Antonio José Royuela García
(Córdoba, España). Antonio José Royuela es diplomado en Ciencias de la Educación y Licenciado en Psicopedagogía y trabaja actualmente como maestro de Educación Primaria.
Entre sus publicaciones y premios se encuentran:
-Ganador del Primer Premio de Minirelatos La Casa del Poeta. 2009
-Mención Especial en el I Concurso de Poesía Giaconda Belli en su apartado de Poesía Social.
-Varios poemas integrados en antologías realizadas por el Centro de Estudios Poéticos.
-Poemas y relatos recogidos en el recopilatorio titulado ‘El Desván de las Luciérnagas’.
-Finalista en el II (2007) y en el III (2008) concurso de Poesía Erótica Internacional Búho Rojo.
-Seleccionado como finalista en los Encuentros Nacionales para Poetas y Escritores de Anuesca a favor de Manos Unidas durante las convocatorias VII (2008), VIII (2009) y IX (2010).
-Carta de amor seleccionada y publicada en el libro titulado ‘Soñadores Ocultos’.
-Finalista del I Concurso Búcaro de Poesía y Microrrelato en su modalidad de Poesía.
Ha publicado:
-Desajustes, 2008
-La mente del mono, Editorial: Punto Rojo, 2011
-Zonas, Lastura, 2015
Los tiempos son círculos cerrados
No me resulta fácil expresar amor
en el poema
y al mismo tiempo, convencer
de que todos mis versos nacen de él.
Independientemente
del metal y brillo con el que estén hechos.
Ahora que no me olvido de ti
y he recuperado mi jardín de atrás
gracias a tu dictados
de cómo encontrar la respiración
aquellas veces que la olvido.
Ahora que he aprendido
a trabar la lluvia que esconden las nubes
de mis poemas,
porque camuflas mejor que nadie
el paraguas en mi maleta.
Ahora sé que el amor de este poema
no es un relámpago,
ni tiene nada que ver con la sed de la noche.
Ahora, cuando descubro
que mi juventud
ya no quiere seguir andando en todas direcciones,
y tú, a pesar del frío que da mi invierno,
mantienes el norte como una brújula
a la espera de ser avistada.
Ahora sé,
que un reloj de arena marca un tiempo,
y que los tiempos son círculos cerrados
que pertenecen a alguien,
como el amor de este poema te pertenece a ti.
Te hallo y me pierdo
Te hallo
en los labios de la noche,
en la melaza de tus pezones,
en la querencia de tus oquedades
y en el buen hacer de tus manos
y me pierdo
en los besos ausentes
de una boca nómada,
en la sombra de unos turgentes
y distanciados senos,
o en el vaivén
de unas caderas infidentes.
Te hallo
en la batalla cuerpo a cuerpo
hecha cama y en tu gemir
cuando pides que azote tus nalgas
mientras la luz de tus ojos
solicitan continuidad en el movimiento
de nuestros torsos adheridos,
y me pierdo
en la orilla sin mar
que aleja tu espalda,
en la angustia de saberte acariciada
en el fuego de otro calendario
o en la imagen rota
de un despertar abrazado a tu ausencia.
En este círculo
de hallarte y perderme
es donde la necesidad de la certeza
es un cielo en aquelarre.
Despedida
Una noche cualquiera,
de un día con cielos grises,
despertaré abrazado
a la ausencia de tu mundo,
que es el mío cuando tú no estás.
Entonces acariciaré tu pelo
convertido en una ciudad apagada.
Tu cuerpo semidesnudo,
será sombra en las esquinas de las calles
de esa misma ciudad sin luz,
donde el sueño de recordarte
juega a defenderse.
Una noche cualquiera,
fría como la nieve cuando tú me faltas,
sentiré miedo al oír el temblor
de tus muslos
cruzar la puerta sin mirar atrás.
Entonces estaré mirando
Una mirada de otros ojos
con rastro de amor.
