RAFAEL CABRERA
Nació en Cojutepeque, El Salvador en 1860, y murió en Guatemala, en 1885. Una vida bajo el signo de la vehemencia romántica, en los amores y en la poesía. Novio de Ana Dolores Arias (“Esmeralda”), de la que se separa al irse a Guatemala, a estudiar. Allá el poeta escribe, sueña y se enferma. Y muere. Sus poesías rezuman nostalgia y pronunciación. Versifica con esmero, y el color emotivo impregna sus leves estrofas. Dentro de la lirica salvadoreña, encarna con “Esmeralda”, el signo legendario de la pasión ir realizada. Recogió sus versos, y los dio a Joaquim Méndez para que los editara en un libro; pero luego se arrepintió, y ahí quedaron dispersos, en antología y periódicos. Murió en un rapto de angustia fugitiva, a la puerta del lazareto don paso sus últimos días.
En “Los poetas novios de Cuscatlán”, recogido en “paginas escogidas das” (San Salvador, 1939) señala Juan Ramón Uriarte: “en su canto a LA CEIBA DE MI PUEBLO-que basta para exaltar su nombre en nuestra historia literaria y que en su romance en el Lago de Llapango, su imaginación bulle libre y soberana y ya no se perciben los valimientos de Espronceda, Bécquer y José Joaquín Palma./ En ambas poesías prosperan las imágenes auditivas, visuales y motrices para hacerlos ver mejor lo que el poeta descubre en la realidad del mundo exterior e interno”. Y el mismo Uriarte, sobre el poema de la ceiba: “nosotros llamamos a esa poesía como el poema de la nostalgia, sin rival en la letras nacionales.” Cabrera, por su parte, en articulo citanos en la nota referente a Ana Dolores Arias, concreta: “cuando Esmeralda interesa como mujer, Gabriela por llevar en su ser algo dramático, real, palpitante. ¡Ah!, este estaba llamado a lanzar gritos tremendos en sus combates con la suerte. Este hubiera dado toque formidables a las puertas misteriosas del destino humano, si la muerte no le corta el paso y calla la voz de su interesante escepticismo.” El poema más famoso de Rafael Cabrera es “LA CEIBA DE MI PUEBLO”.
La Ceiba de mi pueblo
“En el pueblo indígena de San Juan Cojutepeque los monjes de la Orden de los Predicadores de los Santos Evangelios o de Santo Domingo de Guzmán, edificaron dos Iglesias: la de San Juan Bautista en 1612 y la de San Sebastián en 1692”
Frente a la Iglesia de San Juan, Barrio San Juan actualmente se extendía una amplia plazoleta, de forma irregular y de suelo sinuoso, en cuyo centro erguiase soberbia e imponente, en sus enormes ramas extendidas como brazos gigantescos, una añosa ceiba. En sus mejores tiempos ella proyecto su “inmensa sombra amiga” y albergo pájaros y nidos, epifitas y enjambres de insectos en un mundo maravillo de voces y colores, de luces y silencios. La Ceiba de San Juan era “el alma del pueblo”, el símbolo de la comunidad Cojutepecana.
“A principios de los años 1900, la ceiba de Cojutepeque cayo abatida por el hacha inmisericorde de un Labrador y por la orden de un ignorante funcionarios público; pero en el bello poema de Rafael Cabrera, el poema de la nostalgia, vivirá mientras viva la Republica, como una de las más bellas expresiones estéticas” (Pagina 100. El Salvador, Historia de sus Pueblos, Villas y Ciudades. Jorge Larde y Larin, Edición 1957). Según registros una ceiba sustituta se plantó, en la esquina de la Avenida Cabrera, el 3 de mayo de 1924.
