré que el viento me bañe la cabeza.

Sin hablar, sin pensar, iré por los senderos:
pero el amor sin límites me crecerá en el alma. 
Me iré lejos, dichoso, como con una chica, 
por los campos , tan lejos como el gitano vaga.

Marzo de 1870

Versión de Andrés Holguín









Sol y carne

¡Si volviera el tiempo, el tiempo que fue!
Porque el hombre ha terminado, el hombre
         representó ya todos sus papeles.
En el gran día, fatigado de romper los ídolos,
resucitará, libre de todos sus dioses,
y, como es del cielo, escrutará los cielos.
El ideal, el pensamiento invencible, eterno,
todo el dios que vive bajo su arcilla carnal
se alzará, se alzará, arderá bajo su frente.
Y cuando le veas sondear el inmenso horizonte,
vencedor de los viejos yugos, libre de todo miedo,
te acercarás a darle la santa redención.
Espléndida, radiante, del seno de los mares,
tú surgirás, derramando sobre el Universo
con sonrisa infinita el amor infinito,
el mundo vibrará como una inmensa lira
bajo el estremecimiento de un beso inmenso...

El mundo tiene sed de amor: tú la apaciguarás,
¡oh esplendor de la carne! , ¡oh esplendor ideal 
¡Oh renuevo de amor, triunfal aurora
en la que doblegando a sus pies los dioses y los héroes,
la blanca Calpigia y el pequeño Eros cubiertos con
                                                     nieve de las rosas
las mujeres y las flores su bellos pies cerrados!

Versión de L.S.







Sueño para el invierno 1

                                                                               a ella...

En el invierno viajaremos en un vagón de tren
con asientos azules.
Seremos felices. Habrá un nido de besos
oculto en los rincones.
Cerrarán sus ojos para no ver los gestos
en las últimas sombras,
esos monstruos huidizos, multitudes oscuras
de demonios y lobos.
Y luego en tu mejilla sentirás un rasguño...
un beso muy pequeño como una araña suave
correrá por tu cuello...
Y me dirás: «¡búscala!», reclinando tu cara
-y tardaremos mucho en hallar esa araña,
por demás indiscreta.







Sueño para el invierno (otra versión)

                                                                                  A ella

En el invierno iremos en un vagoncito rosa
con almohadones azules.
Estaremos bien. Un nido de besos locos reposa
en cada una de las blandas esquinas.

Cerrarás los ojos para no ver a través del cristal
hacer señas las sombras de la noche;
esas ariscas monstruosidades, populacho 
de negros lobos y negros demonios. 

Después sentirás tu mejilla rozada.
Un leve beso, como una loca araña,
te correrá por el cuello.

Y me dirás: «Busca», inclinando la cabeza;
y dedicaremos nuestro tiempo a encontrar 
ese animalito que viaja mucho.

Versión de L.S.







Chanson de la plus haute tour

Oisive jeunesse
A tout asservie,
Par délicatesse
J'ai perdu ma vie.
Ah ! Que le temps vienne
Où les coeurs s'éprennent.

Je me suis dit : laisse,
Et qu'on ne te voie :
Et sans la promesse
De plus hautes joies.
Que rien ne t'arrête,
Auguste retraite.

J'ai tant fait patience
Qu'à jamais j'oublie ;
Craintes et souffrances
Aux cieux sont parties.
Et la soif malsaine
Obscurcit mes veines.

Ainsi la prairie
A l'oubli livrée,
Grandie, et fleurie
D'encens et d'ivraies
Au bourdon farouche
De cent sales mouches.

Ah ! Mille veuvages
De la si pauvre âme
Qui n'a que l'image
De la Notre-Dame !
Est-ce que l'on prie
La Vierge Marie ?

Oisive jeunesse
A tout asservie,
Par délicatesse
J'ai perdu ma vie.
Ah ! Que le temps vienne
Où les coeurs s'éprennent !






Au cabaret-vert

Depuis huit jours, j'avais déchiré mes bottines
Aux cailloux des chemins. J'entrais à Charleroi.
- Au Cabaret-Vert : je demandai des tartines
De beurre et du jambon qui fût à moitié froid.

