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OCEAN VUONG [18.402]

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Ocean Vuong 

(Saigón, 1988) 

Es el autor de Night Sky with Exit Wounds (Copper Canyon Press, 2016). Obtuvo la beca Ruth Lilly en 2014 y su poesía ha recibido reconocimientos por parte de la Fundación Civitella Ranieri, la Fundación Elizabeth George, la Academia de Poetas Americanos (Academy of American Poets), la revista literaria Narrative y el premio Pushcart. Sus textos han aparecido en Kenyon Review, GRANTA, The Nation, New Republic, The New Yorker, The New York Times, Poetry y American Poetry Review, la cual le concedió el premio para poetas jóvenes Stanley Kunitz. Actualmente vive en la ciudad de Nueva York.

Ocean Vuong

Born in Saigon, poet and editor Ocean Vuong was raised in Hartford, Connecticut, and earned a BFA at Brooklyn College (CUNY). In his poems, he often explores transformation, desire, and violent loss. In a 2013 interview with Edward J. Rathke, Vuong discussed the relationship between form and content in his work, noting that “Besides being a vehicle for the poem’s movement, I see form as … an extension of the poem’s content, a space where tensions can be investigated even further. The way the poem moves through space, its enjambment or end-stopped line breaks, its utterances and stutters, all work in tangent with the poem’s conceit.” Acknowledging the ever-increasing number of possible directions each new turn in a poem creates, Vuong continued, “I think the strongest poems allow themselves to collapse completely before even suggesting resurrection or closure, and a manipulation of form can add another dimension to that collapse.”

Vuong is the author of the poetry chapbooks No (2013) and Burnings (2010), which was an Over the Rainbow selection by the American Library Association. His work has been translated into Hindi, Korean, Russian, and Vietnamese. His honors include fellowships from the Elizabeth George Foundation, Poets House, Kundiman, and the Saltonstall Foundation for the Arts as well as an Academy of American Poets Prize, an American Poetry Review Stanley Kunitz Prize for Younger Poets, a Pushcart Prize, and a Beloit Poetry Journal Chad Walsh Poetry Prize.

In 2014, Vuong was awarded a Ruth Lilly and Dorothy Sargent Rosenberg Poetry fellowship from the Poetry Foundation. He lives in Queens, New York, where he serves as managing editor for Thrush Press. His Night Sky With Exit Wounds is forthcoming from Copper Canyon Press in 2016.



Traducción de Elisa Díaz Castelo [*]



Rompe hogares

Y así fue como bailamos: arrastrando los vestidos
blancos de nuestras madres, agosto

volvía nuestras manos rojo oscuro. Y así amamos:
medio litro de vodka y una tarde en el desván, tus dedos

acariciando mi pelo; mi pelo un incendio.
Nos cubríamos los oídos y los arranques de tu padre

se convertían en latidos. Cuando nuestros labios se tocaron el día se cerró
como un ataúd. En el museo del corazón

dos personas sin cabeza construyen una casa en llamas.
La escopeta siempre estuvo sobre la chimenea.

Siempre hay tiempo para matar, sólo para rogarle a un dios
que lo devuelva. Si el desván no, el coche. Si el coche no,

el sueño. Si el chico no, su ropa. Si vivo no,
cuelga el teléfono. Porque el año es una distancia

que hemos recorrido en círculos. Es decir: así
bailamos: a solas en cuerpos dormidos. Es decir:

así nos amamos: en la lengua un cuchillo que se vuelve
una lengua.




Algún día amaré a Ocean Vuong

A partir de Frank O’Hara y Roger Reeves


Ocean, no tengas miedo.
El final del camino está tan adelante
que ya lo dejamos atrás.
No te preocupes. Tu padre sólo es tu padre
hasta que alguno de los dos lo olvide. Así como tu columna
no recordará sus alas
sin importar cuántas veces
se doblen tus rodillas. Ocean,
¿me escuchas? La parte más hermosa
de tu cuerpo es donde sea
que caiga la sombra de tu madre.
Aquí está la casa con la niñez
reducida a una cerca de alambre rojo.
No te preocupes. Sólo llámala horizonte
y nunca la alcanzarás.
Aquí está hoy. Salta. Te prometo que no es
un bote salvavidas. Aquí esta el hombre
con brazos lo suficientemente amplios para abarcar
tu partida. Y aquí el momento, justo
después de apagar las luces, en el que aún puedes ver
la antorcha débil entre sus piernas.
Cómo la usas una y otra vez
para encontrar tus propias manos.
Pediste una segunda oportunidad
y te han dado una boca donde vaciarte.
No tengas miedo, los disparos
son sólo el sonido de la gente
tratando de vivir un poco más. Ocean. Ocean,
levántate. La parte más hermosa de tu cuerpo
es a dónde se dirige. Y recuerda,
incluso la soledad es tiempo
que pasas con el mundo. Aquí está
el cuarto con todos adentro.
Tus amigos muertos atravesando
tu cuerpo como el aire
las campanas de viento. Aquí un escritorio
con una pata coja y un ladrillo
que la sostiene. Sí, aquí hay un cuarto
tan cálido y sanguíneo
que, te juro, al despertar
vas a creer que estas paredes
son de piel.





