Enrique de Rivas
Enrique de Rivas (Madrid, 1931) es un poeta español perteneciente a la "Generación hispanomexicana".
Es hijo del famoso director de escena Cipriano Rivas Cherif y sobrino de Manuel Azaña, presidente de la Segunda República española. Tras la Guerra civil, se exilia en México. Allí se forma en el Colegio Madrid y el Instituto Luis Vives, centros educativos fundados por los refugiados españoles. Estudia más tarde en la UNAM, Puerto Rico y Berkeley. Desde 1956 trabaja como profesor en el Mexico City College, institución precursora de la actual Universidad de las Américas. En la década de 1960 se traslada a Roma (Italia), donde acaba estableciéndose, trabajando como funcionario de la FAO hasta su jubilación.
Como poeta, se le ubica dentro del grupo "hispano-mexicano", junto a otros exiliados que llegaron a México a una edad temprana y que por lo tanto recibieron allí su formación. Además de sus poemarios, es autor de ensayos sobre literatura medieval como Figuras y estrellas de las cosas y El simbolismo esotérico en la literatura medieval española. También publicó textos memorialísticos, como el libro de recuerdos de su infancia Cuando acabe la guerra y Endimión en España (Estampas de época 1962-1963), que recrea su primer regreso a su país natal. Tanto este último título como la totalidad de su obra poética antes publicada o inédita están recogidos en el volumen En el umbral del tiempo.
Obra
Poemarios
Primeros poemas (1949)
En la herencia del día (1966)
Tiempo ilícito (1981)
Como quien lava con luz las cosas (1984)
El espejo y su sombra (1985)
Fastos romanos (1994)
Epifanías romanas (2006)
En el umbral del tiempo (2013)
Libros de memorias
Endimión en España (1968)
Cuando acabe la guerra (memorias) (1992)
Ensayos
Figuras y estrellas de las cosas (1969)
El simbolismo esotérico en la literatura medieval española (1989)
Poemas de Enrique de Rivas en homenaje a Ramón Gaya
Voces de la luz
Homenaje al soneto de Ramón Gaya “El Tévere a su paso por Roma” y al gouache que corporiza en sus aguas a la mole-tumba del Emperador Adriano bajo la espada del Arcángel San Miguel, que es también espadaña.
Exordio
Aquí, donde el laurel, ciprés y pino
se inclinan bajo el gladio del Arcángelo,
y se curva entre nubes Michelángelo,
vengo hoy a respirar, en donde vino
a reposar Adriano su destino
de eterno anhelador; donde el anhelo
de Bernini a los ángeles del cielo
forzó a pisar el mármol del camino;
aquí, donde a la faz del agua asoma
la onda leve de un verso quevediano
y de Séneca en ecos se desmaya,
desde el más afilado aire de Roma,
quiero viajar al fondo de su arcano
respirando la luz de Ramón Gaya.
...sus aguas son de carne entreverdosa
...es una tumba viva y temblorosa
que va hundiéndolo todo en su regazo.
R. G.
I
Voz del Tíber
Si es tumba viva mi corriente dura,
cuando el pintor me ausculta con pinceles,
tú, que naciste tumba entre laureles,
¿qué has de ser, sino doble sepultura?
Si en mi cuerpo desdoblas tu figura
mortalmente al revés, y somos fieles,
yo, al agua, tú a la piedra que ser sueles,
sólo mi cuerpo vida te asegura,
pues tu mole de almenas es ceniza,
polvo ya de futuro; y yo, presente,
doy mi carne a tu imagen que desliza
desde los ojos blancos de mi puente
la mirada pensante que eterniza;
mira como te salva: sabiamente.
II
Voz de la mole adriana:
(Castel Sant’Angelo)
No soy ya lo que fue; y si aún lo fuera,
sombra no más sería del ausente
que en mi cuerpo habitó con luz doliente
sabiendo que un testigo sólo era.
No era más, ni fue más la lenta espera
de su transcurso fiel por lo presente,
renovada en sí misma, tercamente,
fingiéndose corpórea y verdadera.
Verdad fui y no lo fui. También fui pura
resonancia de vida traspasada
filtrada en el amor de lo absoluto.
Mi presencia fue nada. Hoy, que perdura
hecha esencia, en tu cuerpo trasvasada,
da en la luz de tu luz, luz al minuto.
Lo pintado no es nada, es una cita.
R.G.
III
Voz del Tíber
Más que en mí, estás conmigo, en una cita
que el tiempo convocó sin consultarnos;
hoy que nos encontramos sin buscarnos,
el lienzo, en su silencio, nos medita.
Nos medita y nos crea, nos incita
una vez más a ser, y siendo, a darnos
mutuamente lo mismo que, al hallarnos,
quisimos ocultar; como quien quita
de sí mismo la carga que más quiere
para añadirla al ser que tiene lejos,
la música intuyendo de su modo:
tu cuerpo es mi dolor que mi agua hiere,
y al herir al pintor nuestros reflejos,
suena, viva en su luz, la luz del Todo.
Voces de la luz, escrito en la primavera de 1993 a raíz de la visita al Museo el 12 de febrero de dicho año.
Traducido al italiano se publicó en el catálogo de la exposición Ramón Gaya en Italia, celebrada en la Academia de España en Roma en mayo de 1995.
A Ramón Gaya en su tránsito
“Lo pintado no es nada, es una cita
-sin nosotros, sin lienzo, sin pinturaentre
un algo escondido y lo aparente”
De “Mansedumbre de obra” R.G.
El caballete vacío
El caballete ahí, como esperando
el toque de su mano, su mirada,
el peso de la tela preparada
para la obra de hoy. Pero ya el cuándo
no cabe en el reloj. Desorbitada
la luna del espejo está buscando
luz e imagen en su aire respirando,
mas luz, imagen y aire son ya nada.
¿Son ya nada o ya Todo? Transparencia
es el hueco dolor de la madera,
el agua inmóvil que el espejo habita;
el alma, ya abandono; el ser presencia;
certidumbre el vacío de la espera
mansamente acudiendo hoy a la Cita.
El caballete vacío, escrito el 16 de octubre de 2005, un día después del fallecimiento del artista.
Acuarela con barca sobre un río
En el centenario de Ramón Gaya
TRÍPTICO
Cuando medía el tiempo
mis pasos por la tierra
sus signos encontraba
en esas nubes llenas
que caían al río
como si de sus velas
el navío del cielo
desprenderse quisiera.
Y yo las recogía
una a una, en la espera
de ponerlas de nuevo
sobre la nave aquella
que en el agua flotaba.
Eran nubes de vida
con vocación de estrellas,
y en el alba nacían
otra vez nubes nuevas.
Hoy que el tiempo quieto
tan sólo mido huellas
en la bóveda madre
donde la nave espera
zarpar por otro océano
sin nubes, sin estrellas,
oigo un eco de imágenes
en la corriente espesa,
como si de una música
que oscuramente fuera
las notas de las nubes
ya todas en cadena
de blancura, que el tiempo
sembrado devolviera
en signos trasparentes
de un alma, que acudiera
a entregárseme, entera.
Viene la luz ya tibia
con suavidad de plata
veteada de memoria
de una canción lejana.
Del dorso de la loma
nostalgia de campanas
a un punto eterno fija
el aire que ahora pasa.
Y queda aquí suspenso
un arco de palabras
que va de orilla a orilla
esperando la barca.
Vendrá la barca oscura
sobre ese cielo de agua
que pone en los paisajes
la turbiedad sagrada,
y se oirá en el silencio
romperse las palabras
una a una, cayendo
como gotas cantadas
de una canción: “va llena
de su carga la barca;
fijo ha quedado el aire
su luz tibia, de plata.”
Acuarela con barca sobre un río, escrito en 2010 y publicado en el catálogo de la exposición Homenaje a la pintura celebrada en el IVAM en el verano de 2010, con motivo del centenario del nacimiento del artista.
Las memorias de infancia de un poeta español exiliado que se refugio en la palabra
Cuando acabe la guerra
Aquel infierno empezó hace 75 años, en julio de 1936. "Fuimos los primeros en defender la democracia", decían muchos de los refugiados que habían escapado de España después de que el general Franco ganó la Guerra Civil. Decían esa frase con orgullo, pesadumbre y un resto de reproche a los países democráticos, que no habían sabido ni querido defender sus ideas en el debido momento y terminaron inmolando millones de soldados y civiles durante la Segunda Guerra Mundial. Se ha publicado mucho sobre la tragedia española; pero hay un texto notable que muestra un aspecto poco tratado de ese período: en el libro de memorias Cuando acabe la guerra (editorial Pre-texto), el poeta y ensayista Enrique de Rivas cuenta lo que fue su niñez y adolescencia de precoz refugiado político.
Enrique pertenecía a una familia prominente. Su padre era el escritor y prestigioso director teatral Cipriano de Rivas Cherif, que estrenó con la compañía de Margarita Xirgu La zapatera prodigiosa , Yerma y Doña Rosita la soltera , de Federico García Lorca. Además, una hermana de Cipriano, Dolores ("Lola), estaba casada con Manuel Azaña, el presidente de la República cuando empezó el levantamiento de Franco, por lo que Azaña era cuñado de Cipriano y tío de Enrique.
El primer recuerdo del autor relacionado con la guerra se desarrolla en circunstancias muy particulares. Tenía cinco años. A comienzos de 1936, su hermano mayor fue llevado a un "preventorio" porque sufría de una afección en los ganglios. Al mismo lugar, fue a parar Enrique, pero no porque padeciera de ningún mal físico. Con esa internación, intentaban curarlo de los frecuentes berrinches infantiles que infligía a su entorno. Una tarde, mientras él y su hermano descansaban al sol en el jardín del preventorio, llegaron un tío materno y "unos señores de uniforme militar" y los metieron en un coche. En verdad, los rescataron porque Francisco Franco se había levantado en armas contra la República. Los pequeños De Rivas comenzaron aquella tarde una peregrinación angustiosa que duraría varios años. Al principio, regresaron a Madrid. Pero no se quedaron mucho tiempo en la capital porque los pusieron en un tren y después de un largo viaje en el que cruzaron Francia, llegaron a Ginebra.
Con el cambio de país, los hermanos De Rivas ingresaron en una escuela internacional de método Montessori y allí empezaron a notarse las primeras secuelas de la Guerra Civil. En las clases de dibujo libre, Enrique sólo desarrollaba temas bélicos: cañones, cañoncitos y aviones que se caían. La maestra contemplaba con horror esas figuras que eran las pesadillas diurnas de un niño. El exilio introdujo tradiciones nuevas entre los españoles como el árbol de Navidad, el Día de la Madre y, más tarde, Papá Noel. Pero el aspecto más importante de ese período suizo fue el reemplazo del idioma materno por el aprendizaje del francés. Primera pérdida, primera ganancia de un exiliado. De todos modos, Cipriano combatía el olvido del castellano de sus hijos por medio de lecciones impartidas en el hogar con tiza y pizarrón.
Otra señal de que la guerra no había sido dejada atrás: antes de invitar a sus pequeños amigos a casa, los niños De Rivas debían informar al padre y a la madre (Carmen Ibáñez), de qué se ocupaban los padres de sus nuevas amistades. Si las ocupaciones respectivas no afectaban de un modo u otro la causa republicana, se los recibía. En una ocasión, quisieron invitar a un nuevo amiguito que los había conquistado por completo con su simpatía, pero sospechaban que el padre tenía ocupaciones reñidas vaya a saber de qué manera con la República, de modo que cuando Cipriano y Carmen les preguntaron cuál era la actividad de ese señor, los chicos dijeron que era preferible no formular esa pregunta para no enterarse de algo que impidiera la relación naciente. El niño de orígenes neblinosos fue recibido sin interrogatorio.
En enero de 1938, los De Rivas regresaron a España por un lapso breve. Se instalaron en las afueras de Tarrasa, cerca de Barcelona, en una finca llamada La Barata, donde un escultor esculpía el busto del tío Azaña. La casa estaba protegida por el ejército y, por la noche, podían ver a lo lejos cómo bombardeaban Barcelona. La derrota hizo que todos los habitantes de la propiedad debieran buscar asilo en Francia. Del otro lado de la frontera, una vez más, se adaptaron a nuevos usos. En Francia, los hermanos De Rivas iban a una escuela comunal, uno de cuyos maestros tenía como costumbre pegarles en los nudillos con una regla a los alumnos revoltosos: algo inconcebible para un ex alumno Montessori. Los chicos volvieron a expresarse casi solamente en francés, por lo que el padre les hacía leer en casa unos feos libros españoles de tapas grises. A los ocho años, Enrique se puso a escribir una novela donde contaba la historia de una familia que salía de su país a causa de una guerra y, tras muchas peripecias, unos acababan en Moscú, y otros, en México (texto profético). La novela quedó inconclusa.
