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Channel: POETAS SIGLO XXI - ANTOLOGIA MUNDIAL + 20.000 POETAS: Editor: Fernando Sabido Sánchez #Poesía
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MEENA ALEXANDER [17.560]

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Meena Alexander

Nacida en 1951, es una internacionalmente aclamada poeta, erudita y escritora. Nacida en Allahabad, India, se crió en la India y Sudán, Alexander vive y trabaja en la ciudad de Nueva York, donde es Profesora Distinguida de Inglés en Hunter College y en el Graduate Center de CUNY en el programa de doctorado en Inglés. Es autora de numerosos libros de poesía, memorias literarias, ensayos y obras de ficción y la crítica literaria.

Novelista, poeta, cuentista, ensayista y profesora de literatura (se licenció con dieciocho años en Sudán y se doctoró con veintidós en Inglaterra) en varias universidades estadounidenses. Aunque sus temas suelen versar sobre la dureza de la vida en la India, tanto para los migrantes como para la mujer, y sobre los problemas que conllevó la descolonización, su escritura es siempre lírica.


PUBLICACIONES.

POESÍA

Stone Roots (New Delhi) (1980)
House of a Thousand Doors (1988)
The Storm: A Poem in Five Parts (Short Work Series) (1989)
Night-Scene: The Garden (Short Work Series) (1992)
River and Bridge (1995/ 1996)
Illiterate Heart (2002)
Raw Silk (2004)
Quickly Changing River ( 2008)
"Birthplace with Buried Stones" (2013)
Atmospheric Embroidery (Hachette India) (2015)

POESÍA Y ENSAYOS

The Shock of Arrival: Reflections on Postcolonial Experience (1996)
Poetics of Dislocation (University of Michigan Press, 2009)

AUTOBIOGRAFÍA

Fault Lines (1993/new expanded edition 2003)

NOVELAS

Nampally Road (1991/2013)
Manhattan Music (1997)

CRÍTICA

Women in Romanticism: Mary Wollstonecraft, Dorothy Wordsworth and Mary Shelley (1989)
The Poetic Self: Towards a Phenomenology of Romanticism (1979)




Este cuento pertenece al volumen "House of Thousand Doors" de 1988 y fue escrito en inglés. 

Meena Alexander - "Cartas de la abuela"

La versión es la de Sonya S. Gupta y Francisca Montaraz.


Mi abuela sufrió prisión en una cárcel de las montañas. Creo que mientras estaba allí dentro, sentada, mirando día a día el árbol de fuera con sus frutos maduros por el calor, mi abuela comprendió la soledad de su cuerpo de mujer. Tenía sólo veintisiete años cuando los británicos la encarcelaron.

Se sentaba en el suelo al lado de la ventana y se dejaba cubrir por la libertad de la luz que caía sobre ella. Tocaba su terso y oscuro vientre, todavía sin estrías, y se preguntaba si alguna vez saldría de aquella prisión, si alguna vez tendría hijos. Miraba las rocas grises de las montañas del Deccan; olía las hierbas amargas que los pastores quemaban en las laderas fuera de su ventana con barrotes.

Se inclinaba bajo la luz. Tomaba su papel y su pluma. Su pelo estaba recogido con una cinta roja. la misma cinta que el abuelo usaría después para atar las cartas que ella le escribía cuando era él quien estaba en la cárcel. 

Muchos años después de la muerte del abuelo, descubrí las cartas dentro de una vieja caja de galletas, en la buhardilla de la casa de Tiruvana. 

Las letras oscuras centelleaban ante mis ojos. Las retuve en mi mente por unos instantes. Su pluma está seca. La agita, y la tinta sale disparada. Estoy reproduciendo sus cartas mientras escribo. Las leo en voz alta. No voy a dejarme llevar por el negro torrente del tiempo. Me pondré a salvo de él.

Con cuánto cuidado usa la abuela su pluma. El papel escasea. Ella escribe: 

"Dejad el arroz crecer." 
"Dejad a los niños jugar bajo la luz del sol.”
"Hay barro en tu mejilla, querido."

Esto último está dirigido al abuelo, que está escondido en algún lugar. Ella no sabe si recibirá algún día sus cartas. Pero sigue escribiendo: 

“El cuclillo canta con su propia luz. Los que lo escuchan nunca lo olvidarán." 