De la Ceiba no quedo fotografía ni pintura alguna. Solo las agiles expresiones de Rafael Cabrera, quien “En la Navidad de 1882 – escribió en preciosos endecasílabos “La Ceiba de mi Pueblo”, llamado “el poema de nostalgia”. En dicho poema describe la ceiba, nos da presencia de aquel árbol en la historia del pueblo: en tanto que la actual, circundada por el muro de la alcaldía actual, espera el bardo que la cante, y se apresta a desafiar a los siglos”.
La Ceiba de mi Pueblo
Rafael Cabrera
I
¡Anciana ceiba de mi pueblo amado
!Si volverá a sonar bajo tus rama,
Sentado en tus raíces muellemente,
A la luz que nos dice “Hasta mañana”
A veces triste, conmovido y loco
Me finjo estar bajo tu sombra escasa
En una de esas tarde voluptuosas
En que se siente, se delira y se ama…
Allá, a mi izquierda, el encendido ocaso
Pintando flores en cendal de gualda.
Y la ondulada cumbre de los cerros
Perfilándose en fondos de escarlata.
En rumbo opuesto el San Miguel truncado
En tul se vela de azulino nácar.
Cual el genio infeliz de los ausentes
Perdido en el turbio de las distancias.
Allá también el San Vicente adusto
Su majestuosa cumbre dentellada
Engolfa altivo en la región sidérea
Como un sarcasmo a la soberbia humana.
Las nubes ciñen la severa frente
Cual leves copos de errabundas gasas.
Y acaso el yermo de su bronca cima
El campo sea de feroz batalla.
En donde el cóndor contra el cóndor luche
Con curvo pico y prepotentes garras,
Sobre el girón de palpitante presa
De un cóncavo a los bordes disputada!
!Quien sabe si mañana el gran coloso
Conmueva de mi valle las entrañas,
Y al tronar estridente de sus fauces
Se inunde Cuscatlán de ardientes lavas!
!Quien sabe, muda efigie de los siglos,
Si el dulce techo de mi abuela anciana
Vayas a sepultar tonante y fiero
En mar inmenso de encendidas llamas!
Mejor mil veces que arrogante y mudo
Seas del valle esplendida atalaya.
Refrescando tu frente con neblinas
Y haciendo hervir las fuentes a tus plantas.
Que sientas adormirse dulcemente
Al rumor melancólico del aura
La ciudad legendaria en un tiempo
Libertad! Libertad! – clamo a tus faldas.
Y el brazo armado de sus nobles hijos
La fe por guía y por pendón la audacia,
Humillaron la testa del tirano
De los valientes hijos de Tlaxcala …
Y frente a mi … del carcomido templo
La pintoresca mole se levanta,
Donde oraron los padres de mis padres
Ante el altar del tiempo de la España.
El verde llano y el amate umbroso
Donde de niño cándido jugaba,
Y la calle mil veces recorría
En las austeras procesiones santas!
II
¿Si volveré con húmedas pupilas
A contemplar las miserias parasitas
Que nacen, crecen, aman y se mueren
Al calor fecundante de tu savia?
O si juguete de los largos siglos
Que han dejado tus cepas deshojadas,
Te iras a ver muy pronto a sus embates
Sobre el suelo por siempre derrocada?
Las golondrinas que tus ramas pueblan
Son más felices que quien hoy te canta:
Ellas contemplan aquel pueblo mío
Que las ruines pasiones despedazan.
El riente pueblo que me vio en la cuna
y entre alegrías escondió mi infancia;
Que guarda todos mis recuerdos dulces
Y en otro tiempo me brindo esperanzas!
Ellas contemplan revolando alegres
El pueblo aquel cuya ilusión me halaga;
Que no prospera pero siempre bello,
Nido de amores y perfumes guarda.
Ellas le miran cuchicheando alegres;
Yo con húmedos ojos le mirara;
Y tal vez le veré cuando de muerte
Enferma sienta desmayarse el alma!
Si decretado esta, cuando la vea,
Ansiosa acaso la filial mirada,
En vano, en vano de mi abuela busque
Las venerables y apacibles canas.
