RAÚL SÁNCHEZ
(Valencia, 1978)
Escribe en los blogs:
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Variación sobre Ni el sempiterno y espeso cielo gris
de Ape Rotoma (Soneto doble con estrambote)
Maldito apocalipsis: nunca llega
por mucho que lo espere todo el mundo
desde que un Dios enfermo y desganado
le impuso orden ilógico al abismo
-buscando enderezar el despropósito
en el que sin remedio fue enfangándose-
llamando a la luz día y luego noche
a las tinieblas que jamás debió alumbrar
para luego -¿no sabe estarse quieto?-,
del barro en el que él mismo se metía,
crear al hombre a horrible semejanza
y, ya más tarde, -genio del desastre-
juzgar -sin preguntar- que no era bueno
que el hombre -que sabrá- estuviera solo;
por más que -si prefieres otra absurda
e insuficiente forma de consuelo-
la ciencia -y otra vez no ha habido suerte-
obcecada en la búsqueda arrogante
de algún bosón de Higgs desestimable
se ponga a dar candela a haces de hadrones
teniéndonos en vilo por un breve
periodo en que pensamos que por fin
podrían realizarse nuestros sueños
ansiosos de que en una negligencia
se les acabe yendo de las manos
y así nos vamos todos a la mierda.
Soneto doble con estrambote para el perrito Toby
Tendría siete años como mucho
(y ya infectado de literatura:
incluso de antes hay algún poema
horrible y desbordadas redacciones
que siempre se excedían de los límites
-acababan en cuento fantasioso-
que al resto establecía el profesor
-a mí me daba siempre rienda suelta-)
cuando de mi libreta vino al mundo
a sufrir y a gemir como yo mismo
mi pobre y desgraciado perro Toby:
el único animal de compañía
que tuve de pequeño -no descarto
que supliera carencias ya escribiendo.
Un día el profesor con gesto triste
se me acercó al pupitre y fue conciso:
No escribas más historias del perrito
Toby porque te pueden hacer daño.
Quizá don José Luis no comprendiera
que Toby estaba vivo y me importaba
más que mis compañeros o que él mismo:
por eso en mis relatos se salvaba
(el caso es que al final morían siempre
los amos que tenía y todo cristo
en un ensangrentado desenlace).
Así que tuve que sacrificarlo
en un cuento final -tal como dicen
los taurinos que el ruedo endiosa al toro-.
Desde entonces escribo a su memoria.
Trato
Amor -huésped molesto- ¿a qué has venido?
¿Qué trato es el que esperas se te ofrezca
allí donde tan solo has abusado
de la hospitalidad que te brindaban?
¿Qué buscas embargar en esta casa?
¿Qué vienes a cobrar que se te deba
a una familia en ruinas, desahuciada,
que nunca te aceptó lo que prestaste?
¿No ves que puse ya la otra mejilla
no sé ni cuántas veces -sin cansarte-
por ver si recibía una caricia?
Lárgate, por favor, no me atosigues.
¿No tienes otro en quien cebar tu saña?
Hagamos ya las paces: tú me ignoras
y yo vivo sin ti si es que esto es vida.
La nana de los párpados candados
Te agarras fuerte a mi como cayéndote
para abocarte (fuente que va al cántaro
-me encanta cuando finges ser la frágil-)
vertiéndome susurros al oído.
Que no puedes dormir y que te cante
la nana de los párpados candados,
canción de cuna en campo de batalla
que ampara a los soldados que la portan.
Me afirmas que aun adulta tienes miedo
al coco de las noches sin mis besos,
al lobo aullando cantos de sirena.
Empiezo a musitar lo que me pides:
'Para que si te sueltas de mi mano
puedas volar, mi niña, duerme ahora...'
Así
Preguntas manteniendo la mirada
-un gesto de nobleza que te honra-,
ahora que lo sé, cómo me siento.
Y qué voy a decirte que no sepas.
Tener a estas alturas la certeza
de que ha ocurrido lo que sospechaba
es encontrar la pieza que le falta
al puzzle que has echado a la basura:
yo el hilo suelto en la uña de un felino
que acaba por tirar, deshilvanando
los últimos pespuntes de un harapo,
tú el soplo con que apagan una vela
que exhibe exiguas fuerzas de flaqueza
a punto como está de consumirse.
Exilio voluntario
Lo mismo que un alcohólico no deja
jamás de ser alcohólico aunque lleve
semanas, meses, años, lustros, décadas
sin que sus labios prueben la bebida
y sabe que su vicio es un desierto
que necesita de una sola gota
para regenerarse -abarrotado
de plantas venenosas y parásitos-;
me basta a mí -y sin duda te aprovechas
de mi debilidad -una mirada
tuya un poco más larga de la cuenta,
esa forma de andar, dos, tres palabras
para olvidar mis firmes juramentos;
por eso me resigno a tu memoria
desde este infausto exilio involuntario.
Nocturno desde un banco
La ven hablando sola por las calles
de noche en busca de algún bar abierto
y de alguien que la aguante y que le pague
la charla y otra copa de su whisky.
Lo cierto es que la aprecian y por eso
comienzan a enlazar aunque sin fuerza
los tópicos de siempre en estos casos:
que si hay que ver lo sola que se encuentra,
me da pena observarla en este estado,
la pobre es que también lleva lo suyo,
quién sabe qué desgracias imborrables,
por lo que habrá tenido que pasar,
para alcanzar tal punto, una persona,
hasta que se interrumpen: ten cuidado
que gira por aquí, que no nos vea.
No señalo a nadie (Soneto doble con estrambote del retrato deshonesto)
Llega a casa a las dos de la mañana
tras una hora de bús (hoy el trasbordo
por suerte ha sido rápido: el trayecto
le ha costado diez veces más de tiempo
que en taxi -de dinero otras diez menos-)
y un rato largo hablando con su novia
por móvil (es la única manera
de mantener contacto: la distancia
y las vicisitudes económicas
les fuerzan a quedar de mes en mes
en casa de parientes generosos
-a punto de cumplir los treinta y cuatro y
lo que te rondaré sigue viviendo
en casa de sus padres como tantos,
intenta consolarse, aunque no ignora
que el tiempo va agotando las excusas
y ve que sus amigos son ya padres
o pueden permitirse un alquiler
con tal de no dejarse el sueldo en libros,
en discos y en películas-): trabaja
desde hace ahora seis años en un bar
del que se siente esclavo y propietario
sin ser más que el sufrido camarero
-encuentra algún sentido a su existencia
los días en que emplea el tiempo libre
en garabatear un mal poema:
a veces por las noches se pregunta
por qué extraña razón, en qué momento,
giró por el carril que no debía-.