¿Había escuchado la abuela alguna vez el canto de aquel pájaro pardusco? ¿O es que, como yo. está inventándose las cosas? Cómo me hubiera gustado conocerla. Había muerto catorce años antes de que yo naciera. Entonces, en 1951, la India era ya independiente, una república desde hacía tres años y medio. 

Veo a la abuela subida en un pequeño cajón en la escalinata Pakeezah. Muy temprano en la mañana, el día antes de la Marcha de la Sal de Gandhi. Lleva el sari recogido en la cintura y se dirige a los pescadores. El cajón se tambalea un poco cuando habla, pero ella no se inmuta. 

"¡Recoged el agua salada con vuestras manos!", le oigo decir. 
"Dejad que el calor del sol haga la sal para vosotros.” 
"Que los británicos vean lo absurdo que es prevenirnos."

La multitud aplaude. Ella baja del cajón cogiéndose el pallu con la mano. Está nerviosa. Retuerce los hilos rojos y blancos y los entrelaza con sus dedos. Su pelo se ondula bajo la luz del sol.

Una figura alta, delgada, vestida de blanco, emerge corriendo de la multitud y la abraza. Después, vencido por la timidez se queda a un lado quieto, con la cabeza baja. No puedo ver su cara. 

¡Es el abuelo! ¿Qué le está diciendo ella? Me gustaría poder oírlo. Un niño trae una guirnalda de flores. La abuela se inclina, y el círculo dorado cae alrededor de su cuello. Su rostro queda cubierto por la sombra. El abuelo está todavía ahí. Detrás de ellos, en la distancia, puedo ver las negras aguas del mar Arábigo. 

El abuelo continúa a su lado, mirándola fijamente. Es la primera vez en su vida que la ha visto. Durante muchos años ha oído hablar de esta mujer, sobre sus marchas, sus discursos, sus demostraciones de no violencia. Incluso ha publicado algunos de sus textos cortos en el periódico que él dirige. Ahora está junto a ella, bajo la luz brillante, bebiendo de su presencia. Codo a codo, cada uno espera ilusionado, demasiado nerviosos, demasiado tímidos como para mirarse a los ojos.

Alguien tira del brazo del abuelo: tiene que ir a una reunión en otra ciudad. La abuela permanece en el mismo lugar durante unos instantes, en total soledad, abandonada por este extraño del que ya está enamorada. Una paloma vuela sobre su cabeza y lanza sombras en ella. La abuela se toca la mejilla con los ojos cerrados, como si sintiera su carne por primera vez. Al poco tiempo, la multitud la envuelve. 

Tres meses después de este primer encuentro con el abuelo, ella estaba en prisión, acusada por los británicos de perturbar la paz. Cuando la dejaron libre, después de dos años y medio en una cárcel de las montañas, tenía veintinueve años. Estaba extremadamente delgada, pero llena de agradecimiento por poder andar al fin bajo la luz real. Tenía ojeras azuladas bajo los ojos y manchas oscuras alrededor de las pupilas. Aunque nadie lo sabía, aquello era el inicio de su ceguera. 

El mismo día en que fue liberada volvió a la escalinata Pakeezah. Sobrecogida por la emoción, lloró un poco al pararse allí. Las manos le temblaban. Su pallu carmesí resplandecía en medio del viento ligero. Sus ojos estaban salados. El abuelo se colocó justo enfrente de ella, cerca de los líderes del movimiento, y la escuchó con atención. Pocas semanas después se casaron. Le llevó tres años al abuelo cuidarla y devolverle la salud perdida. En la cárcel se había negado a comer casi toda la comida que le ponían delante. Había vivido sólo a base de arroz y agua. 


II

Hace siete años descubrí algunas de las cartas de la abuela metidas en una caja de galletas en mi casa materna. Mi madre fue su única hija. Esta abuela Kanda, al contrario que mi otra abuela Mariamma, había muerto mucho tiempo antes de mi nacimiento. Reuní las cartas, llena de emoción. La mayoría estaban escritas después de haber sido liberada. 

Recuerdo la primera carta que leí. Estaba dirigida al abuelo. Ahora ella estaba en casa y el encarcelado era él. 

“Kuruchiethu
Tiruvana
16 de enero de 1929

...Tienes una ventana pequeña, Kamilla, que da a las montañas. Rompe los barrotes con tu mirada, burla las distancias hasta que éstas te acerquen las montañas azules de jacarandás. Deja que sean las distancias las que te sitúen a ti. Un riachuelo, una brizna de hierba reluciente. Aunque el riachuelo esté seco y salpique polvo en lugar de agua, aunque la hierba esté muerta. Estoy segura, por lo que me dices, de que la celda donde te tienen está cerca, muy cerca. de donde yo estaba. Quizá los barrotes son idénticos. Quizá cuando miras fuera ves el mismo pájaro que yo veía, pardusco, con una mancha de sangre en el pico, volando en círculos bajo la luz del sol al borde de la montaña."

