Javier Raya
Javier Raya (México, 1985)
Palabrero ninja. Cuenta con dos plaquettes de poesía: El libro de Pixie (Torre de Babel Ediciones, 2010, reeditado en 2013), Por los rasgos una bayoneta (Col. La Ceibita, Fondo Editorial Tierra Adentro, 2011) y el libro Ordalía (Col. Limón Partido, 2011). Miembro del consejo editorial en Proyecto Literal y editor en PijamaSurf.com. Ha publicado ensayos y poemas en Tierra Adentro, El Jolgorio, Trifulca, el Periódico de Poesía y Yagular entre otros medios impresos y electrónicos. Hace spoken word y trabaja en su obra póstuma. Detesta a los escritores que hablan de sí mismos en 3a persona.
En entrevista con Notimex, habló de algunos pasajes significativos de su vida que han desembocado en su actividad literaria, principalmente en el ejercicio espiritual que es la poesía y la concepción que tiene del resultado de este ejercicio.
Primero había querido ser dibujante de cómics, ya que tuvo una marcada afición por este arte, pero llegada la adolescencia, a los 13 o 14 años, una "crisis de representación" lo arrojó a expresarse con palabras. "No creo en ésto del rapto de la inspiración; eso de que de pronto algo se abre en el cielo y está el poema"; más bien, la poesía parte de una intuición, "una memoria de lo pasado y entonces la escritura tiende a reconstruir esa memoria".
Su trabajo "Estar en el mundo" fue finalista del segundo Premio Internacional de Poesía "Desiderio Macías Silva" 2006, pero para Raya, el mejor reconocimiento es ser leído, que la gente se interese en su obra y la comente. Hacia el final de su adolescencia llegó a la ciudad de Querétaro, donde tuvo la oportunidad de estudiar en una escuela de la Sociedad General de Escritores de México (Sogem), para luego regresar a la capital mexicana e ingresar a la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). "No leo tanta poesía, en realidad la leo a ratos o la leo mucho, siempre estoy releyendo algo de (César) Vallejo o de Borges, creo que soy muy clásico en ese sentido", mencionó sobre sus poetas favoritos.
Mostró también su admiración por Franz Kafka, a quien considera un gran poeta y cómico, aunque se tienda a pensar que lo kafkiano es algo terrible y opresivo, pero él más bien considera que este escritor checo "se reía de una forma muy discreta".
Para Javier Raya, la poesía no tiene ninguna importancia si se pretende salvar al mundo; los homenajes y la industria cultural hacen creer a los jóvenes que se interesan por la literatura que es posible hacerlo por este medio y no es así, aunque no niega que un poema puede cambiar una vida.
Canturrear
Que sobre todo no se pierda el hábito de canturrear,
que no se pierda la costumbre de la canción
que no es todavía, cuando con puerca inocencia
el oído se monta, pájaro, sobre un rastro robado de aire,
ese aire que traza por el recuerdo la melodía
fugaz de su aparición, bosquejo de voces,
canto puesto a medio pintar en la caparazón
del día, del bosque a medio cocinar,
esa escena irrecobrable de la muchacha
haciendo pan, de los días en que hubo muchachas
que amasaban cuerpos para el horno
como retratos de cicatrices, marcándoles
en la frente la herida de la transformación,
como gólems cocinados por la muerte,
el rastro de lo que no alcanzaban a ser
entre sus manos de harina, como tantos
de nosotros que a medio hornear éramos heridos
por el ensayo de una mujer que viéndose
de pie, o sentada en el espejo de su voz, sin
diferencia
ya cantaba o reía o las dos cosas
como quien se quita una maraña de espanto,
una pestaña. Que no se pierda el recobro,
la caza mayor de la voz en su simulacro,
y sobre todo los pies desnudos que funcionan
para soportar una columna de aire,
una voz puesta de pie sobre el ritmo.
Que no se pierda el manchón de canto en el aire,
la melodía silbada porque todo el que silba
no está muerto, lo que silba no está muerto,
lo que canta no se deja morir, la melodía silbada
es una hebra de asombro.
La cópula de los animales los vuelve invisibles
Les echaron agua para desbandarlos,
para desmancillarles el alma,
para desprendar a los desprendidos perros
del show impúdico de las pudendas
y a nosotros nos previnieron las perrillas
con agua curada de espanto,
postizas lágrimas.
