Marcelo Gabriel Burello
Nació en Haedo (Pcia. de Buenos Aires), en 1969. Es Doctor en Letras por la UBA y Realizador Cinematográfico por el INCAA. Fuera de su labor como ensayista, traductor, poeta y guionista, se desempeña profesionalmente como investigador y docente de grado y posgrado en las Facultades de Filosofía y Letras y Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires, lo que lo ha llevado también a dictar cursos y conferencias en Alemania, Brasil y España. En el ámbito editorial nacional, dirige las colecciones "Arte & Estética" (Prometeo) y "Epistolarios" (Miño y Dávila), y ha traducido y editado a autores tales como Friedrich Schiller, Charles Baudelaire y H. P. Lovecraft. Entre sus libros dedicados al estudio del mundo artístico figuran Panorama de la literatura alemana contemporánea (2009), Autonomía del arte y autonomía estética. Una genealogía (2012) y Gilgamesh, o del origen del arte (2013). Su primer volumen lírico como autor, Liturgia privada, apareció en 2014 y en 2015 publica el poemario Más Máscaras.
Más Máscaras
Al abandonar un hotel
Aquí sólo estuve de paso, no tuve tiempo de considerar
si acaso fui feliz o desdichado: lo mismo daba.
Aquí, pese a haberme identificado al ingresar, no fui nadie.
Aquí experimenté la sosegada humillación de ser un número,
una abstracción que conocen prisioneros y enclaustrados.
Aquí usé lo que todos usaron: no pude elegir nada.
Aquí no fui llamado, buscado, reconocido. Mi existencia
se circunscribió a una estrecha habitación y un desayuno
que vanamente se esforzó por compensar calidad con cantidad.
Aquí el baño me resultó una plaza hostil, no un remanso.
De aquí me llevo apenas mi equipaje y un souvenir involuntario.
La vida es un tránsito necesario y ahora, al mirar atrás,
veo este edificio estereotipado y comprendo, algo perplejo,
que cuanto espacio abandono se desploma en el acto:
el aquí se traslada conmigo como un campo de fuerza
que irradia desde mí o que me encierra,
como un súper héroe o un insecto.
Dejo la llave en la conserjería.
Ciudad de Mendoza
Al lector
Más máscaras de las que puedo usar…
(El hipócrita soy yo, ¿para qué insultarte?)
Helas aquí, desparramadas en la mesa.
Ignoro tu talle, quizás alguna te sirva.
Yo estoy tratando de amigarme con la última que me probé.
Por favor, no creas que es fácil.
Cáncer de ángeles
Tanatografía secreta:
ángeles con sexo, ángeles con cáncer
se mueven entre nosotros,
se mueren entre nosotros,
en mármoles efímeros, con sobria sordidez.
Íconos de una pureza infame,
se pavonean con ínfulas de superioridad,
y mientras se extinguen, osan proclamar
una eternidad sospechosa, improbable:
inútil.
A decir verdad,
estos mártires modernos se ahogan en cerveza
mientras fuman en la esquina, tosiendo,
y detentan una majestad estragada por la vida diaria,
aletargada por una rutina tonta,
ya que no maligna.
No merecen la piedad, pero tampoco
nuestro escarnio:
como nosotros, agonizan desde que tragaron aire
y pisaron barro
y tomaron frío.
El blanco impoluto manchado con vino o café,
la oronda sonrisa torcida en mueca.
¿Siguen penando, siguen sufriendo
aquellos cuya gracia intacta
condescendió a nuestra desdicha?
Un aura de cartón pintado
les cubre la cabellera;
jamás lo advertirán, pues no hay espejo
suficientemente bueno en el mundo terrenal,
donde fueron arrojados al servicio de un plan
que ya nadie –ni ángel ni demonio- recuerda.
Monumentos, maniquíes, monigotes:
en este albañal neblinoso
nos tomamos todos de la mano,
aunque algunas manos son gélidas
y no aprietan los dedos…
Indiferentes. Orgullosas. Inhumanas.