Cuando estalló la Segunda Guerra Mundial, hubo que mudarse de nuevo. Primero fueron a Pyla-sur-Mer, cerca de Burdeos. Vivían en la Villa L'Éden. Allí escucharon la típica acusación que se hace a los extranjeros en tiempos de crisis, sean o no exiliados; eran culpables de no ser nativos y de haber ido a Francia a comerse el pan de quienes habían nacido del lado bueno (por el momento) de la frontera.
Una vez que los franceses se rindieron a las fuerzas del Tercer Reich, los alemanes llegaron al balneario. Los chicos de la ciudad se dividieron entre los que les prestaban servicio a los soldados del Führer comprándoles cigarrillos, bebidas, comidas y haciéndoles pagar precios mucho más caros, además de la propina, como una forma de atacarlos, y los muchachitos que se negaban a tener cualquier tipo de contacto con el enemigo. Enrique pertenecía al último grupo; su hermano mayor, en cambio, se ufanaba de esquilmar a los invasores.
Las desdichas se precipitaron. Cipriano de Rivas fue apresado y, poco tiempo después, Manuel de Azaña murió en Montauban. Los De Rivas Cherif, privados del padre, lograron embarcarse en Marsella, rumbo a la isla de Martinica, después pasaron un breve período en Nueva York y, por último, se radicaron en la ciudad de México en calidad de refugiados políticos. El libro hace una distinción: "Nótese que entonces, y por muchos, muchísimos años, se ha hablado de «refugiados» y no de «exiliados», término elegante y con un no sé qué de literario dorado que para nada tenía que ver con nosotros (?). Al exiliado se le echa para que no estorbe; el que se refugia, lo hace para conservar la cabeza".
En México, los De Rivas se encontraron con la "gran familia" de los refugiados. Enrique y su hermano fueron al colegio Madrid, en el que sólo había niños de familias republicanas. La incorporación de los Estados Unidos y de México a las fuerzas aliadas produjo un cambio en los ánimos: los niños de la escuela se acostumbraron a una nueva frase llena de esperanza: "Cuando acabe la guerra?" Nadie dudaba de que el Eje sería vencido y como consecuencia inmediata el régimen franquista se derrumbaría. En esa espera, la sociedad republicana en el exilio se iba desgastando casi sin darse cuenta; pero también se convertía en una especie de institución que dejaba su sello en todos los países que habían acogido a los fugitivos, entre ellos México. Los colegios españoles del Distrito Federal, por la calidad de su enseñanza, se llenaban de niños y adolescentes mexicanos y eso acrecentaba la solidaridad entre los extranjeros y los nativos. En 1944, Enrique entró en uno de esos establecimientos secundarios, el Instituto Luis Vives, y, poco a poco, pasó a tener dos patrias.
La familia se la pasaba esperando las cartas de Cipriano, enviadas desde una cárcel. Esas páginas estaban escritas con un código familiar, especie de clave que lograba sortear la censura franquista. La madre para explicar a los hijos el código, que aludía a otros tiempos, debía hablar del pasado, de las calles de Madrid, de anécdotas históricas y así recreaba escenarios ya borrosos. Cipriano, que se había esforzado en Suiza y en Francia para que sus hijos no perdieran la lengua española, recibió en prisión uno de los primeros poemas de Enrique, un soneto sobre Madrid. Con sinceridad implacable, no le ocultó al hijo las debilidades de esos versos. Pero comprendió que las lecciones de castellano no habían sido inútiles.
Llegó la paz y Franco no cayó. La familia seguía sin poder volver a España, pero el padre fue puesto en libertad y, por fin, pudo unirse a los suyos en México. Todo había cambiado, empezando por el cuerpo de los niños, que ya no eran niños. Y también había cambiado la idea misma que Enrique se hacía de la patria. El exilio le había enseñado que la patria no sólo tenía que ver con el padre y la tierra, sino con el propio ser, con los antepasados que no había conocido, con las costumbres forjadas durante centurias. Todo ese tesoro pervivía en el idioma. Limitar el ser a las fronteras era mezquino para un poeta. "La patria real, la inamovible, estaba ahí, dentro de mí para siempre, acrisolada en un idioma que era el mío (?). El ser era lo que te daba la patria y el ser yo se lo debía a muchas personas en cadena interminable concretada en un eslabón indestructible que eran padre y madre. A ellos se lo debía, no ciertamente a un pedazo de papel en el registro civil o en un consulado." Conmovedora conclusión de un poeta para el que la verdadera patria del hombre es la palabra.
por Hugo Beccacece
Fuente:
Diario La Nación 19/11/2011
Testimonios y textos recuperados por su interés.
LA AGONÍA DE AZAÑA
Historia 16 nº 178 febrero de 1991
Por Enrique de Rivas
MANUEL Azaña, Presidente de la II República, jefe de varios gobiernos republicanos, fundador del Partido Acción Republicana, sobresaliente periodista, escritor y orador, murió exiliado en Montauban el 3 de noviembre de 1940. Cuando acaba de cumplirse el cincuentenario de su fallecimiento, presentamos una extraordinaria investigación sobre los últimos meses de la personalidad más sobresaliente de la II República. Su autor, Enrique Rivas, hijo de Cipriano Rivas Cherif y sobrino de Azaña, ha contado con toda la documentación de la familia; con los recuerdos de su madre y de su tía, Dolores Rivas Cherif, y con sus propias vivencias infantiles, y ha buceado en toda la información hoy disponible en Francia y España. Estamos ante una terrible historia de impotencia, deslealtades, intrigas, secuestros, miedos..., que jalonaron los últimos días del Presidente.
Azaña en Montauban
Del asilo político al confinamiento a perpetuidad
Por Enrique de Rivas
La muerte de Manuel Azaña en Montauban, el 3 de noviembre de 1940, forma parte de la his- toda de la Guerra Civil Española (aunque cronológicamente la rebase), porque en ella se originaron las circunstancias en que ocurrió, fomentadas por los vencedores. También forma parte de la historia de la Segunda Guerra Mundial, ya que por la derrota de Francia, en junio de 1940, Azaña tuvo que abandonar precipitadamente su residencia cerca de Burdeos para irse a instalar (provisionalmente, pensó él) en la pequeña ciudad del Languedoc.
La desaparición de la III República francesa, el 10 de julio de 1940; la creación de un nuevo Estado encabezado por el mariscal Pétain y la colaboración tripartita entre sus funcionarios, las fuerzas alemanas de ocupación y el Gobierno español, constituyen el marco en el que se desarrolló la tragedia de Montauban centrada en la figura de Manuel Azaña.
Esta tragedia es sólo un episodio de una mucho mayor: la de los republicanos españoles acogidos al asilo político de la III República francesa, que no pudieron salir de Francia al sufrir este país una derrota aplastante infligida por la Alemania nazi. El caso particular de Azaña sigue en sus líneas generales el diseño esbozado. Los detalles que lo diferencian se derivan de la notoriedad del personaje, a la que se debió la protección incesante e incansable del Gobierno de México encabezado por su Presidente, el general Lázaro Cárdenas (que indudablemente le salvó del patíbulo), y a la que se debió igualmente la atención, tan incesante y pertinaz como la mexicana, pero de signo contrario, que le depararon representantes diplomáticos y funcionarios del nuevo Estado español.
Las páginas que siguen se concentran en las circunstancias, poco conocidas, que motivaron la permanencia de Azaña en Montauban desde fines de 1940 hasta su muerte. Si bien aspiran a ser una pequeña contribución a la historia de la Guerra Civil y de la represión que fue su corolario, quisieran también servir de estímulo para quienes se dedican a la investigación historiográfica, pues son muchas las lagunas que todavía existen relativas al tema.
I
Un viaje en ambulancia
Ultima fotografía de Manuel Azaña, tomada en Pyla-sur-Mer a comienzos de junio de 1040, justo antes de su traslado a Montauban.
El sábado 22 de junio de 1940, Francia y Alemania firman el armisticio. Sin embargo, las hostilidades continúan parcialmente, ya que su cese total depende de la firma, todavía pendiente, del armisticio con Italia (1). El día 23, a petición del Jefe del Gobierno francés, mariscal Henri Philippe Pétain, el canciller Adolf Hitler consiente en preservar de toda operación bélica la región de Burdeos, sede provisional del Gobierno francés. La zona queda demarcada por una frontera de banderas blancas (2).
Las cláusulas del armisticio son onerosas al máximo para Francia, en todos los órdenes, pero, sobre todo, en el geográfico. Tres quintas partes de su territorio, incluyendo la entera región de Burdeos, donde está Pyla-sur-Mer, residencia de Azaña, constituirán la zona ocupada. El día 24, el prefecto hace saber a Azaña, por medio del comisario para la vigilancia de extranjeros, que le autoriza a salir hacia Périgueux, capital de la Dordogne, en lugar de Montauban, como era el deseo del ex Presidente (3). La elección de Montauban se había decidido en familia en vista de que allí se hallaba refugiado el doctor Cabello, antiguo conocido de Azaña y amigo también del doctor Felipe Gómez-Pallete, su médico de cabecera desde el mes de mayo. El doctor Cabello había hecho saber que disponía de alojamiento provisional para Azaña en la casa del doctor Cave, donde él vivía en Montauban (4).
El permiso del prefecto incluía la utilización de una ambulancia, necesaria por la reciente gravedad del ex Presidente, quien todavía no se había repuesto del todo. La mañana del día 25 toman lugar en ella Azaña, su mujer Dolores de Rivas Cherif, el doctor Gómez-Pallete y el joven mayordomo del matrimonio Azaña, Antonio Lot (5). El recibo extendido por el Grand Garage de la Ville d'Automne de Arcachon, a nombre de la señora de Azaña, y por la cantidad de 1.700 francos, comprende un trayecto de 213 kilómetros hasta Périgueux, con la vuelta pagada (6). En la Villa L'Eden de Pyla-sur-Mer quedan los dos hermanos de la mujer de Azaña, Adelaida y Cipriano, la esposa de éste, Carmen Ibáñez Gallardo, sus cuatro hijos pequeños y tres fidelísimas personas adscritas desde hacía años al servicio de Azaña y de su mujer, y que, al salir de España en febrero de 1939, se habían negado a abandonarle: Epifanio Murga Hernández, José Ibáñez y Alejandra Sánchez (7). Al día siguiente de la marcha de Azaña de Pyla-sur-Mer, las primeras motocicletas del ejército alemán atraviesan la pequeña ciudad, dirigiéndose hacia el sur.
La intervención mexicana
Al llegar la ambulancia a Périgueux, el prefecto, después de cumplimentar a Azaña y a sus acompañantes en la Prefectura, dispone que se alojen en casa de la señora Eugénie Nobel, situada en BorieBrut Champcevinel (8). Allí pasan las noches del 25 al 27 inclusive, siendo incierto si también la del 28, pues ese día se anuncia que la casa ha de ser requisada para usos militares. Entonces Azaña recibe el permiso de dirigirse a Montauban, como él había deseado desde un principio (9).
En Montauban se alojan, como estaba previsto, en rue Michelet, 35, donde vive el doctor Cabello (10) en compañía del periodista y diputado Ricardo Gasset, de un diputado del partido de Martínez Barrio, de la señorita Josefina Leó y del señor Enrique Navarro, diputado de Izquierda Republicana (11). Durante los doce primeros días, según testimonio escrito de la mujer de Azaña (12), éste hace una vida de reposo, sin salir de casa, aunque llega a leer e incluso a escribir. Cada día le llegan cartas tranquilizadoras de Adelaida y de Cipriano de Rivas Cherif desde Pyla-sur-Mer, donde, a pesar de haberse completado la ocupación alemana desde el día 28, nada ha sucedido que perturbe la vida local. También Azaña les escribe una larga carta, contando su viaje, como sabemos, por Rivas Cherif (13).
El día 2 de julio, Azaña recibe la visita del Ministro de la Legación de México, Luis I. Rodríguez (14), siguiendo órdenes del general Lázaro Cárdenas, Presidente de México, y gran valedor de la causa de la República española y de sus infortunados defensores. La visita de Rodríguez es de cortesía. Durante ella, y a instancias de Azaña, preocupado por la provisionalidad legal de su permiso para residir en Montauban, le promete abogar por su situación en la entrevista que próximamente ha de tener con el mariscal Pétain.
II
Secuestros en tierra
Desde el 11 ó 12 de julio, las cartas de Pyla-sur-Mer dejan de llegar a la rue Michelet (15). Azaña se intranquiliza y hace gestiones para obtener noticias que expliquen el preocupante silencio de los habitantes de la Villa L'Eden. Ni el Ministerio del Interior francés, ni la Embajada de los Estados Unidos, ni la Legación de México en Vichy son capaces de darle satisfacción.
El día 17 se recibe de Arcachon un sobre a nombre de Gómez-Pallete; al leerlo, Azaña reconoce la letra de su hermana Josefa, a quien él había instalado en esa ciudad cercana a Pyla-sur-Mer en la Villa' Nadiége, junto con su marido y varias de las hijas de su fallecido hermano Gregorio. Azaña rasga el sobre y se lee la Increíble noticia: el día 10, de madrugada, Cipriano de Rivas Cherif y todos los habitantes de L'Eden han sido detenidos por la Gestapo y agentes españoles. Llevados a la Kommandantur de Burdeos, las mujeres y los niños han sido devueltos 48 horas más tarde a la casa, donde han quedado rigurosamente incomunicados. Los hombres han desaparecido, sin que se tenga la menor idea de su paradero. La casa ha sido registrada y saqueada, y el hilo del teléfono cortado por los perpetradores de la detención (16).
