GABRIEL FERRER HERNÁNDEZ
Nació en San Juan de Puerto Rico, el día 5 de Octubre de 1847. Aunque hijo de padres pobres, logró á fuerza de aplicación y constancia graduarse de Bachiller en Artes en el Seminario Conciliar, y á los 21 años de edad ejercía en Bayamón el cargo de maestro de instrucción primaria.
Aspiraba Ferrer á mayores triunfos intelectuales, y reunió algunos recursos para trasladarse á Europa, con el propósito de estudiar Medicina. Estudió con admirable empeño, se graduó en la Universidad de Santiago de Galicia, y regresó luego á su país, en donde se hizo pronto notable en la práctica de su profesión.
Prestó también importantes servicios políticos y administrativos como Diputado provincial y miembro del Directorio del partido autonomista y de la Cámara de Representantes; fué catedrático de Física y Química en el Instituto civil, y de Anatomía en la Institución de Estudios Superiores. Cooperó con verdadera eficacia á los progresos del Ateneo, del que fué Vicepresidente; dió en él conferencias importantes; colaboró en los principales periódicos del país y en algunos del extranjero, y prestó ayuda entusiasta á casi todas las empresas de utilidad pública que se iniciaron en el país desde 1875 hasta el día de su fallecimiento.
Era muy aficionado á los estudios literarios en prosa y verso; cultivó también el género dramático, y de sus aficiones educativas nos quedan como recuerdo un valioso estudio acerca de La Mujer puertorriqueña, y la mejor Memoria que se ha escrito bajo la soberanía de España sobre La Instrucción pública en Puerto Rico.
Publicó un poema titulado Consecuencias, y deja inédito un tomo de poesías líricas.
Era hombre de arranques generosos, algo apasionado y vehemente, pero de inteligencia muy clara y de noble corazón.
Á EMILIO CASTELAR
Sin tempestad que en los espacios brame
Fuera menos querida la bonanza,
Y la paz del espíritu se alcanza
Cuando se vence á la pasión infame.
Quien á las puertas de la gloria llame,
Tome primero la guerrera lanza,
Entre en la lucha con viril pujanza,
Y antes la acción que la molicie ame.
Así la patria que angustiada gime
Bajo el pie de la odiosa tiranía,
Con palabras de amor no se redime.
Si el hambre fiera, demacrada y fría,
Siempre en Egipto su segur no esgrime....
¡Es porque el Nilo se desborda un día!
LA EDUCACIÓN DE LA MUJER
Decía Napoleón I, y la experiencia ha confirmado su dicho, que el porvenir de un hijo es siempre la obra de su madre. Nosotros, parodiando al invicto Emperador, consignamos que la felicidad del hombre será siempre la resultante de una buena educación de su compañera. Pues qué, ¿no son patrimonio de la ignorancia y el escándalo las palabras mal sonantes, la falta de prudencia, el olvido, en fin, de todas las conveniencias sociales? El buen ejemplo de una madre, es el bello cuadro en que deben recrearse constantemente los hijos. Y ¿cómo ha de servir de modelo la que empieza por desconocerse á sí misma?
El hombre, siempre ávido de nuevas sensaciones, y con tendencia natural á satisfacerlas con lo que mejor se aviene á su carácter; más culto, más ilustrado, llega á cansarse de la conversación insulsa de la esposa. Sus modales ásperos, su desenvoltura quizás, le repugnan; el no poderla pedir consejo, le desespera; lo impertinente de sus exigencias le llena de ira; y ¿qué sucede con semejantes defectos? El cariño se convierte en indiferencia; los momentos de permanencia en la casa son como siglos que no pasan nunca, y surgiendo el encono, naciendo la disidencia, tomando forma el despecho, la dulce tranquilidad del hogar y la dicha que en él reinaba desaparecen para no volver. Todo ha sufrido un horrible cambio; escombros sólo quedan del magnífico edificio que el amor había levantado, y los hijos ¡oh! los hijos, esos pedazos del alma que todo esto debieran ignorar, recogen el fruto de tanta discordia; connaturalizándose con lo que de sus padres aprendieron, tocando más tarde en la vida práctica las tristes consecuencias del mal ejemplo, llegan á maldecir, no lo dudéis, á los autores de tantos sufrimientos.
La educación, fuente inagotable de bondades, ha de ser la piscina sagrada en donde, bebiendo la mujer el puro néctar de la ciencia, regenere sus naturales inclinaciones, modere las tendencias de sus caprichos.
"La mujer ilustrada, dice el Doctor Salustio, está exenta de las supersticiones que degradan el alma, de la charlatanería y de la murmuración.
"Con el cultivo de las ciencias y las artes, ejercitará su inteligencia, enriquecerá su entendimiento y podrá comprender al hombre, colocándose á su nivel.