“Más Máscaras”, de M. G. Burello. La urbanización de la conciencia
Por: Juan Arabia
A través de invectivas maliciosas, mágicas reencarnaciones, erudición nociva —ya casi peligrosa para un autor que reconoce, desde las primeras páginas, estar jugando a corroer «la frecuente confusión del yo lírico con el autor real»[1]— M. G. Burello intenta recomponer, o bien reescribir, el estado actual de las modulaciones que controlan lo existente. Pero antes del diluvio [lluvia de fuego, úteros rasgados (…) y animales heridos] la primera flor después de la inundación: el rescate de Andrew Marvell, apropiado de esta forma:
Ante nosotros se extienden, en el más allá,
Los páramos de la colosal eternidad[2]
Esta nostalgia, inagotable perdida… No intenta arrancar, o bien explicar, la raíz del remordimiento. Más bien inspira la tarea suprema: lejos del Creador, desde oscuro cielo de la venganza… Hop-Frog de las heridas abiertas [recuerdo a cada despojo humano que me agravió[3]].
La modulación existe, incluye atmósferas cotidianas, específicas:
idiotas que pasean perros, colegas nacionalistas, encumbrados puestos intelectuales, [todo un ejército de lelos y miserables / que dio un paso adelante y quedó fuera de juego[4]].
Pero aquí no interesa sólo levantar la antigua muralla de huesos contra una nueva pared, como en la narrativa de Poe. Son atavíos, máscaras, porque el mundo sigue… Y seguimos en él. Formamos parte del ensayo general sin auditorio, que proclama el autor… [Y aquellos que habrían de cambiar el mundo… no lo están cambiando[5]].
La eternidad, que se extiende en más allá (Rimbaud sentenció su exilio, Blake la cuantificó para nombrar al pájaro), queda investida en estos nuevos versos, en estas nuevas imágenes, que nos ayudan y aproximan a los tiempos venideros…
Abren nuevos horizontes:
De atavíos adecuados no hay final,
Y las serpientes mudan siempre de piel
Sólo para dejar ver lo mismo:
Una tediosa perseverancia
En el desierto y la jungla[6].
Por los bulevares que trazó la urbanización de la conciencia
Desfilan, sangrientos, nuestros remordimientos[7].
De forma paradójica, otra de las reencarnaciones que incluye este volumen —y que por cierto, podría explicar la causa o fundamento de la desidia humana— es La destrucción, de Charles Baudelaire, que —y trabajando como un equipo, junto al Demonio— abrazó y celebró la selvática ciudad:
A mis lados, sin cesar, el Demonio se agita;
nada a mi entorno cual un aire impalpable.
Lo inhalo y siento que a mi pulmón irrita,
y le imbuye un deseo eterno y culpable.
A veces asume, dado mi amor por el arte,
la forma de la más seductora mujer,
y bajo especiosos pretextos de cobarde
acostumbra mis labios a su filtro infiel.
Y así me lleva, entonces, lejos del Creador,
jadeante y rendido de fatiga, por
las planicies del Tedio, hondas y desiertas,
y arroja ante mis ojos, llenos de confusión,
atuendos inmundos, heridas abiertas,
¡y el sangriento aparato de la Destrucción![8]
[1] M.G. BURELLO, “Nota”, en Más Máscaras. Buenos Aires, Buenos Aires Poetry, 2015, p. 9.
[2] M.G. BURELLO, “A su recatada amante, de Andrew Marvell (reencarnación)”, op. cit., p. 18.
[3] M.G. BURELLO, “Especialistas”, op. cit., p. 17.
[4] M.G. BURELLO, “Fuera de contexto”, op. cit., p. 42.
[5] M.G. BURELLO, “A la espera”, op. cit., p. 35.
[6] M.G. BURELLO, “Atavíos”, op. cit., p. 32.
[7] M.G. BURELLO, “Nuestras culpas”, op. cit., p. 38.
[8] M.G. BURELLO, “La destrucción, de Charles Baudelaire (reencarnación)”, op. cit., p. 28.
"Liturgia privada" de M. G. Burello
.