Dime algo bueno

Estás en el campo minado otra vez.
Alguien que ahora está muerto

te dijo que es aquí donde aprenderás
a bailar. Nieve sobre los labios como una cortada

con sal, saltas entre tus muertes, negro como la menstruación
de un dios. Tus brazos abren pequeñas heridas

en el viento. Eres algo hecho. Y luego
te hicieron sobrevivir, lo cual quiere decir que eres

hijo de alguien. Lo cual quiere decir que si abres los ojos habrás vuelto
a esa casa, estarás bajo una cobija estampada con veleros amarillos.

El novio de tu madre, su calva anillada de pelo rojo
como un planeta incendiado, se hinca

de nuevo junto a tu cama. Olor de whisky y Oreo
molido. La nieve entra por la ventana: cenizas que retornan

de una fábula fallida. Su mano con tinta derramada
sobre tu pecho. Y sigues bailando dentro del campo minado

sin moverte. Las cortinas aletean. La luz ambarina
bajo la puerta. Su respiración. Su cara azul y húmeda: la tierra

girando en la órbita de nadie. Y tú quieres que alguien diga Oye… Oye…
creo que bailas precioso. Me muero por un poco de vals,

querido. Quieres que alguien diga que todo esto
sucedió hace mucho. Que una noche, muy pronto, empacarás

tu libro de bolsillo favorito y la .45 de tu madre,
que el refugio más seguro siempre fue el pensamiento

sobre tu cabeza. Que es justo (tiene que serlo)
cómo nuestras manos nos lastiman y luego nos dan

el mundo. Cómo puedes amar el mundo
hasta que no queda nada por amar

más que uno mismo. Y luego puedes detenerte.
Luego puedes alejarte de nuevo, de vuelta a la niebla

que empareda el campo minado, donde la arteria en tu cuello
te adora hasta cero. Puedes alejarte. Puedes ser nada

y seguir respirando. Créeme.



[*]  Elisa Díaz Castelo (Ciudad de México, 1986) es poeta y traductora. Estudió Lengua y Literaturas Modernas Inglesas en la UNAM. Con el apoyo de las becas Fulbright y Goldwater, cursó la Maestría en Literatura Creativa en la Universidad de Nueva York (NYU). Dos poemas suyos ganaron segundo lugar en el premio de poesía de Literal Latté y fue seleccionada como semi-finalista en el premio de Tupelo Quarterly. Sus poemas en español se han publicado en las revistas Periódico de Poesía, Los Bárbaros y Sobremesa, entre otras. Actualmente vive en la Ciudad de México y es becaria del FONCA.





A Little Closer to the Edge

Young enough to believe nothing
will change them, they step, hand-in-hand,

into the bomb crater. The night full
of black teeth. His faux Rolex, weeks

from shattering against her cheek, now dims
like a miniature moon behind her hair.

In this version the snake is headless — stilled
like a cord unraveled from the lovers’ ankles.

He lifts her white cotton skirt, revealing
another hour. His hand. His hands. The syllables

inside them. O father, O foreshadow, press
into her — as the field shreds itself

with cricket cries. Show me how ruin makes a home
out of hip bones. O mother,

O minutehand, teach me
how to hold a man the way thirst

holds water. Let every river envy
our mouths. Let every kiss hit the body

like a season. Where apples thunder
the earth with red hooves. & I am your son.





Aubade with Burning City
           
South Vietnam, April 29, 1975: Armed Forces Radio played Irving Berlin’s “White Christmas” as a code to begin Operation Frequent Wind, the ultimate evacuation of American civilians and Vietnamese refugees by helicopter during the fall of Saigon.


