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Channel: POETAS SIGLO XXI - ANTOLOGIA MUNDIAL + 20.000 POETAS: Editor: Fernando Sabido Sánchez #Poesía
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JOSÉ MANUEL RAMÓN [18.137]

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JOSÉ MANUEL RAMÓN

Nació en Orihuela (Alicante) en 1966. Afincado en Fuengirola (Málaga) desde 1998, tras haber residido en diversas ciudades (Murcia, Caravaca de la Cruz, Málaga, Torremolinos y Algeciras).

Cofundador en 1985 de la revista Empireuma (Orihuela) y codirector de la misma hasta 1991. Esporádicas colaboraciones en revistas, a saber: La Cuerda del Arco (Sevilla), Perfil poético de los países latinos (Francia), Norte (México), International Poetry (USA) y, recientemente, en la web de La Galla Ciencia (Murcia), Acantilados de papel (Murcia) y Ágora-Papeles de arte gramático (Murcia). Aparte de los diversos recitales y presentaciones de la etapa de Empireuma, más recientemente ha participado en otros como Poesohail (Fuengirola) y Velada Poético-Musical (Fuengirola).

Incluido en las antologías Escrito en Alicante. Muestra de poesía joven (Diputación Provincial de Alicante, 1985), Muestra de joven poesía hispánica, realizada por la revista de creación y crítica Ventanal, (Universidad de Perpignan, Francia, 1986) y El Libro de Plomo (Ediciones Empireuma. Orihuela, 2013). Hizo el prólogo a la plaquette Anúteba, de José Luis Zerón Huguet y Ada Soriano (Orihuela, 1987). Ha publicado la plaquette Génesis del amanecer (Orihuela, 1988), con prólogo del poeta Jorge Cuña Casasbellas. También ha traducido del portugués varios libros espíritas. Participó con un poema en el libro de Kikelin (Kike Payá), No hay color. Personajes de cine en blanco y negro (Orihuela, 2014).

La senda honda (Devenir, 2015), es su primer libro publicado, con prólogo del poeta José Luis Zerón Huguet. Escrito, en su mayor parte, antes del exilio voluntario que lo apartó de la poesía más de 20 años. Los poemas de este libro constatan la preexistencia de la naturaleza, la angustia y soledad del hombre, el tiempo y la muerte como continua tensión e incertidumbre en la búsqueda de un sentido a la vida, y el retorno al bosque como metáfora del auto rescate llevado a cabo por el autor, siguiendo los derroteros de su propia senda.






(De La senda honda, Devenir Poesía, 2015)


EXORDIO

Nunca he creído que tras la noche
renazcan los campos cuajados de vida
lo puede parecer pero no es cierto

Cada sombra anuncia
una claridad devastadora
que tras hendir la tierra destrozar el alba
o desgarrar un cuerpo apenas duro
como lo pueda ser el de un hombre
continúa no siendo nada
o irremisiblemente siéndolo todo

Es por eso que lloramos
y si también escribo
es porque temo igualmente
a la muerte.



FIDELIDAD DEL AIRE

                    A María López Ros

En el jardín
en el que descansa el hombre
en la vega del dolor hay negros sauces
sotos oscuros que consagran
sus hojas a los azudes
del camino

¿No ha de quedar nada
sino la arboleda de los brazos
extendida cual estela de sueño
han de ser tan crudas las palabras
la seriedad con la que dices
y la premura que tienes como lo pueda
una corriente impetuosa?

¿Nada que perdure tu canto
o el azul oscuro del agua en tus ojos
nadie que decida las firmes
balizas de la noche?

¿Y qué será de la memoria
cuando el cuerpo se desploma?

Un alba crece en el jardín sombrío
gotas espesas como blancos frutos
resbalan por las ramas
y pajaritas de nieve
clausuran las dudas

De plata
el tiempo es coronado.

                          Soria y Orihuela;
                          agosto-88, junio-90



ESTANCIA

Llegué del camino de la sangre
y no hallé aguas donde silenciosa
limpiar la herida de mis ojos
perseguí distancia en los cristales
pozos de luz busqué
donde abrevar continua mi dolencia
hinqué rodillas al viento
traté de enjugar mi rostro
con el germen de los llanos

Presentía un haz de estrellas
forzando las paredes
mis manos se abrían vientre del recuerdo
se enredaban tropezaban
con los restos de mis pasos y torpes
se deshacían al tacto de las sombras.



