PAULO DE JOLLY
Paulo de Jolly nació en Santiago de Chile en 1952. Ha publicado Luis XIV (Universidad de San Juan, Puerto Rico, 1982), poemario que ganó el Concurso Internacional Juan Ramón Jiménez. El año 2006 publica la plaquette Príncipes, duques y mariscales de Francia (autoedición). En el año 2006 reedita Luis XIV.
Poeta de culto, nacido en Santiago. En 1982 publicó el poemario Luis XIV -editado por la Universidad de San Juan de Puerto Rico-, breve volumen que por mucho tiempo permaneció como su única obra. Este trabajo le valió el reconocimiento de sus pares y lo hizo conocido en el ámbito literario como un personaje excéntrico por su fijación con la corte del monarca y el siglo XVII francés.
Entre los años 2003 y 2006 publicó una segunda obra titulada Príncipes, duques y mariscales de Francia, siempre dentro de la temática que lo apasiona y acorde con su propósito histórico y literario de subsanar la falta de un gran poeta en la corte del "Rey Sol" que llevara al verso los esplendores de la nobleza.
El poeta Enrique Lihn lo describió así: "La primera vez que vi a de Jolly fue en uno de esos Encuentros de Arte Joven (Santiago, 1979). Habían leído algunos de los ya maduros poetas de los grupos Trilce y Arúspice, y yo, menos joven que ellos, hacía un comentario de la lectura. De Jolly me interrumpió, en nombre de la juventud, que también tenía cosas que decir, pero no parecía representar a la que estaba allí concentrada, toda ella disidente. Su pinta -quizás su disfraz- era el de un Militante de Patria y Libertad, de cuello y corbata, peinado a la gomina. Decretó llorones a los lectores, no poetas, porque la poesía -dijo- es una construcción arquitectónica que debe elevar al autor por encima de sí mismo. Para decirlo con sus propios versos:
Y ni siquiera el brillo lejano
de todo el reconocimiento del mundo
en mis palabras
podrá desviar mis intenciones
esenciales
que son como la eternidad
en mis salones de Versailles
en cambio el mundo es indeciblemente transitorio
y todo rey como hombre
tiene su final.
(Enrique Lihn. "Luis XIV soy yo". En: El circo en llamas: una crítica de la vida. Santiago: Editorial LOM, 1997 Pág.185-186)
Y ni siquiera el brillo lejano
de todo el reconocimiento del mundo
en mis palabras
podrá desviar mis intenciones
esenciales
que son como la eternidad
en mis salones de Versailles
en cambio el mundo es indeciblemente transitorio
y todo rey como hombre
tiene su final.
(Enrique Lihn. "Luis XIV soy yo". En: El circo en llamas: una crítica de la vida. Santiago: Editorial LOM, 1997 Pág.185-186)
El poemario Luis XIV, ganador del Concurso Internacional Juan Ramón Jiménez, fue reeditado en Chile en el año 2006 con prólogo de Diego Maqueira.
LUIS XIV Y LOS POBRES
No me parece bien que Cristo
hablase el lenguaje de los pobres
no siento afecto por ellos
no he querido enterarme de la
condición triste y desesperada
de la mayoría de mis súbditos
mucha gente tuvo que lamentarse
por haber intentado informarme de esto
no repararé en injusticia alguna
con tal de obtener los pobres necesarios
los pobres merecen su destino
Luis XIV al arquitecto Vauban
Lo que una vez cantado dio renombre a tu insigne boca
de fiel intérprete de las sílabas del agua
fruto imperecedero es
serás siempre el vivo anhelo
de lo que contra todo el odio del mundo
desde el principio quiso ser
arquitecto de tales como aquellos
fulgores primaverales evidentes
tratando de intervenir la atmósfera nupcial
del rocío y de la aurora
y ni siquiera el brillo lejano
de todo el reconocimiento del mundo
en mis palabras
podrá desviar mis intenciones esenciales
que son como la eternidad
en mis salones de Versailles
en cambio el mundo es indeciblemente transitorio
y todo rey como hombre tiene su final.
Poesía de lujo
"Louis XIV" de Paulo de Jolly
Tajamar Editores. Santiago, 2006, 100 páginas.
