María Casiraghi
Buenos Aires, Argentina 1977. Poeta, narradora y periodista. Autora de los poemarios: Escamas del Silencio (2004), Turbanidad (2008), Décima Luna (2011), Loba de Mar (2013) y Albanegra (2015), todos de Editorial Alción. Integró La Erótica del relato (Adriana Hidalgo, 2009), antología de escritores de la nueva literatura argentina, y publicó Nomadía, relatos breves, (Monte Ávila, Venezuela, 2010). Como periodista, es autora de Retratos, Patagonia Sur, y Santa Cruz, Patagonia Argentina. (G.A.C, 2000).
VACA DE MATADERO
No me llamen sagrada
vaca de matadero
diosa de la india.
No espíen mi diario íntimo
el de la niñez
el del candado de plata y hojas rosadas.
No me saquen del mar
dejen mi cuerpo ardiendo
entre aguas vivas.
No me juzguen
si olvido a todos cuando viajo.
No me digan puta.
No me escriban cartas de amor
si no conocen mi primera lluvia
la de atrás del muro
la del vecino que nunca me amó.
Ni me llamen mala madre
mala esposa
mala vaca.
No se rían si bailo sordomuda.
BALANCE
Nace el ala
antes que el pájaro
el envión
se acomoda en el aire
y allí se alza
milenario
el torpe vuelo de la vaca.
Todos fuimos
en las rocas
un camino.
Y no decíamos nada.
Suplicábamos un cuerpo inmaterial
para traspasar los muros
los secretos
las estrellas.
En las catacumbas
huele todavía
esa pluma errante
que dejamos ir
equivocados.
La humanidad
entera
se está mirando en el espejo
y diluvia
en las ventanas de las casas
y gimen aterrados
en los hospitales
los recién nacidos.
Agachados
a la lluvia
imploramos un mago
que nos meta de nuevo en el sombrero.
LAVANDERA
Abrí el bolso de viaje de mi hijo
saqué su ropa
y toda esa casa volvió de golpe
a impregnar el aire de la mía.
Olí las mañanas entre los pinos
y las tardes en caminos ignotos de la sierra
y también los libros
los viejos estantes sin leer
y las camas tendidas para nadie en el invierno.
Pero en la ropa estaba también la mugre
las puertas envenenadas
y las fichas del juego quemándose en la chimenea.
De su saquito azul
me vino el canto del benteveo
y la persiana negra
el mármol de la montaña
y la fresca inocencia de la luna.
Olí las noches sorteando víboras en las espinas del parque
y vos y yo que éramos alguien
aún sabiendo que la luna marchitaba
nos abrazábamos
y decíamos que sí
ante ese brillo blanco de la despedida.
Ahora mi hijo
recién llegado
me cuenta lo vivido
y se niega
a recordar mis recuerdos.
Y me habla de esa casa como si yo fuese ciega.
Entonces
arrojo en el lavarropas
todo lo que trajo.
Él presiona el botón
y juntos nos sentamos
a mirar
cómo dan vueltas
entre la espuma
los espíritus.
Y se lava el sepulcro
y se blanquea la tarde
y mientras él juega con su caballito de madera
yo tiendo en la soga
la ropa limpia
inodora
y el sol incendia
por fin
el patio de esta nueva casa.
SOLITARIO
Hay un extraño placer en estar solo
solo
sin siquiera un animal
nada más que hojas
balanceándose
en la ventana
y unas pocas flores abriéndose
en los canteros de la casa
o estar quieto
un día entero
en un cuarto sin luz
entre el humo desquiciado de la tarde
y una historia propia
una larga travesía hacia atrás
en una cama de cenizas.
Y cruzar la ciudad desierta
cuando todos están muertos
detenerse sin cautela en medio de la calle
y desafiar al vacío.
Es extraño el placer del desterrado voluntario
empujado a ser su propio dios
y su propia pregunta.
Todo solitario
navega dentro de una botella
con un solo mensaje
no me salven
de mí
no me salven.