Sintiendo como por dentro se derriba todo.
Una noche cualquiera,
cuando las verdades sin contar
apaguen las cenizas de los labios,
cuando los silencios han perdido su crédito
y tu piel sea una cicatriz de la mía.
Entonces el rumbo de tu sonrisa
me dirá la isla dónde naufrague.
Para ese momento,
los dos habremos maldecido
las cosas que no se pueden compartir,
la intransigencia de los ojos de ciego,
las paradas donde no llega el metro
y el taxi queda lejos.
Esa noche cualquiera, nosotros,
volveremos a ser tú y yo.
Esperanza y utopía
Esperanza y utopía
algo tienen en común.
Origen en el deseo,
sustento para las metas
y su labor como jueces del destino,
en la fuerza del desánimo
elaborada por el paso del tiempo.
¿Quién de nosotros se atreve a juzgarlas?
Nada es lo que parece
y aquello que parece,
a veces no lo es.
Como en todos los cielos,
existe asimetría en el horizonte
de las miradas,
distinta profundidad
en el latir de sus corazones
y el desencuentro en los espacios comunes.
Pero, ¿quién conoce todas las lenguas de las venas?
Un beso no cambia de color
por tener patrias diferentes,
y aunque el origen no fuese convencional
es tan válido como los que se dan
bajo la misma luna.
El amor no va más allá de la idea que lo genera.
Dame tus manos, tu frente alta.
Sin urgencias,
acompáñame por los pormenores.
Seamos la nostalgia de nuestro futuro.
¿Esperanza o utopía?
Acompáñame
Acompáñame
esta noche de cristales rotos.
Salgamos en busca
de irresponsabilidades
a las tabernas donde las pupilas dilatadas
presagian batallas entre labios
de osadías sin dudas,
cuando vivir nada tiene que ver
con la vida.
Acompáñame
por los jardines donde el silencio
es cómplice de poetas, héroes y villanos.
Salgamos tras la luz roja
de los enardecidos corazones,
tras los ruidos
de una ciudad veloz
al borde de un ataque de nervios.
Pero sólo acompáñame
si el olvido es más fuerte
que la nostalgia,
si te ves capaz
de avivar la llama apagada
de nuestros ojos,
si la renuncia
no abarca a los deseos vejados
de nuestras manos.
Te ofrezco un trato
Te ofrezco un trato
que incluye algo de magia.
¡Escúchalo!
La noche escondida tras la noche
a tus dudas y a tus sombras.
Los besos sin billete de vuelta
aún desconociendo el destino.
Velar tu corazón
cuando el frío del invierno llegue y lo roce.
La entrega del que quiere ser vencido.
¡No respondas todavía!
El truco de hacerte invisible
sólo a mis manos,
el de esconder mis labios
tras tu espalda
mientras nuestras manos aparecen entrelazadas
como una enredadera a tu cintura.
Aún no, ¡no respondas todavía!
por favor.
Todo y más,
a cambio, sólo te pido:
el brillo de tus ojos en la mirada,
el vello de punta
que esconde el deseo tras tu sonrisa
y alguna palabra de aliento
cuando percibas mojada la pólvora de mi piel.
¿Qué contestas ahora?
Fisgón
Te gusta posar tus ojos en los contornos,
abrir tus oídos al rumor.
Descifras como nadie acertijos
de contrabando
y aunque se dice que mercadeas
con oro radioactivo,
a tu ética le gusta el riesgo
del contraespionaje.
Guardas en tus bolsillos arena escrita,
mapas del tesoro, restos de aire.
A veces, pólvora en buen estado
que como buen mercader
sabrás colocar.
Lo más extraño,
es que harás de todo, menos reconocerlo.
Vieja historia
¡Oh, palabras, cuántos crímenes se han cometido
en vuestro nombre!
Eugène Ionesco
I
Hay palabras encadenadas
que arrastran la sombra del tiempo.
