PATRICIA FERNÁNDEZ-PACHECO
Nace en Madrid en 1978, aunque creció en Alicante. Es licenciada en Derecho por la Universidad de Alicante, especializándose en Derechos Humanos en Italia y Grecia, y posteriormente desarrolla su trabajo en Costa Rica y Ecuador. Desde 2007 vive en Nueva York donde trabaja en Naciones Unidas.
Ha obtenido el Premio de Poesía de la Universidad de Alicante en tres años consecutivos; el Cafetín Croché (El Escorial) y el Premio Colegio Miguel Hernández de Elda. Fue incluida en la XXI Selección de Voces Nuevas (Torremozas, 2008) y en la antología "El tejedor en Nueva York" (LUPI, 2011). Tiene publicado los poemarios "Casa de Citas" (Torremozas, 2010) y Manual para acróbatas (Ediciones Torremozas, 2011).
Manual para acróbatas (Ediciones Torremozas).
IMPERDIBLE
Llámame a la hora que sea.
Cuando dije he puesto a tu nombre
todos los años en adelante,
quise decir eso mismo:
Alértame la calma en todas tus formas,
hiéreme con tus promesas,
no tengas miedo.
Así no vengas,
no es necesario decirte
que siempre te espero.
Alevosía (1)
En el escaparate, cada vez,
tropiezo
con el blanco guiño
de un feroz encaje
que me hace desearlo como
intermediario entre
tu cuerpo y el mío.
Alevosía (2)
Hay que ver
cómo era de rojo
el deseo que,
bajo un mínimo encaje,
desenterró tu boca.
Alevosía (3)
Era sólo por si acaso
que las cremalleras del puede-ser
y los botones de la cautela
retenían el negro descaro
de aquel encaje.
GEOMETRÍA
Me hago cargo, se avecinan
días difíciles para la cercanía,
para ese estar-piel-contra-piel
que no se compara con nada.
Pero tengo entendido
que la distacia más corta
entre dos puntos alejados
puede ser el rastro
(serpenteante)
que dejan
las palabras.
OMBLIGO
Una es el centro de la historia.
El centro entorno al que suceden
los desfallecidos adioses, las acrobacias,
los decorados, la pirotecnia.
El mundo es un corro de sucesos,
-lamentables o afortunados-
y una se enciende en antorchas o se mortifica,
según venga el día.
Una es el punto de rotación
de la tierra salvo por esos segundo
en los que el dolor ajeno
(anecdóticamente)
opaca el propio-dolor-de-una.
NEW YORK LA NUIT
Desde aquí,
la intemperie no es más que
cemento ribeteado
de antenas descoyuntadas y
tanques de agua.
Hasta que la noche se enciende
y se van fabricando, poco a poco,
infinitos caminos en llamas.
Es lo mismo que tu cuerpo
sobre las sábanas del final del día,
abriéndose en recodos,
inmenso cuando tiembla,
multitudinario en ventanas
cuando destraba sus postigos.
Por eso si abandonas
el universo de esta cama
(tienes que irte a no-se-donde, dices)
y, de manera imprudente,
te pones la ropa,
es igual,
igual que si la ciudad se apagara.
CRÓNICO
Lo normal es que el agua no se pueda beber.
En el recodo de la calle,
quién sabe qué le espera.
Unas casas están en pie y otras no.
Y el mar, que debiera ser atardecer sobre la arena,
allí es continuación incontestable del muro asesino.
Lo normal es el sobresalto en plena noche.
En el horario laboral, los disparos.
Lo habitual es la emergencia.
Habitual como el viento de verano.
Habitual como los indicios de desesperanza
bajo los que nacieron.
Volver
Entonces te empeñaste
en que me metiera en el río y,
aunque me empapé la falda,
me supe haciendo
un ejercicio anticipado de nostalgia,
un gesto muchas veces después repetido.
Teatralmente
me entregaste a las aguas diciendo:
“Pase lo que pase,
confía siempre
en el inevitable cauce
que mezcla tu regreso
conmigo".
Márgenes
(Revolutionary Road)
Nadie entendió que dejaras
la soporífera estabilidad de aquel empleo.
El público no entendió el volantazo:
¡Con la de méritos y talentos que acumulabas!
Fue del todo incomprensible
el brillo paria de tus ojos
el día en que renunciaste
a tu montoncito de certidumbre.
Nadie entendió la arriesgada pirueta.
Y hasta ahora se espera
que te arrepientas.
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