ROBERTO RETAMOSO
(Rosario, Argentina 1947), es Profesor en Letras y Doctor en Humanidades y Artes con mención en Literatura por la Universidad Nacional de Rosario. Se desempeña como profesor en dicha universidad. Publicó: La dimensión de lo poético (1995); Figuras cercanas (2000); Oliveiro Girondo, el devenir de su poesía (2005); Preguntar del hijo (Poesía, Ciudad Gótica, Rosario 2006); La primavera camporista y otros poemas (Poesía, Ciudad Gótica, Rosario 2008); Apuntes de literatura Argentina (2008); El discurso de la crítica (Editorial Fundación Ross, Rosario 2009); Teoría de la lectura (Editorial El ombú bonsai, Rosario 2011).
Madre:
y si no fuese verdad
que el verano
trae la luz
con que dibujabas
el aire
que iluminaba
la casa?...
Padre:
y si nunca hubiera
existido
aquel mundo
donde me extraviaba
en la siesta,
cuando el mundo
real
reposaba
en su agobio
de enero?
Madre:
y si todo fuese un sueño
y la memoria
un delirio
con que la conciencia,
trémula,
pretende empañar
el horror
de la vida?...
Padre:
y si ustedes no fuesen
más que dos
fantasmas,
y yo un soñador
de delirios
que los he inventado
para no morir
cada vez
que los sueño?...
(de Preguntar del Hijo, Rosario, El Farolito, 2007)
Pedís un mate
pedís
como si fuera
un elixir
capaz de transformar
las imágenes
que el mundo
te pone
ante los ojos
Amargo
decís
como si no fuera
una obviedad
sino una clave
la contraseña
que te permite
acceder
a una visión
privilegiada
de la vida
La mano
la mano mía
te lo alcanza
despacito
queriéndote
entregar
el instrumento
mágico
que te haga ver
lo que los otros
no miramos
Pero no es más
que un mate
una calabacita hueca
donde creemos
ver flotar
las letras
de un mantra
que no existe
(de La primavera camporista y otros poemas, Rosario, Otra Ciudad, 2008)
Miras el poniente,
mientras el auto se desliza,
suave,
por el camino de cintura.
El sol
comienza a bajar,
acaso imperceptiblemente,
pero tu mirada,
fija,
parece querer
retener
ese descenso sutil,
para archivar la tenuidad
de la tarde
en el fondo inhallable
de tu propia memoria...
Miras el poniente
y yo miro
tu cabeza perfecta,
levemente ladeada
hacia mi derecha,
mientras el sol
ilumina las líneas
armónicas
de tu rostro moro,
como si quisiera
enmarcar
sus formas esbeltas
con esa luz etérea
que lo vuelve
irreal...
(de Canción para Ofelia, publicado en Alas de Gaviota Nº 4, Abril, Mayo y Junio de 2008)
Biblioteca
Desplegados en filas regulares
los libros yacen sobre los estantes que,
atravesando las paredes del estudio,
trazan unas paralelas que jamás
podrían rozarse. Profundas,
esas líneas que los estantes dibujan
de todos modos parecen converger
en ese punto remoto
donde la perspectiva tridimensional
se sostiene. El espectáculo
de los libros alineados se vuelve así
un espectáculo paradójico,
cuando la mirada recorre su sucesión
hasta perderse en el punto virtual
donde todas las líneas desembocan.
Pienso, entonces,
que la biblioteca obedece a un orden
fantástico y secreto,
inmóvil y móvil a la vez:
inmóvil en la yacencia eterna de los libros
sobre los estantes,
móvil en el desplazamiento que su visión
produce cuando los miramos. Así,
el movimiento de lo inmóvil
deviene en una paradoja
donde resuena el nombre de Zenón
y entre sus sonidos,
el de Borges. Porque ese punto
donde todos los libros confluyen
no es más que un Aleph textual,
ese vocablo único donde el universo
todo
se contiene.
La letra con sangre entra
Uno
La letra con sangre entra
se dice, o se decía,
para representar la violencia
que supone
su enseñanza.
