FRANCISCO IZQUIERDO RÍOS
Francisco Izquierdo Ríos (Saposoa, Perú 29 de agosto de 1910 – Lima, 30 de junio de 1981) fue un escritor y maestro docente peruano. Es uno de los más importantes narradores peruanos del siglo XX. Oriundo de la selva amazónica peruana, recreó en su obra el paisaje y la vida de los hombres de esa región (narrativa regionalista). Su obra literaria es muy nutrida. Su género preferido fue el cuento. El vigor y la sencillez son las cualidades de su prosa. Su estilo tiene una gran fuerza evocativa. Compuso además poesía y ensayos de crítica literaria. Cultivó la literatura para niños, siendo este sin duda su mayor logro. Uno de sus cuentos más conocidos es el titulado El bagrecico.
Hijo de Francisco Izquierdo Saavedra y Silvia Ríos Seijas, ambos de procedencia rural y campesina, fue natural de Saposoa, pueblo a orillas del río Huallaga en la selva alta del Perú. Concluida su educación secundaria en el Colegio Nacional de Moyobamba (1927), pasó a la Sección Normal del Instituto Pedagógico Nacional de Varones (1928-1930), en el cual optó título de Maestro de Segundo Grado. Por entonces conoció a José Carlos Mariátegui, con quien colaboró en el dictado de cursos de cultura general en los sindicatos obreros de Lima y Vitarte.
Sucesivamente, ejerció la docencia en Moyobamba (1931-1932), Chachapoyas (1932-1939), Yurimaguas (1939-1940) e Iquitos (1941-1943). En 1943 fue nombrado inspector de enseñanza de la provincia de Maynas y cumplida su labor pasó a Lima como director de la Escuela Nocturna N.° 36 de Bellavista, Callao (1943-1964).
Fue también nombrado jefe del Departamento de Folclor creado en la Dirección de Educación Artística y Extensión Cultural del Ministerio de Educación. Como parte de su labor, junto con José María Arguedas, publicó en 1947 una recopilación de Mitos, leyendas y cuentos peruanos, que los profesores de todo el país recogieron oralmente.
Pasó a ser jefe del Departamento de Publicaciones de la Casa de la Cultura (1963-1973), de la que editó la revista Cultura y Pueblo (1964-1970). Fue jurado en el concurso literario de la Casa de las Américas, en La Habana (1977), así como presidente de la Asociación Nacional de Escritores y Artistas, ANEA (1980-1981).
Obras
Principalmente consagrado al género narrativo, publicó:
Selva y otros cuentos (1949).
Cuentos del tío Doroteo (1950).
En la tierra de los árboles (1952), novela.
Días oscuros (1950 y 1966), novela.
Gregorillo (1957), novela que obtuvo el segundo premio en el concurso promovido por los editores Juan Mejía Baca y P. L. Villanueva. Es un relato semiautobiográfico, sencillo y emotivo.
Maestros y niños (1959), selección de relatos con temas vinculados a la docencia.
El árbol blanco (1962, aumentada en 1963), que ganó el Premio Nacional de Fomento a la Cultura Ricardo Palma, en 1963.
Mi aldea (1964), colección de pequeñas prosa poéticas.
Los cuentos de Adán Torres (1965), cuentos que se caracterizan por su lenguaje exacto, en los que retrata con fidelidad escenas y personajes de la selva amazónica, fruto de una larga y atenta observación de la realidad.
Gavicho (1965), cuento premiado por la Editorial Doncel de Madrid.
El colibrí con cola de pavo real (1965), cuentos para niños, obra señalada por la crítica como una de sus contribuciones más valiosas a la literatura peruana.
Sinti, el viborero (1967), cuento ambientado también en la selva.
Mateo Paiva, el maestro (1968), novela.
Muyuna (1970), colección de novelas cortas ambientadas también en la selva. Muyuna significa “remolino”.
Belén (1971), novela sobre la vida de los habitantes del barrio de ese nombre, en la ciudad de Iquitos. Belén es una barriada semiflotante, pestilente y mísera, que el autor describe con trazos precisos y dramáticos.
Voyá (1978), cuentos.
