Ignacio Ramírez Paulino Calzada
Juan Ignacio Paulino Ramírez Calzada, mejor conocido por su seudónimo periodístico de El Nigromante (San Miguel el Grande, Guanajuato, 22 de junio de 1818-Ciudad de México, 15 de junio de 1879), fue un escritor, poeta, periodista, abogado, político e ideólogo liberal mexicano. Es considerado uno de los artífices más importantes del Estado laico mexicano. Además, fue un reconocido masón, y varias logias en México llevan su nombre.
Frases célebres
“No hay dios, los seres de la naturaleza se sostienen por sí mismos.”
“El crimen más grande que puede cometerse contra cualquier ciudadano es negarle una educación que lo emancipe de la miseria y la excomunión”
“No venimos a hacer la guerra a la fe sino a los abusos del clero. Nuestro deber como mexicanos no es destruir el principio religioso sino los vicios o abusos de la Iglesia para que, emancipada la sociedad, camine”
“La constitución progresista debe considerar garantías individuales, educación laica y gratuita, igualdad de géneros, un México libre por la separación de la Iglesia y el Estado”
“De forma nefasta, el clero paga motines pretorianos en efectivo con el dinero del pueblo mexicano, que lo ha dado para alimento o cobijo de pobres y menesterosos”
Fue hijo de José Lino Ramírez y de Ana María Guadalupe Sinforosa Calzada. Su padre fue un insurgente durante la Guerra de Independencia de México.
Inició sus estudios en Querétaro, ciudad natal de su padre, y en 1835 fue llevado al Colegio de San Gregorio, en la Ciudad de México, donde estudió artes. En 1841 comenzó estudios en jurisprudencia y en 1845 obtuvo el grado de abogado en la Universidad Pontificia de México. Ingresó a los 19 años en la Academia Literaria de San Juan de Letrán, integrada por los hombres más ilustrados de la época. Es célebre en los anales literarios de México la presentación de Ramírez en dicha Academia, donde leyó un discurso sobre un tema tan controversial que entonces hizo el efecto de una explosión de dinamita. Ahí expresó: «No hay Dios; los seres de la naturaleza se sostienen por sí mismos». Fue aceptado no obstante las protestas que causó su tesis tan revolucionaria y el discurso que petrificó de estupor a la asamblea. Sin embargo, sería exaltado como el primer orador y más tarde como el mejor escritor de su tiempo.
Inicio de su carrera
Se inició en el periodismo en 1845, al fundar, con Guillermo Prieto y Vicente Segura, la publicación periódica Don Simplicio, firmando sus artículos con el seudónimo El Nigromante. Sus colaboraciones se distinguieron por ser encendidos artículos y agudos versos satíricos en donde hacía una terrible censura a los actos del gobierno conservador, abogando por la reforma del país en lo económico, religioso y político, lo que provocó que el periódico fuera suprimido y Ramírez, encarcelado.
También fundó el periódico Themis y Deucalión, donde publicó un artículo titulado "A los indios", que defendía a los indígenas y pugnaba por su libertad a rebelarse contra la explotación a que eran sometidos; ello lo llevó a juicio, pero resultó absuelto gracias a sus artículos editados en El Demócrata, en los cuales defendía su causa. Así mismo, en 1857, en compañía de Alfredo Bablot fundó El Clamor Progresista, con el que apoyaron la candidatura presidencial de Miguel Lerdo de Tejada.
En la ciudad de San Luis Potosí colaboró en el periódico La Sombra de Robespierre. También escribió para La Chinaca durante 1862; en La Opinión y en Estrella de Occidente, del estado de Sonora, a fines de 1864, y antes de su destierro a los Estados Unidos. Junto a Ignacio Altamirano, Guillermo Prieto y otros liberales, en septiembre de 1867 fundó El Correo de México, financiado por Porfirio Díaz. En esta época también colaboró con El Renacimiento, El Siglo Diez y Nueve y El Monitor Republicano.
Vida política
En 1846 fundó el Club Popular, donde divulgó sus ideas liberales avanzadas en materia de reforma política, económica y religiosa, por lo que estuvo en prisión. Al obtener la libertad, el gobernador del estado de México, admirador de los talentos de Ramírez, lo invitó para organizar su gobierno y éste correspondió trabajando día y noche en la reconstrucción administrativa y también en la defensa del territorio nacional invadido por los norteamericanos. Para predicar con el ejemplo, asistió con el gobernador, Francisco Modesto de Olaguíbel, a la batalla de Padierna y, a pesar de los gastos que demandaba la guerra, restableció el Instituto Literario de Toluca, donde, con la República libre de la invasión, fue catedrático de Derecho y de Literatura, pero a pesar de la irreprochable conducta de Ramírez en su vida íntima, los padres de familia, alarmados por sus ideas liberales, intrigaron hasta lograr su separación.
