Margarita Drago
Argentina, radicada en Estados Unidos desde que salió de la cárcel, en 1980. Como ex-prisionera política y escritora ha participado en congresos realizados en los Estados Unidos, México, Perú, Honduras, República Dominicana, Puerto Rico, España, Cuba, Argentina y Francia. Ha publicado en periódicos y revistas literarias, educativas y de derechos humanos. Es profesora de lengua española, literatura y educación bilingüe en York College, de la Universidad de la Ciudad Nueva York.Actualmente es miembro de la comisión directiva de Latino Artists Round Table, una organización cultural sin fines de lucro fundada en 1999. Ha participado en la organización de congresos, conferencias, tertulias literarias de LART. Es autora de Fragmentos de la memoria: Recuerdos de una experiencia carcelaria (1975-1980)/ Memory Tracks: Fragments from Prison (1975-1980), y de Sor María de Jesús Tomelín (1579-1637), concepcionista poblana: la construcción fallida de una santa, obra inédita de la que se han publicado capítulos y el poemario "Con la memoria al Ras de la Garganta", 2013.
Además, sus poemas y relatos han aparecido en varias antologías y revistas literarias, tales como: A Gathering of the Tribes, Memorias Festival de Nueva Poesía “Poetas en Nueva York”, Tinta Seca, México, D.F., Aquí me tocó escribir: Antología de escritor@s latin@s en Nueva York, Dos orillas, Two Shores: Voices in Lesbian Narrative, Antología Festival Latinoamericano de Poesía Nueva York 2012, Periódico cultural Vecindad (N.Y.), Trazos: Revista literaria y cultural (N.Y.) y Lectura y vida de Argentina.
El lenguaje de los cuerpos
Después de vivir juntos
veintitrés años
los cuerpos se acostumbran.
Pulsa la sangre al mismo tiempo
duelen los mismos órganos
se plasman en los rostros los mismos gestos
las miradas queman con igual brillo
o languidecen y se opacan al mismo instante.
Después de vivir juntos
veintitrés años
los cuerpos se atraen o rechazan
en acompasados movimientos
en los sueños se buscan o se espantan
en oscuras pesadillas
gimen gritan lloran
se despiertan y se sacuden en estertores
como si una fuerza ajena a ellos
los hiciera estallar al mismo tiempo.
(Tomado del libro, “Con la memoria al ras de la garganta”, publicado por Editorial Campana)
Hora crepuscular
En esta hora crepuscular, hora exacta de un lunes de marzo,
camino bajo un cielo plomo por las calles de mi barrio,
araño nubes y busco respuesta a las preguntas de siempre.
Tú, en tu cuarto de tres por cuatro,
espantas demonios y haces pactos con los dioses.
El fragua palabras en hornos de plata fina
con las que pretende herir de muerte al centauro.
Ella llora en silencio la muerte temprana del poeta.
Nosotros, los soñadores de entonces,
nos empeñamos en que emerja el hombre nuevo
entre escombros de hierro y de cemento.
Y ellos, qué será de ellos en esta hora exacta,
hora crepuscular, dónde habrán ido a dar tanto amor y tantos huesos.
Reconstrucción
I
Rostros inquietos,
narices que hurgan,
ojos que husmean
papeles revueltos.
Sombra sigilosa
que se arrastra,
se encarama
en los estantes.
Manos que buscan
la llave que herrumbró el olvido.
Puertas se abren
La noticia atraviesa
paredes.
La imagen se congela.
La luz abre mis ojos,
lentamente
los cierra.
Otra vez allí, a mis espaldas.
Se alargan,
se encogen,
se esconden,
aparecen.
Me siguen,
persiguen,
buscan,
y acorralan,
me hacen guiños,
son mueca-carcajadas.
Los echo,
los espanto,
cierro puertas y ventanas.
Otra vez allí, del otro lado.
Los llamo,
los convoco,
los amarro
los escupo,
los aprieto,
los destripo,
y caen
como guiñapos
a mis pies.
II
Exhausta
me incorporo.
Los miro,
los llamo
por sus nombres verdaderos,
los levanto,
los re-armo,
les devuelvo
la boca,
los ojos,
la mirada,
y con ellos,
mis collares,
mis orejas,
mis pendientes,
vuelta nube,
vuelta aire,
echo a andar.
