Olga Solari
Olga Solari (Nicaragua, 1910 - Santiago de Chile, 1974). Poetisa nacionalizada chilena, profesora de Música. Obtuvo el Premio Municipal de Poesía por su obra “Selva” de 1944. En 1949 publicó “Corazón del hombre”. Fuente: “La muerte de una trovadora” (Revista Ercilla Nº 2045, Santiago de Chile, 9 de octubre de 1974).
Selva. Poemas de Olga Solari
CRÍTICA APARECIDA EN EL SIGLO EL DÍA 21-01-1945
AUTOR: VOLODIA TEITELBOIM
La estrella errante de la poesía suele acompañar en la tierra a esta mujer múltiple y sensitiva, inquietante y vertical, que a ratos tiene el genio eléctrico de los trópicos y luego se adormece en sueños indeciblemente tristes, como alguien que de súbito se quiebra perplejo ante la Esfinge, sin saber cómo escapar a la desconcertante encrucijada.
Olga Solari cierra el piano y abre el poema para ejecutar el movimiento deliciosamente simple de su infancia en Nicaragua. Luego salta al “andante tempestuoso” del amor eternamente joven, cargado de presentimientos y de ancestros, que algún día tallaron en la lejanía de los siglos, la invención más pura de la pasión en el corazón de la selva virgen. El amor es el dios de su templo antiguo y moderno. Ella hace del sortilegio primitivo, del maleficio ritual de las generaciones amadas por el sol, una poesía de luna, de duda, donde las orquídeas enormes del terruño no consiguen apaciguar el dolor metafísico donde el estado de naturaleza no evita la irrupción de lúgubres reflexiones, de un trágico sufrimiento espiritual, una búsqueda contigua y amarga del alma, un patetismo ardiente, una cantata visionaria.
Como Virgilio, guiando al ácido florentino por los caminos infernales y celestiales de la poesía, Raúl González Tuñón escribe un prólogo hermoso, retrato y anticipo de Olga Solari, donde se escribe en carne viva su perfil diferencial: “el amor al amor”.
Lo mejor de este libro inicial es el canto de sus años niños. Sus poemas “Selva”, que pone nombre al volumen. Fresco como fue su amanecer en medio de la floresta, cuajada de bananos, de espigas, canelos y cedros, dionisíaco y embriagador junto a “las varandas con geranios y claveles”.
“Y no sé qué decirte, alma mía,
cómo ardía mi sangre
por ver la selva de mis albores,
los sortilegios tan dulces
de mis primeros caminos”.
De súbito el arco iris parece haber anclado por un momento en el libro. Los pinceles hacen resplandecer los versos de pintura fuerte y descriptiva junto al “aquel gran lago de Grandada, con las islas verdes y cocodrilos, con barcas lentas como fantasmas”, en “las embrujadas colas de los quetzales, de sorprendidos colores”. Canta aquí el retorno hacia los orígenes de Olga y del mundo, el asombro y la angustia de la criatura ante la naturaleza desnuda. Reina un juego de policromía que Darío elevó a la potencia de la belleza universal.
Se despliega también la fragancia popular y enamorada y cromática aspirada en “Suave Patria” de López Velarde.
Su voz se sorprende en suspenso por el hermano Fernando. Pisoteado por la nieve y los vientos salvajes, el héroe de las cumbres se durmió congelado en la cabeza cana de la montaña. Y ella entona, con música de nana, una “canción para entibiar el sueño”.
Olga Solari abraza su sombra para cantar. La sombra de su alma en intermitente congoja, en intermitente sombra. Por ello su libro es auténtico. Está construido con material verídico y sangrante, con algo que es su imagen y no escudo que oculta el rostro. Es un libro abierto en todo sentido. Abierto a las influencias contrarias, a los aciertos y a los errores, a las caídas llenas de sinceridad e inexperiencia. Ella ha recorrido los caminos del teclado y de la partitura.
Creemos que dicha disciplina desarrollada en el tiempo, prima hermana de la poesía, le dio luz para penetrar en ésta su casa misteriosa no a la guisa de un profano desconocido y ciego, que tropieza, se estrella y desploma. Olga Solari está aprendiendo ya a caminar por la mansión llena de abismo del poema, aunque todavía –y es natural- con el paso incierto de quien es relativamente novicio y sólo ha recorrido su planta baja. Late en ella la fuerza que espera el “Olga, canta y anda” para ganar con el tiempo la suprema conquista. Lecturas, método, autocrítica se verá, por encima del desmayo ante las barreras de la ruta maravillosa, servirán para el modelado de su canción en agraz.
Ella vive la primavera de la poesía. Esperamos algún día oírla cantar un armonioso y radiante solsticio de verano.
Evocación a Olga Solari
La historia desconocida de una poeta que defendió la voz de las mujeres y la ecología
Por Eddy Kühl
Olga Solari nació en Matagalpa en 1914, de padre italiano-chileno y madre matagalpina; vivían en Matagalpa en una casa contiguo a la antigua Logia Masónica, estudió primaria en Matagalpa y tomó clases de piano en 1928 con María Celina Bustamante de Grijalva, llegando a dominar su teclado señorialmente; hizo hasta su segundo año de secundaria estando “interna” en el Colegio Francés de Granada.
