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Agustín Abreu Cornelio (1980). Poeta, narrador y editor. Originario de Tabasco (MÉXICO), ahora vive en Estados Unidos. Actualmente estudia en University of Texas.
Es egresado de la Licenciatura en Letras Hispánicas por la Universidad Modelo. Autor de “El impuro descanso”, incluido en el poemario colectivo El éter de las esferas (Ayuntamiento de Mérida, Yucatán, 2006), la plaquette de poesía Caramelo de muerta (Universidad Regiomontana, 2002), y el libro de poesía Los reflejos (ICY 2009).
Visión
Mi madre y mis hermanos oyen el vértigo seminal de los amaneceres.
(Tras la luz vienen las moscas y la televisión que transmite el lamento inconsolable de los billetes rotos. ¿Qué rosas nos deparará el día?)
Mi madre y mis hermanos dicen que los muertos echarán un día el cerrojo y que nunca pasarán nuestras jorobas por el ojo de Dios.
Infancia
Todavía se sacude la gallina que mi madre colgaba en el patio. Yo la miraba manchar dulcemente el piso y convocar a las hormigas. Luego debía irme lejos de la casa, por el potrero, para tirar las plumas que eran una premonición del caldo. Recuerdo tras de mí la mirada de las perras.
Mi madre siempre cuelga la misma gallina, cuyas plumas escriben la definición de mis temores.
El verano pasea por la ciudad
que puso la cruz a nuestra suma, pasea
los billetes en los ardores del futuro.
Por eso tomas la guitarra y las canciones,
y tomas de mi conciencia.
Me veo esperando el camión que se
va
con el rumbo de la infancia, ese
instante
donde el odio se percibía sin nombre
y la piel de las gallinas era dócil bajo
mis ojos.
El sacudimiento es una arruga
donde guardo el cabello de una
mujer.
Infancia
Todavía se sacude el patio que recibía el amor de las gallinas. Todavía se sacuden las hormigas rojas por los linderos de mi vaho. Los dedos del desierto están creciendo en el potrero y soplan la lejanía con sus plumas. Aunque la memoria siempre actúa en el presente y en las humedades. Aunque mi casa esté más allá de la gallina, siendo hambre.
El verano hace una plegaria por los
muertos.
Sol que horada mis páginas vacías
y balazo disperso en lo más árido
de mí: su nombre sigue
diciéndome no.
Aunque mis arterias procuran
cicatrizar, en el corazón hay un filo
de golondrinas: de mí no queda
más sangre que verano.
Derrota
Empuño los termómetros, pero me falta valor para escribir la rendición de esta ciudad. Los niños ya no cuelgan de las azoteas y los jóvenes salieron a desvirgar sus balas. Las madres tartamudean cuando se les exige su ración de amor.
Cronista incipiente, aprendí a escanciar la vida en las plumas que se han de comer los gusanos; pero la vida es una lágrima acosada por los perros.
Hilandera,
la soledad escampa ante lo íntimo;
en los confines de mi cuerpo
me aferro al ombligo que me diga con tu luz
y al olor que encamina mis palabras
Debo desenfundar la nariz y el cielorraso,
debo ungirme de muslos ante lo lascivo;
no bastan tres muñones para llegar a tu centro.
Estoy en el espejo para recordarte ante mi nombre.
Leo los periódicos bajo el cutis del cigarro para que no se me evapore tu presencia.
Afirman que los lados de tu sábana -y la tinta que contiene -
son el lugar idónea para crecer y para que la dulzura fermente sus pasos,
pero no silencios;
porque la corrupción de las manzanas es asunto de la misteriosa
sexualidad de los botones empeñados, dicen.
Pero sabes, Madame Sosostris, y sé yo,
que los callos están en los ojales violentos que miran
las calles como el mar, en la cáscara que sufre el destino noticioso del sudor;
perdurar en la carne,
no estar en la fruta, sino en el abandono.
Cuando el tabaco se me apague, cogeré tu albahaca y tu hueso,
desharé las crueldades a la sombra del periódico,
deshilachando los horóscopos de un abril raído.
Contagio
Abrí la puerta con ingenuidad, el teclado desconocía tus
billetes y tus frenos inestables.
leamos
el momento justo de la floración
Intenté extender la mano para tocar el único ombligo que
no estaba maltrecho en ti. Sólo abrirse la boca para regar
tus pertenencias en mis soledades; por aquí y por allá
estaban tu sombra, tu labial, tu voz amarga, enterrándose,
fertilizándome con su precio impuro.
Luego cerré la puerta para poder echarme lápices en la
Bolsa donde guardaba carne más alegre.
aquí
el aroma confunde los recuerdos
con plegarias
Juntos esperamos alguna lluvia, sacudimos en vano los
libros, hablábamos con tristeza por teléfono, pero yo había
aprendido a toser con tu sal y las puntas con bolígrafo
chirriaban la dulzura de tus caries.
Fuimos lentamente acercándonos a ti; fuimos tomándote
cariño como a una tersa rubéola que murmurase bajo
nuestras uñas. Cedí mi espacio a tu frivolidad
los síntomas guardan silencio
en este punto la fiebre
se congela