LA TARDE

                      Un solaz de ciruelas maduras
                                        parece poblar el aire
                                                 W.C.WILLIAMS.
                                

Como el continuo de agua
que lentamente clarifica
los troncos de los árboles
también pulpa aroma y humo
se proyecta la tarde
lentamente
sobre el pecho que me oprime.





NOCHE CONTINUA

         A la memoria de Alberto Ramón

                                  ...Madre, ¡el pájaro amarillo! 
                      ¡Las mariposas negras y moradas!
                                                         Antonio Machado

Se duele de los ojos
de un nuevo misterio y del tiempo
de las manos se duele del arraigo
de su frágil tempestad y de la noche

Su gesto enfermo dase a la incógnita
es fuga de luz cual golondrina

Quiere arrebatar lo humano
a la apariencia y abatido se disipa
en las bandadas de negras mariposas
que cristalizan el anochecer.
  


NIEBLA

Esta niebla que avanza y rellena
los huecos las zanjas de las calles
las lentas grietas de nuestro cuerpo
-cuerpo de arena certeramente asido
para que no se derrame
no sea tiempo de los ojos al suelo-
esta niebla paciente que preside los meses
el frío el humo las amanecidas
las siembras de la tierra calmosa que fuimos
o aquella otra tierra gros sin huellas
opacidad reciente de todo o de vacío
niebla que mira señala hurgan sus dedos
nuestra herida de viento nuestras voces
niebla que nos sueña débiles desamparados
fruto de los cuerpos vencidos la de los labios
los ojos los tiernos brazos del sueño

Esta niebla precede a la muerte.




PARADOJA

Se intenta crear nuevos lenguajes
salvar parámetros establecidos
pensábamos que hasta hoy
era inocencia y no deseo
quien dictaba las palabras
se intenta olvidar sin el olvido
del miedo nombrar con
el tañido del verbo
                   innominado

Creemos burlar lo insalvable
y a pesar nuestro el amor
viene de muy lejos

aún desconocido.




La senda honda (Devenir, 2015)

PRÓLOGO

Por José Luis Zerón Huguet.

Conviene aclarar, desde el principio, que La senda honda es el primer libro que publica José Manuel Ramón, y también es su primer poemario. Concebido en 1988 y concluido en 1991, sale ahora a la luz. Conviene, además, hacer un poco de historia, dado lo inusual del caso.

José Manuel Ramón formó parte del grupo de amigos que fundamos la revista literaria Empireuma en 1985. En dicha publicación dio a conocer sus primeros versos. Por aquella época también publicó poemas en otras revistas literarias de ámbito nacional, y en un par de antologías. En 1988 dio a conocer, en edición de autor, la plaqueta Génesis del amanecer, escrita en 1984, que además de ser un hermoso canto fragmentado dedicado a las edades primigenias de la tierra, antes de la llegada del hombre, constituye el germen de la poética singular del autor. Le siguió el libro que hoy tengo el honor de prologar y de cuya gestación fui testigo. Acabado este poemario, José Manuel dejó de escribir sin explicaciones ni justificaciones, sin más, como una llama que súbitamente se apaga golpeada por una corriente de aire. La fraternidad empireumática se sintió huérfana sin José Manuel, si bien todos esperábamos que nuestro amigo volviera a encontrarse pronto con la poesía, pues le augurábamos una prolífica trayectoria como poeta. Pero pasaba el tiempo y el reencuentro no se producía. Hace dos años —quizá tres, no sabría precisarlo— la llama creativa renació hasta convertirse en un incendio. José Manuel ha vuelto a la poesía, como si quisiera recuperar el tiempo perdido. Que yo conozca, son cuatro los poemarios que ha escrito en los últimos años, compuestos con un verso estilizado pero poderoso, un ritmo intenso, una sintaxis peculiar, a veces disruptiva, y un tono discursivo oracular.

Con buen criterio José Manuel Ramón ha decidido respetar la cronología de su trayectoria poética, de modo que su primer libro publicado coincide que es su ópera prima. Y digo con buen criterio porque La senda honda es un poemario sorprendentemente maduro, pese a que cuando fue escrito, su autor aún no había cumplido los 25 años. Además, sienta las bases de una poética sólida, con raíces profundas en una tradición que alimenta y renueva. El poemario ha sido actualizado con el extenso y bellísimo poema final titulado “De regreso”. El autor, según me confesó en un correo, sentía cierta frialdad y desconexión al volver a leer su primer poemario, y como era consciente de que debía darlo a la imprenta, decidió incluir el poema añadido, estableciendo así un puente entre el pasado y el presente de su escritura poética.

