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Channel: POETAS SIGLO XXI - ANTOLOGIA MUNDIAL + 20.000 POETAS: Editor: Fernando Sabido Sánchez #Poesía
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ISMAEL BELDA [16.267]

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Ismael Belda

Ismael Belda nació en Valencia en 1977 y a los cuatro años se mudó a Madrid, donde ha vivido hasta hoy. Cursó estudios de Filología Hispánica e Inglesa en la Universidad Complutense de Madrid y comenzó a escribir crítica literaria para la revista Artes Hoy. Ha pasado los últimos diez años escribiendo una larga y ambiciosa novela llamada Vesperal. Actualmente es un colaborador habitual en Revista de Libros.

La Universidad Blanca es un libro que gira en torno a su pieza central: un largo poema narrativo que le da título y que habla de un lugar de aprendizaje perteneciente al mundo de los sueños y de los misterios. El poema está escrito en pareados alejandrinos, un metro anticuado y flexible, y oscila entre el prosaísmo intencionado y el más alto vuelo lírico. Varias presencias sobrevuelan el texto: los heroic couplets de Browning o del gran poema de John Shade (incluido en Pálido fuego, de Nabokov); los largos poemas narrativos posmodernos de Kenneth Koch, James Merrill y John Ashbery; la Epístola (a la señora de Leopoldo Lugones), de Rubén Darío, y la ciencia ficción clásica. Las otras dos partes las forman: una novela en verso fragmentada sobre las andanzas de un autómata de apariencia humana que viaja por California, conversa con los fantasmas del marqués de Sade y de Vlad Tepes y se adentra en las últimas eras del universo; y una especie de cancionero perdido de una tierra olvidada: breves piezas líricas imbuidas de una nostalgia imposible.



Partida de caza

El lago en invierno
ofrecía sólo un perfil
bajo sólo este sol
amarillo. En la página
el plegado caimán del pulgar,
diligente, transparentando
antiguos paseos en tílburi.

Todos los gansos del cielo
eran un solo ganso espejeante.
Entre las cañas escuchábamos
una fija vibración, légamo
de humo de tabaco, manantiales.

Los cambios de la luz
sobre el lago amarillo.
El ciego perfil terciado
de un rostro perdido, perdido.
Una mujer junto a un caballo
en una ciudad de invierno,
seria como la muerte, que espera.

Una voz raspa capa tras capa. Sueños
que descienden en giros, en máscaras.
Altas bandadas al alba pasan.
La escarcha calladamente florece.
Aún hay luz en la vieja cabaña.






“Sopesé la locura
y las cosas que rompen la intricada textura
del mundo, intrusos mudos, remotas avanzadas.
Pensé en Tlön, y en los ínfimos zapatos de las hadas.”




`La Universidad blanca´, de Ismael Belda
Poesía. Ediciones La Palma, 2014. 88 páginas




EL AUTÓMATA TOMA HABITACIÓN

El autómata toma habitación
en un hotel de California. Pregunta en recepción
por Rosamunda. No se aloja aquí, le dicen 
dos muchachas gordas y felices; una de ellas
enormemente inteligente, piensa él. Se fue hace varios días, lamentan.
Ojalá que tengas suerte, le dice la otra.
En los pasillos, sus pasos no se escuchan. Sólo un rumor
de máquinas al fondo de la mente hace
temblar un poco las paredes en la yema de los dedos.

En la piscina, parejas de ancianos perfectos sonríen
a las pequeñas sombrillas de sus daiquiris. Nadie
habla en voz muy alta. El cielo de Los Ángeles,
a la tarde, tiene la suave precisión que uno espera siempre de los cielos.
(Uno siempre queda defraudado. Pero no aquí, no aquí, aquí no, Rosamunda).

Es de noche. Las reverberaciones de la piscina
se entrecruzan en los rostros, en los muros,
danzan una danza que el autómata conoce, e interpreta.
Hablan de los caminos del país del tiempo, hablan
de los vientos que eternamente soplan y soplan, cantan y cantan,
empujan figuras minúsculas a las landas del otro lado.
Las ondas de luz de la piscina saben estas cosas,
y algunos ancianos, que beben mai tais y piñas coladas,
lo saben también. Buena gente, piensa el pobre autómata adolescente.