El tiempo fue pasando y las cosas se volvieron más difíciles para ella. Sin embargo. seguía asistiendo a las reuniones políticas. Su amiga, la escritora Balamani, fue su pilar durante aquellos días. 

"Kuruchiethu
Tiruvana
21 de abril de 1930

Kuruvilla, ni siquiera estoy ya segura de lo que digo. Hay una tristeza en mí que no puedo apresar con mis propias manos. Te necesito. 

En la reunión de hoy Dinesh ha dicho: 'Gandhi quiere que él venga a Wardah tan pronto como salga.' 

Tu periódico sigue en marcha. Cada noche los panfletos, todavía húmedos de tinta, pasan de mano en mano. Largos textos que penetran en un mundo todavía extraño. La policía no ha encontrado la fuente, aunque han estado merodeando alrededor.

Balamani y yo hemos trabajado juntas en el último texto: la India independiente y mujeres libres', lo hemos llamado. Ella tuvo un sueño hace poco: cuando amanece, todas las mujeres de un nuevo mundo estrechan sus manos. se levantan del lúgubre suelo como pájaros de sol. 'Nuestra carne es luz', me dijo aquella noche mientras trabajaba, manchada de tinta, cubierta de sudor. 'Sois estrellas de la mañana', escribía. '¡todas estrellas, desde el nacimiento de este universo! Ahora vuestras cadenas yacen en el suelo, inútiles. Se han sumergido en el mar.' 

Hay algo más en el sueño: a lo lejos, a través de las aguas, rápidos barcos ingleses, meros navíos de lata con flácidas banderas, se apresuran hacia una pequeña isla fría y húmeda. 

Bromeo con Balamani sobre esto: '¡Demasiadas estrellas! Vas a vaciar el cielo de la noche.' Pero ella se toma muy en serio sus sueños y se sienta mirando hacia fuera de la ventana, a la alambrada de pinchos que Bhaskar ha puesto para mantener las vacas alejadas del jardincillo de fresas. No sé exactamente lo que estaba observando. Sabes qué mirada tan perdida tiene... nunca se sabe si está escuchándote.

Yo la quiero mucho, pero ha estado un poco rara estos últimos días. Parece obsesionada con el emperador Qutubshahi, el último. 'Estoy convencida', me dijo la otra noche, 'de que su locura (lo de gatear por las escaleras y todo lo demás) no era más que una respuesta a la invasión británica. Su búsqueda tomó una forma: un pájaro desvanecido, con una mancha de sangre en el pico.' 

Abandoné la conversación. De cualquier forma, ella no esperaba una réplica. Estaba oscuro y los árboles de los mangos parecían grandes paraguas negros que expulsaban a la luna de su sombra. Sentí que los cimientos de nuestra casa se movían. Ratas de agua jugaban en el jardín de las fresas, aunque yo solamente veía el brillo plateado de sus colas. Nos sentamos allí, en silencio."


III

La abuela, a pesar de todo, continuaba visitando a la familia y acudiendo a todas sus reuniones. Una de sus cartas habla de una elaborada ceremonia que su prima había organizado para poner nombre a su hija de tres meses. Es sorprendente que la abuela encontrara las demostraciones de riqueza insoportables. Le escribió al abuelo detalladamente acerca de esto. 

Kuruchietu
Tiruvana
29 de septiembre de 1930

El bautizo de la hija de Accamma ha sido organizado con tal esplendor que se podía pensar que estábamos en Babilonia o en una ciudad pagana de ésas. Todo era de plata, desde los candelabros a los saleros. La porcelana brillaba a la luz del sol. ¡Manteles de encaje! Y en el suelo, pilas de hojas de banana para que los invitados comieran en ellas. ¡Un bosque entero desperdiciado sólo para ponerle nombre a una niña! 