Aclarados estos pormenores, diré que La senda honda no encaja en las corrientes dominantes de la poesía actual, sin llegar a ser realmente un poemario experimental ni rupturista (a pesar de cierto utillaje vanguardista en la forma). Su condición lateral no implica anacronismo, nada de eso: nos encontramos ante una poesía intemporal, despojada de sucesos anecdóticos o adventicios, plena de grandes y luminosas propuestas, pero también de oscuros presagios e incertidumbres —muy pertinentes en estos tiempos de penuria—, y escrita con las clarividentes dudas que tratan de desvelar la dimensión órfica del lenguaje y de la existencia del ser humano, en un afán por hallar la palabra nueva —no novedosa— que huye del prosaísmo, la trivialidad y la grisalla. Cuando fue concebido, este poemario nada tenía que ver con el verismo irónico-sentimental de la Poesía de la experiencia, tan en boga entonces; y ahora queda lejos de las propuestas posmodernas en las que prima la ligereza, la ironía, el eclecticismo cultural y, si acaso, cierta conciencia cívica. Por tanto, el canon dominante, me temo, será muy poco hospitalario con esta poesía poderosa y exigente, no exenta de referentes metafísicos, que aporta un discurso plagado de numerosos interrogantes. El hombre de hoy —y los poetas no iban a ser menos— encuentra en su interior un vacío oscuro que prefiere ignorar porque siente auténtico horror ante la posibilidad de quedarse a solas con sus pensamientos. No es el caso de José Manuel Ramón.

La Senda honda es un libro bien construido, complejo, obsesivo, intenso, condensado, fruto de una disciplinada labor introspectiva y un impulso ascensional, muy alejado de la utilidad de la palabra que nos impone la sociedad contemporánea. Sus poemas, desde el primero hasta el último, emprenden la búsqueda del verdadero sentido de las palabras y del ser humano en el mundo. Está fragmentado en tres partes cuyo carácter unitario no se contradice con su independiente desarrollo. El propio título es una acertada metáfora del contenido. El autor huye de la planicie, de los caminos seguros por trillados, se adentra en hendiduras, hondonadas, vaguadas, barrancos, tajos y gargantas sin brújulas ni mapas, moviéndose por caminos profundos poco hollados para dar cuenta de su voluntad permanente de trascender el lenguaje y de su creencia en el mundo físico como ámbito de religación del ser con el cosmos. De esta forma, los poemas de La senda honda se caracterizan por la tensión de contrarios propia del talante barroco. Aquí encontramos fusionados himno y elegía, oscuridad y luz, pudrición y floración, paso del tiempo y celebración del aquí y ahora, horizontalidad y verticalidad. El poemario acontece en un paisaje natural, unas veces inhóspito, otras acogedor, pero casi siempre escarpado: La naturaleza es hermosa y a la vez cruel con el hombre que la mira con añoranza, tratando de hallar en ella el paraíso perdido o el útero del que fue arrancado. El hombre solo ante el espectáculo de la naturaleza que nos huye y nos llama desde su órbita de plenitud y decadencia, mirando con fascinación no exenta de angustia, al filo de la nada y de lo inmenso. Ya en el primer poema, “Exordio”, leemos:

Cada sombra anuncia/ una claridad devastadora/ que tras hendir la tierra destrozar el alba/ o desgarrar un cuerpo apenas duro/ como lo pueda ser el de un hombre/ continúa no siendo nada/ e irremisiblemente siéndolo todo// Es por esto que lloramos/ y si también escribo/ es porque temo igualmente/ a la muerte.

Y es que el tiempo es el motivo axial de este libro; el tiempo entendido como un ouroboros maravilloso y terrible: la inmensidad instantánea y eterna de lo ya vivido y de lo que está por vivir. Esta conciencia de la unidad de todo, o esta aspiración a la unidad de todo, incluso de lo fluyente e inaprehensible, requiere un territorio expresivo esquivo que no deja de tener algo en común con la indescifrable naturaleza de la experiencia mística. ¿Qué puede haber más ingenuo/ que el hombre? se pregunta el autor en “Debilitas hominis”, y, en efecto, ingenua resulta la pretensión del ser humano de atrapar la distancia con el lenguaje, pues congénita es su incapacidad de entender el mundo y la génesis del universo.

