Carlos Manuel Arízaga, Enrique Mosquera y Nilo Yépez
Carlos Manuel Arízaga
Nació en Cañar, Ecuador, en 1938. Ha publicado los poemarios: Sobresalto, Las ocupaciones salomónicas, Abreviatura, Valija del desterrado, El espejo negro, La cabeza alborotada, La rama del verano, Maizalmente David.
Integra selecciones y antologías poéticas nacionales y extranjeras. En certámenes de poesía y cuento ha merecido 52 distinciones dentro y fuera del país. Es miembro de varias instituciones culturales. Radica en la ciudad de Quito.
BALANCE SOMETIDO A VOLUNTAD DEL VIENTO
El apuro
de escaparme con mi bulto
por la bahía de sal de una lágrima,
la urgencia de exiliarme
en la fuga de un venado,
da fe de lo que tengo
derecho a soñar sobre la almohada,
pies denunciando que el exilio
no es de pocos, ira
que no permanece como vitral
en los oficios religiosos.
Esto de tragarme los auxilios
la llave de una puerta sin salida,
es meterme en mí mismo,
oscuro barrendero
de la última ceniza airada al viento.
DICIEMBRE Y UNA FECHA SIN PAZ
Por adánicas y turbias maldiciones
los años acaban
de un modo igual. Diciembre
es soga para el ahorcamiento,
empujón para el derrumbe.
Nadie deja de comprometer una moneda
autodedicándose potajes
de codicia.
Nadie, para entonces,
escribe loas al desprecio:
la mano que da recibe
y la reciprocidad
es una fiesta de bengalas en el aire.
EL CÍRCULO SILENCIOSO
A ENRIQUE LEÓN PALACIOS
Dios tiene una barbera
en la palabra
y no importa adonde voy,
buscando un vaso para el envenenamiento
me ofrece un cigarrillo
y bebemos.
Dios posee una sonrisa
que me enferma. Si juego a los dados
me gana la suela de mis zapatos
y caminamos.
Es alto
en la medida de mi inconformidad.
No tenemos casa
pero nos gusta las lavanderas
por ello ostentamos la camisa
como una de tantas heridas
incurables.
OTRA VEZ LA CIUDAD
En las esquinas del gusano,
en el lindero
del sudor pateado, en la axila
del albañil
y la plomada de sangre de su oficio,
en el tímpano ensordecido
del hombre manipuleador
de máquinas,
en la flor del parque,
la calle sin rayuela,
esta ciudad se viste de mujer
y siempre hay una sábana
para el ceremonial del pecado.
Esta ciudad tiene el gesto de una flor
luego de la tempestad.
RUDA CABEZA EN LA CRUZ
No es conmigo
el muñeco bautizado de caídas
que dio fe de cristiandad a la infancia.
Y no importa este Diciembre
sin testigos alfabetizados de alegría.
Hay dolor en lo que palpo,
frío de recién nacido
en lo que intuyo, gangrena de maleficio
en lo que respiro.
Pude ser Pastor
pero inventaron cuchillos
para el garabato de inaugurar mataderos
en los predios de la Fe.
Juzguen este decir
y dénme clavos
para la rudeza de morir cabeza en la cruz.
I
"Amargamente llora en la noche y sus lágrimas están
en sus mejillas... Todos sus amigos le faltaron, se
le volvieron enemigos". - (Jeremías 7-10)
Si preguntan por ese
que se enjuaga la boca con el bostezo
hambreado de los hijos.
Si se inquietan por ese
que ensucia el sol con su figura
y camina de sur a norte
desprovisto de brújulas,
sabedme vuestro.
Si inquieren por ese que a toda hora
recuenta las abejas de su poesía,
por ese que a propósito de versos
recoge en la mirada el vuelo de los pájaros
y a su compañera gusta llamar
por el nombre de una flor,
aseguradme vuestro.
Si encuentran a un hombre,
camisa gris, irreverente,
soy yo, retrato vivo
de un libro muerto a culatazos.
II
"Con peligro de nuestras vidas traíamos nuestro pan
ante la espada del desierto". - (Jeremías 5-9)
Como golpear una puerta que no existe
y decir son cuatro
los dedos de la mano, igual
a cercenarse un dedo
y dar anticipo de sangre a los buitres,
como preguntar con cuál mejilla
se sonríe, con cuál ojo se llora,
igual a tener sed
y beber del látigo su castigo,
irrumpe el hombre,
pateador de estómagos hambreados
rifador de vírgenes y dioses.
Ese otro
que bombardea rosas y crucifica lirios,
ese que nos sigue siendo para nada.