Azaña, a pesar de su extrema debilidad física, hace el esfuerzo de ir a entrevistarse con el prefecto, pero al llegar a la Prefectura su agotamiento es tal que le falta el respiro para hablar por teléfono con el ministro de México en Vichy. El prefecto lo hace en su lugar. Ese mismo día envía un telegrama a Luis I. Rodríguez (17), y el 18, Gómez-Pallete, a instancias de Azaña, envía al doctor Manuel de Rivas Cherif (el otro hermano de la señora de Azaña, refugiado en México) una carta mecanografiada (18) con copias para don José Giral (19) y Santos Martínez Saura, también refugiados en la capital mexicana. La carta repite sucintamente el contenido de la de la hermana de Azaña desde Arcachon, que incluye la noticia de haber sido detenidos también, con Rivas Cherif, dos grandes amigos de Azaña en Pyla, Carlos Montilla y Miguel Salvador; confirma la intranquilidad de Azaña desde que había dejado de tener noticias de su familia política en Pyla-surMer, y refleja la angustia del momento:
En resumen: se trata de obtener que Cipriano no sea enviado a España si es que no lo ha sido ya. En caso contrario, garantías para su vida; garantías para la seguridad personal del Presidente y su señora, mientras no puedan abandonar el país; liberación de la familia detenida e incomunicada en su casa de Pyla-sur-Mer. No necesito encarecerle la urgencia con que deben actuar (...)
Por primera vez aparece el temor de que pueda repetirse en Montauban, y en la persona de Azaña, lo sucedido a Rivas Cherif, Montilla y Salvador:
Manuel Azaña y su esposa, Dolores de Rivas Cherif, fotografiados a bordo de un destructor de la flota republicana anclado en el puerto de Barcelona, en el que fueron arbitrariamente confinados tras la revolución de octubre por el gobierno cedista.
Por otra parte, el suceso ocurrido es de tal naturaleza que me hace temer por la seguridad del propio Presidente. Es verdad que estamos en zona no ocupada, pero yo no considero un disparate la posibilidad de una incursión de la Gestapo o la concesión de una extradición. Por todo ello, el Presidente quiere a toda costa (y a pesar de los riesgos de un viaje, no me atrevo a quitárselo de la cabeza) salir de aquí y marchar a Vichy o a Lyon, o cualquier otro sitio. Si pudiera entrar en Suiza, sería la mejor solución.
Para lograr lo anterior, la carta sugiere que, a través, quizá, del Presidente Cárdenas, se logre obtener la intervención de Roosevelt ante las autoridades alemanas. El tono, el vocabulario y las repeticiones, salpicado todo de numerosos errores de máquina, revelan la extrema tensión y rapidez con que fue escrita la carta. Termina pidiendo que se le den instrucciones al representante de México en Vichy para que se ocupe efectivamente del ex Presidente, ya que no han vuelto a verle desde su visita del 2 de julio, ni recibido respuesta suya a varios telegramas. El resultado no se hace esperar, pues el 31 de julio el ministro de México recibe de su Gobierno instrucciones expresas de Cárdenas para actuar en el sentido pedido por la carta firmada por Gómez-Pallete.
Nuestro amigo enfermo
Mientras tanto, sin embargo, el señor Rodríguez había intervenido ya el día 20, yéndose a entrevistar con el mariscal Pétain, quien desde el 12 de julio se había convertido en Jefe del Estado. Saliendo de la entrevista, envía a las siete de la tarde el siguiente telegrama a Montauban, dirigido a Alberto Mena, antiguo coronel del ejército republicano:
Suplícole informar nuestro amigo enfermo señor Mariscal autorízalo permanecer territorio no ocupado hasta condiciones salud permítanle efectuar viaje México saludos.
Ministro Rodríguez (20)
El telegrama tiene sello de llegada a Montauban del 20-7-40, es decir, esa misma noche, pero al reverso dei mensaje, escrito por el cartero a mano, hay una nota que dice: A reprendre demain matin. Le porteur (21). Azaña, por lo tanto, no puede haberlo recibido antes del 21, lo que explica que una carta suya a Rodríguez del 20 no haga alusión a este telegrama, sino que hable sólo de lo que desde ahora será su obsesión: salvar a Rivas Cherif, y la suerte de aquellas señoras y aquellos niños víctimas de un atropello inexcusable (22).
Pero el texto del telegrama contiene elementos intrigantes: no está dirigido a la rue Michelet, 35, sine a las señas de Mena, a quien Rodríguez conocía por lo menos desde su visita a Montauban, el día 2, y se refiere a Azaña como a nuestro amigo enfermo, evitando el nombre y cualquier otra referencia que pudiera identificarle. Tampoco se refiere para nada a la situación de la familia que tanto angustiaba a Azaña, y de la que debía de estar enterado por su conversación con el prefecto el día 17 y por el telegrama que la siguió. Cabría pensar en la posibilidad de que el ministro, llegado a Francia sólo tres meses antes sin dominar el idioma, no hubiera entendido por teléfono las explicaciones del prefecto en francés, ya que Azaña no pudo darlas personalmente, o que el telegrama llegara con tres días de retraso por intervención de la censura; pero la causa de la discreción del texto del telegrama de Rodríguez parece originarse más bien en su entrevista con Pétain.
En ella le habló exclusivamente de la situación de Azaña y de su mujer, sin referirse a la de Rivas Cherif y su familia, limitando la conversación a la autorización para residir en Montauban, a la garantía de no sufrir extradición, al permiso para trasladarse a la Legación de México en Vichy apenas se lo consintiera su salud, e incluso al de marcharse de Francia apenas fuese posible. El texto de Rodríguez men ciona que Pétain se manifestó dispuesto a ayudarle con la mayor reserva. La expresión, mala traducción del francés sous la plus grande réserve (con el mayor sigilo), hace hincapié en la discreción con que Pétain desea proceder en este asunto, palabra que pronuncia al despedirse del ministro, y a la que éste se mantiene fiel, como lo prueba su telegrama a Mena del día 20.
Si las apariencias indicaban que se podía esperar en una relativa tranquilidad para Azaña y su mujer, pues les fueron concedidos papeles de residencia en Montauban hasta marzo de 1942, la situación de la familia Rivas Cherif seguía pesando sobre su ánimo. Evidentemente, el ministro de México había preferido proceder por partes, hablando de Azaña con el Jefe del Estado francés, y del otro asunto con el ministro de Asuntos Exteriores, Paul Baudouin. La entrevista con éste se celebra el día 21, al siguiente dé ver a Pétain. Rodríguez le habla de la situación de la hermana de Rivas Cherif, Adelaida, de la mujer de Rivas Cherif y de los cuatro niños, incomunicados en Pyla-sur-Mer, así como del secuestro y desaparición de Cipriano. Acerca del primer asunto, Baudouin se manifestó con optimismo, pues no creía tener dificultades por parte alemana, pero en el caso de Cipriano de Rivas Cherif lamentó hallarse imposibilitado para ayudarlo (23).
Cuando el día 22 el ministro de México llama por teléfono a Montauban para comunicarle el resultado de su entrevista con Baudouin a Azaña, éste, que sólo sabe que Rivas Cherif ha desaparecido, sin que se conozca su paradero, reacciona airadamente, amenazando entregarse espontáneamente a las autoridades franquistas para correr la misma suerte que los Rivas Cherif, si no se consigue su libertad, pidiéndole a Rodríguez que transmita sus intenciones a Baudouin (24).
Españoles y alemanes
La reacción de Azaña tiene una motivación de tipo pragmático que le da verosimilitud al testimonio de Rodríguez: el armisticio franco-alemán preveía en una de sus cláusulas que el reglamento de la policía en zona ocupada —incluyendo en él la vigilancia de los extranjeros en suelo francés— habría de depender de las autoridades francesas. Evidentemente, Azaña recurre al argumento de entregarse, pensando todavía que el asunto de su familia de Pyla-sur-Mer es de la competencia exclusiva de las relaciones franco-alemanas, y que, por lo tanto, el Gobierno de Vichy, ante el escándalo internacional que supondría una semejante entrega, reaccionada con energía. Lo que todavía no sabe Azaña el 22 de julio es lo que nos revela un informe confidencial del Comisario Especial, Jefe de Servicio, al prefecto de la Gironde, cuya parte esencial dice:
El 10 de julio de 1940, a las cinco de la mañana, las autoridades alemanas, acompañadas por un comisario de policía español y de un representante de los falangistas, han procedido a efectuar un registro en la Villa Eden. A petición de las autoridades españolas, los españoles han arrestado al señor Rivas Cherif, al señor Salvador, al señor Montilla, al señor Muerga y al señor Ibáñez. Además, se prohibió a la señora de Rivas abandonar la Villa Eden(25).
El informe da cuenta también del saqueo de la casa y de que todo lo capturado fue cargado en un camión alemán que partió en dirección a Burdeos. La frase clave, A petición de las autoridades españolas, demuestra que el 10 de julio de 1940 no se produce ninguna intervención francesa en la operación policíaca de Pyla-sur-Mer, es decir, que no se aplica la cláusula del armisticio mencionada, y que las autoridades españolas son las que piden directamente a las autoridades alemanas el arresto y confinamiento de las personas citadas, pasando por alto toda tramitación francesa de tipo policial. De hecho, las autoridades españolas mismas lo confirman, como vemos por un oficio de fecha 10 de agosto dirigido por el Secretario General de la Dirección de Seguridad a su Director General:
Excmo. Señor: Como resultado de los dos viajes realizados a París, cumpliendo órdenes de V.E., acompañado por personal de esta Dirección General de Seguridad, se ha llevado a cabo la detención de los elementos rojos reseñados al respaldo (..) (26)
La incógnita que se pone acerca de la no-intervención francesa en la operación del 10 de julio de 1940 se despeja examinando de cerca esta fecha, cargada de significado político: el día anterior, el Presidente del Senado de la República Francesa, Jules Jeanneney, tras una intervención de Edouard Herriot invocando la veneración que imponía a todos el nombre del mariscal Pétain, certifica en público el agradecimiento de todos a éste por el don renovado de su persona; las dos Cámaras votan el principio de la reforma constitucional, y, reunidas el 10 de julio por la mañana en Asamblea Nacional, oyen un discurso de Pierre Laval condenando el régimen parlamentario y todo lo que fue y ya no puede seguir siendo. A las dos de la tarde se propuso la aprobación de un artículo único confiriendo todos los poderes a la autoridad y la firma del mariscal Pétain. La votación a favor del artículo fue de 569 contra 80 (27). La III República Francesa había dejado de existir.
Las autoridades españolas que, según el informe citado, pidieron a las alemanas su intervención para llevar a cabo los arrestos en Pyla-sur-Mer, acertaron magistralmente al escoger la fecha del 10 de julio: desde el 9 por la tarde hasta la misma hora del día siguiente, existió una virtual parálisis de los poderes públicos, que hacía poco probable cualquier gestión —en contra o a favor— de las Prefecturas francesas, tanto más a las cinco de la mañana. Aquel día fue proficuo. Cayeron en la misma redada en zona ocupada doce personas, entre las que figuraban —además de las mencionadas— los socialistas Teodomiro Menéndez, Francisco Cruz Salido y Julián Zugazagoitia. Los dos últimos fueron fusilados en España cuatro meses más tarde, el 9 de noviembre (28). Pero esto nunca lo supo Azaña.
El presidente de la República con su esposa y el matrimonio Rivas Cherif
III
Un viejo amigo de Francia
Lo que sí supo fue el contenido de otra carta de Pyla-sur-Mer, llegada a Montauban entre el 23 y el 26 de julio. Era del doctor Monod, quien había atendido a Azaña durante su gravedad en la primavera de ese mismo año. La carta daba detalles acerca de la incursión de la Gestapo (la policía militar alemana) y de los agentes españoles en la Villa L'Eden, y del estado de aislamiento en que habían quedado mujeres y niños. También —y esto Monod lo dice como una suposición no confirmada— que Cipriano de Rivas Cherif, Carlos Montilla y Miguel Salvador habían sido llevados a España. Al leer esto, Azaña se derrumba; abrazado a su mujer, llorando, exclama: ¡Bien saben lo que me han hecho! ¡Esto sí que no lo resisto! (29)
El estado de abatimiento en que cae es tanto más terrible (30) en cuanto viene a corroborar —al margen de los sentimientos de afecto y de amistad—una antigua obsesión suya: la de sentirse culpable de cualquier daño que sus actividades políticas pudieran acarrear a sus allegados. Es un temor manifestado en ocasión de su encarcelamiento en Barcelona, de octubre a diciembre de 1934, la experiencia más amarga de su carrera, cuando escribe, refiriéndose a su familia política, a la que estaba muy unido: Yo soy, en realidad, el que está en deuda con vosotros, sobre todo desde que he degenerado en personaje histórico (..). No he podido evadirme del miedo que me daba pensar que también os zarandearan y maltrataran a vosotros, por causa mía, y hubiera querido poneros donde no os llegase nadie (31). Y en las mismas circunstancias, alude personalmente a Rivas Cherif, diciéndole: He procurado siempre que a ti no te metieran en ninguna locura por causa mía, porque era lo que más me habría herido (32). La sensibilidad, afilada por la noción de la injusticia vivida en carne propia, pero que victi miza a otro substitutivamente, es uno de los mecanismos psico-emotivos observables en Azaña durante la guerra civil, y que ahora, con el cuerpo enervado por la enfermedad, se agudiza hasta el límite con' la hiperestesia. Esta propensión de Azaña añade verosimilitud caracterial a la razón pragmática que hemos visto detrás de su impulso de entregarse espontáneamente al enemigo, al enterarse de la negativa de Baudouin a ayudar: significaba, en cierto modo, apropiarse de la injusticia destinada a otros.
