Ángel María García Martiartu
(Pamplona, España, 1969).
Ha publicado en revistas como ‘El vendedor de pararrayos’ o ‘Etcétera’. También apareció en una antología poética compilada por la casa de juventud del ayuntamiento de Pamplona.
Babel: horizonte y tejido
Where does your body begin?
Michael Gira
Seppuku. Abrir el vientre
ver fluir una gramática obscena, transitar
los márgenes como heridas,
hundir los dedos; pintar símbolos con la sangre derramada.
El profundo abismo de la piel, entre el cuerpo y la palabra.
La caótica cicatriz que reseca
el camino dónde comienza un cadáver. Entre la luz y los huesos, una grieta caníbal. Abrupta y depredadora
como la eternidad en el agua: instinto, flujo desnudo, otredad siempre irreal.
Desdibuja la forma devorada: palabra tras palabra.
Ambigua y oculta dormita
nuestra memoria, bífida y esperando. Ataca
nacida entre el fuego y la confusión, enroscándose subterránea.
Todo contorno se aniquila. La figura rehúye los ojos hambrientos.
Puntos de fuga cicatrizan la mirada; fantasmas que adormecen
el oscuro sonido destejiendo el recuerdo
hasta que es imposible reconstruir el vacío que nos forma.
Otro comienzo, otra lucha; un nuevo erial tan poroso, tan invadido.
La carne se revela como existencia,
a través de su barbarie. Sin frontera: enigmática, cruda y cerrada.
Un oráculo, caos vibrando.
Voluptuosidad que avanza entre ruinas,
un laberinto con los ojos consumidos por las llamas.
La salvaje caligrafía de un cuerpo.
AMANECER
Antes de que el día rompa
el marchito vientre de la noche.
Cerca del horizonte, oscuras palomas
revientan el aire con sus alas.
Y sus cortejos nupciales
anuncian el fin de su soledad.
La luz mancha poco a poco el cielo,
que se pierde en su árido reflejo.
Y alarga en sombras trozos de mi habitación.
Crecen desordenados pedazos de mi cama, y
aumentan, delgados, los brazos de las sillas.
Todo lo alimenta, menos mi rostro
que descansa entre mis manos.
Recorre las paredes con su boca
que blancas se vuelven a su contacto y
va mermando el espacio negro de mi corazón.
Convirtiendo mi interior en un montón
de chatarra, de muebles, suelos y paredes.
Avalancha
it's just the shadow, shadow of my wound.
- Leonard Cohen
La noche me arrulla con su voz ronca
e invade mis sueños de voraces y melancólicos insectos.
Me acuna
con el mismo viento con que mueve los árboles
y, salvaje, se precipita sobre mis ojos.
Las horas se desmoronan a mi paso,
arrastrando en su caída a mi memoria.
Donde todo es abismo, lenguaje y recuerdo;
y cada objeto enfrenta su frontera como un filo
con esa claridad que viene con el frío.
Existe cierto equilibrio de funámbulo en lo que evoco:
imágenes entre la mística y la desolación, seductoras,
con Una carnalidad que se manifiesta porosa e indescifrable;
Símbolos que estallan en una realidad preñada de mito y desorden
entre lo vivido y lo referencial que ocupa su lugar.
La liturgia marca mi piel oxidada
(la costumbre y el rito, la palabra)
golpeando sobre mi cuerpo desnudo y sin lenguaje:
sólo carne muda cubierta de deseo y de caos
husmeando ese tren de sombras que se sucede a cada minuto
buscando simetría: la falsa comodidad de lo ordenado.
Pero la belleza es convulsa y esquiva
y se tambalea derrumbándose a través de mi deseo
recorriendo el recuerdo, la realidad y el tiempo
escondiéndose en rincones oscuros
mientras la euritmia de mis miembros se pierde entre piel e imágenes
y sólo queda
ese silencio del que todo emerge: lo imaginario, lo simbólico, lo real.
kintsugi (la belleza de la cicatriz)
Hay un lugar donde la luz se oculta
y fecunda de grietas mi escritura; la puebla y agota de infinito,
de ruinas y de pasado. De incesante destino, de efigies y eternidad.
Anagramas y espejos fatigan y multiplican entre tinieblas
cuerpos hilvanando caricias sobre otros cuerpos,
escribiendo, en la piel hermética, palabras. Cifrando huellas
en cada miembro: tigres, árboles y el tacto mineral de la memoria.
