ERNESTO FRATTAROLA
Ernesto Frattarola Alcaraz (Barcelona, 1965). Estudió Filología Hispánica en la Universidad de Barcelona.
Ha publicado los poemarios:
-Herido mármol (Suburbia ediciones, 2014)
-Uno (La isla de Siltolá, 2015)
Ha participado con sus poemas en revistas como Estación Poesía o Excodra, y en el libro de artista És quan dorms que hi veig clar, de Sandra March. Fue premiado en el Concurso Literario de Nou Barris en 2010. Imparte desde el año 2013, junto a Esther Cánovas, un taller de poesía en Amics de les Arts i Joventuts Musicals, en Terrassa, ciudad en la que reside desde el año 2000. Actualmente compagina su actividad poética con su trabajo como redactor, corrector y gestor de contenidos en redes sociales.
Alas de gato
Piso el cementerio, y cien mil voces
cesan: mundo mudo tras mi espalda.
Me recibe un ángel de piedra.
No está vivo.
Base de piedra, piedra túnica,
alas de piedra arrastrada.
Surco sus ojos parodias, me hundo
en un pequeño valle de yeso.
Ángel tramposo,
hijo de nadie,
ángel ficticio, cobarde,
ángel inmóvil, señuelo sin salida.
Avanzo entre un bosque de ángeles muertos.
Guía mi camino un gato sin huellas,
gris y ocre, como el pecho de mi padre.
Recoge las alas y las palabras,
me lleva de la mano temblorosa
por un panal antiguo de abejas caducadas.
Sólo existe el gato y el silencio.
Veinticinco trece.
Dentro.
Mi mirada viva frente a un nombre eterno.
El gato, despacio, levanta el vuelo.
Su batir de alas enciende un fuego
rojo y cálido, como el pecho de mi padre.
Constantes vitales
Latir un músculo minúsculo
setenta veces por minuto.
Fluir plasma y linaje por conductos
elásticos, jerárquicos, genealógicos,
vasos ensangrentados que rebosan sangre.
Admitir oxígeno entre los dientes
—brisa descendente, ligera, esponjosa—:
expulsarlo, arrojarlo, vomitarlo
convertido en deshecho carbónico.
Transmitir impulsos nerviosos
del mundo al cerebro,
del cerebro al mundo:
oído, vista, olfato, gusto, tacto,
estímulo sensible hasta la médula.
Morder, masticar, engullir,
sufrir pesadas digestiones;
ingerir líquidos dulces, ácidos, amargos
(como el deseo, como la muerte, como el amor);
eliminar los residuos inútiles
en habitáculos pequeños, oscuros y acerrojados.
Tenderse en posición de decúbito supino,
decúbito prono,
decúbito en cualquier caso,
hasta casi perder la conciencia
y ser perseguido y no avanzar,
y caer del cielo al lecho,
para despertar decúbito de nuevo.
Vivir es eso,
y eso es todo.
Clasificado
Se vende complejo de culpa en buen estado,
con incrustaciones de brillantes en el vello púbico.
Ideal para tímidos, borrachos, cantantes de boleros,
delfines amaestrados, concursantes televisivos
y oficinistas de natural bondadoso
(absténganse niños, filósofos epicúreos y amantes
de la velocidad).
Se adapta con facilidad a rostros tristes
y a bolsillos de poetas sin oficio.
Varios tamaños y texturas, regulables
según el grosor de los pecados.
Se añade proyector de remordimientos
a medida de las fantasías incautadas.
Utilícese en noches de luna llena
y después de fiestas con carmín abundante;
jamás lo muestre en presencia de una mujer hermosa,
de sus ojos infinitos,
de sus pechos venenosos:
podría perjudicar seriamente el mecanismo.
Espere a estar solo,
a estar borracho,
a llorar sin motivo,
a reír sin motivo,
a vivir sin motivo.
Urge venta por traslado
al país de los fruteros indecentes
y las putas sin necesidades pecuniarias.
A pagar en cómodos plazos
hasta la negra noche del juicio,
o a cambiar por objetos inservibles:
una duda por resolver,
una duda irresoluble,
un espejo sin marco opresor.
Sólo deseo despertar mañana
y respirar el olvidado aroma
de su ausencia.
Uno, publicado por La isla de Siltolá, 2015
ESE RUIDO EN EL ALMA: LA POESÍA DE E. FRATTAROLA
[Publicado por Hilario Barrero]
La poesía puede ser fuego cristalizado o una manera de dar larga vida a la palabra.