Son increíblemente ricos y mantienen sus bienes con mano de hierro. He oído que el padre de la niña lleva una pistola y que practica los azotamientos en sus tierras. Había cinco elefantes en la procesión desde la iglesia, todos ellos suyos. La abuela se tomó gran cuidado en señalármelo. El hermano del padre llevaba ropa occidental. ¡Puedes imaginar la ignominia de llevar esas ropas en momentos como éstos! No podía soportar la visión de sus zapatos lustrados. Vino derecho a mí. '¡Por fin te veo, Randa!' No tengo idea de cómo me encontró. 'Así que no estás de acuerdo con el gobierno británico, ¿eh?' Debería haberle dado una bofetada en aquel momento, delante de todos los invitados. Pero, el muy astuto, se fue de allí en seguida, y se colocó al otro lado de la gran caldera de cobre donde servían el té. Creo que todo era importado de Bélgica o un sitio así. Después. mientras me estaba sirviendo un poco de papaya. se inclinó para alcanzar el azucarero, sonriendo de oreja a oreja: 'Tu esposo está en la cárcel. ¿verdad?.' 

Estuve a punto de arrojar mi plato. Me senté en un rincón después de esto y no me moví de allí. Sentía una rabia que no me dejaba respirar. A través de la ventana pude ver los niños de los sirvientes. Tenían la boca cubierta de moscas y se peleaban por coger una hoja de banana con las sobras de la comida. Kuru, me sentí enferma. Gracias a Dios que Mara no había venido conmigo.

Cuando llegué a casa, todo estaba en paz. Mara dormía bajo su pequeña sábana blanca. Me senté en tu escritorio y firmé el papel de los campos de arroz que habíamos elegido. Los del movimiento Bhoodan sabrán cómo usarlos mejor que nosotros. Hay un hambre terrible ahora por la tierra. A veces pienso que esta casa donde vivimos y todas estas propiedades ancestrales son como una gran piedra de molino, un aro de granito alrededor de mi cuello. Un día moriré, entonces estas habitaciones se convertirán en niebla y mi vientre en moreras para los pájaros del paraíso.

'Tú y yo viviremos en el campo', iba a decir, pero después me he dado cuenta de que en aquel mundo no necesitaremos nunca más los cuerpos. Nuestra carne y nuestra sangre son una mera contingencia destinada a esta tierra. 

Oigo a Mara llorar. ¿Dónde estará ella, me pregunto, en aquel mundo? Y de pronto me da miedo. ¿La sábana le estará tapando la boca? ¿Estará en medio de una pesadilla. agarrándose con los dedos para no caer de una roca? ¿Dentro de una ráfaga de viento negro? 

Una mañana la encontré correteando cerca de la higuera, atraída por el perfume de las flores. Estaba intentando meter la mano en un nido de serpientes. La alcancé y le di una bofetada... ¡Me dio tanto miedo! Ella se puso a llorar. 'Las ratas grandes hacen el agujero, luego la cobra se mete dentro.¡Te picará, Mara!' La cogí en brazos y corrí tanto que sentí el viento en mis pies. Después me senté bajo el árbol de la jacarandá, sin aliento. La puse en el columpio y la empujé muy alto. En sus ojos vi el hermoso cielo azul reflejado. Había abejas en la madreselva que se enroscaba en el tronco del árbol, y moscas doradas en las lilas. Incluso las hojas secas temblaban de vida. 'Más. más', gritaba. La empujé más y más alto hasta que yo también creí estar volando por el azul aire brillante hacia el paraíso. 

Está todo ya allí. Kuru. Eso es lo que quería decirle: ya está todo allí. En el paraíso. Y esta terrible opresión del cuerpo y de la mente contra la que luchamos es un estado, sólo un nacimiento. Tengo que parar ahora, querido. Te escribiré de nuevo, muy pronto. Con amor, Kanda. 

PD. Yacub dice que Gandhi planea una visita a Tiruthankur. Tengo que asegurarme de que tiene un sitio donde estar. ¿Quizá aquí, en casa? Preguntó por ti, dice Yacub. Todos están muy ocupados ahora con el trabajo de Gujarat."


IV

Seis meses después, el día antes de su cumpleaños se sintió muy sola. Esto, al menos, es lo que me pareció leyendo sus cartas. Pero logró mantenerse íntegra. También la ayudó aquella gorda de Chinna, que solía visitarla con frecuencia durante esos días. Puedo oír la voz de la abuela muy claramente, quizá con la ligera distorsión de mi propia voz al escucharla. 