Y mis piernas o mis fauces florecen desde el barro: espejismos,
como un rastro de aullido y de ceniza,
inconcluso acceso a lo desconocido: el himen y la noche;
donde un cuerpo baila
la secreta escritura de la lluvia.
La vida es aprender a amar lo que envejece
y tejer y destejer nuestra piel de servidumbres. Es recorrer sus costados,
y que las yemas de los dedos sientan su rugosidad sin apartarse.
Cosechar los reflejos rotos de las cosas, sus espectros
y coserlos con oro para concebir imágenes donde emerja la belleza.
Parásito
le corps est le corps, / il est seul…
Antonin Artaud
Adicción:
El cuerpo busca, con la boca cosida.
Con la mirada
viscosa de la necesidad. Busca y precisa.
-substancia reescribiendo su figura-
Y despierta con sus fauces oscuras y opacas. Buscando el aire.
Extinción:
El cuerpo es recuerdo. Pero el rayo
no alcanza la carne desnuda, el cuerpo en pos de la muerte.
Carne sin aliento, carne muda.
Músculo
que se repliega en la pérdida, en la profundidad de un vientre derramado.
Resurrección:
La piel no acepta otra cosa que la aniquilación.
La bendición larval del amanecer. Y a través
de ella al recuerdo que el tiempo ni desgarra ni aniquila.
Esa memoria en carne restituida. Óxido en los llagados labios.
Beso y osamenta. Memoria como sexo marchito
(que se quebranta, que se extravía y desviste los miembros sin vida)
cuyo propósito es hollar la palabra:
Transitar esa líquida huella,
esa mineral mirada, esa cicatriz de cada boca dejada en la piel.
Vestigio
‘Ni el libro ni la arena tienen ni principio ni fin.’
Jorge Luis Borges
Percibir la piedra como una herida
abierta, como una obscenidad. Tiempo enquistado.
Fantasma acusador de todo y de nada, testigo
mudo siempre presente, escrutando
con su rasgada percepción de pájaro inmóvil.
Subterráneo e impenetrable. Anidando. El deseo
describe una métrica más allá de la carne. Un cuerpo
de vértigos, un abismo
desangrado de huesos que se parten sobre la roca.
Nostalgia y Anatomía: Melancólico caos.
Deseamos cuerpos (vaciados,
densos,
invadidos).
Un deseo que construimos sobre la imperfección, sobre el recuerdo.
Pero lo físico se impone en cavidades y abismos,
en el infinito aliento del tiempo desde el mismo corazón de la oscuridad.
En la lluvia y la memoria escribiendo
retazos de un sexo fraccionado, en vulvas que florecen, en toros sacrificados,
en criaturas en llamas (vientres de una ternura desgarrada).
Y en la memoria que se perpetúa: copula y espejo.
Realidad, ramera y virgen.
Entrégate a mi hambre, a mi adicción, a la náusea
espiral de mi instinto, feroz y ciego; a mi carne corrompida y oxidada.
Entrégate. Muestra tus huellas, tus reliquias. Deja
emerger tu diseño mineral y silencioso.
Transustanciación
Amanecer
es un agujero infinito
en el que mi cuerpo es ofrecido al mundo.
Una madriguera, una boca hambrienta
que despliega en la noche su ritual femenino y salvaje.
Un baile atávico despierta. Movimientos
multiplicados en una reverberación infinita.
Dermis. Umbral.
Resplandor cosido a cada quebranto,
a cada recuerdo, a cada cuerpo devorado.
Un animal ancestral sucumbe a cada cambio, tatuado de melancolía.
Y ese destello agoniza en un reflejo sometido, una cuna desordenada,
oculta y mortuoria, en la que un monstruo
de inercia y confusión se desdibuja para emerger desde el fondo.
Mi cuerpo se rinde ante su propia gramática como un asesino;
entre el alarido del mimo y el trazo sumergido en los espejos,
deshaciéndose en el calor ya olvidado de las caricias,
en pentagramas como bosques, en el movimiento de las bandadas
de los pájaros en el cielo donde dibuja su esencia y despedaza el aire.
Recitando, lascivo, una letanía mientras se desvanece su hechura.
Perdido en el paisaje espectral de la carne. Perdido. Metamorfosis y heridas.
Eternidad y equilibrio. Y el tiempo marchito.
