Ivan Rusch
Nació en Lomas de Zamora, Buenos Aires, Argentina, el 7 de Septiembre de 1986. Sin especializarse en ninguna carrera, decidió dedicarse a la literatura por gusto. Ha publicado en varias antologías literarias, entre las que se encuentran “Manos que cuentan”, “Laberinto del párrafo”, y otras. Fue publicado y reconocido por varios autores contemporáneos como Alejandro Schmidt, Hugo Toscadaray, Wenceslao Maldonado, Zhivka Baltadzhieva, entre otros. Publicó de manera gratuita su libro de descarga online “Trilogía del hombre” y El otro idioma de la muerte. Publica frecuentemente en su blog Nuestros días se terminaron.
La prueba
Mi cama era un océano al despertar, lector:
No sabrá creerme, pues los sueños son mentiras del despierto:
Pero al despertar nadaba en un estero de olvido,
me duplicaba la cerviz levantándola como una coral,
al jayán soñado maldecía, de viejo estío muerto sobre huellas:
Lo amé a usted, lector, pero vacié el costal de mi vagido
y en el albor de su conciencia fui otro montón de palabras,
todas bellamente acumuladas como hojas de otoño:
Usted sabría pisarlas con inocencia:
y hacerlas reclinar sobre su pecho me fue imposible, lector mío,
en eriales distantes su dicha era el espejo mil veces roto,
las palabras mil veces dichas:
Fue ese el momento del llanto y el naufragio, lector:
Para probárselo me arranco ahora la cabeza
y se la dejo sobre esta i.
La mano
Abro una mano y veo en ella letras, cifras, grados,
todo, lo cruzado y análogo, el tigre y la hiedra, fin:
Es esa palma la carta abierta que escribí al mundo,
trozado en mí mismo, abierto en estacas,
subido al lomo de un fuego vacío:
Mano que, olvidada en escombros de caricias,
fue madre de la lágrima, la contuvo, la volvió a su útero,
para que yo pariera otra vez hijas gotas, saladas,
hijas para que mueran vírgenes en mi boca:
Escollo de lo innombrable, clara sombra ebúrnea,
papiro ahogado donde yace el mandamiento inútil,
mano eres, triste carne viva que de otra piel nace:
fuera la vida que asoma de mi pecho mujer o isla,
tierra o carne donde ahogar mi mano,
fuego donde carbonizarla, hacerla de olvido negro,
sediento juego de uñas; mano, conoces otras pieles,
y hay una que te sacaba los huesos para afuera por habitarla,
y en otra destrucción te formó mía,
de mis extremidades como sombras caídas,
muertos alrededor de la luz de otro cuerpo:
Abierta la mano cuenta eternidades, inflama ideas:
Baja el vino, lloro sin ojos, una foto de otro tiempo,
y la belleza clama por sangre en el olvido:
Pero tú no estás más viva por recordarte, y te llamo:
Así cierro la mano, despacio, entras como una noche
-este poema desaparece.
La musa de las estatuas
A Sandra Figueroa,
volumen abierto de la biblioteca miserable que soy
Rábida la prostituta del fuego se mezcla con
gas en el cielo de los refugiados, la brecha es verde
como el placebo de los ancianos en el hogar del monte Trista:
Silencio de bruto y animal desollado fiera el arma,
tridente bajo el agua ahogado de ser arma y no beso:
Láminas de vegetales sobre las mesas de los domingos,
cuando todas las misas han llegado a la llaga,
cuando todos los polvos se han sembrado en el viento:
Fiera de carne roja como la sal cuando sangra,
se reduce a la cópula con las raíces del árbol ancestro
que defendieron los indios con sus uñas:
de sol y serpiente uñas,
de oso reventado y salitre,
de carcaj roto por amor:
Desarrollo del lenguaje y entendimiento del musgo,
al silencio lo que es del silencio:
Petrova la inútil, cruz sobre belleza,
monja sobre la que se crucifica la cruz y la belleza,
cruz sobre la que se embellece el quiebre del voto:
Tú sobre todas eres santa, tú,
que con tus dedos de gusano dejabas caer los platos
y arruinabas la piel de los amantes:
Eras infinita y eras el confesionario de la carne
para los hombres que cobardes se fugaban de la sombra y
su craneana futilidad, amén al salmo de tu vientre,
virgen blanca de ser olvido del hueso y Fausto:
Pequeña, tus manos, fresas recogiste y rósea tu corona de tormentas:
Marga la muñeca elefante,
*envaina la espada y erige la frente orgulloso*
Te miraba desde la tronera para bendecirte la frente con una flecha,
pues pura de trigo en trigo irisabas los deseos,
los yelmos yacían como osamentas cuando tu paso pasaba,
mas este caballero condenado por tener el semen negro
se florece como el campo de tu existencia cuando tu cabellera explota:
Puede perdonarte,
*Inclina la cabeza y un enjambre de laureles se prende en sus ojos*
Testigo, madre o buque de guerra,
última entre las últimas, no tienes nombre porque estás viva:
A tu canto llegan devorando el tiempo los mirlos,
que estaban enterrados en tu vientre:
No somos, somos no lo que tu canto pero menos el tiempo:
Ejecutada latitud del fuego, desconocida te hayas y somos aquí,
áurea tu despedida se hace néctar en los omóplatos y las vigas,
y todos los cielos se fracturan por ser espejo tuyo:
Así que mar y rugido de la espuma te llenas de gracia,
nos contemplas sin ruido ni palabras y crispas los sentidos:
Leche tu saliva, miel tu sangre, triunfas sobre el desierto,
granos de tristeza somos y tú triunfas sobre el abismo:
Milagro que nunca te ha encontrado, rabia de la carne,
así te deseo, viva e imposible, así me circulas como
el otoño a las hojas, así me abres para cerrarme
y eterna te cierras para que mis palabras te abran.