Laval a escena
Sin embargo, como siempre o casi siempre en los momentos de crisis de su intensa vida, la fuerza de su inteligencia vence a la de su naturaleza: reacciona, se sobrepone y reanuda sus gestiones. El 27 de julio le escribe una carta a Pierre Laval, Vicepresidente del Consejo (33). La escribe en francés, a mano, y se la entrega para que se la lleve personalmente al ministro de México en Vichy, al joven capitán Antonio Haro Oliva, quien había sido destinado por la Legación a Montauban para estar cerca de Azaña. El ministro de México, al recibirla el día 29, tiene la feliz idea de copiarla antes de transmitírsela a su destinatario, por lo que nos es dado conocer este texto sencillo, de sobriedad casi notarial o castrense, apegado a los hechos escuetos, referidos con aparente serenidad:
(..) Pero el 10 de julio, muy temprano, ciertas gentes venidas de España penetraron, con el apoyo de los alemanes, en la casa (...), fueron arrestados y llevados a Burdeos. La casa fue saqueada (...)
Terminada la crónica desnuda de los detalles del suceso, viene el juicio breve e incisivo, sostenido por un casi imperceptible reproche, alusivo a la cláusula del armisticio ya mencionada:
Se ha tomado esta medida con el desconocimiento de las autoridades francesas. No tiene justificación posible (..).
Después de dedicar dos terceras partes de la carta a esta preocupación y de rogarle su ayuda, pasa a hablar de sus sentimientos por Francia, de su resolución de no intervenir en política en su suelo, que considera un deber, pero que, además, era su inclinación natural, dado que:
La experiencia por la que acababa dé pasar no era como para animar mi vocación.
De esta escéptica y sutil ironía se eleva, mencionando como de paso, que su permiso de residencia lo es sólo hasta marzo de 1942, a consideraciones más generales:
Mis intenciones iban mucho más lejos. Esperaba no marcharme de Francia nunca más. La misma guerra no ha cambiado mis intenciones. Está claro que uno conserva siempre el afecto por su patria, algo que nada puede reemplazar. Pero no pudiendo, en lo que me queda de vida, volver a España, es solamente en Francia donde, por razones muy superiores a la política, podría encontrar una segunda patria.
Después de recordar a Laval —como de paso— que también él, que ha sido Jefe de Gobierno y Jefe de Estado, abogando siempre por reforzar los lazos con Francia, afirma no querer destacar estos títulos, sino más bien otro, el de ser un viejo amigo de su país. Antes de la despedida final, enumera su labor de intelectual francófilo durante la Gran Guerra, y sus publicaciones:
(..) para ayudar a mis compatriotas a comprender mejor lo que el genio de Francia tiene de más duradero y universal.
El día 30 de julio, Laval recibe en audiencia al ministro de México, quien le entrega la carta manuscrita del ex Presidente de la República española. Laval la lee con despreocupación y se mesa el pelo. Sigue un diálogo breve, tenso y casi brutal —a juzgar por la trascripción hecha (34)—, cuya sustancia es que Laval se niega a hacer la más mínima gestión, ni por la familia Rivas Cherif, ni por Azaña, viejo amigo de su país.
Entre la llegada de la carta del doctor Monod y la fecha en que Azaña le escribe a Laval, es decir, entre el 23 y el 26 de julio, Azaña intenta hablar con el antiguo Presidente del Consejo francés, Herriot, quien se pone al teléfono pero interrumpe bruscamente la conversación, temeroso de la censura. Recurre entonces Azaña a la Embajada de los Estados Unidos mediante otra conversación telefónica, pidiendo un coche para trasladarse a Vichy. El secretario de la Embajada de lo niega, aduciendo falta de gasolina (35). El día 30, mismo de su entrevista con Laval, Rodríguez comunica a Azaña su desalentador resultado. El día 31, como ya se ha señalado, el Presidente Cárdenas instruye a su ministro en Vichy en el sentido pedido por la carta de Gómez-. Pallete del día 18, llegada pocos días antes a México (36). Cuando Rodríguez, el día 1 de agosto, trata de hablar por teléfono con Azaña, se entera, por su mujer, de que éste ya no puede acudir al aparato.
Pierre Laval, vicepresidente del Gobierno de Vichy
IV
La despedida del prefecto
Azaña había tenido un amago de ataque cerebral que, de momento, le afectó la capacidad de hablar claramente (37). Fue entonces cuando los doctores Cabello y Gómez-Pallete llamaron a consulta al doctor Paul Pouget de Montauban. Con un régimen más riguroso y mucho reposo, los médicos consiguen una notable mejoría, y Azaña, ejercitándose con lecturas en voz alta, logra recuperarse. Durante las cinco semanas siguientes, su estado de salud se mantiene relativamente estable. Recibe algunas visitas, entre ellas la de su antiguo amigo y traductor Jean Camp (38) y de nuevo la del ministro de México, quien intenta convencerle de que se traslade a Suiza; pero ya el 3 de agosto Azaña había manifestado dudas respecto a trasladarse a cualquier parte: Respecto del viaje de que le han hablado a usted sus representantes en Suiza, creo que debe hacerse lo necesario para obtener el permiso de entrada, a reserva de utilizarlo o no según convenga; mientras tanto, no hay para qué gestionar aquí el permiso de salida hasta que no se decida el si es mejor marcharse o quedarse (39).
Cuando Rodríguez vuelve a Montauban, Azaña le hace saber el fondo de su sentir acerca de un posible viaje al extranjero: considera que, permaneciendo en territorio francés, su calidad de rehén en ciernes puede servir para mitigar la suerte de Rivas Cherif en España y de la familia de Pyla-sur-Mer, lo cual perdería sus efectos en caso de trasladarse al extranjero. Este razonamiento está implícito en la nueva carta que le escribe el 24 de agosto relativa a un traslado a la región de Marsella, donde Azaña había encargado al general Juan Hernández Saravia que le buscase alojamiento. La dificultad estriba en obtener permiso para el traslado a esa región, sujeto a la condición de tener visado para salir de Francia: Las autoridades de aquí permiten ir a Marsella a quienes presentan un visado americano, pero, según me informan, a estas personas únicamente se les permite estar en Marsella bajo condición de salir de Francia. A nosotros esto no nos vendrá bien mientras la mitad de mi familia continúe detenida en Pyla-sur-Mer y no puedan reunirse conmigo (40).
Un nuevo telegrama de Cárdenas, del 28 de agosto, alarmado por noticias llegadas a México, y publicadas por los periódicos, acerca de que Azaña ha sido arrestado para llevarlo a España, le pide confirmación y motiva la respuesta del ministro Rodríguez del 2 de septiembre: Ex Presidente Azaña protegido esta Legación desde principios junio (error: julio) virtud autorización obtuve mariscal Pétain viviera sin molestias lugar indicara zona libre stop acaba informarme teléfono no desea ir Suiza prefiriendo radicarse en Marsella adonde llevárselo cuando sus enfermedades permítanselo. Por razones que ignoramos, Rodríguez no transmite a su gobierno la condición que pone Azaña para ir a Marsella, vgr., que su familia de Pyla-sur-Mer quede libre para reunirse con él allí.
Confinados en Montauban
Acepta Azaña emprender el viaje a Vichy; su mujer se lo comunica por teléfono al propio ministro Mientras se cruzan cartas, telegramas, conversaciones telefónicas entre México, Vichy y Montauban, aparece en esta ciudad, hacia el 21ó 22 de' agosto, el señor Urraca, funcionario de la Embajada de España en París, acompañado por unos falangistas. Da la noticia el capitán Antonio Haro Oliva, destacado por la Legación de México a Montauban desde el 23 de julio, pero el rumor llega también por otros caminos al número 35 de la rue Michelet. Coincide esta noticia con el planteamiento de un nuevo problema: la hermana del doctor Cave, dueño de la casa, apremia a sus ocupantes a desalojarla (41). Esto último sirve de argumento a Dolores de Rivas Cherif para convencer a su marido de la conveniencia de trasladarse a Vichy, aceptando finalmente la invitación del general Cárdenas, sin necesidad de decirle toda la verdad: el peligro evidente que la presencia señalada en esa pequeña ciudad de españoles franquistas con representación diplomática supone, peligro acrecentado por el fácil acceso desde la calle al interior de la casa.
Rodríguez, y éste conviene en venir a buscar al matrimonio a Montauban el día 15, haciéndose acompañar por el señor Castro Valle, funcionario de la Legación (42), para transportarlos en su coche hasta el Hotel des Lilas, de Vichy, donde México tiene su sede diplomática. Azaña, siempre atento a las reglas de urbanidad, y más quizás en el país de la politesse, le pide a su mujer, la víspera del día concordado con el ministro de México para hacer el viaje, que vaya a despedirse en su nombre del prefecto, quien en varias ocasiones había demostrado deferencias y practicado atenciones hacia su persona. La más significativa había sido la invención por su parte de una misión oficial a realizarse en Pylasur-Mer, cuya verdadera finalidad era recabar noticias de las personas de la familia allí detenidas.
Acompañada del fiel Felipe Gómez-Pallete, llega a la prefectura la señora de Azaña. Recibida por el prefecto, al anunciarle el motivo de su visita, éste le comunica una noticia inesperada: El señor Azaña no puede salir de Montauban sin una autorización del Gobierno con sede en Vichy. Una vez de regreso en la rue Michelet, 35, intenta, convencer a Azaña. —temerosa de la impresión que pueda hacerle la advertencia del prefecto— de que, sin duda, el ministro de México llegará con la autorización al día siguiente. Pero Azaña no se llama a engaño. Me contestó en seguida —cuenta la señora de Azañaque no me hiciera ilusiones porque la realidad era otra: Confinados en Montauban, como ya había podido darse cuenta, no podría salir de allí por muchas gestiones que hiciésemos (43).
V
Confinados y vigilados
El 15 de septiembre, con muchas horas de retraso sobre la convenida, llega a Montauban el ministro de México, señor Luis I. Rodríguez; enterado de lo que sucede, intenta encontrar una solución con el prefecto, sin lograrlo. Sobre este punto, el testimonio escrito de Rodríguez y el de la señora de Azaña difieren sustancialmente, pues según el primero su plan era el de haberse llevado a Azaña sin autorización, para tramitarla en Vichy una vez allí, justificando esta trasgresión en la urgencia dictada por la gravedad del ex Presidente; pero el mismo Rodríguez se contradice en su texto cuando cita una carta de Azaña en la que éste no acepta salir de Montauban sin permiso especial, pues dice, me temo que este acto significaría por mi parte una infracción de las normas administrativas vigentes, la cual infracción podría ocasionar algún correctivo (44).
Ante la situación creada, Rodríguez decide volverse a Vichy, pero previamente toma la decisión de dejar instalados en el Hotel du Midi, en habitaciones a nombre de la Legación de México, y bajo la protección oficial de su Gobierno, a Azaña y a su mujer, al doctor Gómez Pallete y a Antonio Lot. Eh habitaciones cercanas a la de Azaña se alojan también, en perpetua vigilancia, el secretario de la Legación, Ernesto Arnaud, y el capitán Haro Oliva con su esposa (45).
Mientras el ministro viaja hacia Vichy, la tarde del 16 de septiembre, estando reposando Azaña en su cama y su mujer velándole, sufre un ataque cerebral de tal gravedad que los médicos desesperan de salvarle. Avisado el ministro, vuelve inmediatamente a Montauban. Pero Azaña no muere. El día 19 (46), Rodríguez emprende nuevo viaje a Vichy, con el objeto de hablar urgentemente con el ministro Baudouin. Coincidiendo con los dos viajes de Rodríguez, los días 15 y 16, un informante de la Legación señala que han llegado a Montauban, y se han ido, el malhadado Urraca y sus secuaces (47).