Bajo las sombras caras y tranquilas
Del techo aquel, donde cuando ella oraba.
Yo, mis alegres tiempos recordando,
Reía con los niños de la casa.
Mi pobre abuela! Si de tu hijo inquieto
Las alegrías muertas retornaran.
Volvería al hogar y de tus labios
Con fe recogería las palabras!
Pero aquellas horribles tempestades
Que oías rebramar en sus entrañas,
Aun rugen con los ecos de la muerte
En las noches funestas de su alma!
Tal vez no existirás cuando yo vuelva!
Y vuelta escombros tu modesta estancia,
Mi padre, mis hermanos, mis amigos…
También en polvo para siempre yazgan!
III
Añosa ceiba! Dime sin en las tardes,
Cuando la luz crepuscular te baña,
Precioso enjambre de morenas lindas
Acude a sonreír bajo tus ramas.
Esas beldades mis amigos fueron,
También entre ellas escogí una hermana
Que me supo alentar cuando moría
El ultimo fulgor de mi esperanza.
Sus labios para mi vertieron mieles,
Y hermanos en el arte y en la patria,
Juntos cantamos, y sintiendo juntos,
La misma nota estremeció las arpas.
Lloroso un día me llegue a sus puertas
Y por última vez deje a sus plantas
Elegiaco cantar de despedida
Porque un hado fatal nos separaba.
Ella me dijo que en la casta lumbre
Que el astro de la noche nos enviara,
Los llantos de la ausencia se unirían
Cual sollozos de tórtolas que se aman.
Yo he cantado las hondas conmociones
Con que la ausencia el pecho nos desangra,
Y han ido hasta el alcázar de la Luna
Mis notas tremulentas y cansadas…
A su recuerdo inmarcesible y santo
Hay cuerdas que mi citara consagra,
Que suspiran el eco de sus himnos,
Y chispean la fe de sus palabras.
Y en su música vaga e infinita
El moribundo corazón empapan,
Y más allá de la vital miseria
!El pensamiento en abstracción espacian!
Di si la has visto ¡ceiba de mi pueblo!
Sentarse y suspirar bajo tus ramas,
Y volviendo los ojos al Poniente,
Verter de penas silenciosas lágrimas.
Y si bañada en rayos de la Luna
La oíste sollozar cual la torcaza
En las frondas calladas de los sauces,
Cuando los sueños su sopor derraman.
¡Ah! Yo la he visto lánguida y tranquila
Descender hasta mí, tímida y blanca
Como el santo candor de la pureza
Y la primera luz de la mañana.
IV
Siempre la veo! De mi mente nunca
Sus encantos purísimos se apartan,
Y me habla en el lenguaje de los dioses
Y me infunde la fe de sus plegarias.
¡Quien pudiera volver a los parajes
En donde tu penosa te levantas,
Y exhalar en el grito de los cisnes
La triste inmensidad de la nostalgia!
Sentir, amar, correr como en los días
De fiesta y placer, luz y fragancias
Que el cáliz de la vida, exuberante
Y lleno hasta los bordes, derramaba!
¡Quien pudiera escalarte y recoger nidos
En infantil dulcísima algazara,
O cortar los capullos y las flores
Con que te adornan miles de parasitas!
¡Quien recorrer pudiera uno por uno
Tanto nido de amor donde dejaran,
El corazón sus poemas de alegría,
Y sus tristezas pálidas en el alma!
Y aparecerse y ver en el paisaje
La de mi madre sombra veneranda,
Y hablarle en el idioma de los niños,
Y esperar y morir al escucharla!
Y quien … al fin ¡oh ceiba de mi pueblo!
Escuchar el sollozo de sus ramas,
Formar con ellas una cruz mortuoria
Y en la fosa dormir bajo plantas!
Guatemala, Navidad de 1882.
(Tomado del libro; Cojutepeque, biografía de un pueblo)