"Kuruchietu
Tiruvana
17 de febrero de 1931

Ayer me coloqué delante del espejo ovalado y miré mis ojos. Eran tan grandes, pero tan informes. Tan negros. Cogí el lápiz de ojos negro que Chinna me había regalado. ¡Qué frivolidad en momentos tan duros, amor mío! Pinté alrededor de la carne triste, dibujé límites en ella. Después permanecí allí ante el espejo mordiéndome los labios. 'No, no me voy a pintar los ojos -me dije-. Los dejaré en paz. ¡Que lo hagan los fotógrafos cuando esté muerta.' Qué tonterías digo, querido.

A pesar de todo, estos días estoy bien. Lavo mi cara sólo con el agua del pozo y apenas uso jabón. Llevo siempre ropa blanca. ¡Chinna dice que parezco una viuda! Mañana voy a cumplir treinta años."

"Kuruchietu
Tiruvana
19 de marzo de 1931

Chinna llevaba esas chanclas de madera que suele usar y hacía un ruido terrible en el suelo de mármol. La abracé. Olía a jabón. Ella es como una hermana mayor para mí, Kuru. Me regañó por mi pelo desarreglado y sin aceitar, por mis labios magullados. Insistió en que fuera con ella la tarde siguiente a dar una charla a la escuela de mujeres de Kozhencheri. Me obligó a aceptar. Incluso madre se puso contenta de que yo saliera de casa. Chinna se quedó y comió un poco de calabaza amarga frita. Dice que tiene que cuidar su sangre, aunque sólo Dios sabe si la calabaza amarga va a hacer algo por su sangre. Tiene un vaidyan al que va a visitar en Kottayam y sigue todas sus instrucciones al pie de la letra. 

La escuela está en lo alto de una colina. Creo que la conoces. Es un pequeño edificio encalado cubierto de jazmines. Tenía muchos deseos de ver a las mujeres de nuevo. Muchas de ellas eran satyagrahis. Todavía me recuerdo entre ellas. Éramos unas cincuenta mujeres tumbadas en aquella carretera sobre el polvo. Habíamos atado los extremos de los saris. y sus nudos se rasgaban al rozar el suelo. Nuestros cuerpos calientes y vivos envueltos en el polvo. ¡Ningún camión inglés pasará! ¡La opresión se va a acabar!". cantábamos. Me parece gracioso ahora, en cierto sentido. No me refiero a la pasión con que actuábamos, sino a la total desposesión de uno mismo hasta el punto de tumbarse en unu carretera. Así era nuestra resistencia pasiva. Recuerdo lo seca que tenía la boca y lo pálida que parecía la mariposa blanca que volaba sobre mi cabeza derritiéndose en la luz del sol. Los británicos gritaban algo en la distancia. La carretera temblaba bajo sus botas.

Después de un rato, Chinna dijo que necesitaba ir a tomar un trago de toddy antes de la reunión y que yo tenía que ir sola. Me estarían esperando, Era un largo tramo de carretera. Pronto las casas se quedaron atrás: también las pequeñas escuelas de ladrillo rojo. Sólo me rodeaba el campo polvoriento, ahora violáceo en la oscuridad. Podía oír mis propios pasos. y me puse nerviosa: era como oírse los latidos del corazón. Seguí caminando. Mi lengua estaba muy seca. Después. empecé a correr. Vi arbustos de espinas que no recordaba haber visto antes. Tenían bayas rojas diminutas, como gotas de sangre. Me dieron ganas de comer una para refrescarme la boca, pero estaba muy oscuro y no hubiera podido averiguar si esos frutos eran venenosos o no. Cuando. finalmente. alcancé el colegio, me dio la sensación de que había corrido una eternidad. Mis tobillos estaban hinchados y llenos de arañazos. No podía parar de jadear."


V

No había nada especial en la carta siguiente: nada que revelara las ilusiones de la abuela. Era una carta tan precisa como había podido escribir. No era culpa suya su dificultad para nombrar sentimientos que estaban fuera del territorio de su vida ordinaria. Lo cierto es que se sentía rodeada de vacío, el cual probablemente tenía algo que ver con la muerte próxima de su padre.


"Tiruvana
7 de mayo de 1931

Veo la hierba volverse amarilla en las hendiduras de la roca. La gente se mueve a mi alrededor, Kuruvilla, pero yo no siento un cuerpo propio. No tengo dónde agarrarme. Hay un agujero en mi corazón. Soy como aquella fruta de la pasión que vimos juntos en las montañas el año antes de casarnos. Colgaba perfecta de la ramo. La cáscara dorada con esas pintas verdosas tan suaves que uno sentía ganas de chuparla. Pero todo -semillas, pulpa, zumo- se había caído por un agujero que habla cerca del tallo. Una esfera completamente vacía, no una fruta, era lo que colgaba de aquel árbol, junto a las montañas azules. Sólo una piel de fruta engañando al mundo. 