Entre el 24 y el 30 de septiembre, el señor Rodríguez se entrevista en el Ministerio de Asuntos Exteriores con los señores Bressy, De Seguin y, de nuevo, con Paul Baudouin. La negativa a permitir la salida de Azaña de Montauban es terminante. El ministro de México recurre entonces a los buenos oficios del Nuncio Apostólico, monseñor Valed, y del ministro de Chile, Gabriel González Videla. El primero se entrevista con el Jefe del Estado, mariscal Pétain, y el segundo con Pierre Laval (48). El resultado es nulo. El confinamiento de Azaña es, por lo tanto, una realidad.
Igual consistencia parece ir cobrando la vigilancia por parte de ciertos elementos perpetuamente instalados en las cercanías del Hotel du Midi; cuyos propietarios, los señores Fusié —deferentísimos en todo, desde el primer momento de la instalación de Azaña y su mujer en él—, señalan discretamente su presencia al capitán Haro Oliva (49). En los medios del Gobierno francés, en sus entrevistas con los altos funcionarios mencionados, el ministro de México recoge la versión de que la Embajada de España se opone a cualquier traslado de Azaña. Sin documentación fehaciente para comprobar este dato en lo que respecta al caso de Azaña, sí tenemos la suficiente para documentar en este sentido la situación, paralela a la del ex Presidente, que viven la mujer de Rivas Cherif y su hermana Adelaida en Pyla-surMer, mientras se va desarrollando la tragedia de Montauban.
El presidente Cárdenas, rodeado de un grupo de exiliados españoles recién llegados a México. Cárdenas trató de proteger a Manuel Azaña en su precaria situación.
El armisticio, violado
La vigilancia a la que están sometidas por parte de las autorités espagnoles, como dice el informe mencionado (5), es continua y efectiva. Al cabo de medio siglo, nos lo cuentan ellas mismas. El cónsul de España en Burdeos, don Enrique Beltrán Manrique, le escribe al Ilustrísimo señor don Mario Piniés, ministro consejero de la Embajada en París, en su carta confidencial del 12 de septiembre de 1940, a propósito de la Villa L'Eden: Visto que la casa pertenece a la hermana de Rivas Cherif, y visto que esta señorita propietaria la habita y siguiendo tus consejos (Sic), hemos decidido a fin de no levantar más polvo que se vigile la casa, siendo advertida su dueña de que nada de lo que hay dentro puede sacarse (51).
A estas alturas del juego, las autorités espagnoles ya no necesitan recurrir a las autoridades alemanas de ocupación, pues tienen la plena colaboración de las francesas, como nos dice el señor Manrique en el segundo párrafo de su carta: Me prometió el prefecto que tan pronto lleguen los señores Bueno y Macarrón solicitaremos (sic) el hacer pesquisas en dicha casa y él nos la acordará. Por lo tanto, está resuelto el problema. Así que cuando dichos señores tengan que volver a España, que se detengan un día y haremos lo necesario.
El 16 de septiembre (el mismo día que en Montauban sufre su grave ataque cerebral Azaña y que se señala allí la marcha de Urraca y sus secuaces), el comisario especial, jefe de servicio, siguiendo instrucciones del día 8 recibidas del prefecto de La Gironde (el que tan solícito se muestra con el señor Manrique, según su carta), se presenta en L'Eden para renovar personalmente a las señoras Carmen Ibáñez de Rivas Cherif y a su cuñada Adelaida la prohibición de salir de su residencia, notificándoles que están bajo la vigilancia de la policía. El procés verbal, cuya copia existe, fue firmado por las interesadas (52).
La renovación de la prohibición de salir se había hecho necesaria en vista de que el 14 de agosto las autoridades alemanas habían comunicado a estas señoras que quedaban en libertad (53). Azaña no andaba errado cuando le escribió a Laval, en su carta del 27 de julio, que creía haber comprendido que según las cláusulas del armisticio el reglamento policíaco en la zona ocupada sería hecho por las autoridades francesas (54). El armisticio, pues, al menos en este punto, había sufrido violación por parte de los alemanes, pero a favor de las detenidas. Lo que Azaña no podía suponer era que las autoridades francesas adaptarían la aplicación de sus prácticas policiales relativas al caso específico de su persona y de su familia, en un sentido exactamente opuesto al derecho de asilo —legalmente concedido—, es decir, conformándolas a los deseos explícitos de la Embajada y del Consulado de España.
VI
El sigilo de Pétain
El texto del telegrama del 2 de septiembre del ministro de México a su Gobierno repetía en lo esencial el resultado de su entrevista con el Jefe del Estado francés el 20 de julio (ver Cap. II), y certificaba la seguridad en que se hallaba el ministro de que Azaña podría escoger libremente el lugar donde vivir en zona libre. Que Azaña no compartía tal seguridad es evidente por su negativa a trasladarse a Vichy sin el permiso oficial requerido. Para el ministro de México significaba sólo saltarse un trámite de fácil arreglo ante el fait accompli; para Azaña, podía tener consecuencias más graves. La actitud del primero reflejaba su confianza en la palabra de Pétain; la del segundo obedecía a su permanente obsesión legalista, pero, obviamente, no las tenía todas consigo en cuanto al valor efectivo atribuible a las pala bras del mariscal, ya que la actitud de las altas jerarquías, desde Laval y Baudouin hasta sus subalternos, no parecía corresponder en absoluto al resultado de la entrevista del 20 de julio.
Si por un lado es probable que las dudas de Azaña se reforzasen con ciertos recuerdos de su experiencia de gobernante, paradigmáticos de la distancia que puede haber entre teoría y práctica del poder, por otro lado, entre las dos actitudes del ministro y del ex Presidente mediaba otro importante elemento: Azaña nunca se enteró del peligro efectivo en que estaba, aunque nunca sabremos hasta qué punto pudo haberlo sospechado, ya que, en aras de la tranquilidad de su mujer, manifestaba una preocupación por ella que le hacía, con asombro de todos, sobreponerse a su desgracia, con una entereza de ánimo tremenda (55). El ministro de México, en cambio —y sus ayudantes en Montauban, Haro Oliva y Arnaud—, conocían desde fines de agosto, por lo menos, las llegadas y partidas de agentes españoles con propósitos que no era difícil adivinar. Era obvio que la sede de la Legación de México en Vichy ofrecía mayores seguridades contra una posible acción de fuerza que la casa de la rue Michelet, 35.
Busca y captura
La negativa del prefecto de Montauban —quien se había mostrado hasta ese momento muy deferente hacia Azaña— a dejarle salir de la ciudad, oficializaba el confinamiento desde un nivel mucho más alto que el de la Prefectura. Revelaba claramente que entre el último contacto del ministro de México con las autoridades de Vichy (fines de agosto) y el 15 de septiembre se había producido un cambio de actitud de las autoridades francesas. El paralelismo entre la situación de Azaña en Montauban y la de la familia de Rivas Cherif en Pyla-sur-Mer coincidía tanto en lo que se refiere a los confinamientos como en las fechas. Los documentos del Consulado español de Burdeos y de la Prefectura de La Gironde son claros al respecto.
No poseemos los equivalentes para explicar la situación de Azaña, péro el oficio del 10 de agosto dirigido al Director de Seguridad de Madrid por el Secretario General de la misma establece, sin lugar a dudas, el origen de la operación policíaca del 10 de julio en Pyla-sur-Mer: ... cumpliendo órdenes de VE, acompañado por personas de esta Dirección General de Seguridad, se ha llevado a cabo la detención de los elementos rojos reseñados al respaldo... (56) Lo que no dice el oficio es que entre esos nombres no está el de Manuel Azaña, que era contra quien iba dirigida principalmente la operación, pues el 10 de julio de 1940 la Embajada española estaba segura de encontrar a Manuel Azaña en la Villa L'Eden, por los datos aportados por un testigo de excepción (ver Cap. IX). La primera noticia de que está en Montauban la recaban durante el interrogatorio al que sometieron a la familia Rivas Cherif en el mismo momento del allanamiento de la casa.
Cipriano Rivas Cherif, cuñado de Azaña y padre del autor de esta investigación.
Lluis Companys, ambos fueron sacados de Francia y se encontraron en la DGS de Madrid
Desde mediados de agosto, como resultado dedo anterior, la atención dada al caso Azaña se bifurca en dos canales: uno, oficial, a través de Vichy, y otro, extraoficial, mediante el envío de agentes a Montauban. Sabemos que es el 21 ó 22 de agosto cuando se detecta la llegada del primero; en coincidencia con esto, corre el rumor, recogido por las agencias de noticias, de que Azaña ha sido arrestado. El telegrama de Cárdenas a su ministro en Vichy llama la atención sobre un punto clave: Noticias proceden París. Las tres palabras querían decir sencillamente la Embajada de España, que, contrariamente a la mayoría de las embajadas extranjeras después del armisticio, había mantenido su sede principal en la antigua capital, ahora ocupada por los alemanes, y no la había trasladado a Vichy. La noticia era falsa, pero la fecha —28 de agosto— corresponde al inicio de todos los movimientos observados, oficiales o no, tanto en Montauban como en Pyla-sur-Mer, que se transparentan en los documentos vistos, como es la correspondencia entre el cónsul de España en Burdeos y el ministro consejero de la Embajada en París, que es quien le guía en sus acciones, pues le da cuenta de lo que ha hecho siguiendo tus consejos (ver Cap. V). También es durante la segunda mitad de agosto cuando se intensifica en el territorio francés ocupado la búsqueda y captura de refugiados españoles que no cayeron en la redada del 10 de julio. El oficio ya citado del 10 de agosto del Secretario General al Director General de Seguridad de Madrid decía en su segundo párrafo: Igualmente, tomé medidas en territorio ocupado por las Tropas Alemanas, de acuerdo con la Policía de dicho país (sic), que permitirán en breve la detención del cabecilla catalanista Luis Companys y su conducción a territorio español. De hecho, unos días después, Rivas Cherif se encuentra en los pasillos entre calabozos de la Dirección General de Seguridad a Luis Companys, con quien logra hablar un momento (57). De los elementos rojos más importantes, no falta más que Azaña.
Comprobado por Rodríguez durante la semana del 23 al 30 de septiembre que el confinamiento de Azaña en Montauban es un hecho irreversible, y ante la noticia de que Rivas Cherif y sus compañeros han de comparecer ante un Consejo de Guerra, apremiado por su Gobierno, solicita y obtiene audiencia el 11 de octubre con Paul Baudouin, al que hace ver el peligro de muerte que corren los detenidos de Madrid. Baudouin le. dice claramente que nada puede hacer en favor de los presos. En cuanto a la suerte del ex Presidente, le dice a Rodríguez, en tono confidencial, que el Gobierno no permitirá su extradición (56).
Es la segunda vez desde el 20 de julio que el ministro de México oye de fuentes oficiales esta palabra. Recordemos que la primera fue de labios del Jefe del Estado, quien afirmó que se ocuparía de Azaña con gran sigilo, e hizo hincapié en la discreción necesaria para llevar a cabo su protección, que no se limitaba a evitar la extradición, sino que se extendía a la libertad de movimiento en la zona libre o para salir de ella. Pero hemos visto que del sigilo del vencedor de Verdún derivó una situación diametralmente opuesta a la que sus benévolos propósitos daban a entender. Tanta fue la discreción que los animó, que sus ministros y prefectos nunca se enteraron de ellos, o fingieron no enterarse, salvo en la promesa de no conceder la extradición. Lo que no sabemos, por falta de documentación francesa y española disponibles, es la causa que motiva las dos alusiones a la extradición, a distancia de dos meses y medio la una de la otra, y se impone la pregunta: ¿Había pedido el Gobierno español oficialmente la susodicha extradición? Todo parece indicar que el Gobierno francés había recibido una petición en ese sentido o que sabía que el Gobierno español estaba ejerciendo fuertes presiones para obtenerla.
VII
Extradición, no; confinamiento, sí (Razones de una ambigüedad)
La extrema gravedad de Azaña, que siguió al ataque cerebral del 16 de septiembre, motivó el que la familia de Pyla-sur-Mer intentase obtener un permiso de ida y vuelta a Montauban, con carácter urgente, ya que se temía un desenlace fatal de gin momento a otro. La petición de permiso que en su nombre hace el cónsul de México en Burdeos, señor Torres Vivanco, el.9 de octubre, enuncia claramente la razón: afin d'assister á sa mort —para estar presentes en su fallecimiento—. El documento, en forma de recomendación a las autoridades alemanas, no tuvo resultado alguno, sin que sepamos los detalles de su tramitación (59). Sabemos, por otra parte, que la extrema gravedad del ex Presidente persiste por lo menos hasta el 23 de septiembre, a juzgar por los numerosos telegramas que el Presidente Cárdenas hace llegar a la Legación de México ofreciendo toda clase de ayuda y apoyo (60). Sin embargo, pasados estos días, el estado de Azaña comienza a mejorar, como lo atestiguan las palabras de su mujer:
Contra lo que, incluso los médicos creían, el enfermo empezó a reaccionar, pero según pasaban los días, me daba más cuenta de que la mejoría no era la de tantas otras veces pasadas... Empezó a poder andar ayudándose con un bastón, por su poca seguridad para sostenerse; la parálisis facial le desapareció mucho, pero hablaba con gran dificultad, y más que nada me hacía verle acabado ya el que no razonara, aumentada esta impresión además por la expresión tan distinta a la que él tenía. Volvió después de estos primeros días a pasar tantos ratos discurriendo normalmente, que en ellos olvidaba yo su padecimiento, llegándome a hacer la ilusión de que desapareciera y volviera su imaginación a su estado normal (61).
