María Laura Pintos Noble
Escritora uruguaya (Montevideo, 1971). Es licenciada en administración. Trabaja en el Banco Central del Uruguay. Un cuento suyo aparece en la antología Escritores de medio tiempo (Editorial Abrapalabra Océano). Además, textos suyos son recogidos en Casa de Poesía.
Ha publicado los poemarios: Carnal y La jaula
Indecibles
“No nombrar las cosas por sus nombres”
(A. Pizarnik)
No decir te amo
sino te necesito
me falta el aire
no puedo estar en mi cuerpo
no encuentro sosiego en la noche
no quiero amanecer.
No decir es imposible
sino que sos cobarde
y soy orgullosa
no queremos que duela
tal vez algún día
tal vez nunca, tal vez.
No decir adiós
sino hasta siempre
hasta el día de partir
hasta llegar nuevamente
hasta que seamos viejos
hasta que seamos niños.
Tensar la espera
hasta el límite
morir
morimos en la agonía
de no nombrar
las cosas por sus nombres.
Minotauro
Era
tan hermoso
que dolía mirarlo
tan claros sus ojos
que invitaban a sumergirse
tan libre su espíritu
que daba vértigo asomarse
tan joven, tan sabio
que lo envidiaban los dioses
Tan y tanto
que solté el hilo de Ariadna
y me perdí otra vez en el laberinto.
Fagocitación
Desnuda
absolutamente despojada
abiertas
mis piernas
y mi alma
ante ustedes me presento
y les digo:
tomen
de mí
lo que haga falta
lo que quieran
tomen hasta
llenarse
hasta el hastío
tomen
y no dejen
de tomar.
Arranquen
los brazos
los ojos
los senos
las vísceras.
Vacíenme
desaparézcanme
y cuando
ya no quede
nada
déjenme
a cambio/una palabra.
Sucesión de la ausencia
De tus manos tibias
de tu pecho casa
de tu boca cielo
de tus ojos dagas
de tus piernas torres
de tu sexo altivo
de tu cuerpo todo.
Tus palabras sueños
tu alegría pájaro
tu tristeza mía
tus anhelos nido.
No los tengo; no te tuve.
Y ahora todo sucede
los días/noches
las noches/infierno.
Las horas pasan, queman
no debió haber otro día que el primero,
aquel que nos amamos con locura
bebiendo cada instante como el último
descubriendo de cada rincón
aprendiendo sobre la marcha sin saberlo
que jamás dos cuerpos habían sido
tan hechos uno para el otro,
eso fue lo que dijiste
en tu despedida.
Tantas cosas por vivir,
sitios por explorar
palabras por decir
fotos por colgar
un hijo por venir.
Dónde todo esto,
dónde ese hijo.
Justificación del solitario
Vista de perfil
y de espaldas
la soledad no es mala compañera.
Fumamos los mismos cigarrillos
bebemos interminables jarras de café
nos gustan los mismos libros
nos enfrascamos hasta que clarea
la mañana siguiente
y se secan las lenguas
en discusiones banales
y profundas.
Nos lloramos
nos reímos
nos puteamos
nos culpamos y
nos disculpamos.
Tomamos juntas del vino
y juntas comemos del pan
y nos decimos
“ego te absolvo”
y nos vamos a dormir en paz.
Cantamos fados a las tres de la mañana
y bailamos un tango
el más triste que encontramos.
Nos gritamos viejos rencores
Y nos susurramos “paraules d’amor”.
Nos bañamos
nos perfumamos
nos arreglamos para citarnos
una a la otra
en el mismo lugar de siempre.
Nos acariciamos
nos seducimos
nos llevamos a orgasmos infinitos
nos dormimos abrazadas
otra a la una.
Lo que jamás
jamás
jamás
pudimos
ni podemos
ni podremos hacer
fue, es y será
mirarnos a los ojos
frente a frente.
Poema sin sentido
Quiso tocarlo
el roce de sus yemas
no le erizó la piel
Quiso lamerlo
su lengua no reconoció
el dulce sabor de su sexo.
Quiso mirarlo
sentir que su mirada
también la penetraba
sus ojos la sumieron
en una oscuridad profunda.
Quiso olerlo
como un animal dejarse llevar
por el aroma a hombre que exhalaba,
sus narinas aspiraron un aire helado/neutro.