Entre fines de 1848 y principios de 1849, Ignacio Ramírez fue jefe político de Tlaxcala y regresó posteriormente a Toluca, donde se dedicó a la docencia y al ejercicio de su profesión hasta fines de 1851, cuando se trasladó a Sinaloa, donde ya se encontraba su hermano, Miguel Ramírez.
En 1852, el gobernador de Sinaloa, el general Plácido Vega, promovió su candidatura a diputado federal por esta entidad, defendiendo el liberalismo en el Congreso de la Unión. A su regreso a Sinaloa, fue secretario de Plácido Vega, sostuvo enérgicamente la extinción de las alcabalas —un tipo de impuestos—, propuestas durante el gobierno de Pomposo Verdugo. Acompañó a Vega hasta Álamos, Sonora, cuando éste fue derrocado. Posteriormente viajó a Baja California, donde descubrió la existencia de zonas perlíferas y canteras de mármol, sobre las que escribió brillantes artículos que revelaron aquella riqueza.
En 1853 se fue a radicar por un tiempo a la ciudad de México; ejerció como profesor en el Colegio Políglota. Criticó fuertemente a Antonio López de Santa Anna, lo que motivó que lo encerraran once meses en prisión, la mayor parte de ese tiempo encadenado. Al triunfo de la Revolución de Ayutla fue liberado y fungió como secretario personal de don Ignacio Comonfort; al advertir que éste falseaba sus principios liberales, renunció a su puesto para afiliarse con Benito Juárez, Melchor Ocampo y Guillermo Prieto en el partido liberal y combatir con su pluma al renegado.
Ramírez y la Constitución
Regresó a Sinaloa como juez civil, pero volvió a la capital del país como diputado por el estado de México al Congreso Constituyente de 1856-1857, donde fue el más notable orador y una de las más grandes figuras del ala izquierda jacobina; fue además miembro de la Comisión de Revisión de Credenciales; su suplente fue don Ramón Isaac Alcaraz, reconocido literato y liberal. Los otros dos diputados propietarios que representaron al estado de Sinaloa fueron los licenciados Antonio Martínez de Castro y Mariano Yáñez. Cabe mencionar que, según la Historia del Congreso Constituyente, obra de don Francisco Zarco, el licenciado Ignacio Ramírez ocupó un altísimo lugar como orador parlamentario y líder del radicalismo.
Ramírez y la Reforma
El Nigromante también participó en la elaboración de las Leyes de Reforma, y fue uno de los liberales más puros. Al ser derrotados los conservadores, el presidente Benito Juárez lo nombró Secretario de Justicia e Instrucción Pública, cargo que desempeñó del 21 de enero al 9 de mayo de 1861. Durante su gestión creó la Biblioteca Nacional y unificó la educación primaria en el Distrito Federal y en los territorios federales.
Ramírez como ministro de Fomento
Del 19 de marzo al 3 de abril de 1861 ocupó la Secretaría de Fomento. Asumió la responsabilidad de la exclaustración de las monjas; reformó la ley de hipotecas; hizo efectiva la independencia del Estado de la Iglesia; reformó el plan general de estudios; dotó con equipo los gabinetes del Colegio de Minería; seleccionó un excelente cuadro de profesores de la Academia de San Carlos; salvó cuadros de pintura que existían en los conventos, con los cuales formó una rica colección y formó una galería completa de pintores mexicanos; designó al pintor catalán Pelegrí Clavé, al arquitecto Xavier Cavallari y al escultor Felipe Sojo para que salvaran del Colegio de Tepotzotlán los tesoros de arte en arquitectura, pintura, tallado e incrustaciones que contenía aquel magnífico museo. La honradez de Ramírez fue acrisolada, pues cuando fue ministro pasaron por sus manos millones de pesos y nadie osó decir que se hubiera apropiado lo más mínimo de los tesoros que manejó. No tomó jamás ni un solo libro de los millares de volúmenes sacados de las bibliotecas de los conventos, ni una pieza de los centenares de cuadros extraídos de los claustros. No insinuó ni aceptó la menor recompensa por sus persecuciones y miserias que pasó por largos años, ni se adjudicó la más pequeña propiedad para pasar holgadamente el resto de sus días.