Desprendados por lo de retozones,
retazos a lo más de lo lascivo
que nunca a tordo tardío
se le vio animalar así, como si tal cosa,
como no siendo etérea
la puta de Girondo
que de tordo tuvo
lo que detuvo su canto.
Se trata de una desaparición elemental.
No es cosa de andar escondiéndose
de los cubetazos, guapa,
a lo más
hacerse infinitamente pequeño
para caber en un abrazo
o retazo de pierna,
cuenco de la axila donde no nos hallen,
donde nunca en tal nos viéramos
por lo que de invisibles tienen
los cuartos de motel,
de escenas de crimen,
de espectáculo intolerable
para la mirada
como no fuera pájaro de sangre
acorazado en el bote de basura
maldisimulando
los estragos de tu regla en sábanas,
paredes y grumoso vello púbico.
Mal hiciéramos en aparecer, guapa,
al frente del templo
con los belfos coagulados y mohínos,
alegres a su modo
como tigres
luego de destripar algo
con alas.
Hundimiento del día
Encallado en su inabarcable fuga,
hierve el día tras el horizonte,
desanudando el vendaje sucio
de la herida solar.
En el vuelco de otra ola
convergen los siglos enlutados
al velamen de su marcha.
Chorro de luz crujiendo
la inmolación del astro,
la memoria irrespirable,
cada gaviota en su asidero.
La potestad humana se hunde a veces
como el día,
con toneles de vino y tesoros
gravitables hacia el fondo.
Todo así está en orden.
Arribo
Vine aquí buscando mi sombra.
Ando bajo la lluvia, soy lluvia.
El motivo de la respiración era mi fardo, mi herrumbre,
pero aquí estoy, soy lluvia, te escucho,
dime lo tuyo en los postigos del sueño,
sobre la lámpara inmoladora de palomillas.
Necesitas silencio, un grito preñado
de aire vacío para decirte,
la hoja predispuesta sobre el escritorio
y razonable calma.
El gatillo marca la hora.
Te esperaba y te instalaste.
Yo escribo mientras te esperando,
fuera llueve, nadie sale, no digas puerta,
conjura lo conjurable de esta noche:
dime lo tuyo.
Eclosionas: veo tu rostro a la orilla
del humo, tu paso cimbra los animales de mi sueño.
Te escribo: llegas o estuviste siempre
atada de manos a mis manos, detrás de las cerraduras
que ocultan el polvo, detrás de los objetos,
como humo en la visión, persiguiéndome.
Vine aquí buscando tu sombra.
Irritado de rito...
a Tomás Segovia
Irritado de rito,
hastiado de la vuelta
siempre derretida
hacia el mismo espacio,
con la misma cadencia
de alas que son hojas,
de ríos que son polvo
de ramas que son vuelo,
voy sin ti por las márgenes buscando mis pedazos.
La balada de Mr. P Mosh
o siete sonidos para peluquería
1.
Espero. Espero mientras espero. Espero
el momento en que la espera empieza a sentirse
como un agua estancada, a ras de barbilla, lecho
de río se vuelva al volver para lavarnos con su misma
leche de piedras los manchones de semen de la ropa,
que la tortura cobre su todo anegado, como
una corbata que ahoga de azogue de agua,
que la revista saque del revistero con las cosas que pasan,
que le toque su turno de costillas y rastrojos o que
sin más un loto se cruce de piernas.
Crustáceo lagar sin llegar, no hay ambiente para epifanías,
no hay sol. Toda canción es nacimiento, me digo,
modestamente canturreando un bolero sabio. Límbica,
te digo, huellas de espera cóncava, herrumbrosa y hueca
como salitre de campana o aeropuerto transplantado.
Los aeropuertos algo tienen de naves de iglesia.
Las voces sobre mi cabeza son la señorita Dios.
Sacar con la mano vacía el puño
lleno de raíces. Transplantar la realidad como un traje,
meter flores crucificadas en una maleta
y un espejo roto a manera de mascota
en el cajón olvidado.
Nadie atropella espejos como gatos.
Dejarle su botecito de agua para saber mirar.