CONFESIÓN
Hoy decidí entregar mi secreto al mundo
es un secreto antiguo
soy un alga
soy verde y espanto a los niños
floto gelatinosa
y me burlo de la fauna de mi hábitat
se matan entre ellos
los peces comiendo peces
no los juzgo
no soy quién
yo
que
me venden por nada
hombres y mujeres se embellecen de mí
para comerse después unos a otros
peces y hombres
Y yo
que por ser alga
tengo adentro el mar
me alimento
de la risa de los niños zambulléndose en el agua
de sus altos barriletes sin escoltas
de la belleza
finita
de sus madres.
Yo
que siendo tan imperfecta
siempre estoy desnuda.
ENAMORADOS
Sabes,
a veces
la velocidad nos tumba,
vuelve la lámpara a la cama,
alumbra los gestos
los despliega
y la erupción
irrumpe
y baja la lava por los cuerpos,
dilatada.
Es tiempo,
-alguien susurra-
tiempo que llega
y flota,
detrás de la marea,
contra toda solidez.
La ciencia no sabe cómo.
No hay quien pueda meter el amor en un frasco
y germinarlo como a una plantita desolada
nace increado
y nos instaura
un incómodo deseo
de permanecer
por siglos
en estado de coma.
Cuando sucede
sólo los caballos lo ven venir
y lo anuncian
huyendo en estampida.
Tu,
que no eres caballo
deja nomás que te cabalguen
a nadie le hace daño
destrozarse
debajo de las patas del amor
AMBIVALENCIA
a Adriana Mancini
Siempre he tenido dos casas
la que habito
y la que hubiese amado
viviendas
deshaciéndose
a cada paso que doy.
Cuando me fui
era mi choza de los conejos
choza de vidrio y sal
cuando volví
era la casa de la historia
una morada de música
cajita triste
que no canta.
Mi casa siempre se bifurca
cuando llueve
una sola gota
y acuesta
el ángel
su pelo estéril.
¿y la otra?
La de sombra
es una casa vacía
que no se vende
casa de sombra
en la pared.
Todos los muebles falleciendo en su penumbra.
Quizás no exista una casa.
Sólo
habitar donde no estamos.
Ladrillos para encerrar lo que se aleja
ventanas
para salir a buscarlo.
Sección “Vecinos”
VII
Ay si grito y no me oye
el inquilino que pasa y se detiene
y si no hay nadie en el agua
y si soy yo la única isla
el único faro amenazado
y descubro que nací de una tormenta
en los desagües
de puertas mal cerradas.
Ay si despierto y no me encuentran
cubierta de arena y meridianos
bajo un árido escombro abandonado.
Ay si soy un hilo y no sujeto
si me voy cayendo de esta roca
si me voy cayendo de esta roca
ay si soy el único fósil descubierto
en tanto viento
de ostras y mendigos.
Sección “Pájaros”
III
Elevarse
como el mosaico de los ángeles negros
sin ser oído ni visto
subir las piedras para ser alto
trepar sin manos
la propia despedida.
Caer
años más tarde
en un hueco de bomba
lamiendo el ácido acento
de un pájaro
extranjero.
Sección “Barrios Privados”
III
Alguien bosteza
mojado
acechando a los que duermen
en sus camas áridas.
Adentro del barrio no llueve.
En el borde de la oscuridad
una linterna
custodia
que el miedo sea de otros.
Una noche
no se sabe cuándo
el vigía no tendrá bostezos
el amparo
será
afuera.
VI
En el principio
era un pantano.
Después
vinieron ellos
los nuevos dueños del fango
a separar en parcelas
el barro.
Rellenaron el suelo con sus escombros
crearon césped y arroyuelos
sobre los rancios surcos del río.
Desmalezaron los arbustos nativos.
Construyeron las primeras casas,
los primeros autos
las primeras familias.
Al final
descansaron
masticando de lejos
la carnada
del próximo fétido.
Sección “Turbanidad”
III
Todos llevamos adentro una ciudad
también
ese viejo
el que araba con olor de hueso
en la aparente paz que hoy
como el silencio
me vigila.
A mí
que nací en una cebolla
y fui el cimiento tembloroso de mi espanto.
A mí
que vi el humo deshaciéndose en mi charco
que naufragué en las fronteras
y atoré de moscas las orillas.
