Armando Maldonado, Tegucigalpa M. D. C. HONDURAS 1983, Poeta y gestor cultural. Fue fundador del Grupo Literario “Máscara Suelta” y miembro del Taller de poesía “Edilberto Cardona Bulnes” impartido por el poeta Fausto Maradiaga en la UNAH.
Actualmente miembro de Colectivo de Poetas Paíspoesible. Estudiante de la Carrera de Literatura en la Universidad Pedagógica Nacional Francisco Morazán y de la Carrera de Psicología en la Universidad Nacional Autónoma de Honduras. Mención Honorífica en el Concurso José Antonio Domínguez dado por la Universidad Nacional Autónoma de Honduras en 2005.
Participante en el V Festival Interunivesitario Centroamericano de la Cultura y el Arte FICCUA 2007, Realizado en Nicaragua en Abril de 2007. Participante del I Festival del Poeta Inédito de Honduras Sociedad Anónima, organizado por el Colectivo Paíspoesible en septiembre de 2007.
Textos publicados en: Caballo Verde, Antología Poética, Taller Edilberto Cardona Bulnes. Ediciones Cerezo Desnudo, 2006 Sociedad Anónima, Memorias del I Festival del Poeta Inédito de Honduras Paíspoesible 2007. 2007.
Poemas
I
La ciudad respira,
oigo su exhalación
de cerro iluminado
Su anatomía de ruido y asfalto se estira
en puntos cardinales que son calles,
parques, edificios, iglesias,
hombres y mujeres que todavía duermen.
Cuando su flora intestinal sale a trabajar,
recuerda cuando sus más intimas partes
todavía no tenían el herpes urbano
que ahora puebla sus comisuras de árboles caídos
y ríos de muerte líquida.
II
Cuando llega el cenit,
toma forma de una mujer
que pide caricias en el pelo.
Y así llega la hora
en que su horizonte se maquilla de atardeceres,
todos vuelven a sus cuevas;
en el camino,
los semáforos le provocan coágulos
y nadie viene en su auxilio.
Las ambulancias que pasan como agujas por camellos,
absorben las prontitud de los enamorados que buscan la banca vacía.
III
Va dejando de respirar,
en la oscuridad trae un ruido de murciélago herido.
Lentamente cree que muere.
Trata de escapar;
pero ella sabe que las ciudades
a donde huyan
traerán siempre
el Tedeum del concreto,
una agonía de árbol y río,
un sonido de piedra rota,
pájaros que cantan en una burbuja de smog.
V
El placer es un pájaro monosilábico
que chorrea por los solitarios callejones,
y en los asientos traseros de los autos.
Los amantes han rondado las habitaciones,
sus dolorosos gemidos
simulan un orgasmo de tubería rota.
El placer
es un animal que juega a las escondidas
con las colegialas que duermen
y sueñan
con tizas y pizarrones
que ven debajo de sus uniformes cuadriculados.
Duerme
y una mano de polvo
acaricia
su punto G de concreto.
VI
En ella
hay simulacros de la espuma
conciertos de pistones y herramientas.
Uno camina por las avenidas biliares,
atraviesa los puentes neurálgicos
y por simple casualidad o destino
encontrará pociones
de hielo forjado con martillo.
Encima de ella
hay un cielo bocabajo,
los pasadizos que se forman
en el aire que separa a los edificios
se visten de eternidad
bajo el filo verde del horizonte.
VII
El ladrido de los perros es la ósea ruta del sonido.
Ella alberga muchos perros,
algunos se visten de caricias de amos buenos,
y otros caminan por los basureros
removiéndole las entrañas.
Y como agoniza
no repara que ese escarbador de entrañas
lleva en su pico
la materia prima de un aullido.
Quisiera ser atropellada igual que un perro,
pero no hay camión para atropellar ciudades,
no hay una calle para que la ciudad se acueste.
Por eso sólo observa la muerte de los perros,
ve sus envenenamientos
y también quisiera ser perro
para morir,
pero también sabe
que las ciudades no mueren,
ya que ellas son veneno.
VIII
Ella se duele en mi pecho desde que no estás conmigo.
Maldita sea la hora
en que juraste amarme siempre,
ahora donde vayas
cargarás con el demonio de mi nombre,
alegarás demencia al escucharlo pero,
el ruido de los autos será eco de nuestros besos,
los árboles en la plaza te preguntarán a gritos
porqué tu mano va sin la mía.
Los perros del vecindario
te verán con desprecio,
y el rígido concreto que pisas
abrirá su boca de grieta
y morderá el tacón de tus zapatos.
Abordarás el autobús,
pagarás tu pasaje con mis lágrimas,
y te darás cuenta de lo solitarios
que son sus asientos.
Ella me duele,
y ella escupirá tu cuerpo con los charcos de la calle;
pero tú metiste los edificios en mi pecho,
preñaste mis venas con el vidrio de tu voz.
Hiciste de mí una copla de barrotes con cerradura.
Ahora ella busca a morir dentro de mí.
XI
La plaza esta ungida por el recuerdo de besos,
asaltos, pájaros, amigos y mujeres.
Los ancianos simulan recordar,
pero ellos saben que los recuerdos
son conejos
que brincan en las mesas de los cafetines.
Los asesinados
observan a la gente pisar el recuerdo de la sangre,
olvidar el diluido eco de una bala,
o el espanto brillante de un cuchillo.
El pasado y su material de espectro
está en el catedrálico reloj,
desde allí divisa y establece las directrices del llanto y de la risa;
observa desde esa necrosanta altura
como se mueve un pañuelo de humo
sobre el juglar del mediodía.
XV
Aquí,
uno aprende a escribir del dolor
con las dos manos.
XIX
Hay rojos clítoris colgando
en los portales de los burdeles.
Observen los burdeles,
tibios, cuajados,
con olor a cerveza, falos, pelos, agujeros,
gelatinosas sustancias que corren por los dedos
y cuartos rentados por media hora..
Oigan a las putas...
gimen igual a una ciudad,
abren sus piernas como avenidas
y las estatuas caminan en su humedad.
Saboreen sus cuerpos,
desnudos,
expandidos,
como pan mojado,
gotas, pedazos,
jirones,
añicos de vida sin nombre,
pequeñas ciudadelas de dinero y sudor.