Las instrucciones de los relojes no curan el tiempo.
El hueco transplantado sigue siendo la medida del mar
y los siete colores del pasto desde arriba, muy arriba,
por encima de nuestra puerca ternura.
2.
Es que me gusta el rock, te contaba,
porque parece que le fuera a uno la vida en ello.
Nadie mesa los cabellos de la pólvora
mejor que una adolescenta, pedazo de abanico
repujada en su sinardor, en su iterarse,
bella así, a su modo, como una coincidencia.
El día martes se pone de pie, con su cara de pesebre,
que le gusta verse ahí, dice, enmarcado en el espejo
como por el mundo, como poniéndose al mundo
de sombrero o marco, chamarra de piel y todo.
Una lección. Una huella cae del árbol,
fruta rellena de estancias de agua. No hay didáctica
en la espera (se sopla las uñas), el párpado
puede condenar solamente la luz que no obture,
la luz tiene la boca llena de cuchillos:
los puntos cardinales se disputan como hienas
su siguiente paso;
el parpadeo es obturación, rugido seco, luz
de Polaroid, imagen pasada por brasas y metales
para echarle llave o un gabán lleno de fotografías
como una cueva, un retrato hecho de voz; al parecer
la imagen de la señorita aparece honda, polvosa.
El viento
3.
está pintando su autorretrato.
Tiene los piecitos lastimados como Edipo.
Se pone la verdad a su medida: le queda bien,
como un calcetín. Se llena las tres pestañas de luz,
porque la pólvora había sido parpadear, encontrarse
completo a pesar de todo, a pesar del choque de autos
que fantaseó durante todo el camino, con la boca
llena de vómito, parapetados párpados caídos.
Es que no me pasa nada. De verdad
que no me pasa nada. Aunque es difícil aburrirse,
en eso debemos estar de acuerdo.
El mérito de algunos es ser completamente inesperados;
otros son un eco de sí mismos: cumplen años.
Entonces un piano cayó en el centro del cielo
como un rayo, un estornudo de metales
y casquillos trinando, moneditas de sangre
como insectos preñados de metrónomos.
4.
El terror del terror: su grito ciego
desborda el párpado sin mirada,
la sala de espera donde las madres
guardan su papelito, como en las carnicerías,
para que les entreguen a sus hijos muertos.
Es como un don, solía decirle su madre:
todo lo que ve lo convierte en aeropuerto.
El mundo es una dona
y tú eres el centro ausente
que le da sentido, sin ti
el mar perdería sus bordes,
se derramaría como una copa rebosante,
como una cabeza despeinada.
Medusa vive en la ceguera.
Medusa vive en un parpadeo.
Por tu bien, me decía,
mejor que no metas la mano
en el panal de los horizontes.
Este es el último poema de mi adolescencia
y está maldito.
Apenas nos interrumpimos es Medusa
quien toma como propia la causa de los objetos,
como si una mirada pudiese provocar
la existencia de las cosas.
Parpadear es pronunciar.
Mi escuela fue todo este tiempo un número equivocado.
Salí a pasear con mis audífonos y no volví.
Medusa saca la lengua: vestida
de su grito lo que pide es un beso.
La cuenca de sus ojos restriega
las larvas de luz tras los goznes del ojo.
Me doy a entender como puedo.
Flechazo, pedernal, Pedro
Picapiedra pintando al fresco
en la caverna de la especie.
Hay algo cavernícola
en todo este misterio.
5.
Córtele los dedos.
Rebájele las cejas.
Rícele el sexo.
Levántele tecatas.
Ajústele dormideras.
Empólvele la grupa.
Extírpele muñones.
Despúntele los labios.
Degrafílele sobacos.
Aláciele su espanto.
Dómele.
Císquele.
Rásquele, mi Jason.
Zúmbele, diablo panzón.
Domestíquele su amor.
Métalo en cintura.
Tíñale el tábano.
Límele el pespunte.
Rápele la espina.
Hiérvale, sin más, un pie.
Déjelo bonito.
Tréncele el latido.
Límpiele el sobrante.
Bárrale los huesos.
Ahora sí todos conmigo
vamos a bailar.
6.
Una vida deleznable en la licuadora.
Mezclar con todo el amor del mundo.