Además:
Sachapuyas (1936), poesías.
Ande y selva (1939), estampas de la tierra peruana.
Vallejo y su tierra (1949; y aumentada en 1969 y 1972).
Papagayo, el amigo de los niños (1952), poemario.
Cinco poetas y un novelista (1969), obra de crítica literaria. Ensayos testimoniales en torno a César Vallejo, Ricardo Peña Barrenechea, Anaximandro Vega, Luis Valle Goicochea, Alejandro Peralta y Ciro Alegría.
La literatura infantil en el Perú (1969), ensayo y antología.
Pueblo y bosque (1975), estudios y composiciones literarias en torno al folclor amazónico.
NO PUEDE SER
Eso de que una anciana pobre
por la noche muera abandonada
en el umbral de la mansión dorada de un ricacho
¡no puede ser!
Eso de que un niño de barriada,
un niño de seis años, descalzo,
harapiento, muerto de hambre,
lustre zapatos de los bien comidos,
en el centro de la urbe
¡no puede ser!
Eso de que los burgueses soberbios
tengan vestidos para el invierno, vestidos para el verano
y abundancia de manjares en su mesa,
mientras millares de hombres padecen lluvia,
padecen hambre,
¡no puede ser!
Eso de que una niña de dieciséis años
para ayudar a su madre con ocho hijos
y padre muerto, busque trabajo desesperadamente,
y sin encontrarlo, se vuelva prostituta,
¡no puede ser!
Eso de que muchos barrios, muchos pueblos,
no tengan luz, no tengan agua, no tengan mercado,
no tengan escuela, pero tienen iglesia,
¡no puede ser!
Eso de que los policías, los soldados,
cuiden durante el día, en la noche,
las casas de generales, de los mariscales,
la tranquilidad familiar de esos altos jefes,
¡no puede ser!
Eso de que los jefes de las Fuerzas Armadas
se lleven, al retirarse del servicio activo,
además de sus fabulosos sueldos,
un automóvil con chofer y, también ayudante,
como modernos esclavos,
¡no puede ser!
Eso de que el pueblo, el pobre pueblo
sufra toda clase de impuestos
y, estén libres de ellos,
libres por la gracia de Dios, los militares,
¡no puede ser!
Eso de que en la brillante Galería Boza
centenares de niños oscuros de miseria,
ancianos oscuros de miseria, pidan limosna
a los satisfechos dueños de las tiendas comerciales,
a los parroquianos que beben y ríen a carcajadas en los bares
¡no puede ser!
Eso de que los locos y locas pasan y repasan
las abigarradas calles de la urbe
sin rumbo fijo, casi desnudos,
mostrando las nalgas o el sexo
¡no puede ser!
Eso de que hombres inválidos,
muchachos tirados por la poliomielitis
en las aceras, alarguen las manos implorantes,
¡ no puede ser!
Eso de que las sucias mujeres ciegas,
con hijos pequeños en torno,
sentados en su noche a la vuelta de una esquina,
esperan oír la caída de una moneda
en el jarrito de lata que al lado tienen,
¡no puede ser!
Eso de que en los antros de la burocracia,
en los meandros de la burocracia,
desaparezcan como por arte de magia
miles y miles de millones de soles,
dinero del pueblo,
¡no puede ser!
Eso de que en la selva de la burocracia
con variada fama y maraña de papeles
al hombre solicitante y sin influencia
le digan siempre en la ventanilla: vuelva mañana
¡no puede ser!
Eso de que en la mayoría de hogares
nunca coman carne y coman cualquier cosa
sólo una vez al día, y que los niños
por falta de dinero no van al colegio,
¡no puede ser!
Eso de que los ciegos, jóvenes y viejos,
en los atrios de las iglesias suntuosas
claman en sus quenas, bandoneones o violines,
¡no puede ser!
Eso de que los niños con rostros marchitos,
con cuerpos macilentos, flacos,
saliéndoles los dedos por los rotos zapatos,
cantan de repente cualquier tonada,
aun canciones pornográficas, en los atestados microbuses,
para llevar misericordia de centavos a sus hogares,
¡no puede ser!