Bienheureux, j'allongeai les jambes sous la table
Verte : je contemplai les sujets très naïfs
De la tapisserie. - Et ce fut adorable,
Quand la fille aux tétons énormes, aux yeux vifs,

- Celle-là, ce n'est pas un baiser qui l'épeure ! -
Rieuse, m'apporta des tartines de beurre,
Du jambon tiède, dans un plat colorié,

Du jambon rose et blanc parfumé d'une gousse
D'ail, - et m'emplit la chope immense, avec sa mousse
Que dorait un rayon de soleil arriéré.







Fêtes de la faim

Ma faim, Anne, Anne,
Fuis sur ton âne.

Si j'ai du goût, ce n'est guères
Que pour la terre et les pierres.
Dinn ! dinn ! dinn ! dinn ! Mangeons l'air,
Le roc, les charbons, le fer.

Mes faims, tournez. Paissez, faims,
Le pré des sons !
Attirez le gai venin
Des liserons ;

Mangez
Les cailloux qu'un pauvre brise,
Les vieilles pierres d'église,
Les galets, fils des déluges,
Pains couchés aux vallées grises !

Mes faims, c'est les bouts d'air noir ;
L'azur sonneur ;
- C'est l'estomac qui me tire.
C'est le malheur.

Sur terre ont paru les feuilles !
Je vais aux chairs de fruit blettes.
Au sein du sillon je cueille
La doucette et la violette.

Ma faim, Anne, Anne !
Fuis sur ton âne.






Départ

Assez vu. La vision s'est rencontrée à tous les airs.
Assez eu. Rumeurs des villes, le soir, et au soleil, et toujours.
Assez connu. Les arrêts de la vie.
- Ô Rumeurs et Visions !Départ dans l'affection et le bruit neufs !







Le dormeur du val

C'est un trou de verdure où chante une rivière,
Accrochant follement aux herbes des haillons
D'argent ; où le soleil, de la montagne fière,
Luit : c'est un petit val qui mousse de rayons.

Un soldat jeune, bouche ouverte, tête nue,
Et la nuque baignant dans le frais cresson bleu,
Dort ; il est étendu dans l'herbe, sous la nue,
Pâle dans son lit vert où la lumière pleut.

Les pieds dans les glaïeuls, il dort. Souriant comme
Sourirait un enfant malade, il fait un somme :
Nature, berce-le chaudement : il a froid.

Les parfums ne font pas frissonner sa narine ;I
l dort dans le soleil, la main sur sa poitrine,
Tranquille. Il a deux trous rouges au côté droit.









Sensation

Par les soirs bleus d'été, j'irai dans les sentiers,
Picoté par les blés, fouler l'herbe menue :
Rêveur, j'en sentirai la fraîcheur à mes pieds.
Je laisserai le vent baigner ma tête nue.

Je ne parlerai pas, je ne penserai rien :
Mais l'amour infini me montera dans l'âme,
Et j'irai loin, bien loin, comme un bohémien,
Par la Nature, - heureux comme avec une femme.






Première soirée

- Elle était fort déshabillée
Et de grands arbres indiscrets
Aux vitres jetaient leur feuillée
Malinement, tout près, tout près.

Assise sur ma grande chaise,
Mi-nue, elle joignait les mains.
Sur le plancher frissonnaient d'aise
Ses petits pieds si fins, si fins.

- Je regardai, couleur de cire,
Un petit rayon buissonnier
Papillonner dans son sourire
Et sur son sein, - mouche au rosier.

- Je baisai ses fines chevilles.
Elle eut un doux rire brutal
Qui s'égrenait en claires trilles,
Un joli rire de cristal.

Les petits pieds sous la chemise
Se sauvèrent : " Veux-tu finir ! "
- La première audace permise,
Le rire feignait de punir !

- Pauvrets palpitants sous ma lèvre,
Je baisai doucement ses yeux :
- Elle jeta sa tête mièvre
En arrière : " Oh ! c'est encor mieux !

...Monsieur, j'ai deux mots à te dire... "
- Je lui jetai le reste au sein
Dans un baiser, qui la fit rire
D'un bon rire qui voulait bien...

- Elle était fort déshabillée
Et de grands arbres indiscrets
Aux vitres jetaient leur feuillée
Malinement, tout près, tout près.








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