Con su familia se trasladó a Chile en 1935, donde hizo estudios superiores en Santiago, allí se desarrolló como pianista y poeta, escribió tres libros: Canción para Entibiar su Sueño, Corazón del Hombre, y Selva. Olga fue contemporánea y amiga de Pablo Neruda.
En 1942 viajó con su hermana Malucha en barco de Valparaíso a Corinto, visita que se extendió por más de un año, regresaron a Chile en diciembre de 1943.
Con Malucha, bailarina de ballet, realizó varios conciertos de música y baile adornados con recitales de poesía, en Matagalpa, Managua, Masaya y Granada, fueron presentadas por Leopoldo (Polo) Rosales Mendioroz (hijo de Manuel Rosales y hermano de Julio y Fernandina). Polo era director y locutor de la radioemisora La Voz de la América Central, los otros compañeros de la radio eran Manolo Cuadra, el cubano Mamerto Martínez, Juan Aburto (escritor) y Tino López (caricaturista de La Prensa). Tino estaba casado con Carmen Rosales, hermana de Polo. Carmen murió en un accidente en 1944).
Quería traer a memoria a esta audaz y original poetisa matagalpina, desconocida para muchos de sus colegas porque floreció en Chile, sin embargo ella puede haber sido la precursora de la poesía de protesta femenina que floreció más tarde con Gioconda Belli, Daysi Zamora, Michelle Najlis.
Sus libros de poesía
Canción para Entibiar su Sueño, libro de 102 páginas, impreso en los Talleres de La Moneda, Santiago de Chile en diciembre de 1944, la dedicatoria lee así: “Con motivo de la muerte de mi hermano Fernando después de ascender el Aconcagua el 16 de febrero de 1937”.
Corazón del Hombre. Libro de 69 páginas, se imprimieron sólo 400 ejemplares numerados, a mí me tocó leer el número 136, (el número está manuscrito por ella con pluma fuente), de la Editorial Morales Ramos, en Santiago de Chile, con fecha julio de 1949. Lo dedica así: Para el Dr. Benjamín Vicuña, que me salvó la vida.
En este libro me llamó la atención esta estrofa del poema:
Burgués, ¿qué quieres de mí?
No tengo fortuna, no tengo ni nombre
Vengo de la calle, del mar de la vida
No tengo papiro, un papel, un pariente
¡Ay! Sólo un caracol me traigo en el pecho.
Selva, su libro de poemas, está dedicado a Nicaragua, fue editado en Santiago de Chile en 1944.
En Selva, Olga trata de describir su impacto al cambio ecológico que notó en su querida selva de sus memorias a la Matagalpa de los años veinte.
En la primera página del libro, justo al lado del dibujo a mano alzada de Olga, está esta frase poética de Olga que refleja la rebeldía de esta poetisa:
Sentarse en las sillas poderosas y quebrarlas.
En Selva, Olga escribe:
Vivía yo en Chile
Segunda patria mía
Y vino un enorme barco
cantando con Neptuno
Y fascinada me tuvo
por las aguas del Pacífico
Un día llegué a la playa
ansiosa por ti llamada
y Corinto me saludaba
y me llamaba mi tierra
con su voz de Nicaragua
Y me asaltó la noche con estrellas
Y nunca las vi más bellas
Y nunca las vi tan cerca de mis anhelos
Y se vinieron las voces con mi colegio
Y el internado con las muchachas
Y aquel gran lago de Granada
con islas verdes y cocodrilos
Con barcos lentos como fantasmas
Era un crepúsculo
en el retorno a nuestra Selva
Rodolfo, Fernando, Enrique
Malucha permanecida entre nosotros
Llora corazón mío por los alaridos
del mono, y de la leona
Llora corazón mío
Mis padres tan felices que reían
mis hermanos gozosos que vivían
La selva de pájaros brotaba
Aquel tronco milenario
con sus nidos de quetzales
El puente construido por mi padre
Aquel lecho de heliotropos
Los rosales de mi madre
no vivían ya
La carretera, la máquina triturando,
y limpiando el grano de café
¿Dónde estaban sus almas?
¿Entre chozas de indios?
¿Sobre el río Jigüina, tan río, tan sencillo?
¡Ah!, sus fauces de conquista
enturbiando el alma de los indios
Destruyendo tus milenarios animales
¡Ah!, sus ojos hambrientos de dinero
Robando la belleza de su suelo
¡Ah!, su baba sucia de avaricia!
Tierra mía, mi tierra
estás herida de tumbas en mitad de tus extrañas
Estás quedada en regiones de abandono
Mas llegará la Selva, señora de tu reino
Nuevamente grandiosa, limpia de codiciosos arados
Y de látigos de tiranos
Llegará con torrente de hojas verdes,
Y con hombres de libres esperanzas
Llegará con pueblos de montaña y de pájaros,
aromada de frutos,
y de orquídeas salvajes
Llegará en raíces poderosas
con el viento lanzando
coronada de faros justicieros
y de triunfantes antorchas
¡Oh mi tierra!