Cuando no escuchó sus palabras
dulces
o sucias
ni los gemidos
propios
o ajenos
comprendió
que el amor de ese hombre
carecía de
sentidos.
Composición para cuerdas (guitarra y chelo)
Tres veces miré la punta del zapato
bambolea pie, arriba, abajo,
izquierda, derecha, el círculo
descubrí la rotura de la media
por ahí te colaste, nostalgia de vos.
Subiste poco a poco, el recorrido:
en la pulsera vuelta al tobillo/manzana
la pantorrilla pasó ráfaga y por dentro
la rodilla y el muslo inminente,
redondez ajustada en tus manos
te demoraste por demorar la hora
pero el sexo estaba ahí, húmedo, ansioso
y no sabía/savia de largos derroteros.
Y en el monte fatal/total de mi lujuria
acampaste/campo fértil por mil días.
En el torso, el orificio de la vida
sólo excusas para llegar hasta otros montes
donde esperan rosas cimas
endurecerse con el calor de los volcanes.
Y así, sostenido entre las cumbres
volaste como el ave hacia a la cámara
saqué dos fotos tuyas, cerré el diafragma
se hizo noche y en la boca
sentí tu lengua que lo invadía todo
y escupí estos versos
por ver si te exiliaba de mi cuerpo.
de LA JAULA
“…que un sueño delirante y sin sentido
me ha dejado quebrada y vacilante
la boca muda y el corazón desguarnecido”.
A un lado del camino estoy cavando un pozo. Me veo desde la ventanilla del auto, nuestra marcha se ha detenido. Hay otros conmigo. Todos sabemos lo que va a suceder cuando el trabajo termine. Damos forma a nuestras propias sepulturas. Algunas lápidas se yerguen frente al pozo. Levanto tierra con la pala, me duelen las manos, me quema la madera del mango. Sobre la tierra removida hay un espejito que siempre llevo conmigo, un delantal amarillo, un colador de té muy antiguo, al que le falta el mango y que solía usar para sostener varillas de incienso. Yo soy eso. Tierra y un par de objetos. Trato de organizar una huida con mis vecinos de tumba, tengo la esperanza de correr muy rápido y escapar. Pero no me hacen caso. Entonces vuelvo a cavar, sin prisa, deteniéndome de tanto en tanto para sacudir de mis cosas el polvo que las va cubriendo.
“…escupí el milagro
lo negué tres veces.
Comulgar
no quise con Dios
no pude con el diablo”.
Sueño mi vientre hinchado y transparente. Como esas peceras redondas que venden en la feria de los domingos. Parada frente al espejo veo un feto nadando. Su piel también es transparente y deja traslucir el sistema vascular. Un delicado diseño de ramas azules que lo recorren desde el inicio de las manos hasta el final de los pies. Un trazo perfecto. Se acerca a las paredes de mi vientre y me observa con sus ojos velados y negros, tras la capa que todavía los recubre. Nada con la elegancia de una salamandra, describe una parábola perfecta y se posa en el fondo a descansar. Duerme o parece dormir, mientras se lleva la mano hacia la boca y succiona. Siento ganas de orinar.
Una piraña ha entrado en el vientre pecera. No sé de dónde salió. No sé cómo sacarla. No puedo dejar de mirar, aterrada, cómo mordisquea el feto que se sacude y trata de escapar. Hasta que deja de moverse, mientras el depredador sigue masticando. Desaparecen. Y ya no queda más que un cordón con uno de sus extremos conectado a mi cuerpo y el otro flotando, en la nada acuosa.
Existen animales con dos bocas. Soy uno de ellos. Entre las piernas, mi vagina dentada se abre. Son sólo dos pastillas que intento tragar como una niña buena. Pero me atoro y acabo por escupir una de ellas que cae en la baldosa helada. Desde los pies, subiendo por las piernas, el frío congela mi segunda -¿o será la primera?- boca en una mueca macabra. Respiro hondo por las manos, recojo la pastilla y la llevo hasta la raíz de una lengua que intuyo reposa dentro de la fosa. Una lengua carnosa y húmeda. He comido la última migaja que me han puesto en el plato. Satisfecha hasta el hartazgo me acuesto a esperar quién sabe qué digestión imposible. Horas después el dolor me quiebra en dos y mientras una boca solloza muy despacio, la otra vomita con brutalidad. Entre arcada y arcada termino por lanzar una rosa de fuego. Y después otra y otra más. Y las rosas caen en la baldosa helada y las lágrimas caen en la baldosa helada y se juntan unas con otras hasta formar un enorme ramo de rosas y cristales. Entonces recuerdo que es mayo y es domingo. Y nadie viene a decirme, feliz día de la madre.