Con todo el dolor del mundo.
Luego con más amor
hasta el límite en que el amor
escurre asco por las mejillas
sin afeitar, donde los aviones
provenientes de otras estepas
aterrizan.
Escriba, sobre todo escriba.
Ponga ron,
hielo.
Mezcle bien.
Añada amor
hasta que la mezcla deje
de moverse. Unte sobre la piel
escoriada de puercos besos,
sobre la semilla de la negritud
para dar abrazos, sus ramas
crecerán lentas como versos,
como sinfonías para cepillo de dientes,
pinceles de crin de bestia
o pelucas autorizadas por el consejo
de lenguas romances, de travestis
en bares fronterizos, grebas humanas
cantando hasta el amanecer de la garganta
en un auditorio de espejos.
Si lo suyo no es el ron,
añada el hidrocarburo
de su preferencia.
7.
Abre la ventana.
Escucha.
Escucha.
Eso es el poema.
http://www.mxfractal.org/RevistaFractal73JavierRaya.html
Poema
Necesidad de los poemas perfectos desde su inicio hasta su ejecución pública a la manera de Luis XVI, por poner un caso
Si un poema no es
desde sus primeros momentos
un desastre natural
no termino de leerlo.
Repito:
si el objeto textual, el registro performático de la experiencia o lo que se quiera; si la escritura, el berrinche
o lo que se quiera,
si el saber de la tribu no viene en forma de un golpe irreparable en el centro del lenguaje, si no revive por lo menos una zona de fantasmas,
no termino de leerlo.
Me parece que los, por así llamarlos, escritores de poemas,
inscriptores de poemas,
los adolescentes perpetuos
que bajan las escaleritas de prosas cortadas al ras
como esta,
se han tomado tan en serio a sí mismos que es preciso revocarles las licencias poéticas
de manera gremial, inmediata y retroactiva.
Con esta cantidad de poemas, un modesto lector tendría
para pasarse la vida escarbando
en la pelusa de hondos, orondos ombligos.
No leer, pues,
adquiere aquí una importancia de primer orden
y de segundo y de muchos órdenes:
(manifiesto: la especificidad o nada)
(manifiesto: la ciencia o nada)
(manifiesto: perdices o nada)
Zoologías de lectura de corte
1) pragmático;
2) de acendrada pereza;
3) de vocación por lo solamente más preñado de asombro;
4) de una fe, por así llamarla, en el idioma;
5) de un contrato ineludible con la muerte y con el pan.
Llega un momento en la vida del modesto lector
donde son necesarios únicamente
los poemas perfectos, poemas
o unidades de desarrollo textual,
si se quiere,
de extrañeza frente al idioma
si se quiere,
que lo lancen a uno varias veces al día
por las escaleras
(es que en las ciudades no se encuentra fácilmente
como si tal cosa
un abismo, menos dos),
que por lo menos le modifique a uno
la visión del mundo en fase Beta,
especialmente los poemas larguísimos
y los poemas especialmente cortos,
especialmente las prosas cortadas,
las coartadas poéticas
como el insomnio,
especialmente los koanes y los estornudos
de donde uno sale, literalmente, expelido,
siendo otro.
El peligro, claro, recae
en la pérdida de toda sutileza,
en la pérdida
de la gozosa posibilidad del aburrimiento,
de la sabia esterilidad,
de lo parco benéfico,
en fin,
en la pérdida del uso consensuado del punto y coma
se me ocurre,
de la praxis del susurro,
de todo lo que no sea un disparo,
de todo lo que no sea una teoría del disparo a quemarropa.
El peligro es que perdamos los matices que dan su especial coloradura a las cebras y a los tigres y los diferencian claramente de las páginas impresas,
el peligro será confundir un tigre con un poema, más por morbo y por el olor avinagrado de los belfos que a las adolescentas cuarentonas siempre les parece de lo más agradable,
el peligro será redundar, sobre todo, y escribirse de nuevo el canto quinto de Altazor por accidente, tiritando,
el peligro será sobre todo la pérdida del peligro,
los poemas que se pueden convertir en vinagre de escritorio,
cabecitas calvas de alfileres, el peligro
será enredarnos en la maraña intransitable
de hilos negros.
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