Eso de que los niños solos o con sus madres
arañen desperdicios de comida en los basurales
que la ciudad vomita a las afueras
¡no puede ser!
Eso de que los sacerdotes de todas las religiones
a través del tiempo, de los tiempos,
bendigan las guerras, a los tiranos,
a la espada, a los cañones,
a las bombas que matan a millares de hombre,
¡no puede ser!
Eso de que las religiones y sus sacerdotes
mientan la existencia de Dios o dioses
con atributos de justicia para todos,
y que, sólo gozan de sus favores los ricos,
los ladrones, los criminales,
¡no puede ser!
Eso de que la religión y sus sacerdotes
engañan a los pobres que muertos gozarán
en un paradisiaco más allá de los derechos
que en la tierra se les niega,
pura farsa, criminal mentira,
ya que más allá de la muerte del nombre, nada hay,
¡no puede ser!
¡No puede ser! ¡No puede ser! ¡No puede ser!
¡y qué hacer?
¿qué hacer?
Una nueva sociedad hay que hacer,
una humanidad sin mentiras,
sin miserias, sin explotados.
Si… ya los gallos de la noche están cantando
en la noche de todos los pueblos del mundo
Francisco Izquierdo Ríos
1980
POEMA RONDA PERUANA
Juguemos a la Ronda, muchachitos de la Costa
En esta bella mañana, muchachitos de la Montaña.
¡Que linda es nuestra tierra, muchachitos de la Sierra!
Mar, árbol y escarpa forman nuestra Patria.
En la cumbre del Ande, bailemos muy contentos,
por nuestra patria grande, a sol, niebla y viento.
A orillas del Amazonas bailemos nuestras rondas.
A orillas del Océano muchachitos peruanos.
¡Hurra! ¡Por el Perú!
iPor el Perú! ¡Hurra!
Alegres los corazones niños de las tres regiones.
Costa, Sierra y Montaña bailan en esta mañana su ronda peruana.
Francisco Izquierdo Ríos y el lenguaje
de los pájaros
Por Danilo Sánchez Lihón
1. Intérprete y traductor de pájaros
Francisco Izquierdo Ríos es cúspide de la literatura infantil y juvenil en el Perú. Una de las grandes cumbres, atalayas y montañas mayores de la palabra hecha naturaleza, devoción y ternura como debe serlo; y no artificio, distracción ni malabarismo verbal. Dice:
En la punta de débil hierba
he visto temblar el rocío.
En un cristal tan pequeño
caben el sol, el cielo y el río.
Por eso, hay que leerle más en las escuelas, recrear sus cuentos y poemas en clases, representar sus obras en los proscenios, realzar su mensaje desafiante de adhesión a la vida fragorosa en los escenarios espontáneos de nuestras salas, patios y corredores.
Hay muchos aspectos que destacar, relievar y comprometerse con ellos en la experiencia creadora y el ideario de la vida y obra de nuestro autor, pero quisiera poner hincapié en uno de ellos, aparentemente nimio frente a los grandes significados que él alienta y sostiene, banderas y pendones que erige y mantiene enhiestos como es su fidelidad a lo andino y nativo, al folclore, a la justicia social, a la escuela y a la literatura infantil y juvenil no como deliquio sino como conciencia y compromiso heroico con los seres humanos y los pueblos.
El rasgo al cual me refiero es una curiosidad, fascinación y rareza que él presenta, cual es desentrañar el lenguaje de los pájaros, lo que ellos hablan o expresan en su gorjeo, porque la suya es una literatura poblada del canto de las aves, o más precisamente de su habla, porque en su obra ellos conversan sobre temas casi siempre hondos del destino:
En las noches oscuras o en las noches de luna fluye de lo más hondo de la selva peruana un triste canto en quechua:
Ayamamaaaaaaaaaaannnnnnnnn
huishchurhuarcaaaaaaaaaaaaaaa...
(Nuestra madre ha muerto
y nos ha abandonado).
Se cuenta que muchos viajeros, al oírlo desde las chozas de la soledad de los caminos, no pueden soportar tanta amargura y dan media vuelta hacia sus hogares, con las primeras luces del día.