Siento una gran fatiga, querido. Pero, ¿de dónde viene? Apenas puedo decir más. Me avergüenzo de hablar así de mí misma mientras tú estás en esas condiciones, encerrado en una pequeña habitación polvorienta. Pero me pediste que te hablara de mí y es lo que he hecho."


"Tiruvana
sin fecha

Quizá Yacuh te haya informado. Mi padre está empeorando. Respira con dificultad. Los labios se le secan y se ahoga; grita como si le estuvieran rompiendo las costillas. Mara no se acerca ya a él. Tiene miedo, o quizá quiere que muera. La noche pasada, puedo asegurar, estaba atento a los ruidos de los murciélagos en el árbol del jardín, pero cuando madre vino con su Biblia, él no quiso escuchar. Creo que necesita verte. Mientras estaba echado con los ojos cerrados, le hablé sobre ti, sobre lo poco que comes ahora. Le conté lo que lees y escribes, y quién más está contigo en prisión. Le dije lo que Gandhi opina de ti. 

A veces, cuando las semillas negras revolotean en el aire o el ciruelo deja caer sus frutos, padre parece respirar mejor. Sus uñas crecen secas y amarillas. Madre, con la nariz metida en la Biblia. apenas sin moverse, grita constantemente a un sirviente o a otro que frían las verduras, que calienten paños, que le traigan el libro de las oraciones, la campanilla, una palangana. Y el pobre papá tumbado todo rígido en la cama, gimiendo. Los médicos pueden hacer muy poco por él. Es como si madre tuviera que vociferar constantemente para animarse. No puede concebir la vida sin él. Me da pena de ella. Será como perder un pie o un brazo; o como si se le cayera el vestido, y, de repente. encontrara su cuerpo hecho jirones. No puede enfrentarse a sí misma, ni al mundo, sin la presencia de padre. Por eso grita órdenes y así llena el tiempo, o aplica aceite en el pelo de la pobre Mara sin parar. 'Se le va a caer todo, madre, ¡por el amor de Dios!', le grité el otro día. 

Las lámparas están encendidas en el comedor. Las cortinas separadas. Madre se ha levantado y se ha puesto a colocar los objetos de plata. 

Puedo oler sus ropas blancas almidonadas desde aquí. Creo que hace esto porque el obispo ha prometido que vendría; quiere ver a mi padre. Puedo verla secarse la boca con un pañuelo. Creo que va a llamarme. Mara está dormida, querido. A veces durante la noche grita, entonces pongo mi mejilla a su lado y me coge el cuello con su brazo. Luego se aprieta contra mi cuerpo. Huele a fresas y a miel cuando está dormida. Tiene la boca húmeda de leche. No te conté que mientras corría jadeando por aquella polvorienta carretera hacia el colegio, me acordé de una canción. No puedo explicar con palabras el sentido de todo esto. Creo que madre solía cantar esta canción hace muchos años. ¿La tía Sara tal vez? La pobre tía Sara que se volvió loca. La encontraron ahogada en una alberca. 

¡Seda reluciente
Del color de la leche
Cubre a la novia!
¿Quién tejerá el sudario?
¡Madre, madre.
Vendré a dar un paseo contigo!

La melodía es bonita. pero la letra es terrible. ¿Sabes que mi madre guarda su sari de la boda en una caja de madera? Con él la cubrirán cuando la saquen de la casa. 'Hay muchas habitaciones en la casa de mi padre.' Kuru. perdóname. Perdóname. querido. Ahora me está llamando. Oigo el bastón del obispo golpeando las escaleras de granito."

1 de septiembre de 1931

Ya la muerte está aquí, viviendo con nosotros. Y como es la muerte de padre, le damos la bienvenida, como a un pariente, como a un hermano querido en estos momentos difíciles del tránsito. Ahora me doy cuenta. Kuruvilla, de que no tengo fe en absoluto: pero agradezco la muerte de mi padre. Está flotando en el aire. La noche pasada, padre sorbió un poco de vino y parecía contento. 

Su muerte se ha instalado en la casa. Las grandes cacerolas de hierro con agua caliente que mantenemos al lado de la cama para ayudarle a respirar son ya una parte inamovible de la vida diaria. Kutan se queda a su lado toda la tarde abanicándole. 