Condenadas al ostracismo, ahora,
reclaman su derecho.
Son los ojos de revolucionarias feministas
como Olympe de Gouges y tantas otras.
Las manos de heroínas literarias,
como Virginia Woolf y tantas otras.
El corazón de hembras guerreras,
como María Pérez y tantas otras.
Palabras tratadas con sevicia,
que ahora desasidas, buscan su lugar
en las calles donde ardieron.
O bien ningún miembro de la raza humana posee verdaderos
derechos, o bien todos tenemos los mismos; aquel que vota
en contra de los derechos del otro, cualesquiera que sean su
religión, su color o su sexo, está abjurando de ese modo
de los suyos.
Condorcet
II
Exploremos de la mano
las estrellas del amanecer.
El viento no es patrimonio del hombre
ni la piedra de la mujer.
Por las complicidades de los sueños
ultrajados tantas veces.
Por el peso del dolor,
pocas veces compartido.
Por la piel jugada,
por lágrimas derramadas,
por los naufragios libres de culpa,
por la robada gloria.
A ti mujer,
que el viento esparza las cenizas
de esta vieja historia
y tus sueños vuelen a la ciudad
libre de penitencias.
Seamos uno en derechos
y uno en obligaciones
amantes y amados por igual.
Por tantos trapos sucios que
tuviste que lavar.
Por las primaveras sin libertad.
Por las balas esquivadas,
por el destino secuestrado,
por tu respirar sin rencor
y tus manos siempre tendidas.
A ti mujer,
para que el aire se desnude de su engaño
y la piedra se vista de libertad.
LLUEVE OTRA VEZ
El otoño se empeña en traer lluvia que no le corresponde.
Por la fuerza con la que cae
parece una lluvia del trópico,
acostumbrada a arrasar poblados, ciudades enteras.
El dolor no respeta los términos del contrato
y las lunas del taxi
ahondan en la crueldad que la imaginación aflige.
Tal vez,
la mujer con la que voy a encontrarme
no sea más que un recuerdo.
I
Una historia
de versos tristes
para corregir su diseño.
II
Con la presteza del colibrí batiendo sus alas,
un gigante de brazos de fuego
impuso su vasallaje de sótano sin luz.
Desde entonces, un paisaje mutilado
y un futuro en estampida de gentes atormentadas
es la fotografía de aquel jardín
donde Adán y Eva dieron su primer bocado.
Habitación de hotel
No son palabras
en la memoria del amor.
La cama desierta
me grita desde la ciudad despoblada.
Ausencia de tus ojos.
¿Cuántas veces te nombro en el fuego encencido
de mis manos que viven en ti?
No son palabras
en la memoria del amor.
La habitación vacía
arremete desde la paz con desorden
en la melancolía de tu respiración.
Tus pechos desnudos en mis labios abiertos.
¿Cómo compensar la lluvia de tu boca
desde los arrabales del deseo?
El amor no tiene memoria.
Vive desnudo en las palabras no habladas
mientras yo te las escribo.
ZONAS de ANTONIO JOSÉ ROYUELA
Surcos para la siembra
Zonas
Antonio José Royuela
Lastura, 2015
(por Laura Gómez Recas)
Zonas, libro de Antonio José Royuela, termina con este verso: “Hasta aquí otra vez yo”. El punto final inapelable para quien finaliza la lectura y toma conciencia de que la poesía es más que un medio, es el autor y lo que dentro de él se conmueve, es la naturaleza escribiente de un alma.