Son dos pajarillos que así cantan, y que antes fueron niños, según la leyenda... Y hasta hoy nadie ha podido verlos.
Por si acaso, este aspecto es muy distinto a poner en boca de los animales lo que pensamos y queremos decir los hombres, como ocurre en las fábulas en donde parlotea el gato, el asno, los zorros y todo ser animado o inanimado que se encuentre.
En el caso de Francisco Izquierdo Ríos es otro el asunto, el sonido del canturreo de los pájaros dice algo, principalmente en correspondencia a la fonética de los idiomas originarios.
Yo lo adivino a él con el oído puesto en las copas de los árboles, en el tejado o en la palmera de los techos de las casas donde se posan las aves, interpretando lo que dicen. Y casi siempre sus sonidos tienen un mensaje incluso social y hasta místico:
¡Mañana voy a hacer mi casa! ¡Mañana sin falta hago mi casa!; pero cuando llega el día o pasa la lluvia, el Cacho olvida su promesa, y se duerme en cualquier parte. La hembra pone igualmente sus huevos en cualquier parte, dentro de la arena, de la hojarasca, de un pajal, debajo de una piedra, de un tronco caído, y los abandona a su suerte.
Pájaro bohemio, el Cacho en las noches por los campos vaga y durante el día duerme. Es un tuno.
Los otros pájaros le desprecian: "¡Haragán!", le dicen. Y "¡Dormilón!". Pero él se ríe de los que así lo consideran. Vaga, dice su canción y duerme.
Es él vigilante oidor de pájaros, intérprete de sus trinos, decodificador de sus lenguajes, cronista de sus conversaciones; escribidor de sus reclamos, promesas y lamentos. Vocero, anunciador y representante consular y diplomático de ellos en la tierra. Políglota de sus diversos idiomas, traductor de sus textos, testigo de su alma, de sus dramas y tragedias.
–Dios ha muerto, Dios ha muerto.
–¡Qué pena!, ¡Qué pena!
Otros pájaros dicen:
–¡Quién mató a Dios!
–¡Quién mató a Dios!
Era un enamorado y contemplador furtivo de toda ave que se posara en un árbol o en una ventana. Suspendía todo quehacer y tarea por muy importante que ella fuera cuando un ave desgranaba su melodía. Dejaba su sillón, y lo más importante que estuviera haciendo con tal de prestarle la debida atención, interpretando lo que anunciara incluso con su aleteo.
Indudablemente, mucho de su actitud y su saber lo recogió de la tradición cultural de la comunidad donde él nació; pero eso fue el sustrato que lo transpuso después incluso a la urbe. En su cuento "El gorrión" un hombre que ha decidido matarse porque no encuentra trabajo, camina hambriento y está desesperado, escucha en lo alto de la copa de un árbol el trino límpido y cristalino de un gorrión. Recuerda entonces su aldea, su casa, su gente, sus seres queridos, sus fiestas. Y con renovado impulso cruza otra vez la avenida para seguir luchando, casi como un mendigo, a fin de conseguir un empleo en la ciudad desalmada.
Es muy posible que él en otra vida haya sido un ave, de aquellas que andaron recorriendo el mundo para saber lo que decían sus congéneres en los diversos dialectos. Es muy posible que ahora le haya pedido a Dios el privilegio de andar por sus bosques como ave estupefacta. Es muy posible que él se presente, si lo invocamos en función de los pájaros del universo a los cuales amaba entrañablemente.
2. Recuerdos de infancia
En la estantería que teníamos en casa cuando yo era niño, había un libro que leía siempre con asombro; de pasta amarillenta con la estampa de un hombre de rostro rijoso y bigotes en punta, con mechones de cabellos hirsutos y cuyo autor me era inolvidable: Francisco Izquierdo Ríos. El libro se titulaba: "Cuentos del tío Doroteo". No lo he vuelto a encontrar, por más que he apelado por una copia a su familia.