"La mujer debe ser iniciada por su madre en los importantes deberes que está llamada á cumplir en sociedad; debe ser hacendosa, casta, benéfica, sincera y trabajadora; necesita conocer la economía doméstica, la higiene, la fisiología, la botánica, la medicina doméstica, que la cariñosa madre echa tanto de menos al velar junto á la cuna de su niño enfermo, viéndolo sufrir, sin poder hacer nada para aliviarlo, en un accidente repentino ó desgraciado.
"La madre debe saber además, que de la habitación que un niño ocupa, de la apreciación bien ó mal hecha de tal ó cual predisposición hereditaria ó adquirida, de los alimentos y de los ejercicios, pueden resultar la salud ó la enfermedad y el estancamiento de su organización física; las afecciones escrofulosas, raquíticas, etc., de la infancia, que según la opinión unánime de todos los médicos son susceptibles de ser ahogadas en sus gérmenes, no harían tantos estragos, si llamados aquellos oportunamente por madres previsoras, opusiesen á su desarrollo los medios que la ciencia aconseja."
Todos estos conocimientos, que tan sabiamente reconoce como necesarios en la mujer el Doctor de referencia, y que indudablemente le son de absoluta é indispensable necesidad, ni puede adquirirlos hoy en Puerto Rico, ni en manera alguna son conocidos de la mayoría.
Con el sistema de enseñanza tan deficiente en nuestra Isla, no diré ya de las niñas, sino de los mismos jóvenes, imposible de todo punto se hace el llenar la obligación que de educarlos tenemos, cuando ni siquiera el número de las escuelas primarias es suficiente á cubrir las más apremiantes necesidades.
Sin saber leer ni escribir, es imposible de todo punto dar un solo paso en el camino de la ilustración; y como de aquella base han de arrancar los conocimientos que en adelante puedan adquirirse, de aquí el que, siendo preciso empezar por establecer esa base, haya necesidad de crear número suficiente de escuelas, hasta llenar el defecto que hoy acusamos.
No nos cansaremos de manifestar una y mil veces, que para poner remedio á tantos males se necesita centuplicar los centros de instrucción, haciéndola de todo punto obligatoria, sin que tengamos por despotismo ni tiranía, sino más bien como práctica digna de todo encomio, el que se castigue severamente á los padres, tutores ó encargados que, teniendo un deber de conciencia que cumplir, no aprovechan los medios que se hallan á su alcance para llenar la noble misión que les está encomendada.
Dado este importante paso, echados los primeros cimientos del suntuoso edificio de la regeneración de la mujer, vencidos los primeros inconvenientes, las futuras generaciones, más ricas, más fecundas en bienes, ofrecerán al hombre una digna y virtuosa compañera.
Pero no basta todavía que haya escuelas; es preciso ante todo, para que el resultado corresponda á lo que deseamos, que las profesoras, educadas expresamente para este objeto, reúnan dotes indispensables para dirigir á la juventud.
Creemos que las señoras ó señoritas encargadas de guiar á las niñas, habiendo adquirido sus títulos en escuelas normales, deben unas dirigir á la infancia amoldando su tierno corazón á los principios de la sana moral, robusteciendo otras esa educación moral recibida, por medio de los conocimientos superiores.
Pero como además de estos que pudiéramos llamar indispensables, necesítanse otros que completen la educación femenina, las profesoras de primera enseñanza, convenientemente preparado el terreno, pueden ampliarlo con las labores propias del sexo, sin abandonar un solo instante la educación moral, sobre la que debe cimentarse todo cuanto la mujer aprenda, sea cualquiera el oficio, arte ó profesión á que cada una piense dedicarse.
Los conocimientos llamados de adorno, y que tanto se avienen con su carácter, no se les deben escasear en modo alguno; la música, depurando los sentimientos más delicados del corazón; la pintura, despertando el sentimiento de lo bello; la escultura enseñando á percibir las imperfecciones del cuerpo, remedo de las del alma, además de la actividad intelectual que desarrollan, facilitan la manera de matar el ocio, causa muchas veces del olvido del deber.
Es preciso, por otra parte, tener muy en cuenta que no conviene exigir á las niñas nada que no se avenga con su edad y naturales disposiciones.
El olvido de este consejo, altamente práctico, tiende positivamente á sofocar las más envidiables dotes, facilitando la manera de contraer enfermedades que consumen los más privilegiados organismos.
¿Cómo obligar á una niña á permanecer horas enteras guardando un silencio mortificante á su edad? ¿Cómo exigir de su naciente inteligencia progresos incompatibles con su desarrollo? No siempre el que marcha más de prisa llega el primero al término deseado.
Entreténgase solamente á la niña en los primeros años, permítasele la distracción y el juego; hágase que los mismos objetos de entretenimiento sirvan de medios para irla disponiendo al estudio, y no se la obligue á ejercitarse en labores inmediatamente, pues ni tiene fijeza para observar lo que se le enseña, ni sus manecitas están todavía preparadas para manejar la aguja, como equivocadamente se supone.
¿Por qué no poner en práctica, para la educación de las niñas menores de siete años, el recomendado sistema de Froebel, sustituyendo la demostración material con la enseñanza intuitiva á la tan difícil abstracta y teórica?
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