Su habitación es roja y tiene una pintura enmarcada
de una gigantesca ola en el mar. En la cresta de la ola,
un hombre diminuto en una tabla de surf. El autómata se acerca. 
La cabeza del hombre está al revés, o eso parece. Tan sólo hay pelo
donde debería estar su rostro. En la televisión
el autómata ve varias obras maestras del cine.

Nuestro amigo espera días, semanas, bebiendo él también
vesper martinis, mojitos, manhattans, mai tais, margaritas.
Conversa con ancianos de infinita sabiduría.
El alcohol, tristemente, no le vuela su pobre cabeza de plástico.
Si acaso le pone más sobrio, le hace ver la realidad:
un humo estroboscópico que asciende de todas las cosas.
Cuando se acuesta, sueña con el hombre cuyo rostro es una nuca.

Pasea por Sunset en crepúsculos interminables. En el cielo, a veces,
se libran batallas carmesíes entre ejércitos secretos. Todo el mundo
lo ve. Todos hablan de ello.
De lo más alto de una palmera muy delgada
un pájaro mecánico alza un vuelo rutilante y se funde
con la estela de un avión. Todo hace señales.
Las delicadas hierbas que rompen el asfalto al pie de las verjas dobladas
son de una inexpresable belleza, y el autómata 
piensa que querría hacer música con ellas, para ellas, si pudiera.

Una niña, en Pico con La Brea, le dice tú no eres de verdad.
El autómata no sabe qué decir. Para disimular
le saca medio dólar del oído a la niña.
Ella lo coge y se lo guarda de nuevo en la oreja.
Es rubia. Se llama Venetia. Lleva puesta una camiseta
con el rostro de Captain Beefheart en magenta y amarillo. Le pregunta
¿vivirás eternamente, autómata? ¿O te apagarás un día
y estarás solo? ¿Estarás solo, pobre autómata 
solitario? ¿Estarás solo si vives para siempre?

A la mañana siguiente,
el autómata alquila un hermoso Chevrolet Impala azul, y piensa
en su otro coche, su maniático y eufórico coche blanco europeo,
piensa en la ternura de las máquinas, en el amor lancinante, descuartizador, de 
         las máquinas.
Salen de Los Ángeles, él y su coche, y cruzan el valle de San Joaquín.
Hay ríos perezosos, vestidos de barro, que se demoran en curvas a cuyas orillas
crecen inmensos árboles y carretas abandonadas. Hay campos de trigo
de donde vuelan pájaros negros con las alas rojas.
En el aire fresco hay humedad que alegra el rostro
y una música de Rosamunda, una música desnuda y delicada
que el autómata no entiende
pero que con delicia y desgarro ama,
ama con vergüenza y odio de sí mismo y con grandeza,
y con felicidad tranquila y éxtasis. Amor humano casi.
En el Norte empiezan las secuoyas y la bruma, y el olor a mar. Amar, amar,
piensa el demencial autómata.
El coche, poco a poco, se hace invisible.
Desaparece en mitad de una larga recta junto a las olas.




LOS MUERTOS

“Soy un clérigo andrajoso que se desliza por las paredes”,
dice el niño al acabar el puzle. En el cielo, tras las ventanas,
aviones plateados trazan líneas de vapor y de cristales de hielo.
“En Plutón. Allí han vivido en la oscuridad y el frío.
Para cada uno que llega, la misma noche en fuga hacia el espacio exterior.
No podemos imaginar el horror, el rechinar de dientes.
O quizá sí podemos”.
La Coca-Cola del niño se retuerce en lentos hilos translúcidos entre los hielos.
Tiene el pelo húmedo y pegado a las sienes
y la venda que cubre el muñón de su mano
está levemente manchada de sangre.
“Han construido naves. Han construido ciudades flotantes.
Quieren tomar posesión de lo que es suyo. Del azul, del verde, del hondísimo amarillo.
Vienen del final del sistema solar”.
Mientras el niño habla yo observo a dos muchachas de una mesa cercana
que se besan y que juegan por debajo de la mesa.
El contacto entre sus lenguas recuerda al oleaje del mar, recuerda a nubarrones de tormenta.
“Yo oficio en una tarea sagrada.
Salvo grandes trozos del mundo y los pongo fuera de su alcance.
Al menos por el momento, retraso su venida”.
Las dos muchachas sonríen maliciosamente sin dejar de besarse
(algo ha ocurrido bajo la mesa).
El niño susurra una palabra: “Venetia”.
“¿Qué pasará cuando vengan?”, pregunto.
“No lo sé”, responde el niño. “Todo cambiará.
Quizá todo será demasiado distinto. Quizá es imposible que sea malo”.
El puzle, contra lo que pudiera pensarse, no es El triunfo de la Muerte,
sino una reproducción de la segunda Torre de Babel,
esa que parece quemarse desde dentro con una llama inacabable.