A todos
que sin caer
fuimos el vértigo
de otros.
X
¿Con qué sueña un campesino?
Un arriero que pasa
me responde sereno
-sueño con puentes,
hermanos de sal
durmiendo bajo cielos subterráneos,
con anchas avenidas que me abren
atropellado,
y al despertar
ya estoy muerto
por toda la ciudad-
Epílogo
Pero al volver
y abrir la puerta
ya no es sábado
en la cocina fría
sin velas.
La ciudad es también esta:
La casa.
El baño.
Los pechos.
Loba de mar
POR SILVIA CASTRO EN CRÍTICA
Una lectura del último libro de la poeta María Casiraghi, por Silvia Castro.
“Flotamos ajenos al agua del agua”, reza uno de los dos textos citados por María Casiraghi antes de soltar su loba al mar. La línea de flotación a través de la cual va transitando su animal creativo progresa entre el medio mar lleno y el medio mundo vacío, pero la línea tiene más que ver con la ausencia que con la presencia de líquido, mundo, animal, y con la necesidad de esa ausencia como motor de búsqueda. Si hay una certeza es que “jamás atrapará la sed”, esa “paloma que en cada campanario tiene su frontera” que “baña su vientre con el vientre de su hijo”, y “enciende las alamedas” para que “un humo pueda lamer y consumir su vieja transparencia”.
Beber para ser ancho, pudrir el hueco, son pequeños pasos en una topología que abarcará toda la Loba en su extensión, un proceder que permite envolver “los cuellos en el cuerpo de las víboras” para tomar aire, eso que escupen “los pájaros al ensayar el vuelo”.
Montados en la Loba la geografía se vuelve más y más imposible, el planeta es “un teatro vacío” en el cual el agua se aplaude a sí misma, porque en ella “se nada hacia adentro”, “con el mapa del mundo dormido”. Si existe una posibilidad de hundirse, será en “el arenal que se va” y en ese médano se suda “blanco entre la sal”. Sin más fronteras que las transformaciones, el pasaje será, sin grises, de la ausencia de color a su exceso de ausencia: el alimento llega “cuando los platos están negros”, en esa penumbra se despliegan las velas de los ciegos, tejen las arañas y el silencio, – esa inundación – se lleva a sus países “todo de sí, hasta el agua que le queda en la ropa”. Si hay color, es el que reflejan “los charcos falsos en el desierto”.
La Loba busca “un veneno entre los vidrios para asesinar la lentitud”, que va del exceso de distancia a la ausencia de exceso: consiste en la cercanía que da el giro sobre sí mismo, la sortija que fracasa en mover al mundo de su parálisis. “Las agujas crecen a su pesar”, pero no miden el tiempo, sino la velocidad con que se salta el punto cardinal, mientras las arañas del agua componen el tejido. La luna marchita incluso las letras de la brújula, aunque se repitan indefinidamente.
“Imploramos un mago / que nos meta de nuevo en el sombrero”, pide la Loba, como quien ya va comprendiendo la diferencia entre la respiración branquial y la pulmonar, entre el paño lenci y el endometrio materno. Así arribamos a la segunda parte del libro.
En la segunda mitad de la Loba, la alternancia de la mirada oscila entre la que hacia arriba ve pasar los aviones con su sentido y dirección orientados hacia el futuro anterior, y la que, hacia abajo, ve pasar las fotos que detienen el tiempo familiar, como cada familia solamente puede lograrlo. Dinámicas que derriban montañas de aire, ensanchan pozos de amor, grumos de la Historia vueltos partículas en eterno devenir. La voz del abuelo en la cinta magnetofónica, el juguete infantil que se patea inevitablemente, los estratos geológicos de folletos con paisajes idílicos, las cartas de antiguos novios, los pasaportes vencidos, un más allá que las agencias de turismo no pueden garantizar, ni al viajero, ni al pasante free lance, ni al guía que nos lleva al paraíso perdido.
Aférrate a la altura / Remonta hasta tu primer nombre / en la punta de ese hilo /irá / de carnada / tu dolor. El olvido con su alivio trae este combustible fósil en forma de poemas, donde reaparece la loba de mar ahora como par perfecto, amante, ola del mismo sexo, alga del presente perfecto.