En Puebla, trabajó en la desamortización de los bienes del clero y en septiembre de 1861 fue electo presidente del Ayuntamiento de la Ciudad de México.
Ramírez durante la intervención francesa
Durante la guerra de intervención, combatió a los franceses en Mazatlán. En el período de 1863 a 1865, mantuvo correspondencia con Guillermo Prieto, la que posteriormente se publicaría como Cartas a Fidel. En noviembre de 1864, con domicilio en Sinaloa, defendió a presos políticos y escribió para La Opinión y La Estrella de Occidente, hasta que fue desterrado a los Estados Unidos.
Regresó a México antes de la caída de Maximiliano y fue encarcelado en San Juan de Ulúa y posteriormente en Yucatán.
Ramírez en la Suprema Corte de Justicia
El Congreso de la Unión lo nombró magistrado de la Suprema Corte de Justicia, cargo que ejerció durante doce años. De ese puesto no se separó sino al ser llamado por el presidente Porfirio Díaz, después de la batalla de Tecoac, para hacerlo Ministro de Justicia e Instrucción Pública, puesto que desempeñó pocos meses y por dos ocasiones, la primera del 28 de noviembre al 6 de diciembre de 1876, y la segunda del 17 de febrero al 23 de mayo de 1877. Después, regresó a ocupar el cargo de magistrado de la Suprema Corte de Justicia, hasta su muerte, registrada en la Ciudad de México el 15 de junio de 1879 por causa de un infarto.
Reconocimiento y homenajes
La Secretaría de Fomento publicó en dos tomos la obra dispersa de Ramírez que pudo encontrarse en periódicos revolucionarios; pero con lo publicado basta para proclamar que Ignacio Ramírez es uno de los altos representativos de las letras mexicanas y digno de ocupar su puesto en la Rotonda de las Personas Ilustres de la Ciudad de México.
Mediante el decreto número 56, publicado en el Periódico El Estado de Sinaloa, No. 18, del 14 de febrero de 1957, el Congreso del Estado de Sinaloa declaró Benemérito del Estado al ciudadano Licenciado Ignacio Ramírez, así mismo acordó se escribiera con letras de oro en el Salón de Sesiones del Palacio Legislativo la siguiente inscripción: "Lic. Ignacio Ramírez, "El Nigromante", Constituyente del Estado de Sinaloa. 1857."
Un pueblo del Municipio de Guadalupe Victoria, Durango, lleva su nombre y está dedicado a la agricultura y tiene alrededor de 5,000 habitantes, así mismo, en gran cantidad de ciudades del país existen calles con su nombre.
Mural Sueño de una tarde dominical en la Alameda Central
Su ateísmo fue causa de escándalo cuando el muralista Diego Rivera pintó un mural en el Hotel Del Prado donde Ignacio Ramírez aparece sosteniendo un letrero que dice: "Dios no existe". Rivera se rehusó a eliminar la frase, por lo que el mural estuvo oculto por 9 años - luego de que Rivera acordara eliminarlo. El afirmó: "Para decir que Dios no existe, no tengo que esconderme detrás de don Ignacio Ramírez; soy un ateo y considero la religión una forma de neurosis colectiva. No soy enemigo de los católicos, así como no soy enemigo de los tuberculosos, los miopes o los paralíticos; uno no puede ser enemigo de alguien enfermo, sólo su buen amigo para ayudarlos a curarse.". El fresco fue agredido por estudiantes católicos, hubo marchas de católicos indignados y tuvo que ser cubierto hasta que el pintor lo cambió por "Academia de Letrán 1836", en alusión al sitio donde El Nigromante pronunció la provocativa frase, durante su discurso de ingreso a dicha academia.
Familia
Ignacio Ramírez contrajo matrimonio con Soledad Mateos Lozada, miembro de la familia de Juan A. Mateos, de Francisco Zarco y de Adolfo López Mateos.
AL AMOR
¿Por qué, Amor, cuando expiro desarmado,
de mí te burlas? Llévate esa hermosa
doncella tan ardiente y tan graciosa
que por mi oscuro asilo has asomado.
En tiempo más feliz, yo supe osado
extender mi palabra artificiosa
como una red, y en ella, temblorosa,
más de una de tus aves he cazado.