Royuela es autor de poesía y de prosa, domina el instrumento y es directo en el verso, explícito y comprometido con él mismo y con el mundo que le rodea. Este libro, que Lastura ha ornado con una cubierta llena de ventanas, incita a la lectura para descubrir, la curiosidad es protagonista cuando se comienza a leer y en su título se adivina la variedad de contenidos que van a abrirse de página en página. Zona cero, zona líquida, gaseosa, sólida, sin clasificar, capítulos en los que el autor va dejándose la piel ante un mundo insólito y desafiante, “en ocasiones, / el lobo que llevo dentro se alejó tanto de mí, / que me asusté”. Las zonas por descubrir de Royuela son estratos de su sentir humano cuajados de realismo y también de idealismo, como indica la prologuista Lluïsa Lladó; en esas zonas de difícil tránsito, él afronta su verdad y su criterio con sinceridad, tan directo que desgarra el lenguaje poético. Puede que ahí radique la originalidad de este libro, su carácter. Con una hábil y nada tópica utilización de la imagen, se hace valedor de sus raíces y fuentes de sabiduría literaria, reminiscentes en muchos versos, nuestros autores de mitad del siglo XX, la llamada generación de los 50. A aquéllos nos recuerda esa toma de conciencia del leguaje como un medio al que cuidar, pero con dosis de “coloquialismo” que acercan el mensaje con absoluto realismo al lector y hacen del poema una rompiente feroz de lo poético:
Sin embargo, es ahora,
recluido mi corazón donde las ánimas
y tú, tan lejos,
donde los pájaros construyen nidos fríos,
cuando me pregunto:
si me amabas tanto como decías,
por qué carajo nunca te encontré
cuando más te necesitaba.
Las zonas se desvelan sin pudor, con la naturalidad del compromiso al abordar el desahucio, la educación, el hambre, la sanidad, el terror, la caza. Directo como un editorial tocado por la pluma del poeta, “La eliminación del dolor no debe ser / una alegoría lumínica, / ni depender de la altura del mundo donde se viva”, el autor confiesa no la inutilidad de la palabra, sino el coraje del distanciamiento, como expresa en el poema Ciudad Juárez II:
De nada te sirve la poesía
que incendia hojas alejadas de la dársena.
Maldice con crudeza, “maldito mundo de perros” y es capaz de bañar de desolación al lector con una imagen como ésta: “… en un desahucio / se maltrata la intimidad de un cajón”. Con esa misma naturalidad aborda el tema del amor, su relación con el sentimiento es sincera y honesta y el poema fluye en esa dirección sin búsquedas trasnochadas ni onanismos sentimentales “No me escandaliza reconocer / la cicatriz en la médula. / En el amor, todo es batalla”. Hay un análisis de la nostalgia, del sentimiento, del otro como antagonista no idílico, pero sin la renuncia al lirismo, puntual e inapelable:
Te quiero,
ocho fonemas para los aduaneros del mar.
En Zonas, encontramos el trazo de lo injusto, la necesidad de humanismo, el reconocimiento de lo cercano, de lo que nos sustenta desde niños, la madre (“siempre encontré en tus bolsillos / la comprensión que requiere el orden de las pasiones”), el amigo, el amante, el reconocimiento del otro a través del dolor. Cada zona del sentir en un capítulo, trazando así un mapa que no presume de categórico, pero sí de reconocible y honesto. Una honestidad a escala en la zona sin clasificar gracias al posicionamiento moral e intelectual ante el acosador, el payaso, la maldad, la mujer o el amor. Gracias a la verdad del autor:
nadie debería comprar la mercadería
que quemó a Galileo.
En este libro, Antonio José Royuela emplea la primera persona del singular en femenino en dos poemas como una apuesta literaria curiosa y extrema, sobre todo, en el poema relativo a la lactancia. Un hecho que nos hace pensar que el otro debe ser objetivo de empatía, que es un ejercicio asumible y enriquecedor para el autor y para el lector.
