Mariano Cardo Azcona
Noja (Cantabria). 1947.
Licenciado en Historia Moderna y Contemporánea e Historia del Arte. Ha ejercido como profesor en Cantabria, Vizcaya y León.
Premio José Luis Hidalgo 2014 por el libro: Inventario de ausencias.
Finalista de los premios José Zorrilla y Fray Luis de León . (Cuenca). 2015.
Libros inéditos:
-Memorias de agua y ceniza.
-En la quietud de lo inverso.
-De ti toda la lluvia.
-Mar dual.
I
Hoy llueve, un día gris, aunque bien
podríamos evitarlo diciendo
simplemente: luce un sol
espléndido.
Uno de febrero, o un mes cualquiera.
Al hacer el inventario conviene mantener cierta
distancia, comprobar si el tigre aún conserva los colmillos
afilados, si su garra
acaricia o desgarra, engrasar , si es necesario, el cuello
a la lechuza, podar
los brazos del que diestro alcanza al corazón
de las palomas.
Hoy llueve y hay que hacer
balance, ver lo que perdimos
jugando
esta partida, de lo que nunca tuvimos saber lo que
nos queda, de la música
rastrear los silencios en el aire, del color restar
la luz innecesaria, del amor
evitar
la pandemia de quererse, amando
sin amor lo que es indiferencia, no querer
más allá del querer, amar
lo imprescindible.
Y si aún sigue
lloviendo contar en soledad
las gotas que han caído.
(Del libro Inventario de ausencias)
II
No lo entiendo.
Al parecer
es imposible existir y también
no existir.
Antonio Gamoneda
ANÓNIMO
Por qué fingir un día triste cuando ya barrieron de las calles
las cenizas y la eficacia letal del detergente limpio
los rastros del suceso; fundidas quedaron las miradas sobre el hirviente
asfalto, agosto frecuentaba las noches del insomnio, y sólo las
bandadas de estorninos
rompían la ebriedad de los noctámbulos, desde siempre estuvo allí,
tuvo que hacerse
notar
para
que todos supieran que existía. Los granos de trigo que llevaba en los
bolsillos eran
el fruto de la próxima cosecha, presentía el final
del último verano. Marcaron en el suelo su silueta con una tiza
blanca, hasta que llovió y todos le olvidaron.
(Del libro : Inventario de ausencias).
III
Exposición. 2013. Bilbao. Guggenheim
Explicaba la guía, atrapada en la trama de su propio discurso,
la magia de las obras, la estructura final no concebida,
las tripas del creador desentrañadas en todo lo
creado. Tanta metafísica encumbraba el suicidio
de las tazas en noble porcelana, esencia de una vida,
vida consumada en la más virginal de las purezas.
La mancha de café fue la simiente que eyectó
el maligno, la pura mancha que engendró toda belleza,
oculta a los ojos del profano. El arte era exclusivo de
mentes cuyo injerto tenía matices de divino. Todo
era transcendente, todo era sublime tocado por la gracia
de aquel genio: Los calcetines olían a sudor y redimían
de todo lo vulgar y cotidiano, en el armario las faldas
arrugadas eran pasión y las braguetas explosión
de músculos erectos. El discurso prolijo, exacto
en todos sus detalles: la libertad quedaba libre
si la cizalla cortaba la red del gallinero, el trono
de los reyes se ofertaba a los traseros de todos
los videntes, la micción podía derivarse hacia cualquiera
de los puntos cardinales.
El pan durará eternamente,
podía masticarse con el barro, los desnudos
sólo de apariencia, su carne se ofrecía lacia y magra
a quienes mostraban mayor inapetencia.
Ética y estética superaban toda ciencia física.
El placer estaba asegurado. Por todo nos cobraron 20€.
La mejor obra de arte colgaba
del respaldo de una silla, era
la chaqueta del ujier recién
planchada.
(Del libro: Inventario de ausencias).
IV
Hora punta.
Hoy he amanecido muy temprano, la lluvia
impertinente cae
sobre los muelles , silencio sólo
roto por el grito de las ávidas gaviotas, hienas
reidoras que desde lo alto avistan
los restos de carroña.
Salen de entre la niebla los primeros barcos con su
carga de cadáveres aún frescos, en las jarcias la brisa
se humedece, un perro flaco se acerca
a una farola, mea,
me mira con sus ojos casi humanos. Se apaga la noche
lentamente , surgen sombras somnolientas
de gente ensimismada, el perro
me sigue, me olfatea, me lame el salitre las manos, son las ocho y el cielo
no clarea. Una voz ronca y profunda
grita a mis espaldas:
Cancerbero, ese no es tu amo. La parca me mira
con desprecio,
me espeta sibilina susurrando: insensato, aún
no llegó
tu hora.
(Inédito)
V
Ubicuo. A. C.
Si el tiempo fuese de ida y vuelta, si todo fuese retornable,
haría mención de lo pasado teniéndolo presente: abrevaría
a los caballos de los frisos, tatuaría sobre la casta piel
de las vestales los versículos del cantar de los cantares,
propondría a todos los estetas el canon de las Venus paleolíticas,
como ejemplo fecundo de belleza, me daría una vuelta por
las calles de Nippur , un chapuzón en las aguas del Nilo, antes
de que llegue la crecida, por simple cortesía probaría
los caldos de huesos triturados, el garum, las morrallas
en salmuera.
A la luz de las brasas tomaría nota de cómo
se batían los pigmentos en Pompeya, escribiría versos
con signos cuneiformes. De todas las batallas
libraría sólo una: la de los cuerpos fundidos en el barro , y si
fuese necesario y no imposible desde dentro de mí apagaría
las hogueras donde arde la fe de los ilusos. Haría y desharía
tantas cosas que, comparada conmigo, Penélope sería
una holgazana. Todo esto, y mucho más, antes de Cristo.
Después a descansar hasta hoy, que ya es mañana.
( Inédito)