Hoy de mí mis rivales hacen juego,
cobardes atacándome en gavilla,
y libre yo mi presa al aire entrego.
Al inerme león el asno humilla...
Vuélveme, Amor, mi juventud, y luego
tú mismo a mi rivales acaudilla.
POR LOS GREGORIANOS MUERTOS
(Banquete fraternal de la Sociedad Gregoriana, 1872)
Cesen las risas y comience el llanto.
Esta mesa en sepulcro se convierte.
¡Vivos y muertos, escuchad mi canto!
Mientras que vinos espumosos vierte
nuestra antigua amistad, en este día,
y con alegres brindis se divierte;
y en raudales se escapa la armonía;
y la insaciable gula se despierta;
y va de flor en flor la poesía;
y el júbilo de todos se concierta
en una sola exclamación: ¡gocemos!,
y gozamos... La muerte está a la puerta.
Rechazar unas sombras, ¿no las vemos?
¡Ellas nos tienden suplicantes manos!
Ese acento, esos rostros conocemos.
¿No los oís?, ¡se llaman gregorianos!
Permíteles entrar, ¡oh muerte adusta!
He aquí su asiento... Son nuestros hermanos.
Pudo del mundo la sentencia injusta
proscribirlos, mas no de mi memoria:
Conversar con los muertos no me asusta.
Algunos de ellos viven en la historia;
otros, en florecer ocultamente
cifraron su placer, su orgullo y gloria.
Villalba asoma su tranquila frente
y el fraternal abrazo me reclama...
Y yo no puedo declararlo ausente.
¡Ay! en Fonseca ved cómo se inflama
el paternal cariño, no olvidado,
y, por nosotros, lágrimas derrama.
¿Será de nuestro seno arrebatado
Domínguez, que constante nos traía
un fiel amor y un nombre venerado?
¿No guarda nuestro oído todavía
los brindis que en el último banquete
pronuncian Soto, Iglesias y García?
Pero ¿será la Parca quien respete
los votos del dolor? ¡Empeño vano!
¡Turba de espectros, a tus antros vete!
¡Separóse el hermano del hermano!
Para sentaros a la mesa es tarde,
¡para irnos con vosotros es temprano!
Para vosotros, ¡infelices!, no arde
ya un solo leño en el hogar; ni miro
cuál copa vuestros ósculos aguarde.
¡Sólo va tras vosotros un suspiro!
Idos en paz; y quiera la fortuna
no cerrar a la luz vuestro retiro.
Odio el sepulcro, convertido en cuna
de vil insecto o sierpe venenosa
donde jamás se asoman sol ni luna.
Arraigue en vuestros huesos una rosa
donde aspire perfumes el rocío
y reine la pintada mariposa.
Escuchad sin temor el rayo impío;
y sonreíd al contemplar cercano,
vida esparciendo, un caudaloso río.
¡Para irnos con vosotros es temprano!
Aguarde, por lo menos, la Impaciente
que la copa se escape de la mano.
Más que a vosotros ¡ay! rápidamente
¿por qué de la existencia nos desnuda?
A éste despoja la adornada frente;
al otro dobla con su mano ruda;
a unos envuelve en amarillo velo;
y algunos sienten una garra aguda
en las entrañas, y en las venas hielo.
¡Ay! otra vez vendrá la primavera
y hallará en nuestro hogar el llanto, el duelo;
y este festín veremos desde afuera.
Tal vez alguno a despedirse vino.
Turba de espectros, al que parte, espera.
¿Sabéis cuál es el puerto, del camino
que llevamos? La tumba. Ya naufraga
nuestra nave; en astillas cae el pino;
quién en las aguas moribundo vaga;
quién a la débil tabla se confía,
y el que a la jarcia se subió, no apaga
la luz de la esperanza todavía,
y conviertan sus golpes viento y olas,
y el cielo inexorable un rayo envía.
Sube el fuego a bajar las banderolas,
y el ave de rapiña, el triste caso,
y las fieras del mar lo saben solas.
¿Qué es nuestra vida sino tosco vaso
cuyo precio es el precio del deseo
que en él guardan natura y el acaso?
Si derramado por la edad le veo,
sólo en las manos de la sabia tierra
recibirá otra forma y otro empleo.
Cárcel es y no vida la que encierra
privaciones, lamentos y dolores.
Ido el placer, la muerte ¿a quién aterra?
Madre naturaleza, ya no hay flores
por do mi paso vacilante avanza.
