Yasmín C. Moreno
Nací en Madrid en 1993, ciudad en la que vivo. Estudio Psicología en la UAM. He publicado la novela breve Los días verdes en formato digital (Plataforma Editorial, 2014) y el poemario El beneficio de la enfermedad (Ártese quien pueda, 2014). También han aparecido poemas en las antologías digitales Ciudades esqueleto, Animalario y Tenían veinte años y estaban locos.
PARÍS
II
Cuando mueras iré a París me llevaré a nuestros hijos los ahogaré en el Sena.
París olerá
a mantequilla
como siempre
comeré
o no comeré.
Luego declararé mi naufragio.
*
Serie 27
Todo empieza en los ojos
y acaba en
cuántas ruinas pequeñas los hicieron polvo
(El miope dice NO a sus gafas)
*
La profecía dice que ella nacerá vieja, morirá joven.
Evapórate, como en 1984,
ese ha de ser para vosotros el castigo.
*
La humanidad se reconoce a sí misma como en un espejo. Mientras
el cáncer corroe la sociedad como metáfora del desgaste.
*
Volver a la superficie del Mar Muerto.
Al contacto de las partículas sodio- potasio que nos dieron la vida.
- Ahora la tierra vieja es el producto de la erección social de la avaricia-
*
Una estampida de pequeñas locas hacia los baños.
Por qué
no aprendieron
en su día
a contener fluidos en la tráquea
*
Ellos naufragan en mí, como de vuelta al barro.
El barro, el barro.
Cama de tantos.
*
En la orgía de las rebajas de Oxford Street
los cuerpos callan y se buscan como nunca, conscientes de haberse devorado
27 de enero, 2013
Al principio no hay nada tras los ojos
Arritmias de palabra
Con un vacío de vulva
Luego brotó como una flor
todo corola y pistilos
O no brotó
Mi vientre
raíces resecas retorcidas.
*
Nacer
ese verbo luminoso que consiste en
engancharse y desgarrarse
de pececillos al útero
como anclas
El tajo necesario el terciopelo del moho unas
cuantas ramas en los pulmones
cómo se ahuecó mi pecho
la primera vez que oí decirlo,
madre.
*
Ahora
que no tengo miedo de la vejez
-aunque sí de los muertos-
igual que no se tiene miedo a ser
más viejo que el padre
igual que sabemos que llega el punto
en que no es posible envejecer más cuando
no hay espacio para más arrugas
Entonces uno crece para atrás y la edad no cuenta
*
en la humedad de dos esponjas crecen
dos gusanos
trepando raíces arrancadas
para poder
respirar me acorralaba
fuerte
la tráquea
*
Tenías la nostalgia de los cantos árabes en la garganta.
Decías
vas a ser una mujer muy desgraciada, hija.
Pero qué fue de mí
Padre
A tu muerte envejecí pronto y rápido.
*
Abrió los ojos negros por primera vez
como quien nace reptando del intestino
y dijo
Yo,
que tenía la capacidad de traspasar umbrales
y no romper
que te esperé con la paciencia erosiva del viento
así
así
ciega de luz
los ojos oscuramente claros los ojos
y la ternura primera del parto.
Ártese quien pueda publica El beneficio de la enfermedad, el primer poemario de la joven poeta Yasmín C. Moreno
Por María Mercromina
Escribir sobre la enfermedad y el propio cuerpo es algo que han hecho muchísimos autores. Escribir, estar enferma, ser consciente del cuerpo y de los cambios que irán aconteciendo en él y recrearse en ello a los veinte años, es diferente. Tener veinte años y saber que podemos usar nuestro cuerpo para hacer daño, dar origen y recrear el dolor desde el poema de manera intencionada, también es algo que han intentado pero no conseguido, a veces, muchos autores.
Yasmín C. Moreno tiene veinte años y un libro-cuerpo que duele y se desmenuza al pasar una a una sus páginas. Un cuerpo que la contiene pero que no le impide, desde la consciencia, hacer daño. Un cuerpo roto de animal y niña con útero de mujer vieja, como ella escribe, “nacer vieja chica de quince con útero de mujer mayor, como una mujer con leche en los pechos y el parto de aire”, al que le llega el cambio a mujer de golpe, como si la adolescencia llegara una vez dormidos y al despertar, frente al espejo, contempláramos el cuerpo saludable como un paisaje nuevo que podemos erosionar nosotros mismos: “¿es esto la salud, excitarse mirándose al espejo?”
En El beneficio de la enfermedad, descubrimos el anhelo de la infancia, la añoranza por el cuerpo que nos meció en su vientre y al que no volveremos nunca. La autora en más de una ocasión a lo largo del poemario insiste en la diferencia y separación entre el hogar y la casa, y lamenta su no-significado como sinónimos en su caso. Describe de principio a fin la elección de la escritura frente a la enfermedad y el cuerpo. A veces Yasmín parece una niña, y siente vergüenza cerrando los ojos al escribir, como en el sexo. Pero esa vergüenza desaparece y Yasmín también es mujer y confiesa, aquí la enfermedad tiene nombre propio.
Primero hay que llenarse
para vaciarse por dentro. El silencio
purifica la garganta, como el hambre lo hace
con los huesos.
Callar mucho tiempo es otra forma de ayuno,
no abrir la boca para vaciarse hasta el fondo.
En las últimas páginas del libro, la autora deja vislumbrar la relación con su padre, y esto, en mi opinión, es lo que rompe la línea continua y unidad con el resto de poemas. Una relación rota con un mar de por medio y con una huida contada en poemas como Matar al padre: “para poder sobrevivir he tenido que matarte”.
mi padre
decía que la luna de Madrid
no podía ser la misma que la de
Damasco.
¿Por eso entonces
yo habito el hogar
en el sentido antiguo?
¿Por eso huyó de mí,
por llevar el nombre de una tierra
bombardeada?
Este primer poemario de Yasmín C. Moreno bien podría ser un paseo por la genética de la enfermedad y del dolor. Una multitud de voces, aún, que con el paso de los años y de los poemas ganará fuerza y personalidad. Porque Yasmín, como ella escribe, quiere ser transparente y cruda como una lección de anatomía, y créanme, lo conseguirá.
Foto: Nadia Tosi– Fotocrónica