De vez en cuando, padre abre sus ojos. De alguna manera puede percibir que está rodeado de amor. Parece que su oscura sangre se hubiera salido por una herida y una luz de otra parte lo estuviera rellenando. Bajo esta nueva luz, todo es extraño: su cama, sus libros, el orinal, incluso la mano de madre. 

Ayer levantó los dedos y tocó el anillo de bodas de madre. Esa diminuta piedra engarzada en su anillo de oro. Él intentó decir algo, pero ella salió. La oí llorar desde lejos. Ahora a mi madre le da por caminar entre los sembrados con su bastón de marfil en la mano. Mara la sigue cogida de sus faldas. Es como si no quisiera entrar en la casa. Ayer me señaló una golondrina que estaba parada en una mata de pimientos. 'Ha venido del otro lado de la muerte, Kanda', me dijo, apuntándola con el bastón. No sé lo que tiene en la cabeza, pero veo claramente que está más lúcida que antes. Toda mi rabia se ha desvanecido. 
Él y su muerte brincan juntos. Saltan de rama en rama, como niños que quieren robar grosellas, gritando cuando el viento les golpea la carne. 

Mi padre está bailando con la muerte, Kuru. 
Y ahora no queda más que el olor de su cuerpo viejo. 

Me escondí en el cuarto de baño cuando oí el ruido del coche fúnebre por el camino de grava. Salí despacio, como un niño huérfano. Metí la cabeza en un agujero que el jardinero había cavado y mordí el polvo de debajo de las raíces de las grosellas. 

Esta noche estoy entrando en otro agujero. No salen sonidos de mi boca. No hay más que viento, viento que hace remolinos y revuelve las cosas. Las ropas de padre: camisa, dhoti, incluso piel desprendida, giran como si todo el aire del agujero estuviera siendo aspirado por una boca gigantesca. Se le cae la piel a pedazos hasta los dedos de los pies: cinco flores delicadas de pétalos azules, perfectas, que expulsan un perfume muy intenso. 

Las hojas caen sobre mi cabeza. En aquella oscuridad, su carne se desvanece completamente. Doblo mi cuerpo para proteger mi boca del viento. Toco una flor azul, encuentro un pie pequeño. Lo agarro fuerte y siento mi propia piel soldada a él. Respiro con tal profundidad que pienso que voy a morir. Mi boca está horriblemente abierta, pero no oigo más que el viento que ruge.

De repente, el remolino cesa y puedo separar mi carne. No quema, es como cortarse con un hierro al rojo vivo. Estoy tumbada sobre mi espalda, respirando tranquila. En mis brazos hay un bebé, Mara. Agarrándola de la cintura trepo fuera del silencioso agujero y me recuesto sobre la hierba húmeda, totalmente agotada. 

Entre nosotras hay abejas salvajes que se enredan en su pelo húmedo, en mis axilas. Hormigas rojas vienen hacia donde estamos. Saltamontes de alas luminosas vuelan sobre nuestros párpados.

Mara chupa mis pechos con fuerza. La leche se derrama sin parar sobre las minúsculas briznas de hierba y las piedrecillas. Hay suficiente para todo el mundo. Su diminuto corazón late con intensidad. 

Los ingleses están planeando aplicar duras represiones. azotes y ejecuciones en las provincias del norte. No pueden soportar esta lucha nuestra cada vez más fuerte. 

Así que estoy sin padre ahora, querido. Él, de cuya semilla yo he venido, se ha ido (y todo esto no son más que palabras, no ha quedado sustancia alguna). Ni el viento ni el agua pueden tocarle ya. Es nuestro amor lo que se ha quedado abandonado, desorientado. Un viento seco de angustia: saber que los últimos hilos se han roto y padre -aquél que fue padre-. no nos necesitará nunca más.
¡Madre se ha quedado confinada en su cama y no quiere ver a nadie! No sé dónde está Mara. Mañana celebramos el entierro. Estoy escuchando el ruido de los preparativos. Las hachas muerden la carne del árbol de los bananeros."





Estos nuevos poemas de Meena Alexander, tomados de su chapbook Impossible Grace (Centro de Estudios de Jerusalén, 2012), nos dan un retrato de una Jerusalén árabe. Alexander había escrito los poemas de este libro cuando era poeta en residencia en la Universidad Al Quds, en Jerusalén, en el año 2011. Todo el ciclo de poemas Jerusalén es parte de su  libro Birthplace with Buried Stones (TriQuarterly Books/ Northwestern University Press, 2013).


