Matías Serra Bradford
(Buenos Aires, Argentina 1969). Escritor, poeta, crítico y traductor. Es el autor de las novelas Manos verdes y La biblioteca ideal. Colabora en diversos medios de Argentina, en Crítica de México y en la revista inglesa PN Review. Fue el editor y traductor de Si mi biblioteca ardiera esta noche de Aldous Huxley, de La isla tuerta –antología de poetas británicos de los últimos sesenta años– y de La vida y el arte de Michael Hamburger. Tradujo también a John Berger, Iain Sinclair y Patricia Highsmith. Seleccionó y prologó antologías de Peter Handke, Robert Aickman, E.H. Gombrich y M. John Harrison. Textos suyos fueron incluidos en las antologías Os Outros (Brasil), Viaje a Oriente, La Argentina como narración, y en la revista francesa Europe.
Una temporada de poemas por encargo.
Al final atravesé un bosque con una mesa a cuestas.
Arriba de la mesa iba un animal
haciendo equilibrio.
No puedo nombrarlo, no lo veía.
Era lector de mesas.
Me alentaba a seguir. Desconocerlo
era el único modo de avanzar.
Su ruego se sobreentendía: pasarles a las cosas
desde más alto, actuar indiferencia
frente a sus compatriotas.
Mostrarles que era dueño de mesa
y de hombre mudo.
El tiempo se cierra
en un puño.
Iba a escribir “noche”
y escribió
“novela”.
Llovió por un tiempo tan corto
que no le dio margen a pensar nada.
La presión del viento en la ventana:
un recuerdo. La repartición de las piedras
entre los niños. El botín como de fósiles
entre arqueólogos oportunistas.
Las cosas aparecen una última vez
antes de desaparecer.
Quería saber cada día qué
había sucedido con su nombre.
Nunca acentuaba los nombres
en la sílaba grave.
Uno de sus entretenimientos
más constantes
era imaginar a los demás
adivinando la hora.
Su especialidad eran la cobardía
del torero acompañado
y las teorías para cosas inútiles.
Vivía de eso,
de saber quién es quién.
Dios lo está esperando
con el cuchillo y el tenedor
en la mano.
Una mano le alcanza.
Daba pasos lentos, de a uno, en la nieve.
Hay gestos de santo que nadie comprende.
Él quería pasar la Navidad con el viento.
Lo mismo decir la nieve y su restauración de lo cristalino.
Jugaba al autómata a cuerda
bajo el ojo de una nube tuerta.
Nada le había dado tanto como la nieve.
El invierno era una isla que se lo había dado todo.
Árboles hundidos en la nieve. Árboles contados.
Árboles que hubiera querido firmar.
Se le han ocultado los libros,
caídos en el forro de un abrigo.
Inviernos escandinavos, trasplantados. Ya quisiera
poder contar lo sucedido
entre esos libros y el abrigo y la lámina
de hielo y los copos más lentos a la altura de los ojos
y los pasos dados
con una nuez en un puño.
Fragmentos para Uexküll
el cuervo se había sumergido
en la oscuridad
se había ahogado el cuervo
en la oscuridad
las migas de un coro
en el vientre de un cuervo
las manos de un muerto reciente
recorrían la casa de un familiar
limpias, secas, bien suturadas
idénticas a una pareja de arañas
los insectos más grandes parece
que tuvieran más intenciones
cada árbol era una pequeña iglesia
hecha de ejemplos inconstantes
iglesia de sillas en el aire:
trepado el lector de Büchner va olvidando
los nombres que usa
como cuando un niño elige no responder
un globo rojo flota solo
en la noche por los ambientes de una casa
levemente, muy levemente
un espíritu discreto
un tanto avergonzado
de llevar color
es un león que camina lento
huesos de nieve en las fauces
sus dientes un bigote blanco
de viejo productor de cine europeo
león con un molar de oro
estudia al jaguar de utilería
no corrige la dificultad de caminar derecho
o la indiscreción de los rasgos hereditarios
el león se considera un número irracional
practica la frágil cortesía
extremadamente susceptible
quiso escribir ese árbol
todos los libros en un año.
el tiempo puede pasar igual de rápido
casi sin hacer nada,
esclavo de su sagrado corazón.
Los años que tardaste en llegar
a la primera persona. A las palabras
silenciosas (como “capítulo”).
La manera en que uno se enceguece
cuando nada en el mar.
la araña se trepaba
al cristal de la lluvia y no por eso
la lluvia dejaba de caer
legado: arrodillarse
frente a un zorro
poner los ojos a la altura de los suyos
y sobre todo no levantar la voz
el efecto del viento en plena noche
en los ojos de un niño que cruza
a esa hora un jardín.
el jardín ha puesto a un niño
a custodiar un libro.
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