En Uno, publicado por La isla de Siltolá, la poesía de Ernesto Frattarola, es fuego y cristal, carne y sangre, amor, muerte y vida. Y sobre todo es un ejercicio de desnudez poética, temática y vital.
Es una poesía que quema y que corta: fría a punto de ser carbonizada, ardiendo ya casi hielo.
Una poesía donde uno no sabe qué admirar más: si el contenido vital, esos chispazos o descargas o “ruidos” que el poeta nos propina en el alma, o la desnudez formal que nos deja tiritando la piel de la razón.
Uno piensa que la mayoría de los poemas, admirablemente breves, son como una colección de aforismos, de metáforas “cerebrales”, “un diario de viajes”, un sistema poético en el que cada verso es una pieza, en apariencia metálica y sin conexión, pero que una vez que el lector ha roto esa aparente frialdad de frases independientes que, en ocasiones, reviste el poema de una armadura casi imposible de penetrar, una vez familiarizado con la voz y el estilo del poeta, vemos que cada verso encaja a la perfección y crea una maquinaria, una caja mágica, que late al mismo compás que late nuestro corazón.
Un pequeño cosmos del que es difícil salir.
“Voz” es un poema en el que podemos “oír” la voz del poeta, escuchar el latido de su vida, enterarse del miedo del hombre y del padre y, sobre todo, apreciar y celebrar la “otra” voz, la que hace que Ernesto Frattarola, en este segundo e importante libro, sea un nombre a tener en cuenta en la poesía española.
Me acerco a los cincuenta y aún no sé
para qué tanto ruido.
He vivido poco.
He vivido mal.
Y ahora que es la hora de volver,
ni siquiera recuerdo adónde iba.
Y este ruido en los huesos.
Cuando todo calle hablará la muerte.
Y nada importará.
Y empezará algo nuevo.
Sin mí.
Sin este ruido atroz.
Sin este ruido hermano
que hoy me quiere despierto.
CERO
Frío.
En la piel de mis codos,
en la mano de quien me da la mano.
En la voz de mis pasos
vive el frío.
Hoy hay hielo en los bordes de mi boca.
Hoy es el viento de arrancar raíces,
hoy es el frío de dormir con quién.
El día de saber que saber entumece.
El punzón de la escarcha.
El minuto del no.
Lo mismo da estar dentro que fuera:
el frío es esa puerta que no existe.
Herido mármol, Suburbia ediciones, 2014
[POR LUIS VEA]
Si tuviera que describir de un modo escueto el poemario de Ernesto Frattarola (1965) yo diría que es un libro profundamente humanista. Un libro que habla del hombre y sus vicisitudes. Sorprende sin embargo la forma que el autor ha elegido para hablar de lo humano. Todo el libro está plagado de referencias cristianas y bíblicas. Un simple vistazo a los títulos de los poemas nos lo corrobora: Hágase, ceniza, clavos, penitencia, incienso, mácula, carne… Pero el autor no habla ni de cristianismo, ni de religión, ni de la Biblia pero se vale de su vocabulario, de su entorno, de su envoltura. Fíjense si no en el tono bíblico de este fragmento (p.14):
“En el principio era el aburrimiento.
Luego las primeras piedras
Y el yugo.
Hoy damos gloria al señor de la cuadrícula”
Y el tono general sigue este esquema. Vamos con otros fragmentos (p.12):
“Comimos y fue peor:
barro es carne de culpa”
En este mismo poema titulado Viernes y que pertenece a una parte del poemario denominado Estirpe encontramos las siguientes referencias: culpa, herida, sangre, azote, sufrimiento, piel a tiras, hambre, santos. Es sólo una muestra del vocabulario que utiliza el autor.
Pero avancemos un poco más. Me gustan especialmente alguno de sus mensajes que van calando en los finales de algunos poemas (p.15):
“Guarda en tu corazón esta verdad:
eres lo que produces, vago inútil”
Otro (p.17):
“Y tú eras un simio empapado en sudor.
Te recogimos. Te limpiamos. Arrodíllate”
Y otro más (p.25):
“Te vas
Te crees que esas muletas te hacen libre.
Pero te llevas el polvo de la casa”
Y en el mismo poema otro verso lapidario (p.24):
“Es urgente que sepas lo que vales:
nada”
Estos versos tan duros, que casi podrían ser separados del poema y convertirse en aforismos, expresan parte del devenir de la idea central del libro, hablar de un itinerario vital con sus fracasos, reivindicar la idea del hombre por encima de otras cosas volubles.
Da la impresión de que también hay espacio para una cierta reivindicación social (p.26-7):
“Una vida de rodillas,
sol de cloaca para un hombre a medias.