Nací sin esperanza ni temores:
Vuelvo a ti sin temores ni esperanza.
SONETO
Heme al fin en el antro de la muerte
do no vuelan las penas y dolores,
do no brillan los astros ni las flores,
donde no hay un recuerdo que despierte.
Si algún día natura se divierte
rompiendo de esta cárcel los horrores,
y sus soplos ardientes, erradores
sobre mi polvo desatado vierte,
yo, por la eternidad ya devorado,
¿gozaré si ese polvo es una rosa?,
¿gemiré si una sierpe en él anida?
Ni pesadillas me dará un cuidado,
ni espantará mi sueño voz odiosa,
ni todo un Dios me volverá a la vida.
Ignacio Ramírez y el romanticismo mexicano
El Correo del Maestro
Vanessa Tello
Todas las leyes de la naturaleza para el uso de cada individuo se someten a las leyes intelectuales; y éstas se forman por medio de la palabra. El estudio de un instrumento tan poderoso como es el lenguaje, constituye el objeto de la literatura.
Ignacio Ramírez
Introducción
El movimiento romántico adquirió fisonomía propia en la América Hispánica. Antes que nada, en su bagaje de reglas neoclásicas, nuestros románticos intentaron realmente deshacerse de todo canon. No quiere decir que siempre lo consiguieran de un modo claro. Nuestros poetas creyeron simplemente que se habían emancipado de la “limitación de los modelos”, y que el campo de sus temas se había ensanchado, lo mismo que su vocabulario y su repertorio de formas métricas. Pero además, habían adoptado un nuevo estilo emocional de composición y desarrollo en lugar de su técnica racional de los neoclásicos.
El romanticismo fue en Europa la literatura de la rebelión: rebelión contra la opresión política y en favor de la libertad; en ocasiones, también rebelión contra la sociedad misma. Después, los problemas sociales y políticos dejaron de ser poéticos; el poeta prefirió vivir en el aislamiento, en su propio mundo de imaginación y de sentimiento.
Para los románticos, la mitología dejó de ser el marco del universo pero, al mismo tiempo y como un deber al nuevo culto de la imaginación y de la emoción, abandonaron también el intento de alojar su poesía dentro de un mundo construido con los materiales de la ciencia moderna
El romanticismo desarrolla contradictorias aspiraciones de búsqueda de la identidad y afirmación nacional, por un lado, y de europeizada modernización, al mismo tiempo, por el otro. En la comprensión del romanticismo hispanoamericano operan, simultáneamente, la orientación hacia el mundo propio y la representación pintoresca de niveles medios y aun bajos de la realidad americana con la adopción particular e idiosincrática de las manifestaciones del romanticismo europeo.
Para Henríquez Ureña, el “descuido” de los románticos se “hizo moda” pues se sintieron libres de poder alterar las palabras para acomodarlas a las necesidades del acento o de la rima. La anarquía tan frecuente en la literatura como en la vida pública, y la intranquilidad política era otra causa de precipitación y descuido. Se dejaba que la inspiración lo santificase todo.
Pero también hubo poetas que siguieron siendo, en parte, clásicos. Llamar neoclásico o académico a algún autor expresa que su voz mantiene la arcadia académica como supervivencia de la educación humanística de la Colonia y que a partir del siglo xix fue sustituida por el academicismo, el que siguió manteniendo su cauce más o menos cercano al del romanticismo. Dicha mezcla, salvo en contados ejemplos, desautoriza la clasificación de poetas en exclusivamente románticos o clasicistas. La mutua ósmosis impide semejante separación de escuelas, las cuales se confunden, a veces, hasta el grado de que poetas de apariencia clásica tienen romántica la mentalidad y viceversa.3 Es éste el caso de Carpio y de “El Nigromante”.
Biografía anímica de Ignacio Ramírez
De su pluma se conserva cerca de un centenar de poemas, de los que más de la mitad son fragmentos o apuntes por desarrollar. Los versos más antiguos son de 1846, cuando contaba con 28 años e hizo en El rapto una estampa costumbrista. Los más tardíos son de 1876, ya con 58 años cuando, sintiéndose caduco, escribió el soneto El amor. Entre estos extremos son destacables, dentro de su obra, las meditaciones morales en que expuso sus ideas materialistas, el ciclo de poemas dichos en las conmemoraciones de la Asociación Gregoriana entre 1867 y 1872, los hermosos poemas de viudo desvalido escritos después de la muerte de su mujer, Soledad Mateos, y aquellos cuyo tema fue el del enamorado viejo los cuales dedicó a Rosario Peña entre 1872 y 1876.