Atacama
Un telescopio gigante apunta su ojo certero al firmamento en medio del desierto de Atacama. El hallazgo de una estrella conduce a la búsqueda esperanzada de otra, en una cadena interminable de descubrimientos.
Un grupo de arqueólogos busca vestigios de la civilización perdida, a la que otra hundió, despiadadamente, en la tierra.
Una madre camina encorvada en esta inmensidad de arena, espina y piedra. Se detiene, escarba, hurga, busca rastros de seres queridos. No importa que la tierra le devuelva un hueso, una mano, un pie, un calcetín, un signo que cierre el ciclo angustioso de la búsqueda y dé comienzo al duelo.
Ay, si por un instante el telescopio cambiara su objetivo y dirigiera su ojo gigantesco a la tierra, para al fin, desenterrar a tantos muertos.
Atada de pies y manos
Quién diría, yo que vi a la muerte pasearse muy oronda en los pasillos de Villa Devoto, en los pabellones de la vieja alcaidía, tras las rejas y frente a las rejas. Yo que he visto tantas veces su ojo amenazante apuntarme con certeza detrás de la mirilla de la celdas, me encuentro aquí, en la cuna del imperio, al que combatí con palos de escoba y jarros de aluminio, con lapicitos de punta fina y con el arma más certera: la palabra. Me encuentro aquí, en esta urbe decadente, atada de pies y manos, desovillando el pasado, buscando el punto de partida y un puerto donde anclar. ¿Volver al origen? No sé si pueda, he mudado antas pieles, he caminado tantas ciudades, he aprendido a distinguir tantas lenguas y tantas variedades de la mía, que no sé si logre encajar en la vida pueblerina y ver el mundo desde la única ventana que lo vieron mis ancestros. Lo cierto es que aquí tampoco quepo. Tengo a mi disposición muchas ventanas que me permiten ver el mundo desde múltiples ángulos; pero me faltan manos que las abran y ojos que miren a través de ellas. Me faltan los pobrecitos de mis pueblos, los sin techo, los malhablados que no fueron a la escuela, los sin dientes, los sin ropa, los que ven el pan de cada día en la mesa de los ricos. Me hacen falta los niños, los jóvenes, las mujeres de mis barrios. Me hacen falta mis hermanos.
Del libro Fragmentos de la memoria: recuerdos de una experiencia carcelaria (1975-1980) (Fragmento)
Botín de guerra
Les dejo todo,
menos mis sueños.
José de la Rosa
Rodearon la casa y la invadieron. Entre gritos y amenazas de muerte destruyeron muebles, rompieron paredes, destrozaron libros y cuadernos, pisotearon nuestras ropas. Y robaron. Se llevaron dos sobres, uno que contenía el pago de mis tres últimos sueldos atrasados; el otro, el sueldo de mi hermano. Robaron los anillos de matrimonio de mis padres. Un colgante de oro, obsequio de mis estudiantes de séptimo grado. Un prendedor, también de oro, con las iniciales de mi madre grabadas en relieve, regalo que le hicimos cuando cumplió veinticinco años de casada. Aritos, pulseras y anillitos, recuerdos de mi infancia que mamá conservaba en un cofrecito plateado.
Después de cinco años, cuando salí de la cárcel de Villa Devoto, volví a vivir una experiencia parecida. La noche que la guardiana me dijo que me preparara porque me iba en libertad, le reclamé mis pertenencias confiscadas en las requisas. Una bolsa con las cartas que me habían escrito mis padres, mi hermano, primas, tíos, amigas, estudiantes y vecinos durante los cuatro años que estuve en esa cárcel. Un sobre con dibujos y tarjetas de mis compañeras. Una cadena y un crucifijo de plata, regalo de cumpleaños de mi hermano Vicente. Un diario de memorias, notas, poemas y recetas de cocina carcelaria. Un anillo y un colgante de hueso tallado, regalos de Mariana. La celadora me miró con sarcasmo y se negó a devolverme mis cosas. Me dijo que eran objetos incautados por las autoridades penales, y además, prueba de mi estadía en la prisión de Villa Devoto. Sentí rabia. Traté de encontrar una explicación a la respuesta absurda de la carcelera, y me vinieron a la memoria los recuerdos del 24 de octubre de 1975, los gritos, las amenazas y el botín de guerra con el que se alzaron los policías cuando me sacaron de mi casa.
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