¿Cómo llegó aquel libro a casa? Fue en el año 1946 cuando Francisco Izquierdo Ríos visitó por primera vez Santiago de Chuco, mi pueblo, para escribir sobre el folclore del lugar, pero más para conocer y sentir la fuerza telúrica y la correspondencia de aquella tierra con la poesía de César Vallejo, a quien admiraba fervientemente, ocasión en que escribió el libro César Vallejo y su Tierra, que se inicia así:
Santiago de Chuco –conjunción maravillosa de hombre y de tierra, de paisaje y de espíritu–, ejerce en el visitante una poderosa influencia: aflora de sus entrañas una rara y potente fuerza que todo lo envuelve, lo rebasa. Hay en él de fino, de delicado, como de bravo, de hosco. Árboles y pájaros, rocas y abismos. Madrigal y emoción heroica. Realidad cósmica que explica el brote, la existencia de un genio como Vallejo. Sólo una tierra así ha podido dar un hombre de esa dimensión.
Luz, color, música... Eucaliptos de las huertas que pintan de verde la clara tela del ambiente. Más allá el candor de las campiñas y las gibas amarillas de los cerros y, más allá aún, las agujas de las montañas de la Cordillera Blanca...
El ejemplar que yo hojeaba de niño estaba dedicado con letra azul y rúbrica firme a mi padre, quien nos contaba que el autor llegó un día llegó de visita a su escuela, de paredes de barro, techos de teja y jardines de plantas humildes y silvestres, donde estudió el autor de Los heraldos negros. Habló con los maestros, se dirigió a los niños formados para la ocasión en el patio y mi padre lo invitó a almorzar a la casa. Fue allí donde él le dedicó el libro que llenó mi infancia de alucinaciones.
En la imagen que guardaba mi padre era un ser sonriente, fresco y vivaz. Vital, con muchos caminos bajo los pies, abierto a acoger todos los sueños en bien de la sociedad, quien tenía una cualidad para desplegar ese arte o esa sabiduría de la vida cual es la sencillez. Fue y se notaba en él ser un amigo fraterno.
Esta estampa coincide con lo que trasuntan sus textos y sus actos. Hizo de la amistad una religión y de la fraternidad una fe. Era afectuoso, protector, comprensivo; un viajero trashumante, quien conservaba una característica de los maestros antiguos cual era visitar lugares solos, con sus colegas o con sus alumnos.
En las fotos se transparenta un rostro dulce, de miel de chancaca. Sufrió cárcel por defender las causas del pueblo. Fue apresado en Chachapoyas y conducido a la colonia penal del Sepa, la más feroz del Perú. Nunca perdió su frescura e inocencia. Al contrario, se hizo más humano.
Vladimiro, su hijo médico, me cuenta que le gustaba pescar en los acantilados de La Perla, cerca de donde vivían. Que al principio los malhechores que rondan el lugar le arrebataron su reloj de plata. Pero luego la gente aprendió a respetarlo. Se hizo muy amigo y compadre de los ladrones y de toda persona requisitoriada. Un día le devolvieron su reloj, de lo cual ya se había olvidado. Cuando se demoraba en venir los mismos bandidos venían a dejarlo en su casa.
3. Filiación e identidad
Nació el 29 de agosto del año 1910 en Saposoa, pueblo a orillas del río Huallaga en la selva alta del Perú, en la provincia de Moyobamba, en el departamento de San Martín.
Mi patria es tan grande
y de belleza sin par,
la forman la selva, el ande
la costa y el mar.
Hay muchas facetas de su personalidad que merecerían ser destacadas. Sólo por mencionar una de ellas: su filiación explícita y declarada por el folclore, siendo el gestor para que se fundara y el animador para que funcionara la Oficina Nacional de Folclore del Ministerio de Educación, habiendo concretado desde allí la obra más vasta y orgánica de recolección de las tradiciones orales de nuestro país.
En su obra la naturaleza está presente en todo su esplendor, con sus tres reinos: mineral, vegetal y animal. La naturaleza no solo en el contexto sino que es tema y personaje principal de su obra, donde ella cobra vida, despierta o anima con determinadas características, cualidades o virtudes:
LAS ESTACIONES
Por la verde pradera
una niña va con flores
¡PRIMAVERA!
