HOMERO ARCE
Homero Arce, un arquitecto de sonetos
Por Bernardita Moena
Homero Arce nació en Iquique en la época de oro del salitre, el 7 de Abril de 1900. Hijo de Valentín Arce y Sara Cabrera. Luego sus padres se trasladaron a Santiago donde nacieron sus tres hermanos.
Laura Arrué, una de las enamoradas de Neruda, fue su compañera en la vida.
Su vida laboral, que compartió con sus afanes literarios, transcurrió en el Servicio de Correos y Telégrafos, donde se desempeñó hasta su jubilación en 1951. Entró allí por sus conocimientos del francés.
Fue secretario de la Dirección General de Correos y secretario del Correo Central.
Se sabe que prestaba las máquinas de escribir a sus amigos poetas, una vez que se habían ido los funcionarios.
Una vez jubilado, se entregó a la vida y obra de Neruda, como su secretario personal.
En los comienzos de su trabajo en el correo, Laura Arrué se juntaba con Neruda en la Plaza de Armas quien subía a las oficinas a conseguir dinero y tomar un café con ella. Neruda siempre bajaba con otro poeta, nunca con Homero. Hasta que un día que Pablo estaba fuera de Santiago, el poeta que subió a buscar dinero bajó con Homero Arce y desde ese momento nació un idilio entre ellos, que los llevó al casamiento.
Por eso -decía ella- nunca Pablo quiso presentarme a Homero.
Con los años Neruda convenció al poeta Arce que publicara sus sonetos, que fueron ilustrados por él y traducidos al portugués por Thiago de Mello.
El 2 de Febrero de 1977, salió de su casa a cobrar su jubilación en la mañana y al subir a la Caja, varios sujetos lo apresaron, lo hicieron entrar a un auto, devolviéndolo a las 16 Hrs. a su hogar con graves heridas. Murió a las 18 Hrs. del 16 de Febrero de 1977, a causa de los golpes recibidos.
Se piensa que se le persiguió, por haber sido Secretario y amigo de Pablo Neruda.
Así terminó la vida de un hombre bueno, cariñoso, silencioso, a quien tuve la felicidad de conocer, porque eran tíos de mi esposo y fueron padrinos de él en nuestro matrimonio.
Recuerdo que en una ocasión me dijo: ¿Ud. le haría un poema a una taza de té?, y me recitó un hermoso soneto, que se refería a una taza de té humeante, mientras él esperaba a su amada. Así, siempre que nos veíamos, nos recitaba hermosos sonetos.
Laura arrué conoció a Neruda, cuando debió ir donde residía éste en la calle Echaurren, a llevarle una invitación para un acto que se haría en el colegio en que ella trabajaba como profesora. Se había recibido hacía poco en la Escuela Normal.
De allí empezaron a verse con Neruda, ella acudía a la Plaza de Armas para encontrarse con él mientras vivía con unas tías en el Barrio Pila del Ganso.
Neruda estaba muy enamorado de ella y confesó que uno de los Veinte poemas de amor se lo había dedicado a "Laurita", como le decía. Ésta era una chica de ojos azules, delgada y pequeña.
Cuando en las tardes Pablo la veía en la Plaza de Armas, decía estar cada vez más enamorado de ella. Pero el deseo de viajar lo empezó a ahogar, y terminó aceptando el cargo de Cónsul en Rangún, Birmania.
Entonces Neruda le prometió a Laura que le escribiría todos los días y que Homero, su amigo de correos, se encargaría de entregarle por mano las cartas, para ocultar el idilio a sus tías.
Todos los días le envió correspondencia, pero Laurita no recibió nada, porque Homero ya estaba también enamorado de ella y no se la entregaba.
Finalmente, ante la indiferencia de Pablo, Laurita terminó casándose con Homero.
A pesar de esto los amigos acabaron poniéndose en la buena, pero ¿qué sintió Laura Arrué cuando descubrió las cartas de Pablo?
El hecho es que Homero Arce y Laura Arrué estuvieron casados cuarenta años y se adoraban; hasta esa fatídica tarde en que Arce fue secuestrado y prácticamente asesinado por agentes del Estado.
Todas las personas que estaban cerca de Pablo Neruda, como su ex chofer, fueron torturados. El Hermano de su ex chofer, desaparecido, y su chofer y carpintero, preso y torturado en Villa Grimaldi.
Homero Arce era el hombre más cercano al vate, su secretario personal, manejó su obra y cuidó sus originales.