Para esa época —primera quincena de octubre— se añade al grupo de amigos de Montauban el general Juan Hernández Saravia, fidelísimo de Azaña como jefe del Gabinete del Ministerio de la Guerra, y gran colaborador suyo en épocas posteriores. Los días del enfermo transcurren en una obsesión casi continua por los detenidos de Pyla-sur-Mer y los incomunicados en calabozos de la Dirección General de Seguridad de Madrid. A pesar del ataque cerebral, con los devastadores efectos que cuenta su mujer, Azaña no ceja en su búsqueda de medios o personas que puedan ayudar, sin obtener resultado alguno. Los médicos Gómez-Pallete y Pouget le visitan varias veces al día, y le proporcionan todos los cuidados necesarios. Francisco Galicia, el escultor refugiado en Montauban, figura entre los visitantes —Josefina Carabias recogerá el recuerdo que tenía Galicia de sus conversaciones con Azaña en su libro Los que le llamábamos don Manuel (62)—, y alguna vez recibe Azaña a otros menos asiduos, como la hija de don Rafael Altamira, esposa del doctor Acosta. Con ésta viene un día una monja, la hermana Ignace, que hacía poco tiempo le había pedido a la señora de Azaña que interviniera ante la Legación de México para ayudar a unas familias judías. Accedió a verla un momento para hacerle el encargo de buscar al padre San Sebastián Donostia, antiguo conocido de Azaña y de Rivas Cherif por sus afinidades musicales. Creía Azaña que en su calidad de eclesiástico podría intervenir ante las autoridades españolas a favor de los presos en Madrid. Pero la monja tampoco tuvo éxito (63).
Mientras tanto, el ministro de México intenta obtener de las autoridades suizas representadas en Vichy que se permita la entrada de Azaña en territorio helvético. Se le niega en aras de la neutralidad de su país (64).
El 15 de octubre, el doctor Gómez-Pallete es hallado muerto en su habitación. A la señora de Azaña los amigos la hacen creer de momento que está grave con un ataque de apendicitis en el hospital. Lo mismo le cuentan a Azaña, que nunca sabrá la verdad: su médico se había suicidado.
Una frágil inmunidad
El doctor Pouget considera que un clima más benigno que el de Montauban podría ayudar a mejorar al paciente: Si no curarse de cuanto tenía —escribe la mujer de Azaña—, sí guardaba la esperanza el doctor Pouget de que, con clima más templado y, sobre todo, en un ambiente más agradable, donde pudiera tener algo más que aquel pasillo triste de hotel, su estado nervioso había de calmarse. Pero el certificado médico que Rodríguez presenta a las autoridades de Vichy, con idea de hacerle venir a esa ciudad y luego trasladarle a Aixen-Provence, no logra su propósito: Azaña ha de seguir confinado en Montauban (65).
La persistente negativa del Gobierno de Vichy, incluso en las circunstancias de extrema gravedad en que se halla el ex Presidente, plantea otra incógnita en cuanto a su verdadera motivación. La incógnita se hace todavía más grande si se da el peso que merecen a las palabras que Baudouin le dijo al ministro de México el 11 de octubre en tono de confidencia respecto a no conceder la extradición, e incluso al hecho de que la Prefectura de Montauban había recibido órdenes de proteger a Azaña. Baudouin añadió —según el testimonio de Rodríguez— que el mariscal Pétain había designado a personas de su entera confianza para mayor seguridad del ex Presidente.
Lo incongruente de esta situación no puede entenderse sin hacer un razonamiento a la inversa: la firmeza en no conceder la extradición está en relación directa con la firmeza en no levantar el confinamiento. La primera se mantiene frente al escándalo que, dada la notoriedad de Azaña, su entrega oficial al Gobierno español podría provocar entre los países todavía amigos del Gobierno de Vichy (66), y el descrédito en que éste caería; la segunda se mantiene a petición de quien está presionando por la concesión de la extradición, como compensación a no otorgarla, y como consecuencia de un deseo expreso y firmemente manifestado ante las autoridades francesas, por alguien que está interesado, en vista de que no hay extradición posible, en mantener a Azaña en Montauban por sus condiciones geográficas, combinadas con la precaria instalación del ex Presidente en el Hotel du Midi.
A sólo unos 100 kilómetros de la línea de demarcación entre la zona libre y la ocupada, una acción de fuerza podía ser realizada rápidamente. Además, se hacía el cálculo de que una violación de la no muy bien definida inmunidad diplomática trasladada a un cuarto de hotel no podría acarrear por parte de un país tan lejano como México más que una reacción incapaz de cambiar los hechos una vez consumados, especialmente porque México no mantenía relaciones con el Gobierno de España.
El mariscal Pétain, presidente del régimen de Vichy, poco hizo por Manuel Azaña.
Ahora bien, las palabras de Baudouin acerca de la protección que la Prefectura de Montauban tenía instrucciones de proporcionar, y la del propio mariscal Pétain encarnada en personas de su confianza, indican que sabían que esta protección era necesaria; es decir, que tenían sospechas fundadas de que alguien iba a intentar un secuestro. ¿Por qué entonces no permitir el traslado a Vichy de Azaña, donde las condiciones de seguridad hacían impensable una acción semejante? ¿Duplicidad de Pétain? ¿Sinceridad de éste y duplicidad del blando y empalagoso Baudouin —como le llamó Churchill—? (67) ¿Deseos de cubrir apariencias de los dos, que hubieran tenido una coartada lista para, en caso de producirse un secuestro, demostrar que habían hecho lo posible para evitarlo? No podemos excluir tampoco la sinceridad posible de Pétain el 20 de julio, olvidada luego por efecto de su avanzada edad. Según Laval, Pétain concedía siempre lo que se le pedía, y lo olvidaba inmediatamente después (68). Su conocido desprecio por los republicanos españoles en Francia no avala la suposición de una actitud favorable basada en sentimientos personales. La falta de documentación probante en cualquiera de estos sentidos no permite dar una respuesta concreta a los interrogantes enunciados. De lo que no cabe duda es de que, a finales de octubre, cuatro días antes de expirar Azaña, se produce un movimiento inusitado en Montauban.
VIII
El sigilo de la Embajada
Los últimos días de vida del ex Presidente de la República española constituyen el final del libro de Cipriano de Rivas Cherif, Retrato de un desconocido. Es un final no escrito por él, sino por su hermana, la mujer de Azaña, quien fue el único testigo, presente ininterrumpidamente, de todo lo que sucedía entre las cuatro paredes del Hotel du Midi donde su marido agonizaba. En este final se cuenta lo que sucedió en el interior de la habitación. Lo que sucedía en el exterior, que es lo que nos interesa para elucidar los últimos epiSodios del confinamiento de Azaña en Montauban, proviene de otras fuentes, de testimonios orales probablemente bastante exactos en su origen, pero, a lo largo de medio siglo, disueltos entre fantasía, especulación y, por la gran debilidad humana del protagonismo, convertidos en relatos escritos que dicen más acerca de sus autores que del tema sobre el que escriben.
De todos estos testimonios escritos que se refieren a sucesos relacionados con la figura de Azaña existe uno que llama poderosamente la atención. Fue publicado en enero de 1981 por el periodista Isabelo Herreros, y contiene, en forma de entrevista, la información proporcionada por el señor J. G. de Valdés, antiguo republicano español que vivió en Montauban desde el final de la guerra civil (69). Lo que llama la atención de las declaraciones del señor Valdés al señor Herreros es su mezcla de inexactitudes —muy explicables al cabo de 40 años— en todo lo que se refiere al movimiento de personas dentro del Hotel du Midi, con la asombrosa precisión con que cuenta lo que sucedía en el exterior. Se tiene la impresión de que para todo lo que sucedía en el interior depende exclusivamente de datos proporcionados por terceros, a su vez poco confiables, sobre un fondo confusamente real, difuminado, a lo largo de cuatro décadas, en esa pizarra, falsa gemela de la memoria, y pariente espúrea de la historia, que llamamos leyenda.
En cambio, toda —o casi toda— la información que proporciona acerca de lo que sucedía en el exterior parece seguir una pauta precisa, linear; nombres y apellidos de personas, movimientos de éstas y de vehículos, horas exactas de citas y reuniones, como si todos estos datos estuvieran sacados de un cuaderno de bitácora que hubiese registrado una navegación en la oscuridad de la noche, siguiendo la precisión de los instrumentos de a bordo. La atmósfera en que se realiza esta navegación es la del sigilo. Precisamente éste es el elemento que comuna lo dicho por Valdés con los datos basados en los documentos de que disponemos, procedentes de la Embajada de España en París. Algunos ya han sido mencionados en el capítulo V y prueban el paralelo existente entre la situación de Azaña en Montauban con la de sus familiares en Pyla-sur-Mer. El elemento que interesa destacar ahora es el del sigilo.
En la citada carta del 12 de septiembre de 1940 del cónsul de España en Burdeos, dirigida a su Querido tío Mario, que es el Ilmo. Sr. Mario de Piniés, Ministro Consejero de la Embajada de España en París, después de comunicarle sus exitosas gestiones ante la Prefectura para reforzar el confinamiento y la vigilancia de la mujer y de la hermana de Rivas Cherif en Pyla-sur-Mer, añade un párrafo que dice: Esta carta no puede (sic) y no debo enviártela por correo y sólo espero que alguien de confianza vaya a ésa para entregártela personalmente, pues todo ello tiene carácter confidencial como ves.
Destaco las palabras no debo enviártela por correo, alguien de confianza, carácter confidencial. Este sigilo obsesivo aparece en otra carta del señor Beltrán Manrique a su tío, de carácter muy reservado, cuando —veinte días después de la muerte de Azañale da cuenta de la nueva operación de registro que hace en la Villa L'Eden de Pyla-sur-Mer ante una sugerencia de quien tú podrás sospechar,.y termina:
Eso es todo y quedas enterado; de esto daré cuenta a quien me sugirió la idea, que como verás quedó inmediatamente cumplida (70).
Los subrayados son míos, y son más elocuentes que toda explicación; ni siquiera entre parientes, funcionarios de la misma Embajada, que se escriben cartas entregadas a mano por personas de confianza, se rompe el sigilo acerca del nombre de quienes sugieren la operación. Es alguien cuyo secreto se protege incluso de los que le rodean físicamente en el lugar donde se encuentra, puesto que no se utiliza el correo oficial normal entre el Consulado de España en Burdeos y la Embajada en París.
El mismo sigilo envuelve la llegada de un coche a Montauban a las cinco de la mañana del 31 de octubre. Según el testimonio del señor Valdés, en el coche sin distintivos diplomáticos, viaja el embajador de España con su chófer personal y un policía de la Embajada. El embajador se aloja en casa de un abogado francés, antiguo afiliado a la Cagoule, movimiento clandestino de extrema derecha, fundado en 1936. Por la tarde, en su domicilio, se efectúa una reunión entre el embajador, un farmacéutico local, el jefe de un grupo de falangistas venidos a Montauban y el jefe del Grupo de la Gestapo francesa. El testimonio del señor Valdés da nombres y apellidos de todos ellos, menos del policía de la Embajada. Por los documentos del ministro de México sabemos que un señor Urraca había sido visto en Montauban a fines de agosto, y que en su libro de datos, de fecha 15 de septiembre, anota: Casi coincidí en llegar con el malhadado Urraca y sus secuaces, quienes fueron sorprendidos al descender del tren por algunos refugiados españoles (71).
¿A México?
La confrontación de los dos testimonios pone en claro que el ministro de México está hablando de la llegada de agentes de la policía española a mediados de septiembre; el testimonio del señor Valdés, antes de referirse a las personas reunidas el 31 de octubre, menciona que a finales del mes de septiembre se supo por un aviso estrictamente confidencial que se habían alojado en el Hotel du Midi tres sujetos, al parecer policías, de apellido francés, y dos policías españoles. Suponiendo una confusión de fechas en la memoria del señor Valdés, y que los dos testimonios se refieran al mismo hecho, existe el del coronel Antonio Haro Oliva (entonces capitán) (72), quien recuerda haber impedido personalmente la entrada al área donde estaba la habitación de Azaña a dos individuos identificados como agentes españoles.
Sin embargo, en la opinión de Haro Oliva, no era posible que la presencia de cinco agentes o policías en el Hotel du Midi no hubiera sido detectada por las personas que materialmente rodeaban la habitación de Azaña. Los hechos, como se ve, no están precisados, pero los tres testimonios concuerdan en la llegada a Montauban, en septiembre, de individuos señalados como pertenecientes a la policía española o francesa, o a ambas. Está claro también que de mediados de septiembre al 31 de octubre pasan seis semanas, plazo excesivamente largo para una acción de fuerza que es lógico Suponer tenía que hacerse en breve tiempo.