Por Felipe Cussen
Revista Universitaria N°94
«Para cantar de Luis el intrépido coraje no hay voz bastante templada ni palabras grandiosas que puedan trazar la imagen; el silencio es la lengua que debe cantar sus hazañas». Así expresan los pastores del prólogo a El enfermo imaginario de Molière la insuficiencia de las torpes palabras humanas para describir la grandeza del Rey Sol. A pesar de esta advertencia, el poeta chileno Paulo de Jolly ha convertido al monarca en el objetivo exclusivo de su escueta obra poética encarnando en la mayoría de sus textos la voz misma de Louis XIV. No contento con eso, en sus apariciones públicas, este autor se ha proyectado como un personaje inseparable de las lujosas aspiraciones de su poesía, citando sus gustos aristocráticos o posando en traje de jugador de polo. Esta ambigüedad en la delimitación de los roles se convierte en una dificultad para el lector, quien duda de la real intención de sus textos: ¿habla en serio? ¿está siendo irónico? ¿estará chiflado?, y en esos devaneos, nuestra lectura corre el imperdonable riesgo de no traspasar la cáscara de aquella primera impresión. Pero la confusión ya podría borrarse con la declaración que hiciera De Jolly en 1979: la poesía «es una construcción arquitectónica que debe elevar al autor por encima de sí mismo». No importa, entonces, el modo en estos versos no reflejaría los sentimientos del sujeto que los creó, sino el modo en que responden a la máscara que está intentando crear, y que aquí lo llevan a traspasar el límite de la ironía para alcanzar una inocencia radical.
Esta condición obedece a una intimidad con Louis XIV mucho más allá de los libros de historia, dejando de ser un fantasma para empapar por completo sus poemas. De Jolly escribe como si todos fuéramos europeos, y nos conduce con total naturalidad. Por eso, antes que un lenguaje anticuado o rebuscado, prefiere la transparencia, el respeto y el decoro, y el único preciosismo a nivel de vocabulario es el que obliga la precisión. Esto no quita que su paleta de recursos formales sea muy variada, desde las enumeraciones con las que monta sus escenografías, el uso ocasional de aliteraciones, rimas internas, repeticiones y juegos simples de combinatoria, hasta estrategias propias de las primeras vanguardias, como el uso de minúsculas, la ausencia de puntuación, los versos alargados por espacios en blanco, la presencia de neologismos y jitanjáforas. Todo ello, sumado a una sintaxis muchas veces transpuesta, con frecuentes anacolutos, pareciera promover la impresión de que en el traslado de los siglos el discurso ha sufrido deterioros y desconexiones, que más que mermar su esplendor lo enrarecen. Esos son los escasos momentos en que el autor parecería salir de su imperturbable ensimismamiento y permitirse un vistazo hacia el contexto histórico en que estos textos se estaban inscribiendo, pues es evidente que no se ignora la potencial incomprensión con que habrán cargado en una época en que la palabra poética se veía obligada brutalmente a una condición de lucha y denuncia. Imagino lo provocativa que habrá resultado su primera lectura en la década de los 80, cuando la insistencia en la palabra «regio» no sólo funcionaba como adjetivo de realeza, sino también como marca lingüística de la clase alta que encontraba que todo estaba, precisamente, «regio»... Pero creo que De Jolly estaba consciente de la oscuridad dominante y la ocupa precisamente como el fondo en que sus poemas conseguirán más brillo.
No es tanto un impulso melancólico, a fin de cuentas, el que aquí prima, sino la fe en la eternidad del arte más allá de la finitud del hombre. Me pregunto, sin embargo, si estamos suficientemente dispuestos a dejarnos conmover, si aceptaremos limpiar nuestros ojos para admirar esta belleza que ya se creía perdida, y de la que sólo podemos obtener una nueva imagen debida a la sofisticación y al artificio. Paulo de Jolly, por su parte, ha produndizado su impredecibilidad y excentricidad, y convierte su libro en un canto de felicidad:
«aquí está el coraje infinito
de luchar por la luz
indestructibles son las alegrías
de mi alma
aquí está
la afirmación de la vida
oh santa humanidad
Versailles debe quedar».
Con el mismo ímpetu cantaron también los pastores de Molière: «Lo que por Luis hagamos no se perderá nunca. (...) Felices aquellos que pueden consagrarle su vida».