Mucha luz hay en cielo y océano
El sol brilló ufano.
¡VERANO!
Las hojas caen de su troncos
Mi madre coge frutos en el huerto.
¡Otoño!
Lluvia y niebla oscurecen el pueblo,
Mi abuelo se peina el blanco cabello
¡INVIERNO!
Y la oralidad enfática, la musicalidad sonora de sus textos, primando en él la oreja, el oído, lo onomatopéyico, quizá favorecida por la actitud silenciosa del provinciano y el andino en la cual a veces se sumía, que le permiten oír el rumor del viento, del agua, en general de todo, como de lo sonoro y musical en el alma de la gente.
La literatura de Francisco Izquierdo Ríos es jocosa en atribuirle algunos mensajes a los animales, respecto a lo que ellos dicen con su sonido, entresacando significados ocultos de esos susurros, chillidos, piítos, graznidos o rugidos.
Este oír la naturaleza le aplica, jugando siempre con la onomatopeya, a los pájaros sino, por ejemplo, a los zancudos. Cuenta que cuando los zancudos llegaban detrás de los mosquiteros a rogarle pasar para chuparle a él o a sus compañeros la sangre le rogaban:
–Tiúuuuuuuu... tiúuuuuuuu
A lo que le respondía:
–Yo no soy tío de nadie... Váyanse a otra parte, condenados.
4. Querendón de su tierra y de su pueblo
Era una persona querendona de su pueblo y muy regionalista, amante de sus costumbres, de su comida, de sus tradiciones. De él se cuenta esta anécdota:
Caminando un día por Lima antigua divisó desde la calle y en una tienda de viejo un mapa inmenso del Perú. Al verlo tuvo la corazonada y le entró la curiosidad de ver si en él figuraba por si acaso el nombre de su pueblo, que nunca aparecía en ningún otro documento, por lo humilde de su comarca.
¡Grata sorpresa fue la suya! Figuraba el nombre de Saposoa, que significa, "lugar de sapos", estampado en letras mayúsculas aunque pequeñas, hecho que juzgó extraordinario.
Le brotaron las lágrimas. Al ver esa emoción el tendero le cobró una fortuna. No le importó. Pagó sin rebajar siquiera. Pidió que lo enrollaran y lo llevó directamente a su oficina, en la Casa de la Cultura situada cerca de la Iglesia de San Francisco. Consiguió clavos, martillo, prestó una escalera y él mismo colocó el inmenso y destartalado mapa detrás de su escritorio.
Para señalar dónde se ubicaba Saposoa, en la provincia de Moyobamba, del departamento de San Martín, situado en el extremo superior del Perú, consiguió una caña o carrizo que ocupaba un rincón de la oficina, y que antes de conversar traía siempre para tenerlo a mano.
Como en todo fabulador a cada amigo que llegaba le contaba historias de personajes, animales y plantas y señalaba ya sin voltear la arcadia donde todo eso acontecía.
– "Tal y cómo figura con letras mayúsculas en el mapa del Perú"–era su corolario o la frase de siempre con la cual rubricaba sus relatos.
Dos amigos que trabajaban con él, cuyos nombres reservo por ser ambos destacados autores literarios, conversaron entre sí de este modo:
–Si borramos el nombre de su pueblo va a tener que sacar este mapa.
–Y botar ese carrizo que da mal aspecto a la oficina.
Una tarde que él salió arrimaron muebles y sillas, uno de ellos subió y con una navaja muy delicadamente raspó las letras donde decía SAPOSOA.
Se desengañaron porque él seguía siempre señalando el sitio automáticamente y sus oyentes no se preocupaban en leerlo desde abajo. Ya impacientes uno de ellos le dijo un día:
–Pero ¿dónde está Saposoa, don Francisco?
– Aquí. ¡No lo ves o eres ciego!
–La verdad que no lo veo.
–¡Aquí está, donde el mapa consigna!
–Yo no lo veo.
–Yo tampoco, dijo el de más allá.
–Tienen que medirse la vista o cambiar de lentes.
–¡Señáleme pues! A ver, ¿dónde está?
Y por más que buscó ya no figuraba Saposoa.