Existe una mancha que parece una familia, y un giro constante que la parodia, con toda su espuma. Es necesario girar el sillón de los padres mientras hierve en su espejo la olla televisiva, cuando el amor duradero sólo se mira con la nuca de los hijos. El mundo es ahora una ruleta rusa y puesto a tiro de la amarga oquedad, sólo tiene balas de salva, pues la indulgencia es el plato que sirve el progenitor y el hijo aprende del padre la lección.
Arrastrarse fue el primer pecado de la víbora. Arrastrándose sale la loba por el canal de la vagina, y arrastrándose sale el hijo de la loba, y así hasta el infinito. La criatura se ha hundido en su forma eterna. (…) Allí, en otro borde del mundo, nacerá una cavernícola y tendrá su corazón.
La muerte abre sus alas y sobrevuela todo el ancho mar de la hija, de la hija de la hija, y de todo lo que se hija, y ella, con todo ese desconsuelo, se mete en su cuarto y juega, como todas las tardes, a que respiran todavía sus muñecas.
Dos poemas del libro:
Hacia atrás
Pena de qué
si nada dicen las banderas.
Pena de haber visto
tantos valles
de haber andado esos caminos
sin tregua.
Pena
de haber subido
la arcilla blanda del acantilado
y no caer
derramados
como espermas
sobre la inmensidad.
Pena de no haber partido nunca.
Vivíamos a contrapelo
con el mapa del mundo dormido
y sobre el pecho una biblia amarillenta.
Del otro lado del océano
es África
me decían de niña
y yo nadaba
hacia adentro
para ver las madres negras
pariendo
el mar.
Pena de haber echado los perros al agua.
Homo Sapiens
Ese hombre no es viejo
pero va a morir.
Mirando atrás
sueña que suda en ese médano
en el que puede hundirse
y arrojarse
como de chico lo hacía
como siempre lo ha hecho.
Pero sabe ahora que el arenal se va.
Aunque quisiera gritar
para huir de la ola
sigue prisionero
de la espuma
de esos niños azules que corren sin verlo.
Partirá
antes de hora
blanco entre la sal
que escupen los ahogados
como si fuese
la sal
su última palabra.
Habría podido seguir
de no haber aprendido tanto.
A veces
es mejor no saber nada.
Y no oír el rugido de Dios.
POR SILVIA CASTRO EN CRÍTICA
Una lectura del último libro de la poeta María Casiraghi, por Silvia Castro.
“Flotamos ajenos al agua del agua”, reza uno de los dos textos citados por María Casiraghi antes de soltar su loba al mar. La línea de flotación a través de la cual va transitando su animal creativo progresa entre el medio mar lleno y el medio mundo vacío, pero la línea tiene más que ver con la ausencia que con la presencia de líquido, mundo, animal, y con la necesidad de esa ausencia como motor de búsqueda. Si hay una certeza es que “jamás atrapará la sed”, esa “paloma que en cada campanario tiene su frontera” que “baña su vientre con el vientre de su hijo”, y “enciende las alamedas” para que “un humo pueda lamer y consumir su vieja transparencia”.
Beber para ser ancho, pudrir el hueco, son pequeños pasos en una topología que abarcará toda la Loba en su extensión, un proceder que permite envolver “los cuellos en el cuerpo de las víboras” para tomar aire, eso que escupen “los pájaros al ensayar el vuelo”.
Montados en la Loba la geografía se vuelve más y más imposible, el planeta es “un teatro vacío” en el cual el agua se aplaude a sí misma, porque en ella “se nada hacia adentro”, “con el mapa del mundo dormido”. Si existe una posibilidad de hundirse, será en “el arenal que se va” y en ese médano se suda “blanco entre la sal”. Sin más fronteras que las transformaciones, el pasaje será, sin grises, de la ausencia de color a su exceso de ausencia: el alimento llega “cuando los platos están negros”, en esa penumbra se despliegan las velas de los ciegos, tejen las arañas y el silencio, – esa inundación – se lleva a sus países “todo de sí, hasta el agua que le queda en la ropa”. Si hay color, es el que reflejan “los charcos falsos en el desierto”.