Político, orador, poeta, de clara inteligencia y con un temperamento fanático por la pasión agresiva, Ignacio Ramírez hizo una religión de su audacia que asustaba a sus mismos partidarios. En el arte, en cambio, resulta más conservador que sus enemigos políticos.
Ignacio M. Altamirano nos pinta de este modo a Ramírez:
Su temperamento altivo, orgulloso e irónico; sus ideas materialistas a ultranza; su fervor por sus correligionarios caídos y su odio contra sus enemigos políticos; su desdeñosa superioridad intelectual; el prestigio y ascendiente de que disfrutaba en su medio, y el haberse enamorado —viudo, pobre y viejo— de una musa demasiado solicitada, todo este conjunto de circunstancias, favorables y desfavorables, se manifiesta en la pluralidad de sus escritos. Lo más eximio de su producción es clásico, pero en esa contextura hace sonar la nota romántica.
La mayor parte de la obra poética de “El Nigromante”, atendiendo a su contenido estético, es mediocre. Su arte, sujeto al servicio político y antirreligioso degenera en oratoria, prosaísmo. Su producción erótico-romántica no supera, en general, al estilo usual de su tiempo.
Lo que es innegable es que fue un hombre presto a la efusión y a estampar en la letra sus sentimientos. Por eso, quizás, lo retraten con mayor nitidez los poemas breves en los que dejó sus alegrías y sus penas, sus esperanzas, sus amores. El poema, entonces, le sirvió como vehículo para desnudarse y confesarse, para entregarnos el reflejo de su propio drama.
Hombre de realizaciones extremadas, su vida la ocupan, sobre todo, el ideal, la pasión, la política y la meditación.
Los aciertos y extravíos provienen de su exaltación y súbitos reflejos. Las emociones, las crisis frecuentes, quedaron en los versos como el testimonio por excelencia de que escribía bajo el imperativo de la inspiración:
¿Por qué, Amor, cuando espiro desarmado,
De mí te burlas? Llévate esa hermosa
Doncella tan ardiente y tan graciosa
Que por mi oscuro asilo has asomado
Al inerme león el asno humilla
Vuélveme, amor, mi juventud, y luego
Tú mismo a mis rivales acaudilla6
“El Nigromante” y su idea de muerte
En el siglo xix sólo eran aceptadas en América las ideas filosóficas que tenían una inmediata aplicación política o social. Esto ocurrió precisamente con la intensa campaña anticlerical realizada por el grupo de políticos que lidereó la Reforma: Altamirano, Riva Palacio, Prieto, Lerdo de Tejada, Martínez de Castro y, por supuesto, Ignacio Ramírez.
El ideal de libertad, el afán de romper con todas las normas del pasado, el individualismo anárquico que por todas partes se manifestaba, son, lo mismo en lo político que en la literatura, tendencias características del romanticismo.
El materialismo y otras doctrinas que encontraron entusiasta aceptación en México, fueron acogidas más por lo que negaban que por lo que afirmaban y fueron empleadas como armas políticas para destruir las ideas tradicionales. Para los mexicanos no significaron tanto una nueva concepción del universo y de la vida humana como un conjunto de argumentos para combatir la religión, la metafísica, todo aquello que se consideraba ligado con el régimen de la Colonia.
Ignacio Ramírez contribuye a difundir el materialismo y el ateísmo, que, a la sazón, hacían sentir su influencia en el campo de la literatura, incluso en la propia lírica.
Samuel Ramos afirma que “El Nigromante” simboliza una de las encarnaciones más típicas del espíritu mexicano de rebeldía.
Sincero y activo jacobino que hizo pública profesión de su ateísmo con estas palabras:
No hay Dios; los seres de la Naturaleza se sostienen por sí mismos.
De este modo, Ramírez desenvolvía una teoría completamente nueva, y deduciendo de
Representando así al ideólogo que tiende a utilizar las doctrinas como instrumento de la negación, Ignacio Ramírez no fue propiamente un filósofo sino un literato y orador lleno de pasión y de ironía que no se detuvo ante lo inmediato y circundante, tomando también como tema de sus poemas las grandes cuestiones metafísicas: la vida, la muerte, la eternidad...
Y esto, ¿existencia se llama?