            Milkflower petals on the street
                                                     like pieces of a girl’s dress.

May your days be merry and bright ...

He fills a teacup with champagne, brings it to her lips.
            Open, he says.
                                        She opens.
                                                      Outside, a soldier spits out
            his cigarette as footsteps
                            fill the square like stones fallen from the sky. May all
                                         your Christmases be white as the traffic guard
            unstraps his holster.

                                        His hand running the hem
of  her white dress.
                            His black eyes.
            Her black hair.
                            A single candle.
                                        Their shadows: two wicks.

A military truck speeds through the intersection, the sound of children
                                        shrieking inside. A bicycle hurled
            through a store window. When the dust rises, a black dog
                            lies in the road, panting. Its hind legs
                                                                                   crushed into the shine
                                                      of a white Christmas.

On the nightstand, a sprig of magnolia expands like a secret heard
                                                                      for the first time.

The treetops glisten and children listen, the chief of police
                                facedown in a pool of Coca-Cola.
                                             A palm-sized photo of his father soaking
                beside his left ear.

The song moving through the city like a widow.
                A white ...    A white ...    I’m dreaming of a curtain of snow

                                                          falling from her shoulders.

Snow crackling against the window. Snow shredded

                                           with gunfire. Red sky.
                              Snow on the tanks rolling over the city walls.
A helicopter lifting the living just out of reach.

            The city so white it is ready for ink.

                                                     The radio saying run run run.
Milkflower petals on a black dog
                            like pieces of a girl’s dress.

May your days be merry and bright. She is saying
            something neither of them can hear. The hotel rocks
                        beneath them. The bed a field of ice
                                                                                 cracking.

Don’t worry, he says, as the first bomb brightens
                             their faces, my brothers have won the war
                                                                       and tomorrow ...    
                                             The lights go out.

I’m dreaming. I’m dreaming ...    
                                                            to hear sleigh bells in the snow ...    

In the square below: a nun, on fire,
                                            runs silently toward her god — 

                          Open, he says.
                                                         She opens.




DetoNation

There’s a joke that ends with — huh?
It’s the bomb saying here is your father.

Now here is your father inside
your lungs. Look how lighter

the earth is — afterward.
To even write the word father

is to carve a portion of the day
out of a bomb-bright page.

There’s enough light to drown in
but never enough to enter the bones

& stay. Don’t stay here, he said, my boy
broken by the names of flowers. Don’t cry

anymore. So I ran into the night.
The night: my shadow growing

toward my father.






On Earth We’re Briefly Gorgeous

i

Tell me it was for the hunger
& nothing less. For hunger is to give
the body what it knows

it cannot keep. That this amber light
whittled down by another war
is all that pins my hand

to your chest.


i


You, drowning
between my arms —
stay.

You, pushing your body
into the river
only to be left
with yourself —
stay.


i


I’ll tell you how we’re wrong enough to be forgiven. How one night, after
backhanding
mother, then taking a chainsaw to the kitchen table, my father went to kneel
in the bathroom until we heard his muffled cries through the walls.
And so I learned that a man, in climax, was the closest thing
to surrender.


i


Say surrender. Say alabaster. Switchblade.
Honeysuckle. Goldenrod. Say autumn.
Say autumn despite the green
in your eyes. Beauty despite
daylight. Say you’d kill for it. Unbreakable dawn
mounting in your throat.
My thrashing beneath you
like a sparrow stunned
with falling.


i


Dusk: a blade of honey between our shadows, draining.


i


I wanted to disappear — so I opened the door to a stranger’s car. He was divorced. He was still alive. He was sobbing into his hands (hands that tasted like rust). The pink breast cancer ribbon on his keychain swayed in the ignition. Don’t we touch each other just to prove we are still here? I was still here once. The moon, distant & flickering, trapped itself in beads of sweat on my neck. I let the fog spill through the cracked window & cover my fangs. When I left, the Buick kept sitting there, a dumb bull in pasture, its eyes searing my shadow onto the side of suburban houses. At home, I threw myself on the bed like a torch & watched the flames gnaw through my mother’s house until the sky appeared, bloodshot & massive. How I wanted to be that sky — to hold every flying & falling at once.


i


Say amen. Say amend.

Say yes. Say yes

anyway.


i


In the shower, sweating under cold water, I scrubbed & scrubbed.


i


In the life before this one, you could tell
two people were in love
because when they drove the pickup
over the bridge, their wings
would grow back just in time.