“…y volví por la huella de mis pasos
hasta el cruce del camino
pasado el minuto fatal
no era tarde todavía
destejo la madeja
sé que Ulises no vendrá a la cita
este será mi abrigo
crisálida capullo
oruga otra vez
preparo
el vuelo leve
de mis alas
transparentes”.
Temo a las cucharas. Temo al frío del metal entre mis piernas. Temo a la dureza del metal chocando contra mis dientes, contra mis paredes. Una cuchara hiere más que un cuchillo. Escarban, encuentran, arrancan. Roban el pan nuestro de cada día y lo convierten en vino. Pero el vino tiene el sabor metálico de la sangre o de una cuchara. Las cucharas no pinchan, ni cortan. Se apoyan indiferentes y heladas, como las madrugadas con niebla de la ciudad en miniatura. Como el beso de los ángeles caídos.
“…en la matriz de mis delirios
había una vez…
de cabellos rubios
de mirada triste
había una vez…
entre trompas de oro
sobre terciopelo rojo
había una vez…
pero ya no hubo
ni una vez ni cien
cayó desde el cielo
como lluvia de fuego
lo que había una vez
se aloja cada noche
en mis pesadillas”.
Cargar la jaula. Cargarla hasta que se caiga de las manos. Hasta que el cuerpo se doble y se parta. ¿Alguna vez experimentaste la alegría de ser el elegido? ¿El elegido para cargar la jaula? El pájaro no sabe de su peso, de su peso junto con la jaula. Sólo sabe revolotear nervioso, pegarse a los barrotes, piar rogando por agua y por alpiste. Vas a cargar esa jaula y darle la vuelta al mundo. Eso dice mi abuela. El mundo mide lo que mide la distancia entre la escuela y tu casa. Aprieto los dientes y las manos alrededor de la jaula. No me asusta el acertijo. Ni el peso ni la distancia. No le tengo miedo al dolor. Ni al miedo le tengo miedo. Cinco años de vida alcanzan para que no me paralice el miedo. Ni el dolor. Lo miro desafiante y empiezo a caminar. Son treinta cuadras lo que mide mi mundo. Nada podrá detenerme. Ni mis cinco años, ni la distancia, ni el miedo. Cuando mi madre pregunta como hice para llegar con la jaula, nadie dice nada. Nadie cuenta la historia del Atlas cargando con su espalda al mundo y una jaula. A la mañana siguiente vuelvo con la jaula en un auto y la cabeza de mi abuela se convierte en miasma candente. Cuando nací, vaticinó que sería la luz de los ojos de mi madre. Pero mi madre no está ciega. Se pudre en una silla y exige su caja de cigarros diarios. Yo cargo con su humanidad y con la jaula. Mi abuela es la Todopoderosa y yo el Atlas elegido para cargar el mundo y una jaula a mis espaldas. Por todo el camino de regreso. Hasta que la cabeza de mi abuela estalle y toda esa lava en la que se ha convertido su cerebro inunde las calles de esta ciudad en miniatura. Hace más de cien años que se resiste a la erupción y se ríe de verme seguir cargando con la jaula. El pájaro murió hace mucho tiempo, adentro sólo quedan restos de plumas y algunos huesitos rotos.
“Qué ves cuando ves llover
no verticalidad del agua
no monótona sucesión del gota a gota
no prisma que descompone mirada en siete colores
no arrullo que horada la tierra.
La lluvia pone ojos en tu nuca…”
Llueve. Mi abuela dice que tengo que usar bolsas en los pies. Todos se ríen porque las bolsas son muy grandes para mis cortas piernas. Entonces atan con elásticos, tan fuerte las atan que me cortan la circulación, pero no importa. Porque voy a caminar con las bolsas y la jaula. Porque hay que apretar bien fuerte o meterse dentro de la bolsa antes que la cierren. Qué importa si no pasa el aire, si mis bocas se abren buscando un poco de oxígeno.
Así, apretá un poco más fuerte, un poco más fuerte, un poco más.
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