Nocturne

We have come to Haifa where the sea starts. 
The theater Al Midani floats by a tree.
I see this clearly though a dark filament twists round the moon. 
I tiptoe through surf --
A rope someone left at the end of the jetty
I knot it to my ankle,
Not wanting to be swept away by sudden longing. 
Inside the theater, candles, a mountain of bloom. 
Does Haifa have almond blossom?
Must they gather it from the edges  of the sea?
Someone was shot point blank and killed-
A man who kept waiting for the good life to occur, 
For the mouth to speak what comes before speech, 
Sap in the tree and firmament of flesh.

A child approaches me in the darkened theater
And whispers in my ear -- Yes we are waiting for Godot - 
I am overcome by the scent of tuberoses
And cigarette smoke and can't reply --
Yes, many friends of the dead man are smoking. 
Six or seven take turns reading from a poem 
They pass the pages from hand to hand -
I left my gloom hanging on a branch of boxthorn
And the place weighed less.
A woman in black jeans forces open the windows
The moon uncorks herself and blows away --
So this is how the sea starts: increments of longing,
Mostly in half darkness
Then a white light as waves rush through.





Cobblestone and Heels

    By Herod's gate,
In a twelfth century courtyard,

    A woman in sweatpants, 
Nails flashing crimson.

    By her, a parrot in a cage.
--Tu tu tu tu hutu tu -- the parrot cries

    By the cage stones shift.
See this foot? She lifts up her heel.

    1967, they napalmed  us.
Imagine that, stones where a saint knelt,

    Pitted by fire.
Baba Farid, you know him, yes?

We buried grandmother in her dress of flames.
    I keep her chain, always

She pointed a foot -
    Gold swirled over tom bone.

On the ankle, under a loop of gold
    Savage indentation.

    She fastened the stiletto shoe, 
Steadied herself

    Against a parrot's cage.
Hutu tu   tututu    I hear it moan

    Shadow hopping on a heap of stone.

    I wear heels now - 
Take pride in my flesh,

       Display what cuts.

We are strangers to this life
    I and you.

    Using a white hanky
She veils her face

    Then rips it off, goes on talking - 
We see signs, that's all --

    A dragonfly on a pile of green almonds
Right by Damascus Gate,

    Water in our taps
Turning the color of burnt salt

    Then blazing like stars
In the night sky over Jerusalem,

    By the leaking gas station
On the road to Abu Dis

    Spray painted on the separation  wall
Huge letters --

    Boys do it
When darkness  falls -

    Love sees no Color:
Dirt whispers, I'm coming home.



Impossible grace 


I.      At Herod's gate

        I heap flowers in a crate

        Poppies, moist lilies --
        It's dusk, I wait.

II.     Wild iris --
        The color of your eyesbefore you were born

        That hard winter
        And your mother brought you to Damascus gate.

III.    My desire silent as a cloud,
        It floats through New gate

        Over the fists
        Of the beardless boy-soldiers.

IV.    You stopped for me at Lion's gate,
        Feet wet with dew

        From the torn flagstones
        Of Jerusalem.

V.     Love, I was forced to approach you
        Through Dung Gate

        My hands the color
        Of the broken houses of Silwan.

VI.    At Zion's gate I knelt and wept.
        An old man, halflame--

        He kept house in Raimon 's cafe,
        Led me to the fountain.

VII.   At Golden gate
        Where rooftops ring with music

        I glimpse your face.
        You have a coat of many colors -- impossible grace.


These poems were originally published in the following journals: "Nocturne" in Guernica; "Cobblestones and Heels" in the Kenyon Review and "Impossible Grace" in TriQuarterly Online.




Night Theater

Snails circle
A shed where a child was born.

She bled into straw—
Who can write this?

Under Arcturus,
Rubble of light:

We have no words
For what is happening—

Still language endures
Celan said

As he stood in a torn
Green coat

Shivering a little,
In a night theater, in Bremen.



Central Park, Carousel

 June already, it’s your birth month,
nine months since the towers fell.
I set olive twigs in my hair
torn from a tree in Central Park,
I ride a painted horse, its mane a sullen wonder.
You are behind me on a lilting mare.
You whisper--What of happiness?
Dukham, Federico. Smoke fills my eyes.
Young, I was raised to a sorrow song
short fires and stubble on a monsoon coast.
The leaves in your cap are very green.
The eyes of your mare never close.
Somewhere you wrote: Despedida.
If I die leave the balcony open!




.


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