Roto, empañado cristal
Que fue espejo, manantial
Que en la arena se derrama;
Fuego que humea sin llama;
¡Como mi polvo no alfombra
La sepultura, me asombra!
Pero no opondré a la suerte
El escudo de la muerte:
¿Para qué? Soy una sombra.
Este querer sobrepasar los límites cercanos respondía también a lo esencial del alma romántica. Pero el límite máximo, la muerte, no es sólo para Ramírez el fin de su corporeidad, sino también el fin de su ser, de su existencia y de todo cuanto le da “forma”.
Ramírez plantea el problema de la muerte en el sentido del abandono del cuerpo, asumiendo por un momento la actitud del muerto futuro que todos seremos y, con sus ojos, contempla a los que van a contemplarlos:
¿Qué es nuestra vida sino tosco vaso
cuyo precio es el precio del deseo
que en él guardan natura y el acaso?
Si derramado por la edad le veo,
sólo en las manos de la sabia tierra
recibirá otra forma y otro empleo
Cárcel es y no vida la que encierra
privaciones, lamentos y dolores;
ido el placer, la muerte, ¿a quién aterra?
Madre Naturaleza, ya no hay flores
por do mi paso vacilante avanza;
nací sin esperanza ni temores,
vuelvo a ti sin temores ni esperanza.
Ignacio Ramírez habla del cambio como el único rasgo permanente del universo y del espíritu humano, como mera llama fugaz que desaparece con el cuerpo, expresando sus ideas materialistas en un lirismo desolado y altivo:
Otro poema de esta índole, aunque más inclinado a la reflexión filosófica, es El hombre-Dios, escrito en tercetos en 1866. Es una pura exposición de sus ideas materialistas, reflejo del escepticismo y exaltación de la materia con algunos rasgos satíricos:
Todo tiene su ley en este mundo,
Ya sol, se eleve al estrellado cielo,
Ya arena, caiga al piélago profundo.
Natura hizo esta ley, y no una vieja;
Y en vista de esta ley, sereno fallo
Que el Hombre-Dios no pasa de conseja
Bien pudo un sabio con traviesa mente
Figurarse una cosa sin figura
Y escribirle: “soy Dios”, sobre la frente.
Mas la sustancia pura, ni la impura,
¿Se han desnudado nunca ante el humano?
¿Quién sabe cómo tienen su natura?
¿El polvo vil disfruta esa potencia
Que con su agitación en tierra y cielo
De un espíritu anuncia la presencia?
“Un puñado de polvo, que del suelo
Cualquier patán levanta, ¿de qué suerte?,
Como bandada de ángeles, el vuelo
¿Puede armar? ¿La materia no es inerte?
¿No siempre ha proclamado el universo
Que quien dice materia, dice muerte?...”
Ya señor, ya juguete del destino,
A perderse en el sepulco un día;
Ya es buenas noches, ¡oh mortal divino!
Y Ramírez remata sus tercetos con una declaración, practicamente autobiográfica, en cuanto a su irreligiosidad y ateísmo:
Yo que en prodigios nunca llevo en cuenta
El testimonio ajeno, ni el del Papa,
No veré al Dios si no se transparente
Como la luz que de un farol se escapa.
Así, el poema es una afirmación de las ideas de nuestro poeta, de su ateísmo, de su “fe” en la materia (la existencia de la sustancia se manifiesta sobre todo en los cuerpos... La sustancia es un principio y una causa), y la constante alusión a la inexorable finitud de ésta, la muerte, de la que como él mismo afirma: Ni todo un dios le volverá a la vida.
La muerte, se vuelve un tema casi obsesivo en su vejez, y su poesía hace constante alusión a ella:
¿Sabéis cuál es el puerto, del camino
Qué llevamos? La tumba, ya naufraga
Nuestra nave; en astillas cae el pino;
Se siente viejo, de algún modo hasta decrépito, mucho más cerca de la muerte que de la vida, y se lamenta por no ser ya capaz, dada su edad, de cuanto podía hacer cuando era joven, aun cuando sigue siendo un ser humano con deseos:
No mi fuerte corazón
En la desgracia se abate;
Con fiebre juvenil late
Al fuego de una pasión.