Para Pablo Neruda era la persona más importante, según se dice en todos los escritos que se refieren a ambos. Su muerte prueba que el entorno de Neruda fue perseguido, como afirma el abogado de derechos humanos, Eduardo Contreras.
En 1987, Laurita Arrué murió quemada en un incendio en su casa. Yo supe que fue por una vela que tenía encendida en la noche, y se quedó dormida, olvidándose de apagarla. Ella había escrito un libro que quedó en manos de la familia.
La sobrina de Homero, hija de Fenelón confesó que su padre recitaba siempre el poema 20, porque ése, Neruda se lo había dedicado a su tía Lalita.
Entre las obras de Homero Arce tenemos:
-Los íntimos Metales, ilustrado por Neruda
-El Árbol y otras hojas
-La vida de Rosamel del Valle
-Algunos sonetos
-La taza de té
-La vieja casa
-El camino
-Banco
-El pozo
El pozo
¡Ay hermano! como tú yo anduve
por la más ancha latitud del mundo,
toqué en la piedra el agua de la nube,
toqué las manos del amor profundo.
Una pequeña lámpara sin nombre
me alejó de las sombras del camino
y pude ver y andar hasta ser hombre,
hasta llegar a pozo cristalino.
Para unos fui canto sumergido,
raíz sombría, soledad secreta,
para otros un pájaro perdido.
Pero si todo sigue y ya no vuelve,
yo quiero ser el pozo de agua quieta
que recibe la luz y la devuelve.
UN RAMO DE VIOLETAS
Sé de mundos lejanos, de planetas
habitados por seres o por cosas,
en los que magos de la luz, poetas,
construyen las auroras y las rosas.
Donde hay lunas calladas y secretas
que esperan como naves misteriosas
y mares de aparentes aguas quietas
invistiendo de azul las nebulosas.
No en el tiempo la guerra de los mundos,
no ese clavel de fuego en el vacío,
no los dioses despiertos e iracundos,
sino mi pan, mis cantos y mi lecho,
el jardín con los besos del rocío
y un ramo de violetas en tu pecho.
BARCO
Hacia el poniente rosado
partió mi barco una tarde;
mansas, las velas se daban
al viento de la esperanza!
Al beso de su alba proa
el agua virgen reía,
y de su risa de espuma
rosas y estrellas nacían!
Hacia el poniente rosado
mi barco se dirigía,
y antes de surcar su reino
era una rosa encendida!
Oh, qué viaje! Oh, qué rosa!
más puro el de la distancia!
Oh, qué velamen más dado
al viento de la esperanza!
LA VIEJA CASA
Cerca del ancho Maule está la casa
el hogar solariego del pasado.
De su antiguo esplendor quedó esta brasa
que aún mantiene su fuego enamorado.
Como el mar tiene el viento que lo abraza
y le cubre de espumas el costado
aquí el amor iluminó sin tasa
un solar de magnolias coronado.
La luna aquí vagó en sus corredores
y un tibio sol erró por el papayo
dejándole amarillos resplandores.
Una vida nació desde otra vida,
y en la heredad besada por el rayo
sigue cantando el tiempo, sin medida.
EL CAMINO
El camino lo anduve sol a luna
sin que nada mi marcha detuviera,
ni la montaña que se alzó importuna,
ni el hondo río de agua traicionera.
Todo lo fui salvando con mis pasos
y la extensión de tierra así medida
me entregó como un árbol de anchos brazos
el constante milagro de la vida.
Así fue -venturoso- hallando voces
hermanas en las puertas del camino
y en la altura el amparo de los dioses.
Ni herido, ni vencido, voy ahora
hacia el punto final de mi destino;
allá, de nuevo, asomará la aurora.

En Isla Negra, Homero Arce, Matilde Urrutia y Pablo Neruda.
La sombra de Neruda
Homero Arce fue el asistente personal del Premio Nobel chileno. También, el hombre que le arrebató a una de las mujeres que más amó. Tras el perdón del poeta, se hicieron amigos inseparables. Ahora, la investigación judicial sobre la muerte de Neruda desempolvó su historia.
POR CAROLINA ROJAS
La mañana del 2 de febrero de 1977 en que Homero Arce salió de cobrar su jubilación de la Caja de Empleados Públicos de Santiago, no tuvo ningún presentimiento de que ese sería el último día de su vida. Quizás, iba pensando en su esposa y en ese atractivo que aún conservaba intacto a pesar del paso de los años. Su compañera por cuatro décadas tenía los ojos azules y la gracia de una actriz de cine.
