JOSÉ CARLOS DÍAZ
Nacido en 1962, Gijón (Asturias). Licenciado en filología hispánica, ganó en 2009 el primer premio de novela "Ciudad de Noega", por "Letras canallas", y en 2010 el de relatos "Ciudad de Villajoyosa" (Alicante), con "La puerta".
José Carlos Díaz ha ganado el vigésimo tercer certamen de novela corta "José Castillo-Puche", de Yecla, 2016, con su obra "Vísperas de nada".
Es autor de "La ciudad y las islas" (1992) y "Convalecencia en Remior" (2015). Editor de la bitácora Los Diarios de Rayuela, es coautor de "Velar la arena" (1986) y "Contra la oscuridad", publicados por editoriales asturianas.
WEB: http://diariosderayuela.blogspot.com.es/
Cementerio musulmán de Barcia
Sin los muros de ladrillo que lo cercan,
sin su puerta de herradura siempre franca,
esta tierra de sombras y de helechos
guardaría callada por los siglos
el osario refugiado que la habita.
Pisarla así sería más fácil,
pues no habría tiento en nuestros pasos
ni tampoco ese temor que nos tiembla
en los aledaños mismos de la muerte.
Pero saber que aquí yacen hombres,
además de caídos, olvidados,
saber que todos fueron
soldados crueles en la guerra
y poco más que parias en su patria,
saber que purgan desde hace años
con exilio y abandono
su suerte mercenaria y su indigencia,
nos alerta en este cementerio,
mientras brilla el sol al otro lado de la umbría,
de nuestro tránsito fugaz,
pero también, y al mismo tiempo,
de que suelen ser siempre más piadosos
los finales en paz y con los nuestros.
Túnez
Cuando ya son tres en 2015 los zarpazos yihadistas que han sembrado de cadáveres el suelo tunecino, convirtiendo un país hermoso y acogedor en un destino de riesgo que está sumiendo en la pobreza a su población, recuerdo con nostalgia el viaje durante el que hace ya más de veinticinco años recorrimos Túnez en un pequeño furgón que nos llevó desde Cartago al desierto. Nos acompañaba Shamir. Con él bebimos boukha y compramos alfombras. Él nos descubrió peces en la arena y escorpiones bajo las ruinas de Roma.
LUNA DE MIEL
Al día siguiente de nuestra boda
volamos hacia Túnez.
No guardamos foto alguna del viaje
porque el sol del desierto
abrasó la película.
Recuerdo el palmeral de Tozeur,
los mosaicos del Bardo
y el té a la menta de Sidi Bousaid.
Y que a pesar de todas las ruinas
el mundo era apenas un lugar
de poco más de veinte años.
Los que teníamos entonces.
“Convalecencia en Remior”, Heracles y nosotros 13, Gijón 2015
Convalecencia en Remior
Poco más de seiscientos metros
desde el jardín hasta la playa.
Un trayecto de asfalto mellado,
olor a establo y casas de temporada.
Al fondo un verano esquivo,
un arenal inabarcable y,
más que el mar, un océano.
De mañana la brisa
peinaba las dunas
y golpeaba las ventanas
hasta despertarnos.
A la noche, una luz azul,
suturada en faroles,
difuminaba lenta
los contornos de la costa.
Fue después de la guerra
y yo estaba convaleciente.
Una bala perdida
me había atravesado el pie
y cojeaba como un tullido.
Tenía tiempo para pensar,
caminaba con bastón
y me había olvidado de la prisa.
Filias
No hay dolor que llague tanto el alma
como el dolor de nuestros hijos:
las fiebres de su infancia,
la embriaguez de su edad sin norte,
el desánimo que los vence,
la vigilia cuando fracasan,
el amor si los abandona
y el tiempo que se empeña
en hurtárnoslos para siempre.
No hay alegría que nos devuelva tanta vida
como la alegría de nuestros hijos,
aunque siempre nos parezca
amenazada y poca.
ARANCEDO
Por detrás del maizal,
los muros blancos de la casa próxima
y su tejado de pizarra argenta.
Los pastos, el pinar,
el ganado casi quieto
que inclina su cerviz
sobre la tierra con hambre inconsolable.
En la higuera,
el fruto temprano que expande
su olor de almíbar.
La tarde prendiendo la escasa yesca
que no echó a perder la lluvia.
Y a medida que se enfría
la luz final del cielo,
el bullicio en el aire
de un cónclave de pájaros
que me aturden con su alegría el alma.
Así vi desde una ventana el mundo.
En 1925, con 51 años, André Gide publicó Les faux-monnayeurs, que se tradujo en España como Los falsos monederos, puesto que un monedero no era sólo es un saquillo donde guardar monedas, sino también la profesión de quien las fabricaba. Si esa moneda no era lícita, el monedero se convertía en un falso monedero, o en lo que con el transcurrir del tiempo se llamó finalmente un falsificador. Las más recientes traducciones de la novela de Gide ya llevan por título Los falsificadores de moneda. Sin embargo, mi poema juega con esa imagen algo misteriosa que el viejo título transmite: ese monedero, no persona sino objeto, un monedero falso, en el que se van acumulando con una avaricia torpe las monedas de las vidas cobardes.
LES FAUX-MONNAYEURS
No se puede descubrir tierra nueva
sin consentir antes que nada en perder de vista
la costa durante una buena temporada.
ANDRÉ GIDE
Navegué siempre al cabotaje,
sin alejarme nunca de los muelles,
sin alejarme siquiera del noray
que me tenía como a un perro
sujeto de una argolla.
Mi vida resultó un falso monedero
y sólo perdiéndola de vista
dejaría detrás de mí por fin
el rastro de sus migas de oro:
los muchos años malgastados
por un ciego temor a los océanos.