En geografía, una zona es una franja de terreno acotada con una extensión considerable. Así se presenta el libro, como un lienzo de franjas que necesariamente se ha de atravesar mientras se vive, sobre las que el autor se manifiesta como un actor-espectador implicado trabajosamente. Hay un verso inequívoco que delata esa horrible sensación de impotencia en este viaje: “Mis sueños son arrastrados por bueyes”. Los poemas de Zonas constituyen un mensaje lleno de generosidad. Ante la devastación, la injusticia y el compromiso, los sueños, el equipaje más preciado, aún por abrir. O, quizás sea esta materia intelectual y escrita la que compone el cuerpo de los sueños del poeta que, sin él saberlo, acumulan surcos para la siembra.
Este libro contiene un regalo para el lector, ya que en su solapa aparece un código QR para descargar en formato digital un libro de microrrelatos, Resiliencia, un título que los une en temática y en el que se puede apreciar la prosa lúcida y actual de Antonio José Royuela. Cuidadosamente tratada en todos los micros, se revela excelente en alguno de ellos como el que da título a esta gratificación digital.
Calle Deseo
Es la vieja calle del arco iris doble,
desde el más puro e intenso carmesí al frío malva.
En ella puedes encontrar a la mujer que llora
o a su hermana gemela que ríe.
Desde sus esquinas,
puedes otear la grandeza del mar
y elegir en la intimidad su pobreza.
Leer en los rótulos luminosos:
la vida es muy corta y los anhelos muy tercos.
Esta es una calle
de ilusión crepuscular.
Los desesperados acuden para que los ilumine.
Han oído de sus milagros
cuando uno se despoja sin miedo de su congoja.
Consumido el apetito inicial,
el tiempo lo va desgastando,
-te hace signos que no entiendes-
pero este no muere nunca del todo.
Esta es una calle
hecha con la sustancia barata de la esperanza.
Sofocado el dolor de un fracaso,
la calle mantiene latente el germen
de un nuevo alumbramiento.
Residuos de antiguos yerros
Aunque ahora trates de disfrazarlo,
te delatan tus pasos.
Te gustaría
que las escasas recompensas
de un viejo escenario cargado de desafueros,
mantuviesen alejado el gris horizonte
con raíces en un ego de hojas sin luz.
Aún así,
admiro la gallardía de mirar al frente,
tu destreza para abrir camino
entre el ramaje esparcido
o la calma parecida a la del yonqui
tras inyectarse el nirvana
con la que gestionas
los pocos rayos de un sol
que te permiten nombrar la palabra
felicidad
sin tartamudear,
ante las puertas del infierno de Dante.
Surcos para la siembra
Zonas
Antonio José Royuela
Lastura, 2015
(por Laura Gómez Recas)
Zonas, libro de Antonio José Royuela, termina con este verso: “Hasta aquí otra vez yo”. El punto final inapelable para quien finaliza la lectura y toma conciencia de que la poesía es más que un medio, es el autor y lo que dentro de él se conmueve, es la naturaleza escribiente de un alma.
Royuela es autor de poesía y de prosa, domina el instrumento y es directo en el verso, explícito y comprometido con él mismo y con el mundo que le rodea. Este libro, que Lastura ha ornado con una cubierta llena de ventanas, incita a la lectura para descubrir, la curiosidad es protagonista cuando se comienza a leer y en su título se adivina la variedad de contenidos que van a abrirse de página en página. Zona cero, zona líquida, gaseosa, sólida, sin clasificar, capítulos en los que el autor va dejándose la piel ante un mundo insólito y desafiante, “en ocasiones, / el lobo que llevo dentro se alejó tanto de mí, / que me asusté”. Las zonas por descubrir de Royuela son estratos de su sentir humano cuajados de realismo y también de idealismo, como indica la prologuista Lluïsa Lladó; en esas zonas de difícil tránsito, él afronta su verdad y su criterio con sinceridad, tan directo que desgarra el lenguaje poético. Puede que ahí radique la originalidad de este libro, su carácter. Con una hábil y nada tópica utilización de la imagen, se hace valedor de sus raíces y fuentes de sabiduría literaria, reminiscentes en muchos versos, nuestros autores de mitad del siglo XX, la llamada generación de los 50. A aquéllos nos recuerda esa toma de conciencia del leguaje como un medio al que cuidar, pero con dosis de “coloquialismo” que acercan el mensaje con absoluto realismo al lector y hacen del poema una rompiente feroz de lo poético:
Sin embargo, es ahora,
recluido mi corazón donde las ánimas
y tú, tan lejos,
donde los pájaros construyen nidos fríos,
cuando me pregunto:
si me amabas tanto como decías,
por qué carajo nunca te encontré
cuando más te necesitaba.