Convertir el instinto en miseria,
la miseria en carga,
la carga en deuda.”
Son fragmentos que uno desea leer y releer una y otra vez con delectación para extraer sus ideas.
Otros mensajes más breves pero no por ello menos contundentes (p. 29). Afirma el autor:
“morirás madera”
Madera sin forma, madera como elemento que vuelve a lo que fue, madero abandonado, madera procedente de un naufragio, ruina de madera, madera al fin y al cabo.
A veces la insistencia en una parte del cuerpo. Semen, mancha, en el poema Costra (p.34-5). En otras los itinerarios de las palabras: putas, mendigos, mujerzuela (p. 36-7).
También referencias al propio autor (p.38):
“Cuarenta y cinco años hace que me pudro”
Y también (p. 46):
“Tengo cuarenta y seis años y aún no me perdono”
Afirmaciones duras y cercanas (p.42):
“Nadie se masturba pensando en mï”
Y, al fin y al cabo, ¿qué es lo que uno deja a la siguiente generación? (p.47):
“(…) dejaré en herencia lo heredado”
Leer con tranquilidad el poso que deja este poemario como una forma útil de saborear una tarde. Uno no termina de entender que sea éste el primer libro del autor.
Sudor
No es necesario mancharse.
Todos los azares bajo llave,
las madrugadas bajo techo.
El santuario de las cerraduras,
la contraseña de los elegidos.
Tú no sabes qué es una familia.
Tú no sabes de lazos, de condenas:
sangre y suciedad, saliva.
No me hables de la piel.
Y no me toques.
Yo te enseñaré quién te engendró.
Mira a tu madre, cansada de parir:
quiérela como si la quisieras.
¿Tu padre se muere? Te mando un chamán.
No son de tu estirpe.
Clase de tropa, cordón para que existas.
Basta de arañazos, ven a casa.
Tendrás hermanos de vidrio y aceite.
Nuestra familia es merienda y látigo.
El tercer sexo, la raza inextinguible.
Y tú eras un simio empapado en sudor.
Te recogimos. Te limpiamos. Arrodíllate.
Dos pasos hacia atrás, las manos quietas.
No te mezcles, basta tu aliento crudo.
Aprenderás el amor sin gérmenes.
Conocerás a tu padre.
Serás caudillo, serás esclavo.
No volverás a sudar.
Sólo hace calor en el infierno.
Clavos
En tu frente, el sello de la casa.
Tu séptimo día, tu traje de hijo.
Tu sí.
El que obedece nunca se equivoca,
nunca acierta.
Si te rindes es mejor.
Si te niegas.
Es hermosa la espera, la caída.
El regreso.
Yo seré tu voluntad.
Te enseñaré que nada es importante,
que hay suficiente arena para el miedo,
que están muertas las lenguas de los muertos.
Una mueca de renuncia,
una prótesis para tus huesos huecos.
Desconfía de tus hembras manos,
sé dócil y tendrás tu galleta.
Es urgente que sepas lo que vales:
nada.
Es urgente que te abandones,
que te disuelvas:
serás feliz como estos muebles santos.
Y no vuelvas a quitarte el cabestrillo.
La perseverancia es hija de los clavos.
Tus alas de corral, tus letras de humo:
soberbia y tierra, saliva y soberbia.
¿No sabes que lo que escribes ya está escrito?
¿No acabo de decirte lo que vales?
Flagélate con canciones tristes,
fractúrate los hombros y la voz.
Incendia tu piel de hambre y cigarrillos.
Llora en soledad, como los hombres.
Víctima o víbora,
elige tu cojera.
Te vas.
Te crees que esas muletas te hacen libre.
Pero te llevas el polvo de la casa.
Corteza
La mano del hombre que acaba de morir.
Los pies felices de niña durmiente.
Amor sin pantalones ni nubes de algodón.
Carne de tijera en la peluquería.
Capa de pintura de un recién nacido.
Escalofrío y caricia,
agujas en el lomo del animal sano.
Estoy hablando de la piel.
Estoy hablando de la lengua en agua,
estoy hablando del vicio de tocarse.
De la profundidad de un poro,
de la multitud de cráteres abiertos,
de unos labios que besan o comen carne.
La piel es el hombre, la piel es el mundo.
Pez que resbala y sobrevive.
Árbol mudo bajo la corteza.
Madera de todos los muertos.
Vientre tenso como cuerda de guitarra.
La negación de los tristes,
de los hombres.
La piel del polvo.
Nuestra piel, que es una piel.
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