Cuando terminó de recibir el dinero, tal vez lo contó y lo guardó con esos gestos cansinos que lo caracterizaban y pensó que comería en casa y que luego darían paso a sus tardes de lecturas. Laura, su Laurita, cuanto adoraba leer; y él, cuanto la amaba a ella.
Un empujón, y Homero se fue a negro y tal vez vio pasar su vida como en un microfilme, así dicen que sucede en los momentos de pavor. Tal vez fueron esos tipos de ojos ocultos tras las gafas modelo aviador –que acostumbraban llevar los agentes de la dictadura– y Arce pudo haber suplicado por su vida. Lo cierto es que lo subieron a un auto que arrancó sin que nadie pudiera hacer nada. Pasó lo que sucedía en ese tiempo. Los chilenos llevaban cuatro años aplastados a punta de desapariciones y torturas. A Homero lo golpearon hasta romperle la cabeza y hundirle el cráneo. Para sus cercanos, sus verdugos lo castigaron por ser el secretario y amigo de Neruda.
A las cuatro de la tarde, Arce fue abandonado en la puerta de su casa agónico y con la frente teñida de sangre. Las profundas heridas que le hicieron fueron descubiertas por Laura mientras lo atendía y, probablemente, gritó desesperada. Homero murió cuatro días después en un humilde hospital de Santiago. Su certificado de defunción indica que falleció a las ocho y diez de la mañana. Tenía casi ochenta años y el regalo de haber conocido el universo del poeta.
Un texto de la Sociedad de Escritores Chilenos (SECH) sobre los artistas asesinados en dictadura, documenta este hecho. Se aclara que su nombre ni siquiera es parte del Informe de la Comisión Nacional de Verdad y Reconciliación (Retigg). “Fuerzas represivas lo detuvieron en una repartición pública, lo golpearon hasta dejarlo inconsciente y murió en el Hospital Barros Luco”. Y, aun cuando la Fundación Neruda no avala la tesis del asesinato del Premio Nobel, es en la propia revista Nerudiana –a cargo de la Institución– en un texto dedicado a Laura Arrué, donde se menciona la muerte del asistente literario. “Años después, amenazado en cuanto secretario de Neruda, Homero Arce muere en febrero de 1977 víctima de extrañas y nunca aclaradas circunstancias que llevan la marca del régimen militar”.
Homero, moreno, rasgos indígenas, ojos negros y siempre vestido de impecables trajes, era reconocido por su timidez y sus sonetos precisos. Su esposa aseguró hasta el final de sus días que gran parte de la obra nerudiana lleva en sí la humanidad de Arce, su sello. “De su extraordinario amor por la poesía, de su alianza perpetua con su amigo Pablo y su obra”, confesó en una entrevista en el año 1979.
Por estos días, la historia de Arce se desempolva, justo en medio de la investigación sobre la muerte de Pablo Neruda por las declaraciones del ex chofer del poeta, Manuel Araya. Tras años de silencio, confesó que fue secuestrado y torturado en el Estadio Nacional para que el vate quedara desprotegido en la Clínica Santa María. Araya declaró, además, que allí se le habría puesto una inyección al poeta que le causó la muerte. El caso saltó a la prensa internacional y el Partido Comunista de Chile actuó con una querella que abrió la investigación en manos del juez Mario Carroza. Hoy la indagación sigue su curso.
El abogado de Derechos Humanos, Eduardo Contreras, que representa la parte querellante del caso, explica que en la muerte del poeta chileno pudo existir la participación de terceros y que una prueba de ello sería el asesinato de Arce y la cacería de brujas que se desató hacia al círculo más cercano de Neruda. Manuel Araya fue torturado y su hermano un desaparecido; Jaime Maturana, carpintero y chofer del poeta hasta 1971, estuvo en el centro de tortura Villa Grimaldi. “Homero Arce fue el hombre más cercano al vate, su secretario personal, el hombre que manejó su obra y cuidó sus originales. Su muerte prueba que el entorno de Neruda fue preso y torturado. (...) En 1973 en Chile dos personas eran las más influyentes en la opinión pública internacional, Pablo por sus méritos políticos, intelectuales y éticos. Muerto Allende, lo del Nobel fue apagar la segunda luz en el país”, esgrime para relacionar los hechos.