Las zonas se desvelan sin pudor, con la naturalidad del compromiso al abordar el desahucio, la educación, el hambre, la sanidad, el terror, la caza. Directo como un editorial tocado por la pluma del poeta, “La eliminación del dolor no debe ser / una alegoría lumínica, / ni depender de la altura del mundo donde se viva”, el autor confiesa no la inutilidad de la palabra, sino el coraje del distanciamiento, como expresa en el poema Ciudad Juárez II:
De nada te sirve la poesía
que incendia hojas alejadas de la dársena.
Maldice con crudeza, “maldito mundo de perros” y es capaz de bañar de desolación al lector con una imagen como ésta: “… en un desahucio / se maltrata la intimidad de un cajón”. Con esa misma naturalidad aborda el tema del amor, su relación con el sentimiento es sincera y honesta y el poema fluye en esa dirección sin búsquedas trasnochadas ni onanismos sentimentales “No me escandaliza reconocer / la cicatriz en la médula. / En el amor, todo es batalla”. Hay un análisis de la nostalgia, del sentimiento, del otro como antagonista no idílico, pero sin la renuncia al lirismo, puntual e inapelable:
Te quiero,
ocho fonemas para los aduaneros del mar.
En Zonas, encontramos el trazo de lo injusto, la necesidad de humanismo, el reconocimiento de lo cercano, de lo que nos sustenta desde niños, la madre (“siempre encontré en tus bolsillos / la comprensión que requiere el orden de las pasiones”), el amigo, el amante, el reconocimiento del otro a través del dolor. Cada zona del sentir en un capítulo, trazando así un mapa que no presume de categórico, pero sí de reconocible y honesto. Una honestidad a escala en la zona sin clasificar gracias al posicionamiento moral e intelectual ante el acosador, el payaso, la maldad, la mujer o el amor. Gracias a la verdad del autor:
nadie debería comprar la mercadería
que quemó a Galileo.
En este libro, Antonio José Royuela emplea la primera persona del singular en femenino en dos poemas como una apuesta literaria curiosa y extrema, sobre todo, en el poema relativo a la lactancia. Un hecho que nos hace pensar que el otro debe ser objetivo de empatía, que es un ejercicio asumible y enriquecedor para el autor y para el lector.
En geografía, una zona es una franja de terreno acotada con una extensión considerable. Así se presenta el libro, como un lienzo de franjas que necesariamente se ha de atravesar mientras se vive, sobre las que el autor se manifiesta como un actor-espectador implicado trabajosamente. Hay un verso inequívoco que delata esa horrible sensación de impotencia en este viaje: “Mis sueños son arrastrados por bueyes”. Los poemas de Zonas constituyen un mensaje lleno de generosidad. Ante la devastación, la injusticia y el compromiso, los sueños, el equipaje más preciado, aún por abrir. O, quizás sea esta materia intelectual y escrita la que compone el cuerpo de los sueños del poeta que, sin él saberlo, acumulan surcos para la siembra.
Este libro contiene un regalo para el lector, ya que en su solapa aparece un código QR para descargar en formato digital un libro de microrrelatos, Resiliencia, un título que los une en temática y en el que se puede apreciar la prosa lúcida y actual de Antonio José Royuela. Cuidadosamente tratada en todos los micros, se revela excelente en alguno de ellos como el que da título a esta gratificación digital.
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