Al brillo de una ilusión
Hacia mis labios se lanza;
Y en su atrevimiento alcanza
Ciencia, fama, poesía;
Todo él guarda todavía,
Menos amor y esperanza
Son los suyos versos tristes, sin esperanza, casi se asume muerto sin estar en la tumba. En el primer párrafo, el viejo —que es como se considera— ha perdido todo, hasta la esperanza de vida, haciendo de la muerte no más que el inexorable fin que a su cuerpo —viejo y cansado— le aguarda y que, de algún modo, ansía.
En otro de sus poemas, el poeta critica también la fe de los creyentes que lejos de salvarlos los somete a la voluntad clerical y los aleja de su libertad.
Supersticioso a todo pueblo vemos
Con la ayuda de un Dios juzgarse fuerte;
Nosotros solamente invocaremos
La indignación, la pólvora y la muerte.
Pero, ¿qué podríamos pedirle a un hombre que, como Ramírez, no creía más que en el intelecto y la materia? Si su sola razón era su fin y su argumento:
Más altas, es verdad, son las regiones
Donde vaga el fecundo entendimiento,
Y más que otro animal, tú, hombre, dispones
De ese social, espléndido elemento;
Él, con la voluntad y la memoria
La cabeza escogió por aposento;
Él manda en la palabra, ésa es su gloria;
Pero imparcial y asustadizo ordena
Cuando no puede, la pasión, su historia.
El espacio que tiene circunscrito
Tal vez traspasa y gobernar pretende;
Al hombre, cual si fuera granito
Del afecto más leve le desprende;
Proscribe los placeres y dolores;
Y un informe deseo en el alma enciende.
Nacen entonces los adoradores
Del suicidio moral, y la natura
Entre sus hijos ve sus detractores.
Nada de trascendencia ni vida ultraterrena; nada tampoco de omnipresencia divina: el hombre es dios para sí mismo y su vida adquiere pleno significado en su limitación.
Como afirma Larroyo, Ramírez fue un negativista furibundo, enemigo de todas las instituciones y transigiendo con las más avanzadas (...) sarcástico, cruel, duro e inexorable, pulverizando con su frase una serie de argumentos demoliéndolo todo con la risa de Voltaire.
Conclusiones
En general, el romanticismo hispanoamericano fue un romaticismo proyectado hacia afuera. Hubo sentimiento lírico pero se quedó, sobre todo, en la efusión erótica y en el dolor. Hubo también una poesía de noche, pero se quedó más en lo externo que en la penetración onírica, en el desnudar del inconsciente y en el mundo de los mitos y las relaciones mágicas. Pero uno de los temas (no exclusivamente romántico pues puede encontrarse a lo largo de toda la historia de la literatura) más socorridos es el de la muerte.
Para el romántico, la muerte se daba siempre en situaciones desgraciadas, trágicas, se refería casi siempre a la del amado, o la amada, siendo pues, sus obras, grandes odas de dolor y ausencia con un tinte melodramático.
La poesía de Ignacio Ramírez, aquella de tono sepulcral, no se refiere (en su mayoría) a la muerte “de otro”, sino que le sirve de reflexión sobre su vejez y, por tanto, de la cercanía de su propia muerte; de la finitud de la materia, que es como Ramírez considera a su cuerpo. En ella también se manifiesta ante la imposibilidad que le brinda su intelecto de pensar en un Dios, del que reniega ferozmente, o en una vida ultraterrena.
Pero es en esta meditación sobre el fin inexorable de su cuerpo en la que Ramírez desnuda su alma poética, y más allá de exponer sus ideas filosóficas nos muestra a un hombre profundamente angustiado y agobiado por su vejez, por el paso de los años que le ha robado la juventud y con ella las oportunidades. Ha logrado fama, conocimiento, sabiduría, pero eso, lejos de traerle esperanza (que sería para él la vida), le trae un profundo sentimiento de soledad que lo arrastra cada vez más rápido hacia la tumba.
Quizá su erudición y su eclecticismo literario lo hacen un personaje diferente a sus contemporáneos; su poesía “íntima” se aleja tanto de los cánones románticos como de los clásicos, e incluso de los nacionales, brindando en ella su muy personal idea de opuestos como vida-muerte y juventud-senectud, insertando una búsqueda personal en cuanto a la temática de su poesía se refiere.
No se puede decir que la poesía de “El Nigromante” haya traído a las letras mexicanas una nueva ideología o que haya revolucionado por completo la literatura nacional, lo que sí se puede afirmar es que no se ha hecho una valoración real de su obra pues, si bien no es en su totalidad una “obra maestra”, hay en ella un gran sentimiento y un trabajo erudito dignos de admiración.
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