Carlos Martín Eguía
(1964, Castelli, Provincia de Buenos Aires, Reside en La Plata, Argentina).
Vive en La Plata. Publicó los libros de poemas Anotaciones y otros poemas (1993); Repertorio (1998); Phylum vulgata (1999); El sacatrapos (2002); Oso no hay nieve acá (2004); La vaca roja (2012) y la antología Ciento cincuenta gramos (2014). Y las novelas: Errantia (2000); La plancha de altibajos (2006); Principio activo (2007); Impresiones de un año ingrávido (2014) y La cueva de Anvers (2015). Es escritor y docente.
Autorretrato a los 50
Ponerte a callejear
discípulo de nadie
creyendo que el tiempo corre al revés
que estás en forma
y no es demasiado tarde para ti
todo producto
de la potencia de las endorfinas
disparadas por la caminata
que emborrachan uno a uno
cada circuito neuronal.
La gotera del grifo
Como si fuera
un auténtico modelo de la calma
la noche muestra sus estrellas
punteando suavemente el cielo negro
disfruta hombre
me digo
de la singular audacia
del instante
en su movimiento salvaje
olvida tu vida
no te dejes enredar
por la gotera del grifo
ni por las mil y un putadas
que acechan por ahí.
Qué pone nervioso al perro
Palos de luz
arbolitos
pájaros
de rama en rama
distraídos
cantando
volando también
solitarios o en bandadas
bajo nubes algodonosas
que no se tocan
respetan la distancia
entre sí
para no molestar con truenos
ningún lugar más idóneo para la paz
hasta que estalla el ladrido del perro
y se reinicia la inquietud
la orgánica fricción
con el mundo.
Crisma
No quiero arruinarte
el fin de año optimista
ni la utopía
de no contribuir
con tu grano
a crispar la disyuntiva
no quiero
echar a perder nada
con mi incredulidad
ante el eslogan
“volvamos a intentarlo todos juntos”
me gustaría incluso
no tener que hacer
el trabajo sucio
de recordarte la opinión
que tenías
sin ir más lejos
ayer
que una cosa
es un mínimo
de tolerancia
como para que
no nos comamos
entre nosotros
pero unidad
vamos
dejémonos de joder
ni a palos
no quiero amargarte
con el vocablo irónico
que titula este poema
no es una mezcla
de oliva y bálsamo
para bautizar
el falso equilibrio
de una flamante civilidad
inexistente
es simplemente
una fusión imposible
ni siquiera la imaginarías
en un manual voluntarista
de pedagógica atenuación
que pretendiera eliminar
la pasión vengativa
en pos de una fingida convivencia
es simplemente
una mala caricatura
por reír un rato
o hacer una pausa ante el cortocircuito
asociando las declamadas antípodas
haciendo que se tomen de la mano
los espectros
políticos
quizá porque
no pinta nada
en verdad nuevo
bajo el sol
pero vamos viejo
a la hipocresía
de la armonía de los argentos
nunca se la tragó
del todo nadie
tal mentira logró desencantar
mi pequeño entusiasmo
antes de los treinta
completó su trabajo
desde el pacto de Olivos
no la repitamos más
no resiste ni un discreto lugar
en la escuela
inquieta mal a los pibes de primaria
estoy de acuerdo
la división produce desgracia
superarla
sería transgredir el odio
estoy de acuerdo
que tal cosa
siempre debería importarnos
por eso
si te sirve de algo
para seguir
pensando este problema
que parece
no tener solución
te cuento una
de las cientos
de historias
que hay en el mundo
de tenor similar
a la hora de pensar
el efecto pernicioso
de los rencores
la podés encontrar
en los escritos
de Humboldt
paridos en su viaje
a las regiones equinocciales
del nuevo mundo
en un tiempo
de su largo circunnavegar
el capitán de navío ruso
Adam Johann von Krusenstern
constató que el odio finito
entre dos marineros fugitivos
fue la causa de otra guerra
absurda como todas
los habitantes de las islas Marquesas
no dudaron en matarse
unos a otros
bajo el efecto
de la encarnizada fiebre
de aquellos tipos
que pretendían pertenecer
al selecto núcleo
que se renueva cada tanto
gente casi te diría
como vos y yo
salvo por la gruesa diferencia
de que esos ejemplares oyen
el extravagante llamado
que según su delirio los conmina
a dirigir el mundo
a salvarlo de sus errores
creyendo
la mayoría de las veces
imprescindible
erradicar la gradación
aniquilar al otro
no dejando ni vestigio.
Cuando me di cuenta
Recuerdo que tenía
la remera al revés
y acababa de advertirlo
pero hubiese dado lo mismo
que la tuviera puesta
como se debe
ante el mundo implacable
que giraba sin compasión
mi vida se columpiaba sola
sobre una hamaca endeble
sin el más mínimo atisbo
de remedio.
A imagen y semejanza
La humedad traspasó primero la pared
después los caños
tomando los cables y comiéndole la luz
a ese sector de la casa
un espacio a oscuras en el nirvana del mineral
donde se levantó moho.
La causa está a la vista y no hay nada que suponer
me dice ella que siempre supo que vivir es actuar
y que está de nuevo
en lo que una vez pensamos como hogar.
Con cara de desconcertado inquilino que vuelve
de trasnochar a la deriva
me pregunto que rincón de mi cerebro
se arruinará primero
a imagen y semejanza.