El sonetista en las sombras
Arce vivía en Iquique, el puerto chileno que en las primeras décadas del siglo XX vivió de la bonanza del salitre y fue una ciudad cosmopolita. En Santiago surgía la clase media y los aspirantes a las letras leían a Dostoievski y a Pushkin. Era 1925 y Homero llegó a la capital. En ese entonces, junto a su hermano Fenelón y otros amigos, ya conformaban una especie de cofradía de poetas. Crearon la revista Ariel que alcanzó sólo dos ediciones, pero en 1927 reapareció con el nombre Andarivel. Neftalí Reyes y Arce también coincidieron escribiendo en la revista Claridad. Fueron años de amistad férrea y formación literaria.
En ese tiempo Arce y Neruda se encontraban en la Plaza de Armas de Santiago, en la que solían pasar las tardes, frente al edificio central de Correos donde trabajaba Homero como secretario general de dirección. También daban paso a las tertulias en los céntricos bares. Eran días en que el poeta no ganaba dinero y le pedía prestado a Homero; su amigo asentía como un padre putativo.
En ese entonces, el vate ya tenía una musa: Laura Arrué, una chica pequeña y delicada de ojos claros. Era blanco de todas las miradas, por su parecido con la actriz Greta Garbo. Eso la hacía inalcanzable, menos para la labia de un poeta. A “Milala”, como la llamaba Neruda, le dedicó una de las composiciones de los Veinte Poemas de Amor. Arrué recién se había graduado de la Escuela Normal de Preceptoras N°1. En 1924, Neruda fue llamado a visitar el establecimiento. A Laura le correspondió entregar la invitación y llegó hasta la pensión en la calle Echaurren 330, donde el poeta vivía en una pieza. La pasión fue instantánea y el romance siguió a escondidas. La familia donde se hospedaba la pálida muchacha era conservadora y la vigilaban de cerca. Esa nueva conquista le dio al joven Pablo un nuevo respiro, comienza a vestirse mejor, se alimenta bien y leen mucho. Pero la historia dio un giro dramático.
El poeta comenzó a ahogarse y a sentir los primeros escozores de su naturaleza viajera y aceptó el cargo de cónsul en Rangún, Birmania. Le dice a Laura que le escribirá todos los días; Arce debía entregar por mano las cartas para ocultar la relación a los celadores de la musa. El amor entre el vate y Laura creció, a distancia, como sólo puede aumentar un sentimiento sin los desgastes cotidianos de una relación. Neruda pensaba en ella y escribía, pero Homero ya se había enamorado en silencio de la mujer de su amigo. El poeta no recibió ni una sola respuesta de “Greta”. Sólo años después se enteró de la verdad.
Arrué tampoco ve una línea, se desilusiona y allí estaban los brazos de Arce, un bálsamo para el dolor. Neruda no entiende tanta indiferencia y sólo se entera, a través de sus amigos, que Homero y su musa están juntos.
Laura, ya casada con Homero, fue golpeada con la historia completa: su esposo había escondido cada una de las cartas, tomando al pie de la letra el conocido adagio “En el amor y la guerra todo se vale”. La sobrina de Arrué, Susana Sánchez, dirá en el libro Los amores de Neruda de Inés María Cardone, que cuando su tía descubrió las cartas en un entrepiso de su hogar, se deshizo de su alianza de matrimonio y lloró por esa impotencia que da una historia torcida.
Por otra parte, cuando Neruda se enteró de la traición, ya ostentaba su cargo de senador y prefirió dar un paso al costado; aunque alguna vez le confesó a Laura que no fue fácil olvidarla. El final de la historia tomó un tinte lúgubre: Arrué murió en 1986, en un incendio. Algunos dicen que fue una vela que le prendía a un santo lo que comenzó todo. Al alzarse para apagar una estufa, el fuego le prendió el camisón. Nadie llegó a socorrerla. Un final trágico, como el de una actriz de cine.
Una de las pocas testigos de esa historia es Alejandra Arce, sobrina nieta de Homero, quien heredó el amor por las letras y la poesía. Vive en Brasil, en la ciudad de Recife, como la mayoría de su familia repartida entre este país y California. En 1992 realizó su propia investigación sobre los sucesos que ocurrieron en su familia. Contactada por Ñ, comenta los episodios de esta historia. “Laura tuvo quemaduras de segundo y tercer grado, gritó desesperadamente, me imagino que mucha gente escuchó, incluso un huésped, y nadie hizo nada. (...) Tampoco fue investigada su muerte, que me parece macabra y siniestra. Su cuerpo quedó estampado en el suelo de su cuarto. Nadie supo darme ninguna información”.