Un cuerpo tras otro asolándose. Dejándonos atrás: una visión, una frontera,
el sonido de una vocal derrumbándose.
Mi imagen se desnuda, sin palabras, confusa. Redención y remordimiento
dibujados en su reflejo; idéntica e inexacta, totalmente nueva.
Es la derrota de la carne. Su adicción, su dolor. Su locura.
Caos, escritura intestina, raíz y proporción: huecos, sueños y memoria
cosidos a una entropía aterradora que rige nuestras vidas.
Una capitulación cambiante y angulosa.
Mi piel, coordenada caótica y salvaje. Mi piel como un grito.
Presente, pasado y futuro de las migraciones.
La arquitectura del aire
Recorro la incertidumbre
(turbia, devastadora),
con los ojos cerrados, con las manos abiertas: Tanteando.
Sintiendo la realidad,
la irregular materia de lo indescifrable crecer rozando la yema de mis dedos.
Cosida de sueños y recuerdos, la dibujo incompleta, recién nacida.
Se muestra abierta y moribunda. Desmembrada
y efímera como un río.
Despierto. Y la noche enquista lo infinito,
el tiempo se deshace entre las manos a jirones
para transmutar en recuerdo;
Donde lo inalcanzable se convierte en imágenes temblorosas y rocío,
donde todo se convierten en memoria.
Me violentan los vestigios del presente;
sus restos, con su tacto acuático.
Lo siento dejándome atrás en su huida, asolándose a cada instante.
Lo transito, fluido, mientras se pega a mi epidermis como un himen,
como si profanara o fecundara al futuro con su cuerpo.
Geometría aletargada en el caos, en la piel muerta de los relojes,
bosques anunciando el infinito que cubre mis entrañas.
Derrotado por lo que ya ha sido,
por péndulos que se aniquilan en otoños, ovillándose,
su cadáver se deshace en caminos imprevisibles.
Siento sus cuerpos migratorios, la sal acumulada, sus miradas de mercurio triste.
Todo es mineral y atávico, todo me refleja y multiplica.
Soy todos los hombres y ninguno.
Mi futuro se deshace en topografías.
En mapas, tatuajes, partituras:
nombres de ángeles y demonios escritos en mi piel.
En sonidos suspendidos en el aire
que rasgan la frontera de las palabras: música como tiempo, tiempo en el espacio,
notas infinitas que agonizan en la lluvia.
Todo es recuerdo. Todo es instinto
que alimenta la memoria; preñado de signos,
cosido de sonidos, de sangre palpitando, de cópula y semen en los labios.
Mis miembros despiertan sumidos en un río,
luchan en la corriente
que se alimenta de los cuerpos que intercambian escamas mortuorias,
de sus nervios, de la piel y los instantes.
Miembros que se construyen de hueso, de pulpa dulce, de roca y de pasado.
De flujo incesante, de noche, de sonido.
De arquitecturas, de mi cuerpo derruido. De imágenes y señales.
Memoria violenta escritura.
Minotauro
…nada es comunicable por el arte de la escritura…
Asterión (Jorge Luis Borges)
Noche, cuerpo suturado de neón y frío, que construyes gritos en mi pecho
que amamantas en el laberinto de tu pelo horribles pesadillas,
tejiendo como la parca el tiempo que se escapa entre mis dedos.
Mi cuerpo es un lenguaje mutilado tejido de óxido y silencio,
cosido de cicatrices como bocas donde crecen rosas y países.
Toco la herida. Lo irreal surge de la carne.
Cada palabra es Un nacimiento, una nueva piel (confusa, distinta)
que respira a través de las fracturas de un cuerpo hecho de imágenes,
atravesando una nueva carne construida sobre la memoria:
barniz y piedra mutilados, silencio lento, líquido, secreto;
miembros descompuestos y vueltos a coser,
óleos (aceites y excremento), palabras encontradas una y mil veces,
hueso, plástico y silicio, sombras reflejadas en la piedra.
Todas arquitecturas efímeras del sueño y su gramática rota,
de la adicción y su escritura: lenguaje, símbolo y laberinto.
El tiempo es sombra y recuerdo, una marca, un simulacro,
un flujo que domestica nuestros apetitos a fuerza de transitarlos.
Cada minuto, cada gota es Una piel tejida por los otros, una liturgia,
un tatuaje sagrado en el cuerpo de Dios
donde todo vuelve a su origen: el cuerpo al cuerpo, la ceniza a la ceniza.