La Loba busca “un veneno entre los vidrios para asesinar la lentitud”, que va del exceso de distancia a la ausencia de exceso: consiste en la cercanía que da el giro sobre sí mismo, la sortija que fracasa en mover al mundo de su parálisis. “Las agujas crecen a su pesar”, pero no miden el tiempo, sino la velocidad con que se salta el punto cardinal, mientras las arañas del agua componen el tejido. La luna marchita incluso las letras de la brújula, aunque se repitan indefinidamente.
“Imploramos un mago / que nos meta de nuevo en el sombrero”, pide la Loba, como quien ya va comprendiendo la diferencia entre la respiración branquial y la pulmonar, entre el paño lenci y el endometrio materno. Así arribamos a la segunda parte del libro.
En la segunda mitad de la Loba, la alternancia de la mirada oscila entre la que hacia arriba ve pasar los aviones con su sentido y dirección orientados hacia el futuro anterior, y la que, hacia abajo, ve pasar las fotos que detienen el tiempo familiar, como cada familia solamente puede lograrlo. Dinámicas que derriban montañas de aire, ensanchan pozos de amor, grumos de la Historia vueltos partículas en eterno devenir. La voz del abuelo en la cinta magnetofónica, el juguete infantil que se patea inevitablemente, los estratos geológicos de folletos con paisajes idílicos, las cartas de antiguos novios, los pasaportes vencidos, un más allá que las agencias de turismo no pueden garantizar, ni al viajero, ni al pasante free lance, ni al guía que nos lleva al paraíso perdido.
Aférrate a la altura / Remonta hasta tu primer nombre / en la punta de ese hilo /irá / de carnada / tu dolor. El olvido con su alivio trae este combustible fósil en forma de poemas, donde reaparece la loba de mar ahora como par perfecto, amante, ola del mismo sexo, alga del presente perfecto.
Existe una mancha que parece una familia, y un giro constante que la parodia, con toda su espuma. Es necesario girar el sillón de los padres mientras hierve en su espejo la olla televisiva, cuando el amor duradero sólo se mira con la nuca de los hijos. El mundo es ahora una ruleta rusa y puesto a tiro de la amarga oquedad, sólo tiene balas de salva, pues la indulgencia es el plato que sirve el progenitor y el hijo aprende del padre la lección.
Arrastrarse fue el primer pecado de la víbora. Arrastrándose sale la loba por el canal de la vagina, y arrastrándose sale el hijo de la loba, y así hasta el infinito. La criatura se ha hundido en su forma eterna. (…) Allí, en otro borde del mundo, nacerá una cavernícola y tendrá su corazón.
La muerte abre sus alas y sobrevuela todo el ancho mar de la hija, de la hija de la hija, y de todo lo que se hija, y ella, con todo ese desconsuelo, se mete en su cuarto y juega, como todas las tardes, a que respiran todavía sus muñecas.
Dos poemas del libro:
Hacia atrás
Pena de qué
si nada dicen las banderas.
Pena de haber visto
tantos valles
de haber andado esos caminos
sin tregua.
Pena
de haber subido
la arcilla blanda del acantilado
y no caer
derramados
como espermas
sobre la inmensidad.
Pena de no haber partido nunca.
Vivíamos a contrapelo
con el mapa del mundo dormido
y sobre el pecho una biblia amarillenta.
Del otro lado del océano
es África
me decían de niña
y yo nadaba
hacia adentro
para ver las madres negras
pariendo
el mar.
Pena de haber echado los perros al agua.
Homo Sapiens
Ese hombre no es viejo
pero va a morir.
Mirando atrás
sueña que suda en ese médano
en el que puede hundirse
y arrojarse
como de chico lo hacía
como siempre lo ha hecho.
Pero sabe ahora que el arenal se va.
Aunque quisiera gritar
para huir de la ola
sigue prisionero
de la espuma
de esos niños azules que corren sin verlo.
Partirá
antes de hora
blanco entre la sal
que escupen los ahogados
como si fuese
la sal
su última palabra.
Habría podido seguir
de no haber aprendido tanto.
A veces
es mejor no saber nada.
Y no oír el rugido de Dios.