Some days I am still inside the pickup.
Some days I keep waiting.


i


It’s not too late. Our heads haloed
with gnats & summer too early
to leave any marks.
Your hand under my shirt as static
intensifies on the radio.
Your other hand pointing
your daddy’s revolver
to the sky. Stars falling one
by one in the cross hairs.
This means I won’t be
afraid if we’re already
here. Already more
than skin can hold. That a body
beside a body
must make a field
full of ticking. That your name
is only the sound of clocks
being set back another hour
& morning
finds our clothes
on your mother’s front porch, shed
like week-old lilies.




Toy Boat

For Tamir Rice

yellow plastic
black sea

eye-shaped shard
on a darkened map

no shores now
to arrive — or
depart
no wind but
this waiting which
moves you

as if the seconds
could be entered
& never left

toy boat — oarless
each wave
a green lamp
outlasted

toy boat
toy leaf dropped
from a toy tree
waiting

waiting
as if the sp-
arrows
thinning above you
are not
already pierced
by their own names




Ocean Vuong (1988) es la sensación de la nueva poesía norteamericana. Ha llegado a decirse que su lenguaje poético renueva el inglés todo. Presentamos la conversación que hoy mismo, en el New Yorker, sostuvo con Daniel Wenger. Ocean Vuong es autor de los libros de poemas: Burnings (2010), No (2013) y Night Sky with Exit Wounds (2016), La traducción de la entrevista es de Esteban López Arciga y la fotografía de portada de Peter Bienkowski.

 http://circulodepoesia.com/2016/04/de-como-un-poeta-llamado-ocean-pretende-arreglar-la-lengua-inglesa/

De cómo un poeta llamado Ocean pretende arreglar la lengua inglesa

Ocean Vuong no es un poeta experimental, pero es un poeta del experimento americano. En “Notebook Fragments”, un largo poema de dudas y choques, escribe: “Un soldado americano se cogió a una chica de pueblo vietnamita. Ergo mi madre existe. /Ergo yo existo. Ergo no bombas = no familia = no yo.” Después agrega: “Uff”. Unos versos más abajo, la voz poética besa el cuerpo de un hombre,

                suavemente, como uno besaría una granada
antes de arrojarla a la boca de la noche.

                Quizá la lengua es también una llave.
Uff.
Podría comerte me dijo, acariciando mi mejilla con sus nudillos.

Vuong nació en 1989, en una granja de arroz afuera de Saigón; dos años después, él y sus seis parientes emigraron a Hartford, Connecticut, donde vivieron juntos en un apartamento de una habitación. En la escuela, Vuong fue abofeteado por el inglés antes de poder usarlo —su familia era analfabeta, y él no aprendió a leer hasta los once años.

“Para un americano nacido aquí, lo mundano podría ser aburrido, pero para mí el inglés coloquial era un destino”, Vuong me dijo recientemente la tarde de un martes, acomodado en una cabina del Caffè Reggio, su guarida en Greenwich Vilage. Ahora de veintisiete años, recientemente ganó el Whiting Award, y esta semana Copper Canyon Press publicó su primer libro Night Sky with Exit Wounds. Hace dos años, cuando le dijeron a Vuong que su manuscrito había sido aceptado, él estaba tomando un tren de su casa en Astoria a su primer taller en la New York University, donde está a punto de terminar su maestría.

En el Caffè Reggio, Vuong bebió té de jazmín y vistió una camisa de seda negra con un estampado de puntos blancos. “Este lugar es un viaje en el tiempo”, dijo apuntando a los toneles plateados que alguna vez producían expresos —La primera máquina así en América, hecha en Italia— y al mostrador donde Joseph Brodsky, otro poeta de lengua Inglesa que no empezó con el inglés, alguna vez recogió su correo. Era un ambiente adecuado para alguien influenciado por la franca ironía de Frank O’Hara y el folclorismo exótico de Federico García Lorca.

Leer a Vuong es como ver a un pez moverse: sortea las distintas corrientes del inglés con intuición muscular. Sus poemas son por momentos agraciados (“Tú, empujando tu cuerpo /al río /para estar sólo/ contigo”) y sorprendentes (”Di rendirse. Di alabastro. Navaja/Madreselva. Solidago. Di otoño”). Sus versos son tanto cortos como largos, su pose narrativa y lírica, su dicción formal y despreocupada. Desde el exterior, Vuong ha creado una poesía de inclusión.