La luz devora mi escritura bicéfala, mi cuerpo herido
y a través de la lluvia construye mi nombre.
Detrás de las palabras (del metal y de la piedra) solo queda la carne.
No somos sino memoria.
La velocidad del hueso
no tener miedo a mostrar el hueso,
y perder la carne al pasar.
Antonin Artaud
Ruinas y fantasmas, la piel es brisa.
El óxido es lo único que existe. Mapa hendido, surcado por la memoria,
por el resplandor infinito de la carne.
Bestias vertebradas de luz y oscuridad, animales invisibles.
Un cuerpo mineral, la carne invadida.
La adicción obedece al espejo. La avidez se abre paso
a través del cadáver. Terca, inyectada.
Cicatriz íntima que se precisa depredadora.
Recuerdo y sedimento donde la carne resucita.
Herrumbre y hueso, la huella abierta.
La grieta es el paisaje, la violenta geometría del caos,
el líquido despertar del animal.
Corpus
…no existe nada más inútil que un órgano.
Antonin Artaud
Recorro los cuerpos como a una ciudad imperceptible,
oculta tras la niebla. Construcción irreal, erigida en el vacío.
Arquitectura opaca, imperfecta.
Percibo en ellos una escritura invisible, atravesada y lenta;
una corriente eterna e inalterable, inalcanzable como la lluvia.
Los miro vacilantes,
entre el flujo de palabra y de deseo que los construye.
Orden.
Tu piel es mi lenguaje,
mi voz se deshace en flores como vaginas,
dulces y oscuras como ríos de aguas subterráneas.
Volver la mirada, lemniscata y oxido;
susurrar a cada miembro inútil
(persistente en la oscuridad) su identidad perdida,
su inmersión en el océano.
Mi cuerpo ansía las cadenas: Regla, realidad, lenguaje.
Disposición.
Tumulto, órganos, laberinto.
Espejo: óvalo furioso,
imagen especular de mi demencia, locura apenas perceptible,
carne y esencia, caverna hueso aorta.
Caótica llama se derrama
intestina osamenta que todo lo arrasa y asola
cóncava y convexa su belleza.
Euritmia.
El vómito sobreviene,
derviches como fémures girando en una vitrina,
girasoles creciendo en la noche:
sustancia confusa, materia cruda e inefable en un movimiento perpetuo.
Rasgar una palabra,
beber su pulpa dulce, sentir en la boca
su aliento antes de morir, su anatomía silenciosa.
Cadenas, carne y recuerdo.
Simetría
Sólo la mirada de un loco atraviesa un cuerpo bello.
Miramos desde cuencas vacías
esa belleza enterrada y moribunda.
Abandonamos fantasmas como pieles muertas, obscenidad y memoria
cáscaras hendidas incapaces de contener ninguna semilla.
La belleza es una pústula,
un saco de infamia y podredumbre que corrompe todo lo que toca,
que destruye la inocencia como un cuerpo gangrenado.
Solo el aliento de un loco lo acaricia con palabras.
Decoro
Estructura esqueleto forma.
Mis miembros no dejan marcas
- desaparecen en la marea,
como la roca calcifica un cadáver: lentamente,
sin misericordia; sin mirar atrás. Sintiendo al tiempo su aliado -
Mi cuerpo es Una cartografía olvidada tejida de rastros y colores, de huellas;
una tierra hollada por una corriente tumultuosa,
surcada por Un susurro abierto en canal.
Anatomía y crucifixión, geometría y holocausto: no hay inocencia posible.
Distribución.
Mi carne se alimenta de la memoria.
Un nido de serpientes en mi boca llagada,
acuna cada palabra herida; mis ojos y un cuerpo atravesado por fantasmas,
por jirones, por recuerdos esculpen mi nostalgia
más allá del propio cuerpo, más allá de cualquier imagen.
Recorro los cuerpos, sonámbula divinidad,
campo de batalla en el que crece la osamenta de los caídos.
Proporción y mesura en el tacto invisible.
La noche los concibe como un rastro en la arena
que el viento reescribe.
Estirpe en la niebla, oculta tras el velo de los ojos.
Cuerpo. Alfabeto de silencios y de umbrales,
puerta a mi anagrama,
pozo entraña mineral, manuscrito salvaje de mi carne.
Mi cuerpo, mi escritura.
Isagoge (Árbol y rizoma)
There is a crack, a crack in everything That's how the light gets in.
