Misael Ruiz Albarracín
(Bruselas, Bélgica 1960)
Es autor del libro de poesía El hueco de las cosas (Trea, Gijón, 2010). Ha traducido a R.S.Thomas (Antología poética, Trea, Gijón, 2008), Clive Wilmer (El misterio de las cosas, Vaso Roto, Madrid, 2011) y George Herbert (Antología poética, Animal Sospechoso Editor, Barcelona, 2014). Coordina la revista de poesía Mecanismos.
XVIII Premio de Traducción Ángel Crespo, 2015, a la traducción del inglés de Antología poética de George Herbert, realizada por Misael Ruiz Albarracín y Santiago Sanz, y publicada por la editorial Animal sospechoso.
Los poemas de la presente selección pertenecen a su libro El hueco de las cosas (Trea, 2010) y a Ida y vuelta (de próxima publicación).
CUERPO CIEGO (1)
Es curioso, a veces, un cuerpo
se desprende de su nombre, viene a mí
con la naturalidad de una mano conocida.
Sucede entonces que mi cuerpo también
se aleja —va a su encuentro— desnudo,
sorprende sus brazos abiertos.
Nos olemos la espalda, las axilas:
se instala en mi nariz; y todo, la raíz
de la espalda, el ojo, el pelo, el miembro,
las temblorosas nalgas, se desprende
como escamas de nosotros y caemos
ciegos en el cuerpo. Somos
algo que no es nuestro.
Nada lo detiene.
EL MUERTO estaba ahí
Al principio no se movía.
Luego comenzó a madurar. Era extraño
verle, sabiendo que su cuerpo
era nada, alzarse frente a mí:
yo soy la medida de tus días, parecía decirme,
porque sólo un muerto
a destiempo puede darte
tu medida.
Ha crecido con los años,
su rostro se ha vuelto, sin envejecer,
más comprensivo y triste, pero
de una tristeza indiferente que nos mira
y sabe lo que no sabemos de nosotros.
Ha perdido, en su falta de tiempo,
lo que le faltaba.
Ahora
sus fronteras son de aire.
No se deja juzgar. No nos juzga.
Por el peso de su sombra sé
que decrezco.
EL PÁJARO CELESTE
«Ama rápido, me dijo el sol.»
José Watanabe
Pájaro -canto o cuerpo-:
tu oro, las estrellas.
Si amas la vida verdaderamente,
¿qué más puede importarte?
Buscas la nada en todas
las cosas como otros
la sombra del paraíso
que, lo ignoran, es su hogar.
Ama, ama rápido: es el único
reflejo que ha de brillar
en tus ojos, hermoso polvo.
Tu azar es tu destino.
Deshazte poco a poco
de todas tus partes, primero,
las más tiernas, con dolor suave,
hasta que, endurecido de ti mismo,
seas sólo aire y, en el aire,
un tumulto de sueños, astro
ante todos fugaz en el vacío
estrellado de la noche.
Nunca es bastante. Una vez
alcances la última frontera,
allá donde todo se borra,
da un paso más.
Haz de tu mundo, el mundo.
Húndete en el cuerpo hasta olvidar
tu nombre. Piensa que todo
cuanto piensas es encaje,
filigrana; niega todo cuanto puedas
imaginar. Llega al borde
del abismo: en él, un leño
sin tallar, la masa del pan primero;
nudos en el aire. Sabrás
que en tu ver las formas
cambiantes del mundo está
lo celeste que hay en ti.
OPULENCIA
La opulencia en todas sus formas:
la humilde, del jardín,
un pedazo de queso, unos pocos
amigos y un árbol que dé sombra;
la de los dones del cuerpo
y el mundo, la carne rebosante,
las flores que se abren, los manjares,
que son festín de la muerte;
la de la mente chispeando entre
dos ideas, una sílaba
que remite como un rayo subterráneo
a todas la palabras de un hombre;
la del silencio y el vacío, la del
aire que apenas se mueve,
la del olvido, la de la vida
sin huella, la de lo nunca dicho.
PALABRAS ROBADAS
«Sin que la muerte al ojo estorbo sea.»
Francisco de Aldana
Tiene vislumbres, imágenes o palabras
que le vienen a los labios y a los párpados:
la concentración en el objeto del discreto
pintor de la corte; los dedos atentos al cuerpo,
la tela y las paredes del viejo maestro
de niñas y gatos, o el color del último
aliento en el cielo estigio de Caronte.
¿No es la noche del pensamiento, y de la alcoba,
la luz de los ojos, y de los cuerpos que aman?,
¿la autoridad de las cosas que, negadas,
vuelven a él en su oculta belleza?
Ha olvidado sus anhelos, la impaciencia
de quien no se detiene a mirar y a escuchar. Su
oro son las piedras, el aroma que le liga
a todo y le hace perder su cuerpo –su anillo
de carne- sin que la muerte al ojo
estorbo sea; y esa creciente conciencia
del humo de nada le hace cautivo
de las flores, de una línea de horizonte,
de un brazo desnudo, de la palabra,
que es su hogar. Y así hasta que todo sea
sin ojos, sin dientes, sin gusto, sin nada.
LA DONACIÓN
Las manos grandes y delicadas,
los dedos pasando las páginas con suavidad,
las pausas en las que mostraba sus ojos claros
atentos a un detalle antes de seguir
leyendo,
los puños
de la camisa sobresaliendo por debajo de la chaqueta,
sin una sola arruga,
el reloj,
un amplio círculo oscuro sobre otro
de oro, un pecio
de otro tiempo.
No era posible
distinguir su cuerpo del pensamiento
o del lugar que ambos ocupaban: el despacho,
los pasillos mal iluminados, las esculturas
pasadas de moda, la larga
mesa de madera y la puerta acristalada
a sus espaldas.
El magma etéreo
e informe del universo había tomado
forma frente a nosotros, gesticulaba
con una elegancia destilada durante generaciones,
articulaba palabras dichas y absorbidas con atención
muchas veces en las mismas circunstancias.
El notario era una forma
finita, pero también, en su solemne contingencia,
un vislumbre de la sustancia entera, el abanico
de todos
los seres posibles
en el vacío de lo indeterminado.
Así fue cómo, una fría
mañana de invierno, sintiendo que pronto
mudarían de forma, se desprendieron
de todos sus bienes.
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