AQUILES GARCÍA BRITO (La Isleta, Las Palmas de Gran Canaria, 1959).
Su vida laboral ha estado ligada a la actividad bancaria en una entidad de relevancia, ocupando cargos directivos en toda la provincia. De siempre le interesó y le ocupó la actividad artística. Actualmente escribe poesía y relatos, y participó con el cuento <El color de los alisios>, en el libro colectivo Voluntad y palabra [coord. por Marisol Llano Azcárate] (Colección Tid Mayor, Ediciones Idea, SCT, 2009), en la colección de relatos Antología 2011 (Editorial NACE, LPGC, 2011) con el cuento titulado <Esperando la visita>, y con el poema <Comida casera> en el Proyecto Art Food Para comerte mejor (publicación en soporte CD editado por Editorial PUENTE PALO y JAVIER CABRERA, LPGC, 2011). Se publica el poema <Canción de las banderas>, traducido al rumano por la Universidad de Bucarest en la revista Orizont Literar Contemporan (número 6 / noviembre-diciembre 2011), y la revista electrónica internacional de arte, cultura y literatura Cultura Colectiva (noviembre 2012) publica su poema <El sicario> elegido entre todos los presentados a nivel mundial para el Festival Poético Escritores por Ciudad Juárez.
En 2011 ha publicado el poemario La voz mirada (Coed. Ediciones Idea / Editorial Aguere, SCT, 2011).
Es presidente de la Nueva Asociación Canaria para la Edición y miembro de la Asociación Canaria de Escritores.
Correo electrónico: agarciabrito@gmail.com
Blog La voz mirada: http://aquilesgarciabrito.wordpress.com/
La casa grande
Quiero una casa grande con las puertas abiertas
para que entren todos los nombres,
quiero una casa grande, a la rosa de los vientos
con fachada a todos los signos,
con azotea para toda voz
que ulula en este firmamento
de fugaces estrellas.
Quiero una gran estancia sin murallas y franca
para que venga toda voluntad,
no quede rechazada ni una,
irrumpan felices las albas
a esta latitud muerta.
Quiero una con terraza como puerto,
de donde también parta nuestra bisutería
trabajosamente compuesta,
y rebase los muros de este Olimpo
como el grácil velero de las blancas banderas
sortea el arrecife sin ni siquiera verlo,
en las pleamares de las ideas.
Una casa que solo no puedo acabar quiero.
A ver si a mis amigos de las sopas de letras
y de castillos en el aire,
les queda alguna fuerza para darle una mano
de verde vivo.
Aquiles García Brito,
Las Palmas de Gran Canaria a 3/mayo/2012
El sicario
Tiempo ha,
te presentaste
para mostrarme qué se interponía
entre yo y las mujeres.
Maté a mi padre.
No fue impune, pues dejé de ser niño.
Después,
arrastraste cadenas ante mi
y maté un policía que llevaba muy dentro,
al fondo.
Hoy tengo conocidos en el cuerpo
y veo la cosa de otra manera,
no tan estricta.
Ahora vuelves,
muestras tus ojos de novillo
y señalas con un círculo el mapa.
Preparo el arma contra Nestor,
que arenga
<< nadie, pues, tenga prisa
hasta dormir
con la esposa, la hermana
o la hija del vecino>>.
En el futuro
seguiré asesinando a los deiformes
que hieren de lejos,
desde muy lejos,
en este caballo de Troya.
Aquiles García Brito,
La Isleta, veintisiete de agosto de dos mil doce, 20:45
Del poemario La voz mirada
(Coed. Ediciones Idea / Editorial Aguere, SCT, 2011).
PHOENIX CANARIENSIS
El columpio que me llevaba,
me traía y de nuevo ahora
me eleva a su follaje,
es la misma certeza
que bajo su fresca caricia
adquirí en la fugaz infancia:
Esta es mi casa.
Cuna de dioses mitológicos,
árbol de vida, hija del mar
en los reinos antiguos,
la rosa de los vientos
que un millón de sueños al joven
señaló en todas direcciones.
Sin embargo hoy,
tiene una difícil tarea,
cargando el saco del cansancio
duro se me hace el juego,
imposible alcanzar
con el propio impulso la brújula
de sus hojas abiertas siempre.
Y sé
que no debo esperar jamás
el renacer de un pájaro único.
Hábitat protector,
palmera canariensis,
El ave fénix que resurja
de sus cenizas esta vez,
debo ser yo.
Cada libro alrededor de la cama
tirado, en desorden cada volumen,
es una ilusión que quiso ser culmen,
sueño incompleto, una parte de tanta
vida ajena que no llega a ser tu alma.
Cada relato escrito a la mitad
viaje aplazado sin caducidad,
los poemas rotos, renuncia clara.
De aquellos al rescate tus abrazos
acudieron, de éstos fueron tus besos
los que me apartaron apasionados
para comenzar periplos lejanos.
Quiero creer que son tus recovecos
los que me hacen olvidar otros barcos.