Leonard Cohen
Género:
Despertar en espacios,
en cuerpos donde nada sucede.
Despertar escuálido, casi transparente.
Especie / Diferencia:
Hojarasca y fémur:
Un lenguaje escindido, inscrito
en el sexo de Dios, en su cadáver.
Construir un cuerpo para la nada
nacido en la piel desnuda del amanecer.
Construir una fractura descarnada, una cárcel, un suicidio.
Somos los muertos, el sueño
de una crisálida. Somos músculo
replegado en recuerdo, memoria deshilachada y fortuita.
La mirada es piel, es vector, es caos y deseo.
Lienzo, quimera y tiempo
De tu vientre surge, de tus
entrañas: un cuerpo crucificado.
Como otra mitad (reflejo y estructura).
Vestigio de esa gramática escondida en el desorden.
Arquitectura y deseo.
La arena
en su danza eterna y olvidada no engendra sino cadáveres.
Figuras de ceniza que recorren
cicatrices en el cielo y en la piedra. Presagios.
Universos que se pierden entre los dedos para alcanzar el centro de tu pubis.
Despertarnos; quemarnos los ojos y las heridas.
Penetrar los cuerpos. Hollar sus abismos.
Ciegos de rabia, destrozar
alas y cuerpos quemados . Flores secas, imágenes de ángeles y demonios.
Susurrar números infinitamente.
Sabernos sólo rastros, símbolos en la arena, fisuras en la oscuridad.
Sumergirnos en esa angustia de la nada,
cerrar los ojos en ese vórtice que lo absorbe todo.
La piel es pergamino y flor
de cerezo. Es escritura. Es grieta, urgente y depredadora,
espiral que canibaliza nuestros sueños.
Es oscuridad, espacio no nato,
lienzo donde símbolos y cicatrices cubren
nuestros cuerpos. Donde el deseo reescribe
las injurias y la cópula
en una constelación infinita e indescifrable.
Es membrana, laberinto,
pérdida y materia. Cartografía de la agonía y la percepción.
Es Mapa. Imagen callada y desnuda.
Noche: Humus y encarnación
...the sorrows we suffered and never were free.
Ian Curtis
Misterio, manos
surgiendo de la oscuridad.
Inútiles objetos.
Beso al ciempiés
de la noche, a su larga sombra.
Besos densos y oscuros,
grietas
nocturnas que alimentan mi cuerpo.
Amamanto
al lagarto, y el mapa
de mi deseo
amanece en su piel correosa.
Caricias,
lujuria tatuada. Su topografía se hace visible como en un despertar.
Cuerpo: erial, edén perdido
La luz es el primer animal visible de lo invisible
José Lezama Lima
Rasgar lo escondido, lo que se oculta. Leer la realidad
en las cenizas, en esa oscilación de lo
cotidiano en la que se atisba otra existencia.
Hurgar a través de un paisaje grieta, renegando de una estirpe.
Una nueva piel que brilla. Mutación y sierpe.
Hundir las manos en el vientre de un espejo y rescatar
un fémur oxidado, una oscuridad invisible.
Hundir las manos en esa piel líquida, palpar esa construcción migratoria,
alumbrar un corazón de pulpa y escombro, un rastro de sexo
con su caligrafía subterránea y devastadora.
Sentir su roce acuático, su aliento invisible fluir entre los miembros.
Sentir la carne, testigo que nos atormenta,
injertada en un cuerpo que agoniza a cada sueño. Esa carne
que es límite y se funde en la palabra,
que se pierde, íntima, en una piel tan profunda como el aire.
El dolor nos hace aterradoramente conscientes del tiempo,
lúcidos, sabedores de la duración de cada palabra,
de la métrica de cada susurro, del sabor de cada aliento desbastado;
nos convierte en ferozmente humanos. En animales invisibles
que despiertan en un eterno retorno. Un éxodo silencioso e inerte
en el tiempo de las lilas, de la muerte y resurrección de las semillas,
de la caída de un fruto tras otro. Imagen de la medida de lo que somos:
orígenes y tejido, lluvia y forja;
hueco, agujero ciego en el que nos reconocemos.
Obscenidad y neón. Luz suturada
y médula ardiendo. Otra realidad
se impone, una nueva carne emerge,
obsesión más allá de la piedra y el hueso.
Más allá; donde surge su amarga arquitectura.
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