Sólo en el terreno de la hipótesis podemos situar el desarrollo posible de la planeada operación de secuestro. Habría que dividirla en dos etapas: la primera, de fines de agosto a mediados de septiembre (día 15, según el libro de datos del ministro de México), y la segunda, a fines de octubre, en la fecha que da el señor Valdés.
La primera etapa se habría iniciado al concebirse la idea del secuestro en vista de que las autoridades francesas se muestran inamovibles en cuanto a la concesión de la extradición de Azaña a España. El mandante de la operación destaca al señor Urraca el 21 de agosto para que vea sobre el terreno la topografía con la que hay que contar para realizar los movimientos necesarios; se cerciora. de que, en efecto, la casa situada en, el número 35 de la rue Michelet, de Montauban, es de fácil acceso desde la calle. El señor Urraca vuelve a París e informa. Con la lentitud característica del aparato estatal de todos los gobiernos y regímenes, tardan más de dos semanas en perfeccionar los planes para realizar la operación. Pero de repente, tienen que acelerarlos: una serie de indicios parece indicar que es inminente un traslado de Azaña a Vichy.
Se enteran de esta noticia a través de la censura, que les habrá comunicado el contenido de un telegrama del Presidente Cárdenas a su ministro, fechado el 13 de septiembre, en que le urge saque a Azaña de Francia rumbo México de preferencia vía Lisboa-Estados Unidos, bordo Clipper, o por la misma censura aplicada al teléfono entre la Legación de México y la casa de rue Michelet, 35, desde donde hablaba la señora de Azaña para ultimar los detalles del viaje a Vichy, finalmente concordado con el ministro. Ahora bien, los mandantes saben que las autoridades francesas no dejarán salir a Azaña de Montauban, aunque quizá también saben que el ministro de México está dispuesto a llevarse a Azaña sin el permiso legal, valiéndose de sus prerrogativas diplomáticas (73).
En la duda, se precipitan hacia Montauban. Al llegar, se encuentran con una situación imprevista: el señor Azaña ha sido alojado en el Hotel du Midi bajo la protección diplomática del Gobierno de México, y las habitaciones contiguas y fronterizas a la suya están ocupadas por un militar y funcionarios de la Legación, y el doctor Gómez-Pallete. Pero, además, el señor Azaña está a punto de escaparse por una puerta insospechada: la de la muerte. La operación queda suspendida.
José Felix de Lequerica, embajador en Francia, tramó el secuestro de Azaña, pero la muerte se le adelantó
Es verosímil pensar —si queremos dar crédito a la fecha de fines de septiembre que da el señor Valdés para la llegada de nuevos elementos policíacos franceses y españoles— que quizá se planeó una segunda intentona a partir de primeros de octubre, al conocerse la inesperada mejoría de Azaña. Pero no teniendo más elementos documentales a disposición, nuestra atención se concentra en un acontecimiento anunciado para principios de noviembre: la visita oficial a Montauban del Jefe del Estado, mariscal Henri Philippe Pétain.
IX
El plan de la barbarie y del crimen
Durante la segunda mitad de octubre se hace evidente para los observadores atentos que el estado de salud del ex Presidente, aunque muy deteriorado desde el ataque cerebral del día 16 de septiembre, permite pensar en la posibilidad de intentar de nuevo un traslado, puesto que el ministro de México lo vuelve a solicitar oficialmente, presentando un certificado médico del doctor Pouget (Capítulo VII); se sabe también que el ilustre enfermo ha vuelto a caminar por el Pasillo del hotel, aunque apoyado en un bastón o en el brazo de su mujer; sus condiciones le permiten leer, como se deduce por la anécdota de que estaba con el periódico entre las manos cuando se lo arrancaron para que no viese la noticia de la condena a muerte de Cipriano de Rivas Cherif y sus cuatro compañeros. Y se viene a saber que el 31 de octubre llegarán a Montauban 1.200 policías para garantizar la seguridad del mariscal Pétain durante su visita, a principios de noviembre (74).
En esta coyuntura vuelve a adquirir verosimilitud el testimonio del señor Valdés en cuanto a fechas y circunstancias. Nos cuenta que por la tarde del 31 de octubre, ya indicado como fecha de la reunión del embajador de España con sus amigos los agentes franceses y españoles, en casa de su anfitrión, el antiguo cagoulard, en Montauban, se concretan los últimos detalles de la acción programada para el día siguiente, viernes 1 de noviembre: seis u ocho hombres, vestidos con uniformes de la policía francesa, penetrarán en el hotel, sacarán a Azaña de su cama, lo meterán en una ambulancia, y ésta saldrá inmediatamente rumbo a Hendaya.
El testimonio del señor Valdés publicado por Isabelo Herreros no da más detalles. Llama la atención la exquisita consideración de proporcionar una ambulancia y el despliegue numérico de hombres. ¿Contaban los planeadores con la resistencia física de quienes rodeaban a Azaña? Con todo, la complejidad de la operación hace pensar en la necesidad de disponer de cómplices en el interior del hotel. Entre otros, para la apertura de la cerradura del cuarto de Azaña, que en esos últimos días de octubre se había tomado la precaución de mantener con la llave echada ininterrumpidamente (75). Estos detalles habrán de permanecer en el terreno de la conjetura a menos que se logre alguna vez prueba documental de los mismos. Esto último parece improbable. La presencia física del embajador de España en el lugar parecería indicar que el sigilo era tan extremado que él mismo no había querido confiarle a nadie la ejecución de esta operación, y cabe pensar en que le interesaba que no quedasen trazas escritas del suceso. También es lícito suponer que, por lo menos oficialmente, el Gobierno español en Madrid no estaba enterado del plan, cuyo efecto . sorpresivo, una vez cumplido con éxito, aparecería como una acción altamente meritoria. Pero pasó la noche del 31 de octubre, transcurrió todo el día 1 de noviembre, y la operación planeada no se realizó.
¿Que fue lo que la impidió? Las conjeturas al respecto pueden ser varias. Pero se produce un hecho nuevo que se sobrepone a todas: el 31 de octubre, precisamente, Azaña entra en coma.
El testimonio dado por el señor Valdés en su entrevista con Isabel() Herreros implica también a personajes eclesiásticos de alta jerarquía, quienes supuestamente habrían intervenido, a través de la persona del embajador, para que éste lograra realizar su propósito de secuestrar a Azaña; es decir, en sentido contrario a la intervención del Nuncio Apostólico ante Pétain a favor del ex Presidente, durante la última semana de septiembre (ver Capítulo V). La idea de tal complicidad eclesiástica choca con el sentido común e incluso con el práctico. Pero el testimonio del señor Valdés implica de modo preeminente a la persona del embajador de España en tanto que mandante y virtualmente ejecutor del planeado secuestro. En este punto, la verosimilitud del testimonio del señor Valdés encuentra apoyo en algunos datos históricos, de cierto relieve factual, significativamente indicativos de una predisposición caracterial relacionada con esta historia. Por ello, es imprescindible recordar en quién recaía la responsabilidad del cargo de embajador de España en Francia de junio a noviembre de 1940, por dos razones: una, que atañe a su posición de poder excepcional en ese momento, y otra, que atañe a sus relaciones personales con Azaña.
La primera derivaba del hecho de que don José Félix de Lequerica y Erquiza había sido intermediario entre el Gobierno alemán y el Gobierno francés para concertar el armisticio, a partir del 17 de junio de 1940; la segunda derivaba de circunstancias que se remontaban al lejano año de 1923, cuando Azaña, derrotado en las elecciones para diputado en el distrito de Puente del Arzobispo, impugnó el resultado de la elección ante el Supremo, y el señor Lequerica actuó como defensor del candidato impugnado.
De su importancia en Francia en 1940 nos da cuenta don Ramón Serrano Suñer, al decirnos que Lequerica se había significado como uno de los más exaltados germanófilos, colaboracionista en estrecha relación con Pétain, Laval, la Francia de Vichy y con la Gestapo, cuando fue embajador en Vichy, íntimo amigo —entonces— de Laval, y mentor político del viejo mariscal Pétain (76). De hecho, el nombre de Lequerica aparece en los papeles del ministro de México como el del obstáculo principal que encuentra incluso entre sus colegas latinoamericanos cuando trata de recabar su ayuda para aliviar la situación de Azaña, y tenemos, por lo menos, una prueba documental de que en el caso de la mujer y de la hermana de Cipriano de Rivas Cherif la Prefectura francesa y el Consulado español de Burdeos hacen depender de la autoridad personal del embajador la facultad de concederles o no permiso para salir de la zona ocupada (77).
El desahogo de Pétain
Por lo que respecta al pasado, sabemos que Lequerica había conocido a Azaña en el Ateneo de Madrid hacia 1921 ó 1922, y que en la ocasión mencionada de haber impugnado Azaña ante el Supremo el resultado de la elección de Puente del Arzobispo en la que salió perdedor, Lequerica, defensor del candidato ganador Leyún, se había pronunciado contra Azaña con un encono personalísimo (78). Desconocemos las causas de este estado de ánimo en 1923, pero sí sabemos la idea que tenía de Azaña en 1938, pues nos la describe él mismo en un artículo publicado en Domingo, de San Sebastián, el 7 de agosto de ese año (79), como comentario al reciente discurso de Azaña en Barcelona el 18 de julio, llamado el de las tres P, por el final de: Paz, piedad, perdón.
Tras recordar su encuentro con Azaña en un hotel de Toledo si la elección misma, en la que dice que, de puro tramposo, Azaña se había pasado de listo, traza una silueta moral de Azaña presentándolo como viejo falsificador, director del alzamiento armado de Cataluña contra España, en 1934, tipo práctico, aprovechado y muy a las jugarretas en las que ve su única salvación y la del empeño rojo, y en las que entrará de lleno y se prestará a todas las trampas. Resume la carrera política de Azaña clasificándole entre los liberales superados que se prestan, en nombre de cosas adjetivas, al plan de la barbarie y del crimen.
Enterados de la predisposición anímica del señor Lequerica hacia Azaña en 1938, nos es lícito suponer que para 1940 no se había mitigado su animadversión. También nos es lícito suponer que llevaba un propósito muy preciso cuando, en la primera quincena de junio de 1940, pocos días antes del armisticio, se tomó el trabajo de venir en el coche de la Embajada hasta Pyla-sur-Mer y se detuvo un momento ante el número 32 del Boulevard de L'Océan, emplazamiento de la Villa L'Eden. Los ocupantes de la casa, desde las ventanas del despacho de Azaña, le reconocieron; no sabemos si él llegó a distinguirlos desde la ventanilla de su automóvil (80). Lo que sí notó, sin duda, fue el emplazamiento exacto de la casa donde vivía el liberal superado que se había prestado al plan de la barbarie y del crimen.
Esto explica que, un mes más tarde, no tuviera necesidad de informarse a través de la Prefectura francesa acerca del domicilio de Azaña. Le bastó enviar a los agentes que la Dirección General de Seguridad en Madrid había puesto a su disposición (ver Capítulo VI) y que habían ido a París antes para cumplir órdenes, como nos dice uno de ellos en su informe del 10 de agosto dirigido al propio Director General de Seguridad: Como resultado de los dos viajes realizados a París, cumpliendo órdenes de VE, acompañado por personal de esta Dirección General de Seguridad, se ha llevado a cabo la detención de los elementos rojos reseñados al respaldo... (81).
Como hemos visto, el elemento rojo principal no estaba en la Villa L'Eden; pero fue por él por quien preguntaron primero al allanarla, acompañados por la Gestapo, a las cinco de la mañana, del 10 de julio de 1940. Desde el momento que lo supo ausente el embajador de España, transfirió su interés principal a Montauban. Quizás entre el 13 y el 19 de julio se contó entre las afortunadas personas que fueron recibidas en audiencia por el mariscal Pétain y le impuso de sus deseos respecto al ex Presidente de la República española, pues el sigilo y la discreción que el Jefe del Estado francés le recomienda al ministro de México respecto al caso de Azaña, en su entrevista del 20 de julio, parece indicar que Pétain estaba en antecedentes. Y quizá Lequerica insistió demasiadas veces acerca del mismo asunto, a juzgar por la anécdota —transmitida por el señor Valdés— que explicaría el fracaso del planeado secuestro: alguien informó a Pétain del mismo. Su reacción fue prohibirlo terminantemente, y se desahogó con estas palabras: ¿Es que el señor Leguerica se cree en su casa? ¡Empiezo a estar harto de su intriga! —Monsieur de Lequerica se croit chez lui, ou quoi? Je commence a en avoir assez de son manége!— (82).
Evidentemente, el sigilo de Pétain era un arma de dos filos para los fautores del secuestro. Acabó obrando en su contra. Y a favor de Azaña obró lo único que a esas alturas del juego podía ya salvarle: morirse.
NOTAS
(1) La l'elite Gironde (Edition du matin), Burdeos, lunes 24 de junio de 1940, pág. 1.