De El otro idioma de la muerte
La muerte es una finitud dialéctica. El ser
dialéctico, es decir, el hombre, es el único
ser mortal, en sentido lato. La muerte de
un ser humano difiere esencialmente del
"fin" de un animal o de una planta, así
como de la "desaparición" de una cosa
por simple "desgaste".
Alexandre Kojève
Lo quemado
Es el pasado que se amontona en tu boca,
es lo que se ha quemado en tus manos, tu crisol,
cenizas de hombres, huesos de ideas, pozos:
Criado un vergel al costado de mis preguntas,
criando en ellas locura u olvido, pero no:
Tañe campana de ayer, cuando la hora rósea,
el sonido ese es mi grito cerrado en tus dientes,
cielo que baja impío, surge la duda, fiera de circo:
Tiemblo, como respuesta sin pregunta tiemblo,
como gala en un lugar equivocado, cueva de hombres:
El pasado, luna con óxido en el vientre,
espanto de las manos sobre el trueno, gracia total:
Pasado es el insulto del futuro,
el futuro el pasado del presente:
Lo quemado vuelve,
y en esta noche abierta de tristeza me busco,
en tu cara cerrada, tus manos de agrura,
y es en ti el pasado esto que me define
o me borra.
Nada, Nadie
¿Quién soy yo que no soy nadie?
¿A quién le hablo, sin mí, sin nadie?
Es fluido griego el de la conciencia, es nada,
pasado, pobre hoja quemada en la hierba,
hierba atada al destino de los hombres:
¿Y cuál somos? ¿Quién sale o entra a la caverna?
Busca en tu boca, mina inmortal, tu cabeza de altozano,
rasca las columnas que te quedan bajo los dedos,
destierra a los olímpicos que te muerden la memoria:
Lo que yace está yermo, la cultura ahí duerme:
Yo, nadie entre nadie, regreso al vientre de tu sombra,
y sin saber quién, pero aún te amo:
¿Quién eres tú que no eres nadie?
“Me confundiste con tu sombra”, compasivo me
responde.
El insomnio revertido
Hay un ojo que se abre cuando se abre
el insomnio: Puerta de meteoro en reversa:
Eres entonces oscura, como el ascenso de la tristeza,
rompes gargantillas frenéticas que te circulan,
los dedos prosperando, hedera que ahoga el cielo,
inflorescencia de rabia que muerde el silencio:
/Es la vida que se arranca, es ella, otra enemiga nuestra,
sin sus ataderos la muerte nos tendría libres,
retozando en ejidos vetustos, jugando a ser impropios:
Y el ojo abierto va quebrando el espacio,
y hay de repente grietas en el polvo o el aire,
y se ven juglares de la memoria en la sangre,
y todos los ojos están cerrados ante la apertura final:
Bella, y te debo aún palabras:
Hay circos cruzando la sonrisa, una selva de repente:
imaginada como tu sonrisa se reescribe mi cara
pues es espejo el ojo,
y yo noche en el insomnio.
El pueblo
Cuántas sangres han pasado por esta casa:
ahogados en las grietas de la indiferencia
todos han huido, todos, sin sangre, pálidos,
(hija de salvaje, lila, violeta, ahí estás, huye)
El sur, contingente, se presta al recuerdo,
caja torácica de la historia, sol de piedra tallada,
(hijo de norteño, une las gavillas, deja el trigo, ven)
Somos los recordados, el llanto de la historia,
águilas como fucilazos, así bajamos al recuerdo,
en la evocación misma nos formamos como dioses de
barro,
en los libros de la ira nos escribimos con gritos y dientes,
en las rampantes estatuas somos las fisuras infinitas:
(Y los que han huido, ¿Por qué huyen)
Saben que mejor es ser
del olvido, pues la sangre
recuerda sólo
a los que la han derramado.
El segundo lamento de don Calvo
Pensando en Friedrich, Robert, Edgar, Vladimir,
la chimenea arrulla el fuego para que muera,
viendo mis dedos mortales caminar las páginas
de la ceniza, la ceniza de los días, mis dedos,
asumo racionalmente que el momento es único,
pero es repetible en cuanto lo olvidamos: no es:
Pensando en ustedes, en nosotros, creo en la cobardía,
que es otro espejo ilusorio de nuestra conciencia,
toda el agua no pasa por la garganta,
toda la tierra no cabe en las manos,
toda la humanidad no nace en el tiempo:
Ellos lo supieron, los pienso, y soy el sol sobre Herisau
o las pesadas piedras a orillas del Neckar:
Nosotros los miramos tras escaparates mundanos
y caminamos nuestra no vida sin riesgo,
nuestra poesía llena de vanidades
-El vacío me cierra la
mano
El nombre
Cosechas negras hay en los valles, ruidos de ausencia:
Apuntas con el dedo la mañana,
el frío despertar de los sentidos y los gallos,
drenas la escarcha que te rompe los dientes,
subes a la mesa y nombras lo callado:
Prisma, cólera, blasón, humano, amor quizás:
Al llamado del horror acude tu celo,
cercas con etiquetas y letras,
hay nudos en la cadena de la lengua,
y sigue acudiendo la tierra a tu vientre llamando
todo lo que en la tierra se mueve:
Única bajo los alisios te nombro eterna:
Yo sigo esperando que mi nombre resuene
en tus cavidades, tus arterias:
que sea nombrado por el nombre que era y desconozco,
nombre donde empiezo y termino,
palabra o silencio, apenas conocido
por la veracidad de tu forma y su lenguaje vivo.
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