UNA PROMESA INCUMPLIDA. SOBRE LA POESÍA DE CARLOS MARTÍN EGUÍA (DOS FRAGMENTOS)
Por
Carlos Battilana
150 gramos concibe la poesía en términos materiales ya que se la designa a través de una sensación física: la poesía como un peso determinado en gramos. La escritura de Carlos Martín Eguía se desenvuelve bajo dos coordenadas, la quietud y el movimiento, como si en ese circuito cerrado pudiera acontecer otra posibilidad, la de un cambio de naturaleza: lo quieto, por obra de una combustión, se puede transformar en algo dinámico. Sin embargo, estos poemas narran que, frecuentemente, el cambio se torna imposible, como decir que la transformación hacia un estado mejor resulta una quimera: “(…) otra noche bajo el imperio/ del mismo verano”. Las cosas, las estaciones transcurren morosamente y cualquier enunciado que intente describir o nombrar la realidad, no es más que un “remiendo” o una inútil tentativa.
Los versos de Eguía narran escenas que tienen no sólo la marca del inminente derrumbe, sino la percepción por parte del sujeto de enunciación de una especie de grieta que resquebraja la apariencia de lo sólido y lo armónico: los individuos que creen revelar su identidad mediante sus argumentos, en verdad, muchas veces no hacen más que esconderla, pues la identidad irrumpe en el detalle lingüístico, corporal, gestual menos pensado. Lo que “parecía sólido” en individuos hundidos en sus propias certezas, no es más que la mentira de la solemnidad de la que esta poesía huye como si se tratara de un virus letal: “La luz no puede destacar/el marco de un diálogo/ que parecía sólido”. Así es que, el poema en el que Borges aparece como personaje, hacia el final del libro (“Caminar con Borges, él adelante, en silencio,/ yo medio metro atrás, unidos por la longitud de la correa.”) resulta también un tratado de poética. A distancia respetuosa de la elegancia letrada, Carlos Martín Eguía -como muchos de sus personajes- se repliega, traza un círculo sobre sí mismo, conjetura una esperanza pobre y presume que el cielo prometido -la beca renovada, el éxito- corresponde a otros individuos. Sin embargo, como “no hay poema/ que tarde o temprano no se escriba”, el poeta Eguía, metido en sus propios asuntos, machacando en sus obsesiones y desplegando su propia poética, no deja de escribir su obra.
Ojo de pez
(fragmentos)
No hay en el itinerario de la luz
dificultad o ausencia especial,
espíritus privilegiados
que puedan agitarse,
de antemano no hay
elementos velados,
especificaciones mecánicas,
hasta el acto de ver,
difícil de sugerir,
la estación carece de incrustaciones,
de objeto dispuesto
sobre fondo difuso.
II
El orden separable de las cosas.
La sumisión del pensamiento
a los colores del paisaje.
III
Comenzar por lo simple
por el agua limpia de anzuelos
para arribar en lo complejo
a esa sensación
difícil de transmitir sin fisura
en la que uno frunce el ceño
porque siente que no está
en ninguna parte.
V
En principio no hay
estrías en la conchilla
ni arrugas en el cielo
ni preparativo
que pueda alambicar
la conexión precaria que la mente
inicia con las cosas.
Así siempre se está recomenzando
y no hay
ruina ni naturalista que puedan
negar que cuando uno baja la mirada
el sentimiento del otoño nace
del piso.
VI
Hay un frasco de mayonesa
con lombrices serpenteando
en la mano
del estudiante de biología
que flirtea
con una morocha alucinante.
Cómo no ser biólogo
o cangrejo en Madagascar,
la isla biológica
del océano Índico,
el laboratorio a la intemperie
donde debiera reescribirse
el manuscrito de las especies.
Como no combatir con ganas
la plaga que desequilibra
el paraíso de la isla.
Como no tener un plan.
Instalarse con una potra.
Escribir artículos
para el American Scientific.
Fotografiar
cadáveres de ninfas de langosta.
VIII
En detalle:
el aire toca la lluvia de baba
que produce el giro de la conversación.
Podría haber dicho
no hay maniobra
de salvataje ni hilera
de neuronas,
ni línea química
de transmisión que explique
el viaje del pensamiento
a su inmanencia,
lo innombrado.
Podría haber dicho
pero no dijo
y se limitó a decir
me enferma
no apretar bien el embriaye
hacer ruido con la caja.
IX
A las tres de la tarde
en plena estación
quema yerba para descansar
de la rutina de las cosas.
Un estornudo
empuja su mente
hacia lo que es.
Un charquito de agua
debajo de una canilla goteando.
XI
No hay reglamento perceptible
expansión ni sueño
realizable de antemano.
Hay a gatas un rudimento
de sintaxis para admitir
que el punto negro
que se agranda es la zorra.
Zorra real
transportando obreros tiesos
desavispados.
XIII
El choque de lo frágil
con lo compacto
no produce nada.
Prefiero mirar
los movimientos anárquicos
de la mosca que molesta
a la vieja que se mueve
acomodando el cuerpo gordo
operando
en el centro del alerta
permanente
de unas palomas torcazas
que de inmediato inician
vuelo corto.
Prefiero el espacio
reducido que concatena
los movimientos
sin eje del insecto
a soportar
los restos sin expectativa
de un pensamiento trillado.