LAS HORAS DEL AMOR
El mar no tiene tiempo,
es la felicidad.
Las olas van
y vuelven al mismo agua.
Mira desde aquí, ahora, quieta
y veras que ni las embarcaciones
padecen cambios.
Así somos nosotros,
hallarnos, la conquista,
el compromiso fiel,
un rato sólo.
No hagas las cuentas de avaros ridículos.
Las horas del amor
son inconmensurables y contadas,
como las épocas del mar, sin tiempo.
Tengo una llamada pendiente,
no está perdida.
Al igual que ahora estoy en un atasco,
después puedo volver sobre mis pasos
porque surjan imponderables.
Si no giraré a cualquier lado,
es más directo.
Pero si finalmente retrocedo
para liberarme de lo que me ata,
procuraré sea una gestión ágil;
hay una llamada que ilumina
parpadeante
en la oscuridad del viaje de vuelta.
Ya no es tan constante como lo era antes,
pero incluso por las mañanas,
cuando me alejo,
lo hago llevado de esa voz durmiente
que allí dejo por las ocupaciones.
Lo que unos dicen ajetreo,
otros estrés,
no es mas que el rastrear tras los obstáculos
a lo que no suena en esos instantes.
Tengo una llamada presente,
indicadora de una fuerza
disimulada,
que bautiza y ordena todas las cosas,
corrige la sangre y la hace fluir
en este circuito cerrado,
cuyo único fin eres tú.
Del modo que los ciudadanos
obedecen las leyes del mercado
sin conocer de su existencia,
responderé siempre a ese timbre
intermitente.
UN DÍA EN LA PLAYA
Despierta del insomnio
que producen los ruidosos olores
de los cuerpos de coco
y zanahoria,
dulzones, pegajosos,
ese otro
a escamas de pez en la piel,
vivaz
como clavada de espina en la boca,
que avientan, sin dudarlo,
los hombres que sujetan
la tierra al mar con toscos aparejos.
Y cuando aflojan los titanes
la presión de las cuerdas por la noche,
para iniciar la fiesta,
y se aleja el océano,
más cíclope, menos postal,
se descubre el jardín
de mil y una incipientes flores
y lunas encharcadas,
origen de este aroma
a guerra entre pandillas y cangrejos,
a los amoríos entre las barcas
varados, en la arena,
al ventorrillo cálido
donde fuimos gallitos.
La orilla, un puerto
de algarabía aventurera
hacia afuera y hacia adentro.
Se organizó una fiesta de poetas
en los parques de Tombuctú.
Asistieron los grandes
y los reconocidos
y los profesores sentados
que sientan cátedra.
En fin, la crema.
Rápidos todos abrazaron causas
y quemaron chuletas.
Uno dijo, ¡La religión ha muerto!
¡Viva la poesía!,
y empezó a onomatopeyar
mil caballos alados a tropel
ardiendo en la noche platónica.
Pero la megafonía advirtió,
No nos comportemos como animales.
Informamos de que la poesía
también ha muerto
al fusionarse con la prosa.
Acto seguido,
un laureado rompió en quejas,
Deberíamos tirar confeti en los recitales;
las encuestas dan ganadores a los cantantes.
Y escribió un libro entero
con todos sus desleídos harapos
y dejó para nunca
las enciclopedias para entenderlo.
Otro, un poeta maldito añadió,
No nos comprenden porque somos buenos.
El pinche de cocina murmuró,
Toda emperifollada
la poesía parece una vieja puta.
No tendrá clientela.
Al verso con el vecino, mejor,
como cuando vamos acompañados
a los funerales y los entierros.
Ante tamaño escándalo
todos huyeron a sus escondrijos
y se terminó la verbena.
Se celebró una orgía de poetas
en el exuberante jardín de Tombuctú.
Sí, pero no queda ni rastro.
El desierto sigue avanzando
y la universidad es solo barro.
LA VOZ MIRADA
Por esta urbe entre todas las ciudades,
tras esquinas y calles adyacentes,
un mullido susurro
golpea sin piedad,
del mismo modo que el tráfico asfixia
en lento transcurso por las arterias.
A través de refugios
como la casa propia,
parece que murmurasen sin fin
las situaciones y las mismas cosas,
y el gran ausente
se pregunta qué dicen.
Al no obtener respuesta alguna irrumpe
con un discurso vacilante, tibio,
contra tal abandono.
Se sabe en desventaja,
un peatón que salta la mediana,
pues su propio timbre es parte del ruido
–resonante, qué grita–,
y lo escrito está muerto
y bien amortajado entre las páginas
de los fracasos y éxitos medidos.
Pero él ha de encararse,
no apartarle la vista,
escudriñarlo bien alrededor,
a los lados y detrás, sus entrañas,
pasadas éstas, como a un delincuente
que te corta el camino, para tenerlo a raya.
Amanecerá moderadamente
aquellos pocos días en que el hombre
consiga mantener
la voz mirada.