Paradoja del sentido común,
la letra deviene,
así,
de incisión en incidente,
como si la inscripción,
o lo inscripto,
pudieran mutar
en el punzón
que los traza.
Dos
Esa violencia
es más siniestra
cuando la letra
es extranjera.
Cuando es un signo extraño,
ignoto,
que un conglomerado de nativos
ve desplegar ante sus ojos
como blasón o emblema
de la pólvora y el fuego
que disparan los hombres
de Cortés o de Pizarro.
Esa violencia es más terrible
cuando hace de los nativos
sujetos inhumanos,
seres extraños al orden
de los hombres
y por lo tanto cosas,
o animales,
a los que se debe evangelizar
por medio de la letra.
Que entonces se transforma
en una traza implacable,
irresistible,
sobre los cuerpos aborígenes,
deviniendo inefable
no sólo por lo extraña sino
por no tener lugar
en su lengua ni en sus ojos,
ni mucho menos en el sentido
que sus dioses
dispusieron,
desde siempre,
para ordenar
lo vasto de su mundo.
La memoria de los libros
Creemos que hay una memoria de los libros
aunque el genitivo sea engañoso,
porque no hablamos de la memoria
que los libros contienen,
sino de la memoria, que de ellos,
poseemos.
Esa memoria, notoriamente,
es poco libresca, ya que no está hecha
de la sustancia literal
donde sus textos
se traman. Por el contrario,
está hecha de recuerdos amorfos
-mezcla de imágenes, sensaciones,
incluso sentimientos,
que perviven como un amasijo
denso e informe
del cual, algunas de sus partes,
a veces, retornan
al presente-
y en ocasiones
de ciertas palabras
que resuenan deformadas
por el vibrato con que el tiempo
las modula.
De tal modo, si auditiva,
nuestra memoria de los libros
no escucha las voces
que hablaron la vez
que los leímos.
De igual forma, si visual,
no ve las letras que miramos
esa vez, puesto que mira
otras imágenes,
antes que literales plásticas. Así,
lo que la memoria de los libros expone
es una escena más parecida a un sueño
que a su texto, pero quizás
esa cuestión tan sólo lo sea
en apariencia,
ya que esa memoria
no es más el remembrar
donde escribimos,
nosotros,
los recuerdos.
Teoría de la lectura I
Alistados de manera regular
sobre los estantes, los libros permanecen
en un amable silencio. Se sabe:
los libros no hablan por sí mismos,
es necesario que alguien
los provea de voz. Porque eso que llamamos
habla no es más que el acto físico
de una emisión de sonidos,
cosa que los libros,
objetos plenamente áfonos,
jamás podrían hacer. Los libros
no son otra cosa que un universo de signos
dispuestos según un orden sucesivo
que necesitan activarse por obra de un lector.
Ese universo debe ser actualizado
de modo furtivo e irreverente,
sostiene Michel de Certeau,
porque el lector es un nómade
que sortea las trampas que tiende
la fijeza de la letra,
el mundo sedentario del enunciado literal.
Querrá decir con esto que, cuando leemos,
somos nosotros los que disponemos
el destino del sentido,
aquello que el libro, en su inmóvil silencio,
creemos nos quiere decir?... Y si es así,
hasta dónde llega nuestra irredenta
lectura?... Porque no leemos solamente
las letras de los libros: leemos sus lomos,
sus portadas,
el color desteñido de sus hojas,
las frases o líneas subrayadas,
que alguien dibujó
para agregar un suplemento
de inscripciones que enrarece,
aún más, si así puede decirse,
la lectura.
Y es entonces, cuando descubrimos
que los libros, además de signos
exponen huellas, marcas,
cicatrices de historias y de vidas,
el momento epifánico
donde finalmente entendemos
que los libros,
a su manera,
hablan.
Psicoanálisis
La gran herida
narcisística
consiste en descubrir
que nosotros
no somos
los que hacemos
el sentido.
Los poemas pertenecen a "Teoría de la lectura", libro de poemas de Roberto Retamoso (Editorial El ombú bonsai, Rosario 2011)
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