Lo poco que se sabe de Homero Arce es justamente lo que se conoce por su esposa. En el libro póstumo del corrector, Los libros y los viajes, recuerdos de Pablo Neruda (Editorial Nacimiento, 1980), Laura narra un poco de esta historia a modo de prólogo. “Conocí personalmente a Homero Arce Cabrera en el año 1928. Antes sabía de él por referencias de sus amigos, principalmente de Pablo. (…) Me presentó a todos sus amigos, menos a Homero. ¿Por qué? El tiempo se encargó de darme la respuesta...”, confesó.
Alejandra Arce es hija de Fenelón, llamado así por su abuelo, y tiene el recuerdo vívido de su padre subido sobre una silla, después de alguna sobremesa, recitando el “Poema 20”. Tampoco se olvida de la confidencia que le revelaron cuando aún era una niña. “Este poema lo hizo Neruda para la tía Lalita, pero es un secreto, Alejandra”. Ella recuerda que imaginaba la soledad de quien lo escribió, ese hombre que contemplaba las estrellas. “El amor de Neruda por Laura fue intenso, grandioso. (...) Ella también amó a Homero y él la adoraba, el destino se encargó del resto de la historia de esta amistad sublime”, dice con tristeza.
Alianza perpetua
Desde que Homero Arce se jubiló en 1951, volcó su vida al trabajo de Neruda. El poeta no vivía sin las apreciaciones de su amigo, que encontraba tan certeras. En una entrevista en la revista Cal, de los años setenta, Laura Arrué relata esa relación de dependencia: “Fui testigo de que cuando Homero terminaba de copiar un poema o prosa, se lo pasaba a Pablo para que lo revisara y se pronunciara acerca de si estaba o no de acuerdo con los cambios que le había hecho. Pablo, molesto, le decía: ‘No me muestres nada: lo que tú haces siempre está bien’”.
El cariño fue una cosa, pero también fueron importantes las ocasiones en que Neruda empujó a Homero a creer en sí mismo. En la publicación de Los íntimos metales de Arce, lleva las ilustraciones del poeta que además le escribió: “Me costó mucho arrancar, con un lento proceso de convicción, de tirabuzón, este rosario de amatistas que ya tenían el color invariable y el corte alquitranado de lo que, por verdadero y deslumbrante...”.
Además, el libro El Arbol y Otras Hojas, de 1967, lleva sonetos dedicados al corrector por varios amigos. Neruda en “Esperando a un amigo en el Barrio Latino de París” (1965), le dice: “Homero, en la verdad de tu diamante, hay un fulgor de piedra y firmamento, porque tiene razón el caminante, cuando descubre el mundo en sus aposentos…”.
Cuando Neruda asumió como embajador de Chile en Francia, durante el gobierno de la Unidad Popular, llamó a su amigo para que lo ayudara a hilvanar sus memorias. Arce cumplía su sueño, siempre había querido conocer París.
“Ay hermano, como tú yo anduve/ por la más ancha latitud del mundo,/ toqué en la piedra el agua de la nube,/ toqué las manos del amor profundo”, dice Arce en su poema “El pozo”.
Llega septiembre de 1973 y Pablo Neruda, en sus últimos días, dependía más que nunca de Homero, de su lealtad y de sus manos, para escribir. Terminaron Confieso que he vivido. Afuera, las balas, el río de sangre que era el Mapocho frente a la clínica Santa María. Cuando muere el poeta, no puede con la pena y sigue regalándole su trabajo, como bocanadas de aire que resucitarían a su amigo. Matilde Urrutia hizo el resto, termina de transcribir el libro con la ayuda del escritor venezolano Miguel Otero. Borra la existencia de Arce. “Los que la seguían y aún siguen a Matilde Urrutia me parecen fieles al comercio y no a la literatura. Olvidándose de los verdaderos amigos del vate, mutilan la verdadera historia literaria latina y universal”, sentencia Alejandra en su última respuesta.
En 1977, el asistente literario da vuelta la página y se llena de impulso y le dice a su compañera. “Ahora voy a escribir mis propias cosas...”. El destino otra vez, Homero deja versos inconclusos. “¡Defiéndeme Laurita!”, fue su última súplica, aferrado al brazo de su esposa. Al final, quizás escuchó un soneto o la voz de Neruda y su saludo de costumbre con los brazos abiertos en cruz, “Dichoso los ojos que lo ven Homerito”, bebieron de la jarra en forma de bota y rieron, ahora, en otro lugar.