(2) (bid
(3) Dato tomado del primer borrador de Cipriano de Rivas Cherif, Retrato de un desconocido (Vida de Manuel Azaña); la versión definitiva no menciona la preferencia del prefecto por Périgueux.
(4) Lo mismo que nota 3. La versión definitiva del libro de Rivas Cherif omite las razones de la elección de Montauban.
(5) En Cipriano de Rivas Cherif, Retrato de un desconocido (Vida de Manuel Azaña), Barcelona, E &jaibo, 1980, pág. 494. (De ahora en adelante, abreviado en CRCH, Retrato) Este libro es la fuente general básica
(6) Documento existente en el archivo familiar.
(7) Alejandra Sánchez se volvió a España en agosto. De la suerte de los otros dos se habla en el Capítulo II.
(8) CRCH, Retrato, pág. 495 y carta manuscrita, con membrete, de la señora Eugenie Nobel a la señora de Azaña el 5 de noviembre de 1940.
(9) Parece ser que la razón por la que el prefecto había designado Périgueux en lugar de Montauban, el 24 de junio, tenía que ver con los movimientos de tropas en curso a finales de junio. No se sabe si el trayecto de Périgueux a Montauban se hizo en automóvil o en otra ambulancia, ya que la que vino de Pyla-sur-Mer volvió allí mismo el día 26 de junio.
(10) Dirección comprobada por las numerosas cartas llegadas a la señora de Azaña a Montauban, después de la muerte de Azaña, aunque éste murió en el Hotel du Mich; y por el doctor Cave, propietario de la casa que generosamente alojó a Azaña.
(11) Testimonio de la señora viuda de Azaña transcrito en nota al pie de la pág. 501 de CRCH, Retrato. La señorita Leó salió de la casa al llegar el matrimonio Azaña, pero siguió comiendo allí.
(12) Carta de Dolores de Rivas Cherif a éste en CRCH, Retrato, págs. 501-511.
(13) Esta carta de Azaña a Rivas Cherif fue robada durante el saqueo de la casa (ver Capítulo II) y no ha sido recuperada
(14) La fecha consta en una carta de Gómez-Pallete al doctor Manuel de Rivas Cherif en México, el 18 de julio de 1940, y consta igualmente en los papeles de Luis I. Rodríguez procedentes de la Legación de México en Vichy (ver infra, III).
(15) Se sabe que el día 9 no salió correo de la Villa L'Eden, pues una carta del hijo mayor de Rivas Cherif a sus tíos en Montauban, escrita ese día, quedó entre los papeles de la familia. Las cartas de Pyla-sur-Mer a Montauban tardaban dos días.
(16) Fuentes varias: CRCH, Retrato, pág. 502; carta de GómezPallete del 18 de julio (ver nota 4); Informe confidencial del 8 de septiembre de 1940 redactado por el Comisario Spécial Chef de Service (firma ilegible) de Burdeos dirigido a la Direction de la Sureté Genérale du Commisariat Spécial de Bordeaux. Procede del Archivo de la Administración en Alcalá de Henares. La carta de la señora Josefa Azaña no se ha conservado.
(17) Conversación telefónica y telegrama están confirmados, en cuanto a su,fecha, por copia del documento existente entre los papeles de la Legación de México en Vichy. El telegrama, redactado en francés, lo fue obviamente por una persona que no era ni Azaña ni su mujer, pues contiene un error de información inexplicable a la luz de la carta de Gómez-Pallete, recién recibida.
(18) La carta, escrita en una sola carilla a renglón cerrado, a máquina (57 renglones), fue enviada por correo, ya que los telegramas internacionales pasaban por la censura, pero hasta ese momento-no las cartas.
(19) Don José Giral fue el político y amigo republicano con quien Azaña mantuvo contactos epistolares más frecuentes en el destierro.
(20) El texto del telegrama reproducido en la copia de Rodríguez coincide con el original, pero no la fecha del 20 de julio del 40, que aparece en el timbre de la oficina de telégrafos de Montauban. Rodríguez lo da como del día 8, fecha imposible en vista de la carta de Gómez-Pallete, del día 18, en que se queja de que no se tienen noticias del ministro desde el día 2.
(21) Volverlo a llevar mañana por la mañana
(22) Ni la sintaxis ni el vocabulario de esta carta -firmada aparentemente por Azaña- son característicos del estilo de Azaña, ni de su mujer. Es probable que la escribiera otra persona (¿Gómez-Pallete?). El Libro de datos, como Luis I. Rodríguez llama a sus papeles inéditos, no da mayores detalles.
(23) Del Libro de datos de Luis I. Rodríguez. Este conjunto de documentos (inédito), constituido por los que tuvo a su alcance en su calidad de ministro de México en Francia (Vichy), reproduce, con comentarios propios, telegramas y cartas recibidos en la Legación de México en 1940. La reproducción mecanografiada de lo escrito por Luis I. Rodríguez contiene errores de datación que a veces hemos podido comprobar. Otras fechas sí coinciden con los hechos. Se indicará en las notas, abreviado en L. I. Rodríguez, Libro de datos.
(24) L I. Rodríguez, Libro de datos.
(25) Documento citado en Capítulo II, nota 16. El documento no lleva número de clasificación de archivo, y la firma es ilegible, pero el nombre de Duclos, con los mismos títulos, aparece en el documento citado en Capítulo V, nota 52.
(26) Los nombres que aparecen al respaldo son los de: Epifanio Muerga Fernández, Máximo Gracia Royo, Carlos Montilla Escudero, José Antonio Fernández Vega, Miguel Salvador Carreras,. Miguel Alfaro Reparaz, Julián Zugazagoitia Mendieta, Teodomiro Menéndez Fernández, Carlos Morales La Huerta, Francisco Cruz Salido y Cipriano de Rivas Cherif. La firma al pie del oficio es ilegible y el oficio no lleva sigla ni numeración. Sólo aparece el sello y el membrete de la Dirección General de Seguridad, Secretaría General. forma parte del expediente abierto en 1940 a Cipriano de Rivas Cherif en la DGS del Ministerio del Interior (entonces llamado Gobernación).
(27) Herbert R. Lottman, Pétain, héroe o traidor, México, Vergara, 1986, pág. 190, y Robert Aron, Histoire de Vichy, París, Arthéme Fayard, 1954, págs. 181-212.
(28) CRCH, Retrato, pág. 496 y pág. 500; Cipriano de Rivas Cherif, Tres mártires, en Tiempo de Historia, núm. 42, mayo de 1978.
(29) La carta de Monod no se conserva. Cita: CRCH, Retrato, pág. 503, y carta de Dolores de Rivas Cherif, viuda de Azaña, a la señora Isabel Biaggi de Masset, del 9 de julio de 1968 (inédita).
(30) Josefina Carabias, Los que le llamábamos don Manuel, Barcelona, Plaza y Janés, 1980, pág. 264. (Repite las palabras de Francisco Galicia: cayó en un terrible abatimiento.)
(31) Carta de Manuel Azaña a Cipriano de Rivas Cherif, del 2 de diciembre de 1934, en CRCH, Retrato, págs. 650-651.
(32) Carta de Manuel Azaña a Cipriano de Rivas Cherif, del mes de diciembre de 1934 (sin indicación de día), en CRCH, Retrato, pág. 655.
(33) Reproducida en Luis I. Rodríguez, Libro de datos.
(34) La transcripción de la conversación entre Laval y Rodríguez está en español en el Libro de datos.
(35) CRCH, Retrato, pág. 502; Rodríguez menciona la conversación con Herriot, pero la coloca en otra fecha, posterior al día 27 de julio.
(36) Los papeles de Rodríguez reproducen el texto del telegrama de la Secretaría de Relaciones Exteriores de México.
(37) CRCH, Retrato, pág. 502.
(38) Testimonio verbal de la señora viuda de Azaña.
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(39) Los papeles de Rodríguez reproducen el texto de esta cara como de Azaña. No dice si es manuscrita o a máquina El estilo no parece ser el suyo, sino el de Gómez-Pallete o el de la señora de Azaña.
(40) Mismo comentario que para la nota 39.
(41) CRCH, Retrato, pág. 503. El doctor Cave estaba movilizado y ausente de Montauban.
(42) Ibid, pág. 503.
(43) Ibid, pág. 504.
(44) Mismo comentario que para notas 39 y 40 del capítulo IV.
(45) Sobre este punto coinciden el testimonio de la señora viuda de Azaña, el de Rodríguez y el del propio Haro Oliva (conversación con él en la ciudad de México el 18 de septiembre de 1990).
(46) Hay una divergencia de dos días entre el testimonio de la señora Azaña y Rodríguez. Creo que son compaginables. La señora de Azaña habla de ataque, el día 16, y Rodríguez, en su cable a México, del 19, de hemiplejia. Se trata de la misma dolencia a lo largo de tres días
(47) Del Libro de datos, de Luis I. Rodríguez.
(48) Ibid.
(49) Testimonio verbal del coronel Antonio Haro Oliva recogido en la ciudad de México, el 18 de septiembre de 1990.
(50) Véase el Capítulo II.
(51) El original de la carta (firmada Enrique) se halla en el Archivo de la Administración de Alcalá de Henares.
(52) Ministére de L'Intérieur -Diréction Genérale de la Súreté Nationale, 11/41 - Procés Verbal - An mille neuf cent quarante - Le Seize Septembre-. Firmado por Jean Chabreyrie, Inspecteur Principal de Police Spécial en Résidence a Bordeaux, Officier de Police Judiciaire, Auxiliaire de Monsieur le Procureur de la République.
(53) Dato anotado en una lista de fechas relativas a su confinamiento en Pyla-sur-Mer, conservado entre los papeles de Carmen Ibáñez de Rivas Cherif.
(54) Véase Capítulo 111.
(55) CRCH, Retrato, pág. 503.
(56) Ver Capítulo II, nota 26.
(57) CRCH, Retrato, pág. 499.
(58) L 1. Rodríguez, Libro de datos
(59) El original de la carta se conserva entre los papeles de Carmen 1. de Rivas Cherif. Rodríguez no hace alusión a esta gestión.
(60) Los papeles de Rodríguez reproducen dos telegramas del propio Presidente Cárdenas; dos en su nombre de la Secretaría de Relaciones Exteriores de México y cuatro de Rodríguez.
(61) CRCH, Retrato, pág. 505.
(62) Ver Capítulo III, nota 30.
(63) CRCH, Retrato, pág. 506.
(64) L I. Rodríguez, Libro de datos.
(65) CRCH, Retrato, pág. 508, y L I. Rodríguez, Libro de datos.
(66) Entre ellos, los Estados Unidos, cuyo embajador, Bullit, hizo alguna gestión (infructuosa), como se deduce de la correspondencia entre Claude G. Bowers, con Cipriano de Rivas Cherif y con la viuda de Azaña entre 1941-1953.
(67) Apud Robert Aron, Histoire de Vichy, ed. cit pág. 233: Le suave et doucereux Baudoin.
(68) ¡bid, pág. 175.
(69) Isabel() Herreros, Los últimos días de Azaña, en Tiempo de Historia, Madrid, año VII, núm. 74, enero de 1981, págs. 26-37.
(70) Carta de Enrique Beltrán Manrique, cónsul de España en Burdeos al Ilmo. Sr. Mario de Piniés, Ministro Consejero en la Embajada de España en París. Fechada el 25 de noviembre de 1940. Al margen, arriba: Consulado de España en Burdeos, y debajo: Muy reservado. Procedencia: Archivo de la Administración, Alcalá de Henares.
(71) Las alusiones al señor Urraca en el Libro de datos son tres: el 23 de agosto, el 15 de septiembre y el 17, con referencia al día anterior.
(72) Testimonio del coronel Haro Oliva recogido en la ciudad de México el 18 de septiembre de 1990.
(73) Versión de Rodríguez, que no aparece en CRCH, Retrato.
(74) Isabelo Herreros, ob. cit.
(75) CRCH, Retrata. La decisión de encerrarse con llave fue de la señora de Azaña.
(76) Ramón Serrano Suñer, Entre el silencio y la propaganda, la historia como fue. Memorias, Barcelona, Planeta, 1977, págs. 358-359.
(77) Carta de Carmen I. de Rivas Cherif y Adelaida de Rivas Cherif al embajador de España en París, de fecha 20 de enero de 1941. Procedencia: Archivo de la Administración, Alcalá de Henares
(78) CRCH, Retrato, pág. 123.
(79) José Félix Lequerica, Lo que no entiende Azaña en Domingo, San Sebastián, 7 de agosto de 1938.
(80) Testimonio de Ciprianoy Carmen de Rivas Cherif (año 1960).
(81) Véase Capítulo II, nota 12.
(82) Isabeb Herreros, ob. cit. Nótese que la palabra manége (intriga) está en singular, refiriéndose exclusivamente a la intriga en torno a Azaña. El plural hubiera justificado pensar que se refería a otras muchas intrigas en torno a la captura de republicanos españoles.
(83) CPLSB
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