Ismael Belda: nace un escritor

Por ANDRÉS IBÁÑEZ 

Ismael Belda firma «La Universidad Blanca», una obra innovadora tanto en el terreno lírico como en el narrativo. Un libro importante que debería ser leído con asombro por los poetas y por los narradores.

Este es, sin duda, el sueño de un crítico literario: tener la ocasión de descubrir, en el curso de su vida natural, a un nuevo escritor, señalarlo al mundo y hacer sonar trompetas (dentro de sus más que modestas posibilidades) para llamar la atención, en medio del bosque de títulos anodinos que llenan las librerías, sobre la aparición de un libro genial. Ya que eso es La Universidad Blanca, de Ismael Belda, un libro de poesía que es también un libro narrativo y que abre los cielos de la poesía española y los de la narrativa española como un meteoro.

Imaginemos a un poeta que reúne en una voz de insólito virtuosismo y brillantez la herencia de nombres como Yeats, Wallace Stevens, Lezama Lima o Rubén Darío, a los que habría que añadir otros como Leopoldo María Panero, y además al poeta Roberto Bolaño y además al poeta Vladimir Nabokov, especialmente el del genial poema Pálido fuego. Imaginemos a un poeta que reúne todas estas cosas en una paleta donde aparecen colores traídos por Rilke, por Kleist, por Hölderlin, el recuerdo de la «isla donde los cantos son verdad» de las Lamentaciones de Menón por Diótima o la fascinación de las rosas místicas de Rubén Darío junto con los colores salvajes y deslustrados de la ciencia ficción.

No creo que en 2015 se publique en español un libro más importante
Imaginemos un poeta para que el que, ¡por fin!, la poesía es la lengua total, la que permite la lírica, la épica, la narración, el diálogo, el raro embrujo, las visiones, el ingenio, el virtuosismo formal, el humor, la alta especulación filosófica. Imaginemos a un poeta que avanza en todas direcciones, que cultiva una singular libertad rítmica y practica metros raros y difíciles (la sextina, la villanela), que pretende maravillarnos y deslumbrarnos pero también contarnos historias, y todo al mismo tiempo.

Atrevida belleza

Veo La Universidad Blanca como el heraldo posible de una nueva época de nuestra literatura. Los temas que se reúnen en este libro minúsculo pero de alcance incalculable son de esos que harán fruncir el ceño a las mentes retrógradas: la poesía, la narración, la ciencia ficción, la especulación metafísica, pero sobre todo la posibilidad asombrosa e inevitable de reunir todos esos elementos en una construcción artística tan intensamente original como hermosa.

Sería imposible dar una idea de la atrevida belleza de estos poemas
Este libro no sólo debería ser leído con asombro por los poetas, sino también por los narradores, especialmente los interesados en el género clave de nuestra época (me refiero a la ciencia ficción), porque tan asombroso es como obra innovadora en el terreno de la lírica española como en el de la narrativa. «Fragmentos del autómata» es una maravillosa narración en poemas que cuenta la vida y amores de un «autómata» con diversas mujeres y en diversos países, pero es «La Universidad Blanca» la pieza central del libro.
Sería imposible dar siquiera una idea de la riqueza de ideas, de la intensa y atrevida belleza de estos poemas, de su rabiosa originalidad, de la fascinación de la nube de nanomáquinas doradas que crea mundos paralelos en los cuales vivimos vidas reales, del asombroso currículo de la Universidad Blanca en la que los estudiantes aprenden asignaturas maravillosas y sobrenaturales. Todo un curso de estudios para crear una nueva humanidad, para inventar un nuevo mundo, para inventar un nuevo arte, una nueva poesía y un nuevo arte narrativo. No creo que en lo que queda de año se publique, en español al menos, un libro más importante que este.

La Universidad Blanca
ISMAEL BELDA









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