–¡Ah, zamarros! ¡Jijunas! –despotricó– ¡Me han borrado el nombre de mi pueblo en el mapa! ¡Desgraciados! –Y cogió una tabla persiguiéndolos.
Tuvieron que desaparecer de la oficina por unos días. Pero él a la mañana siguiente trajo una brocha, tinta y a todo lo ancho del mapa puso el nombre de Saposoa, reafirmando categóricamente con letras furiosas su identidad.
Hasta que un día le tocó ser directora de la institución a Martha Hildebrandt. Al entrar y ver el espectáculo de la oficina con el mapa tremebundo, y aún más con esas letras violentas, gritó:
–¡Qué significa este mamarracho! ¡Descuelguen esta cochinada y arrójenla a la basura! –ordenó a dos guachimanes que obedecieron presurosos dicha orden.
Se cuentan diversos finales de esta anécdota que obedecen al gusto e incluso a la ideología de cada grupo humano y hasta a cada corriente de pensamiento y opinión. Hay quienes dicen que don Pancho montó en cólera y le dijo a doña Martha lo que nadie hasta ahora ha sido capaz de decirle en su vida. Otros refieren que permaneció callado y sumiso y que al día siguiente presentó su renuncia definitiva.
5. Ser maestro
Hay cuentos de don Francisco Izquierdo Ríos que son clásicos de nuestra literatura, como "El Bagrecico", y dentro de ellos "Ladislao, el flautista" donde se pone el dedo en la llaga de la exclusión de la escuela y el contrapunto entre educación y cultura.
Hay quienes desestiman desde el campo del arte la relación de la literatura infantil con la educación en general. La obra de Francisco Izquierdo Ríos, y de los principales autores peruanos de este género, controvierte esta posición y al contrario: la reivindican, defienden y consagran.
Él fue maestro por antonomasia. Se desempeñó durante 40 años en el magisterio nacional. 20 anos como Director del Colegio Nocturno José Sabogal de Bellavista en el Callao y toda su obra está inspirada en la actitud de ser y sentirse maestro:
EL BAÑO
En una pequeña lagunita
que en la calle
dejó la lluvia
un gorrión se baña
en esta mañana.
Mete en el agua
la cabecita,
luego se sacude
abriendo las alitas.
¡Qué bien se baña
el gorrioncito!
Así parece
un alegre chico.
Al escribir él sobre el maestro Mateo Rojas, talla esta oración que se aplica perfectamente a lo que él hizo y realizó en la vida. Dice:
Me alegra, sin embargo, la esperanza de que la semilla que hemos arrojado a los surcos florecerá.
En medio de esta oscuridad y lluvia ya clarea el alba y están cantando los gallos del futuro en todas las huertas.
En Francisco Izquierdo Ríos se definen y concentran aquellas virtudes fundamentales en la vida y obra de todo escritor perteneciente al tiempo mágico y al espacio legendario del Perú profundo. Nos ha dejado bellas páginas, cuentos, relatos y poemas que constituyen una obra magistral, lamentablemente desperdigada que debemos rescatarla dando pasos en el camino de frecuentar más su obra e ir poco a poco integrándola a la noble tarea de identificarse con nuestro destino como país, glorioso en el pasado, desafío en el presente y henchida promesa en el porvenir.
Finalizo esta semblanza en su 96 aniversario, reproduciendo el poema que le dedicara el poeta y amauta Mario Florián:
A LA ETERNIDAD DE FRANCISCO IZQUIERDO RÍOS
Después de tu silencio concluyente,
El mítico jaguar de la espesura,
Ha empezado con épica bravura,
a repetir tu voz de combatiente.
En el pasar del tiempo, como un ente
Razonable, con música de dura
Piedra, los Andes –vértigo de altura–
tu mensaje social harán presente.
En la costa, en la selva, en la montaña,
En la pluma, en el nido, en la cabaña,
En la figuración del educando,
Y en la masa peruana del presente
Y del alba, tu espíritu potente
Estará, Pancho Izquierdo, retumbando.
Danilo Sánchez Lihón
Instituto del Libro y la Lectura del Perú
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