En su oreja derecha, Vuong usa un pequeño arete de perla que alguna vez le perteneció a la madre de su madre. Suele hablar de cómo fue criado por mujeres —Su padre fue encarcelado por golpear a la madre, poco después de que la familia llegó a Hartford, la pareja se divorció casi de inmediato. Cuando Vuong era un niño su madre y su abuela le enseñaron sus canciones de campo y sus aforismos. En Notebooks Fragments las parafrasea diciendo: “Incluso la dulzura puede raspar la garganta, así que revuelve bien el azúcar. Abuela.”

Fue la madre de Vuong, una manicurista, la que le dio su nombre (nació como Vinh Quoc Vuong). En un día de verano en el salón de pedicura, ella le dijo a un cliente que quería ir a la playa. Decía reiteradamente “Quiero ir a la playa[1]“ Vuong me dijo. El cliente sugirió que usara la palabra Ocean. Al saber que el océano no era una playa, sino un cuerpo de agua que toca varios países —incluyendo Vietnam y los Estados Unidos— decidió renombrar a su hijo.

El océano es un cliché poético, y Vuong se toma los clichés muy en serio. “Vienen de una crisis del lenguaje” dijo. “Han perdido su uso”. En “Someday I’ll love Ocean Vuong” publicado el año pasado en esta revista[2], Vuong le inyecta a su nombre nuevo significado. Empieza:

                Ocean, no tengas miedo.
El fin del camino está tan lejano
que ya está detrás de nosotros.
No te preocupes. Tu padre es sólo tu padre
hasta que alguno de los dos lo olvide.

Después, Vuong combina la ubicación oceánica con otro tropo cercano, el lenguaje de la auto-motivación: “Ocean, /¿Escuchas?” “Ocea- /Levántate.” El mar se convierte en un organismo necesitado de una reparación imposible, y la voz poética se convierte en el mar mismo, proteico y poderoso. La idea, Vuong dice, es que “Podamos convertirnos en más de una cosa a la vez”. Me recomendó “Kathy” de O’Hara. Su penúltimo verso dice “Algún día amaré a Frank O’Hara.” Su verso final: “Creo que estaré solo un rato.”

Vuong gusta de O’Hara y de otros poetas de la escuela de Nueva York por su manera franca de hablar del sexo. “¿Qué puedo hacer?” dijo. “Me gustan los penes.” Mientras crecía, contestaba llamadas en el salón de pedicura, y miraba a Oprah y a Ellen mientras trabajaba. Leía poca poesía en la primaria, principalmente a Dr. Seuss y la revista infantil Stone Soup. En preparatoria, tuvo la idea de grabar la sabiduría familiar en su diario. En las páginas blancas, anotaba sus “pequeñas cosas” propias, como describe sus primeros poemas.

En 2008, fue a Pace University para estudiar mercadotecnia, esperando poder mantener a su familia, pero lo dejo a las tres semanas. En Brooklyn College, entró a la carrera de Inglés, escribiendo poemas en postales y regalándoselas a sus amigos. Los sonetos, me dijo, antes se pasaban como notitas —“en tiempos de Shakespeare, antes del chat.”—. Cuando el poeta y novelista Ben Lerner se unió a la facultad, le dio a Vuong la idea de que una vida de escritor podría ser posible. Antes de eso, Vuong dijo “Creía que todos los poetas eran predestinados. El gobierno decidía. Obama o Bush, o quien sea, decía ‘tú, tú, tú.’”

La abuela de Vuong murió de cáncer de huesos, mientras él estudiaba en Brooklyn. Fue enterrada en Vietnam, y Vuong viajó ahí para el funeral. “Fue demasiado, porque todos parecían mi familia” me dijo. Sugerí que algunas personas encontrarían confort en esta familiaridad. “Me gusta ser más precavido,” Vuong dijo. “Entonces cosas raras pueden pasar.”

Se acabó su té. Afuera la calle Thompson había oscurecido; adentro, la multitud universitaria había disminuido. “Mi madre desenvolvía los billetes de un dólar de las propinas, y con eso comprábamos la cena,” Vuong dijo, mientras nos daban la cuenta. ”Todo dólar era tangible, un símbolo sentido.” Su familia tiene problemas para entender su carrera, lo llaman “un académico” y él no los corrige. “Sus voces están en mi cabeza cuando escribo, cuando pienso, y no creo que llegue jamás el día cuando no me pregunte que debería de hacer con estas manos.”




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