Pero el poeta no acepta la imposibilidad del conocimiento y da testimonio de ello a través de unas preguntas que, no por haber sido muchas veces formuladas, dejan de ser necesarias. Leemos en “Soledad afuera”:

¿A qué mi corazón bramante repica/ y repica con desacostumbrada angustia/ y a qué este desasosiego/ por lo que no ha de cambiar/ ni permanecer?

Y en “Fidelidad del aire”:

¿Y qué será de la memoria/ cuando el cuerpo se desploma?

La senda honda es un libro turbadoramente hermoso, heredero del desengaño metafísico barroco, pero también de la exaltación prometeica romántica y el desolado contacto onírico, casi místico, con la naturaleza de algunas poéticas visionarias del siglo XX. Este poemario —no hay más que leer la lista de títulos del índice— transmite pesimismo y angustia, pero no es una apología del sufrimiento, o al menos el tejido metafórico del dolor es sobrio, elegante, solemne, no excéntrico ni desgarrado. Ya decía Claudio Rodríguez “que el dolor verdadero no hace ruido”.

En esta deflagración ontológica asistimos a un entrelazamiento nuclear de la vida, la muerte, el amor, la naturaleza y, sobre todo, como decía, el tiempo. Leemos en “Ímpetu del agua”:

También nosotros seguimos siendo/ por nosotros mismos/ aunque el agua haya arrugado nuestra piel/ y deshecho cruelmente el débil sendero/ que con tanta seguridad/ seguíamos.

Y en “Paseo interior”:

Como la vida de cualquiera/ cada trecho tiene su particular historia/ a cada uno asociamos un estado de ánimo/ y no siempre es la costumbre/ la que dicta nuestros pasos.

Entre tantas metáforas de muerte en torno al desengaño hay un lugar de la memoria en el cual el autor —también el lector— se refugia frente a la aniquilación; ese “nido” de esperanza al que retorna lleno de sueños imposibles. Por todo ello este es un libro de claroscuros, cuyos colores predominantes son el gris y el verde: la verdura vital de lo que nace y se desarrolla y la grisura de la devastación y la ceniza. En el imponente poema “De regreso” —un canto a la naturaleza primordial que representa el bosque— de vuelta a la semilla, el poeta se reconoce en la luz y umbría de la espesura:

Mi verde es el del musgo/ hecho piel en la umbría/ a ambos lados de esta senda/ que sortea árboles como piedras/ izadas de húmedo verdor// plántulas que amaron/ desde la soledad/ de la semilla

(…)

Mi verde es el de la hiedra/ que escala arbustos o palabras/ buscando un punto de luz/ que encumbre su medianía/ sin más horizonte/ que la certeza de esta selva/ que trasvasa experiencia/ gota/ a/ gota// como el agua hendida por raíces/ que abrazan la tierra tejiendo/ su amerada urdimbre bajo/ la espesura que tiembla/ por dentro

El poema que cierra el libro promueve un regreso hacia lo que somos verdaderamente en consonancia con la naturaleza. El poeta siente una nostalgia de lo no-humano cuando por un momento recupera sus poderes primordiales en contacto con el bosque:

He regresado/ la raíz aflora y se muestra/ como una antigua visión/ que invoca presencias// este es el lugar del encuentro/ de la palabra anhelada/ de la emoción inmersa/ en humedales brumosos/ sobre tierras dúctiles/ erosionadas

Pero ese estado de receptividad no implica una pérdida del ser, sino, precisamente, su reconocimiento. El poeta quiere ser árbol, piedra, arbusto, leño, légamo, hojarasca… y en el instante del desapego —lo que dura un largo paseo— puede serlo, puede reencontrar la identidad primordial sin renunciar a la identidad individual y su conciencia de finitud. Tras una lectura apresurada de este extenso poema se podría deducir que el poeta posee un concepción del mundo cercana al Panteísmo, pero creo que incurriríamos en una simplificación; pues si es verdad que los versos fluyen en armonía con las imágenes de esa formidable maquinaria de vida y muerte, de belleza y fealdad, que es la naturaleza, no es menos cierto que esta no deja de ser hostil. Los momentos de dicha, plenitud y desapego conviven con las imágenes de obstrucción, inquietud y frustración. Nadie abre la espesura y la luz del sol es incapaz de disolver/ la naturaleza brumosa/ que somos.

La senda honda es un libro que penetra en los intersticios más profundos y sinuosos de la naturaleza y el ser humano, pleno de posibilidades desarrolladas en los poemas posteriores escritos por el autor, todavía inéditos y espero que no por mucho tiempo.

José Luis Zerón Huguet





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